Cuando se llega al final de una novela y uno echa la vista atrás, se da cuenta de la cantidad de personas que han estado ahí, ayudando, en ocasiones sin tan siquiera ser conscientes de ello. Uno intenta ir reconociéndoselo en el día a día, pero nunca está de más dejar constancia por escrito de esa colaboración desinteresada y valiosa.
A mi familia y amigos, círculos imprescindibles para que uno no se pierda en los tentadores vericuetos de la ficción.
A los autores que he conocido a lo largo de estos años, colegas que, en muchos casos, se han convertido ya en amigos.
A los libreros y a los lectores, eslabones de esa cadena mágica que resiste, a pesar de todo.
Al personal de Penguin Random House. Ya sé que está de moda criticar a las grandes editoriales, pero creedme cuando os digo que no podría haber elegido mejores acompañantes en este viaje.
A Ana Liarás, por haber aceptado mis ausencias y haberme facilitado un camino que, sin ella, habría sido más arduo.
A Juan Díaz y María Casas, por haber estado a mi lado en el momento oportuno, diciendo las palabras justas y alentándome a seguir adelante.
Y, finalmente, a Jaume Bonfill. Resulta difícil sintetizar en pocas líneas todo lo que él ha aportado tanto a este libro como a los anteriores: una visión crítica, una lógica indiscutible, una inteligencia amable y colaboradora, y, sobre todo, una paciencia infinita y una implicación profesional que ha ido más allá de lo que nadie podría esperar.
Muchas gracias.