13. EL FINAL DEL CAMINO… LA MUERTE DE LA BALLENA… SUDANDO A MARES EN EL AEROPUERTO

Cuando intenté sentarme en la mesa de bacará, los apagabroncas me echaron mano.

—Este no es sitio para ti —dijo tranquilamente uno de ellos—. Lárgate.

—¿Por qué?

Me llevaron hasta la entrada principal y pidieron que me trajeran la Ballena.

—¿Qué es de tu amigo? —me preguntaron, mientras esperábamos.

—¿Qué amigo?

—Ese hispano grandón.

—Oye —dije—. Soy doctor en periodismo. Nunca me veríais por aquí con un hispano de mierda.

Se echaron a reír.

—¿Y esto qué? —dijeron, y me plantaron delante una gran foto en la que aparecíamos mi abogado y yo sentados en una mesa del bar flotante.

Me encogí de hombros.

—Ese no soy yo —dije—. Ese es un tío que se llama Thompson, que trabaja para Rolling Stone… un mal bicho, un chiflado.

Y el que está sentado con él es un pistolero de la mafia de Hollywood. Demonios, ¿es que no habéis estudiado la foto? ¿Qué clase de loco andaría por Las Vegas llevando un guante negro?

—Ya nos dimos cuenta de eso —dijeron—. ¿Dónde está ahora?

Me encogí de hombros.

—Se mueve muy rápido —dije—. Recibía órdenes de San Luis.

Me miraron fijamente.

—¿Cómo sabes todo eso?

Les mostré mi placa dorada de la asociación de amigos de la policía, con un movimiento rápido, dando la espalda al público.

—Actuad con naturalidad —murmuré—. No me comprometáis.

Aún seguían mirando cuando me aleje en la Ballena. El tipo trajo el coche en el momento justo. Le di un billete de cinco dólares y salí de allí con un elegante rechinar de neumáticos.

Todo había terminado. Fui hasta el Flamingo y cargue en el coche todo el equipaje. Intente subir la capota, para mayor intimidad, pero no se que le pasaba al motor. La luz del generador llevaba encendida, con un feroz brillo rojo, desde que había metido aquel trasto en el Lago Mead para una prueba de agua. Un rápido vistazo al cuadro de mandos me indicó que los circuitos del coche estaban totalmente jodidos. No funcionaba nada. Ni siquiera los faros… y cuando conecte el acondicionador de aire, oí una desagradable explosión debajo del capó.

La capota se había quedado atascada a mitad de camino, pero decidí ir hasta el aeropuerto. Si aquel maldito trasto no funcionaba bien, siempre podía abandonarlo y coger un taxi. A la mierda aquella basura de Detroit. No deberían permitirles hacer trastos así.

Salía el sol cuando llegue al aeropuerto. Dejé la Ballena en el aparcamiento VIP. Un chaval de unos quince años lo recogió, pero me negué a contestar a sus preguntas. Estaba muy excitado por el estado general del vehículo.

—¡Santo Dios! —gritaba—. ¿Cómo pudo pasar esto?

No hacía más que ir de un lado a otro del coche, señalando las diversas abolladuras, rascadas y desconchones.

—Ya sé, ya sé —dije—. Me lo han dejado hecho una mierda.

Es una ciudad jodida para andar con descapotables. Lo peor fue ahí en el bulevar, frente al Sahara. ¿Sabes esa esquina donde se reúnen todos los junkies? Dios mío, fue algo increíble cuando se volvieron todos locos a la vez.

No era un chaval demasiado inteligente. Se puso pálido enseguida y luego pasó a un estado de mudo terror.

—Pero no hay por qué preocuparse, hombre —dije—. Estoy asegurado.

Le enseñé el contrato indicándole la cláusula en letra pequeña donde decía que estaba asegurado a todo riesgo por sólo dos dólares al día.

El chaval aún seguía gesticulando cuando me largué. Me sentía un poco culpable por dejarle a él el problema del coche. No había manera de explicar aquel deterioro generalizado. El coche estaba acabado, era una ruina, una mierda absoluta. En circunstancias normales, me habrían agarrado y detenido al intentar devolverlo… pero no a aquellas horas de la mañana en que sólo estaba allí aquel chaval. Además, después de todo yo era un VIP. De otro modo, jamás me hubiesen alquilado aquel coche, ya para empezar…

Los pollitos vuelven al nido, pensé, mientras me metía rápidamente en el aeropuerto. Aún era demasiado temprano para actuar normalmente, así que me espatarré en la cafetería detrás del Times de Los Angeles. Al fondo del pasillo, una máquina de discos tocaba «One poke over the line». Escuché un momento, pero mis terminales nerviosas ya no eran receptivas. La única canción con la que podría haber conseguido relacionarme en aquel momento era «Mister Tambourine Man». O quizá «Memphis Blues Again»…

«¿Awww, mama… pueda realmente… ser esto el final…?»

Mi avión salía a las ocho, lo que significaba que tenía que matar dos horas. Me parecía imposible pasar desapercibido, y no me cabía la menor duda de que me estaban buscando; la red se cerraba… era sólo cuestión de tiempo el que se lanzasen sobre mí como si fuese una especie de animal rabioso.

Consigné todo mi equipaje. Todo menos la bolsa de cuero, que estaba llena de drogas. Y la 357. ¿Tendrían en aquel aeropuerto el maldito sistema de detección de metales? Me acerqué a la puerta de acceso a las pistas procurando aparentar indiferencia mientras examinaba la zona para localizar cajas negras. No había ninguna visible. Decidí correr el riesgo: me lancé a cruzar la puerta con una gran sonrisa en la cara, murmurando distraídamente sobre «una terrible baja en el mercado de quincallería»…

Sólo otro vendedor fracasado más pasando por consigna. La culpa de todo la tiene el cabrón de Nixon, no hay duda. Decidí que parecería todo mucho más natural si encontraba alguien con quien charlar… una charla normal entre pasajeros:

—¿Qué tal, amigo? Supongo que debe de estar preguntándose usted por qué sudo tanto. ¡Sí! En fin, qué demonios, amigo… ¿Ha leído los periódicos hoy…? ¡Es increíble lo que han hecho esos cabrones esta vez!

Pensé que eso serviría… pero no pude encontrar a nadie que pareciese lo bastante seguro para hablar con él. Todo el aeropuerto estaba lleno de gente que parecía capaz de lanzarse a por mi costilla flotante si hacía un movimiento en falso. La verdad es que me sentía medio paranoico… como una especie de criminal chupacráneos huyendo de Scotland Yard.

Mirase a donde mirase, no veía más que Cerdos. Porque aquella mañana, el aeropuerto de Las Vegas estaba lleno de polis. El éxodo masivo después de la Conferencia de Fiscales de Distrito. Cuando caí en la cuenta, me sentí mucho más tranquilo respecto a la salud de mi propio cerebro…

TODO PARECE PREPARADO

¿Estás preparado?

¿Preparado?

Bueno, ¿por qué no? Hoy es un día peligroso en Las Vegas. Mil policías salen de la ciudad, cruzan el aeropuerto en grupos de tres y seis. Vuelven a casa. La conferencia sobre la droga ha terminado. El vestíbulo del aeropuerto hormiguea de animadas conversaciones y cuerpos. Vasos de cerveza y Bloody Maries. De vez en cuando hay una víctima de sarpullido a causa de los tirantes de la funda sobaquera. Ya no tiene sentido ocultar el asunto. Que se quede colgando… o al menos aireemos un poco la zona.

Sí, gracias, es usted muy amable… creo que reventé un botón de los pantalones… espero que no se me caigan. No quiero que se me caigan los pantalones en este momento. No sería oportuno.

No, joder. Hoy no. No aquí, en mitad del aeropuerto de Las Vegas, en esta mañana de sudor, al final de la cola de esta gran asamblea sobre narcóticos y drogas peligrosas.

«Cuando el tren… llegó a la estación… la mire a los ojos…»

Qué música desagradable la de este aeropuerto.

«Si, resulta difícil decirlo, resulta difícil decirlo cuando todo tu amor es en Vano…»

De vez en cuando, te cae uno de esos días en que todo es en vano… un mal viaje del principio al fin. Y si de veras sabes lo que te conviene, lo que tienes que hacer esos días es acurrucarte en un rincón seguro y observar. Quizá pensar un poco. Recostarte en una silla de madera barata, aislada del tráfico, y arrancar hábilmente las tapas de cinco o seis Budweisers… fumarte un paquete de Marlboro, tomar un bocadillo de manteca de cacahuetes y, por último, hacia el atardecer, tomar una pastilla de buena mescalina… luego salir en el coche hasta la playa. Llegar hasta las olas, en la niebla, y chapotear por allí con los pies helados a unos diez metros de las olas… cruzándose con pequeñas aves estúpidas y cangrejos, y de vez en cuando un gran pervertido o un desecho lanudo que se aleja cojeando y que vagan solos detrás de las dunas y de la basura que deja el mar…

Estas serán las gentes a las que no se te presentan como es debido… al menos si tu suerte aguanta. Pero la playa es menos complicada que una hirviente mañana de ayuno en el aeropuerto de Las Vegas.

Yo me sentía muy lúcido. ¿Psicosis anfetamínica? ¿Demencia paranoide?… ¿Qué es? ¿Mi equipaje argentino? ¿Esta cojera que hizo que me rechazaran en tiempos en el Centro de Instrucción de Oficiales de la Reserva de la Marina?

Si, realmente. ¡Este hombre nunca podrá caminar como es debido, Capitán! Tiene una pierna más larga que otra… No mucho. Tres octavos de pulgada o así, lo que significa aproximadamente dos octavos de pulgada más de lo que podía tolerar el capitán.

Así que nos separamos. Él aceptó un destino en el Mar de China y yo me convertí en doctor de periodismo Gonzo… y varios años después, cuando mataba el tiempo en el aeropuerto de Las Vegas aquella horrible mañana, cogí un periódico y vi cuál había sido el triste destino de aquel capitán:

CAPITÁN ASESINADO POR NATIVOS DESPUÉS DE UN ASALTO «ACCIDENTAL» EN GUAM

(AOP) — A bordo del portaviones de la Marina Norteamericana Caballo Loco: En algún lugar del Pacifico (25 de septiembre) — Toda la tripulación de tres mil cuatrocientos sesenta y cinco hombres de este novísimo portaviones norteamericano se hallan hoy de luto, después de que cinco tripulantes, incluido el capitán, fuesen troceados como carne de piña en una bronca con la policía antiheroína del puerto neutral de Hong See. El doctor Bloor, capellán del buque, presidió unos tensos servicios fúnebres al amanecer, en la cubierta del barco. El coro de la Cuarta Flota cantó «Tom Thumb’s Blues»… y luego, las campanas del barco doblaron frenéticamente y los restos de los cinco hombres fueron quemados en una calabaza y arrojados al Pacífico por un oficial encapuchado conocido sólo como «El Comandante».

Poco después de terminados los servicios, los tripulantes empezaron a pelear entre sí y quedaron cortados por un período indefinido todas las comunicaciones de la embarcación. Portavoces oficiales del cuartel general de la Cuarta Flota de Guam declararon que la Marina no quería hacer «ningún comentario» sobre la situación, pues estaban pendientes de los resultados de la investigación a alto nivel realizada por un equipo de especialistas civiles dirigidos por el antiguo fiscal de distrito de Nueva Orleans, James Garrison.

… ¿Por qué molestarse en leer los periódicos si lo que ofrecen es esto? Tenía razón Agnew. Los de prensa son una pandilla de maricas crueles. El periodismo no es ni una profesión ni un oficio. Es un cajón de sastre para meticones e inadaptados… acceso falso al lado posterior de la vida, un agujero sucio y meado desechado por el supervisor del editorial, pero justo lo bastante profundo para que un borracho se acurruque allí desde la acera, y se masturbe como un chimpancé en la jaula de un zoo.