A unos treinta y cinco kilómetros al este de Baker, paré a echar un vistazo a la bolsa de las drogas. El sol quemaba y me entraron ganas de matar algo. Cualquier cosa. Un lagarto grande incluso. Acribillarle. Agarré la Magnum 357 de mi abogado que estaba en el maletero e hice girar el tambor. Estaba lleno: largos y malvados proyectiles: 158 gramos con una linda trayectoria lisa, la punta color oro azteca. Toqué la bocina unas cuantas veces, para que apareciera una iguana. Para poner en movimiento a aquellas cabronas. Estaban allí, lo sabía, en aquel maldito mar de cactos… agazapadas, sin respirar apenas, y cada una de aquellas apestosas cabronas cargada de mortífero veneno.
Tres rápidas explosiones me hicieron perder el equilibrio. Tres cañonazos ensordecedores de la 357 que tenía en la mano derecha. ¡Dios mío! Disparando al aire, sin ningún motivo. Una locura. Tiré el arma en el asiento delantero del Tiburón y miré nervioso la autopista. No venían coches en ninguna dirección; la carretera estaba vacía en cuatro o cinco kilómetros a la redonda.
Menos mal. Suerte. La habría cagado si me enganchan en el desierto en aquellas circunstancias: disparando como un loco contra los cactos desde un coche lleno de drogas. Y sobre todo después del incidente con el patrullero de la autopista.
Se plantearían embarazosos interrogantes:
—En fin. Señor… ¿cómo? Duke, Señor Duke. Sabrá usted, supongo, que es ilegal disparar un arma de fuego de cualquier tipo en medio de una autopista federal…
—¿Cómo? ¿Incluso en defensa propia? Oficial, este maldito trasto tiene un gatillo muy sensible. La verdad es que yo sólo quería disparar una vez… sólo quería asustar a esas cabronas.
Una mirada dura, y luego, muy lentamente:
—¿Quiere decir usted, señor Duke… que le atacaron?
—Bueno… no… no es exactamente que me atacaran, oficial, pero me amenazaron gravemente. Paré a mear, y en cuanto salí del coche me rodearon esos sucios saquitos de veneno. ¡Se movían como relámpagos engrasados!
¿Serviría esta historia?
No, me detendrían. Luego, por pura rutina, registrarían el coche… y cuando lo hiciesen, se desatarían toda clase de salvajes infiernos. Jamás creerían que necesitaba aquellas drogas para mi trabajo, que era en realidad un periodista profesional que iba camino de Las Vegas a cubrir la Conferencia Nacional de Fiscales de Distrito sobre Narcóticos y Drogas Peligrosas.
—Son sólo muestras, oficial. Todo ese material se lo cogí a un viajero de la Iglesia Neoamericana en Barstow. Empezó a comportarse de un modo raro, así que le aticé.
¿Serviría esto?
No. Me encerrarían en una pocilga de cárcel y me pegarían en los riñones con grandes palos… y mearía sangre luego en los años futuros.
Nadie me molestó, por suerte, mientras hacía un rápido inventario de la bolsa. Aquello era un revoltijo inservible, todo mezclado y medio deshecho. Algunas pastillas de mescalina se habían desintegrado en un polvo de un marrón rojizo, pero conté unas treinta y cinco o cuarenta aún intactas. Mi abogado se había comido todas las rojas, pero quedaba aún un poco de «velocidad»[9] Ya no quedaba yerba, el frasco de coca estaba vacío, había un secante de ácido, un taco marrón bastante aceptable de hash de opio y seis amyls sueltas… Aunque no era suficiente para nada serio, si racionábamos con cuidado la mescalina, podría darnos para los cuatro días de la conferencia sobre la droga.
Paré en los arrabales de Las Vegas, en una farmacia de barrio, y compre dos cuartos de Tequila Gold, dos quintos de Chivas Regal y una pinta de éter. Estuve a punto de pedir amyls. Empezaba a molestarme la angina de pecho. Pero el farmacéutico tenía ojos de malvado anabaptista histérico. Le expliqué que necesitaba el éter para quitarme un esparadrapo de las piernas, pero cuando se lo dije ya me lo había empaquetado. Le importaba un huevo lo del éter.
Me pregunté qué diría si le pedía veintidós dólares de Romilar y una lata de óxido nítrico. Probablemente me lo hubiese vendido, ¿por qué no? Libre empresa… Dale al público lo que necesite… sobre todo a este tipo que suda a mares y está tan nervioso y tiene todas las piernas llenas de esparadrapo y ese catarro horrible, además de la angina de pecho y esos espantosos fogonazos aneurísticos cada vez que sale el sol. De veras, oficial, el tipo estaba muy mal. ¿Cómo demonios iba a saber yo que se metería en su coche y empezaría a abusar de esas drogas?
Claro, claro, cómo iba a saberlo. Paré un momento en el quiosco de revistas. Luego conseguí controlarme y enfilé corriendo hacia el coche. La idea de volverme completamente loco con gas hilarante en mitad de la conferencia de fiscales de distrito sobre la droga me atraía de un modo claramente tortuoso. Pero no el primer día, claro, pensé. Eso más tarde. No tiene sentido que te detengan antes de que empiece la conferencia.
Robé un Review-Journal de una estantería en el aparcamiento, pero lo tiré en cuanto leí una noticia de la primera página:
DIAGNOSTICO INCIERTO DEL JOVEN QUE SE ARRANCÓ LOS OJOS
BALTIMORE (UPI) — Los médicos declararon el viernes que no estaban seguros de si la operación quirúrgica lograría devolver la vista a un joven que se sacó los ojos bajo los efectos de una sobredosis de droga en una celda de la cárcel.
Charles Innes, Jr., de veinticinco años, fue operado a última hora del jueves en el Hospital General de Maryland, pero los médicos dijeron que tendrían que pasar semanas para conocer el resultado.
La declaración facilitada por el hospital indicaba que Innes «no percibía la luz por ningún ojo antes de la intervención y existen muy pocas posibilidades de que recupere la visión».
Innes, hijo de un destacado republicano de Massachusetts fue hallado en una celda de la cárcel el jueves por un carcelero que dijo que el preso se había sacado los ojos.
Innes fue detenido el miércoles por la noche cuando paseaba desnudo por un barrio próximo al suyo. Le examinaron en el hospital Mercy y luego ingresó en prisión. La policía y uno de los amigos de Innes declararon que había ingerido una sobredosis de tranquilizantes para animales. La policía informó que la droga era PCP, un producto de la empresa Parke-Davis que no se vende para uso humano desde 1963. Sin embargo, un portavoz de Parke-Davis dijo que creía que la droga podía adquirirse en el mercado negro.
El portavoz dijo oficialmente que los efectos del PCP no duran más de doce o catorce horas. Sin embargo, no se sabe cuáles pueden ser los efectos del PCP combinado con un alucinógeno como el LSD.
Innes le dijo a un vecino el sábado pasado, un día antes de que tomara la droga por primera vez, que los ojos estaban fastidiándole y que no podía leer.
La policía dijo el miércoles por la noche que Innes parecía hallarse en un estado de depresión profunda y tan insensible al dolor que ni siquiera gritó al sacarse los ojos.