Asakawa y Ryuji se separaron en la estación de Atami. Asakawa tenía intención de devolver los restos de Sadako a sus parientes en Sashikiji y convencer a estos de que le hicieran un funeral. Probablemente no sabrían siquiera qué hacer con ella, una pariente lejana de la que no habían sabido nada en treinta años. Pero tal como estaban las cosas, no podía abandonarla sin más. Si no hubiera sabido quién era, podría haberla enterrado como a un cadáver no identificado. Pero lo sabía, de modo que lo único que podía hacer era entregársela a la gente de Sashikiji. Hacía tiempo que el caso había prescrito, y sacar a colación un asesinato ahora no traería más que problemas, así que decidió contar que había sido probablemente un suicidio. Quería entregarla y regresar inmediatamente a Tokio, pero no había barcos tan a menudo. Si partía ahora tendría que pasar la noche en Oshima. Como tenía que dejar el coche en Atami, volar de vuelta a Tokio solamente complicaría las cosas.
—Puedes llevar los huesos tú solo. Para eso no me necesitas.
Mientras decía aquello, al salir del coche delante de la estación de Arami, Ryuji parecía estar riéndose de Asakawa. Los huesos de Sadako ya no estaban en la bolsa de plástico. Estaban envueltos cuidadosamente en un paño negro en el asiento trasero del coche. Ciertamente era un paquete tan pequeño que hasta un niño lo podría haber entregado en la casa de los Yamamura en Sashikiji. Lo importante era conseguir que los aceptaran. Si los rechazaban, Asakawa no tendría ningún sitio al que llevarla. Aquello sería un problema. Tenía la sensación de que el sortilegio solamente estaría ejecutado del todo cuando alguien cercano a Sadako le hiciera un funeral. Y con todo: ¿por qué tendrían que creerle si aparecía en su umbral con un saco de huesos y les decía que aquella era una pariente de quien no habían sabido nada en veinticinco años? ¿Qué pruebas tenía? Asakawa seguía un poco preocupado.
—Bueno, buen viaje. Te veo en Tokio —Ryuji se despidió con la mano y entró a la zona de pasajeros con billete—. Si no tuviera tanto trabajo, no me importaría acompañarte, pero ya sabes como son las cosas —Ryuji tenía una montaña de trabajo, artículos académicos y cosas por el estilo, que requería una atención inmediata.
—Déjame que te dé las gracias otra vez.
—Olvídalo. Yo también me lo he pasado bien.
Asakawa miró hasta que Ryuji desapareció en las sombras de las escaleras que llevaban al andén. Justo antes de desaparecer, Ryuji tropezó en las escaleras. Aunque recuperó enseguida el equilibrio, por un breve instante, mientras trastabillaba, a Asakawa le pareció ver doble la figura musculosa de Ryuji. Se dio cuenta de que estaba cansado y se frotó los ojos. Cuando se apartó las manos de la cara, Ryuji había desaparecido escaleras arriba. Notó una curiosa sensación punzante en el pecho y de alguna parte le vino un vago aroma cítrico…
Aquella tarde le entregó los restos de Sadako a Takashi Yamamura sin incidentes. Takashi acababa de regresar de una expedición pesquera y en cuanto vio el fardo pareció saber de qué se trataba. Asakawa lo sostuvo con ambas manos y dijo:
—Son los restos de Sadako.
Takashi miró el fardo un momento largo, luego frunció los ojos con expresión amable. Se acercó a Asakawa arrastrando los pies, hizo una profunda reverencia y aceptó los huesos, diciendo:
—Gracias por venir desde tan lejos.
Asakawa se quedó un poco desconcertado. No pensaba que el anciano los fuera a aceptar tan fácilmente. Takashi pareció leerle la mente y dijo en tono firme:
—Está claro que es Sadako.
Hasta los tres años y luego de los nueve a los dieciocho, Sadako había vivido allí, en la casa de los Yamamura. A juzgar por la expresión de Takashi cuando recibió los despojos, Asakawa se imaginó que debía de haberla querido mucho. Ni siquiera pidió pruebas de que se tratara de ella. Tal vez no le hacía falta. Tal vez sabía intuitivamente que era ella la que estaba dentro del paño negro. Lo atestiguaba la forma en que le habían brillado los ojos al ver por primera vez el fardo. Ahí también tenía que haber alguna fuerza en funcionamiento.
Después de completar su recado, Asakawa quería alejarse lo más posible de Sadako. Así que se retiró a toda prisa, alegando falsamente que «iba a perder su vuelo si no se marchaba enseguida». Si la familia cambiaba de opinión y decidía de pronto que no aceptaba sin pruebas que los despojos pertenecían a Sadako y si empezaban a pedirle detalles, no sabría qué decir. No iba a ser capaz de contarle la historia a nadie hasta pasado mucho tiempo. Y en especial no tenía ganas de contársela a sus parientes.
Asakawa pasó por la «oficina» de Hayatsu para darle las gracias por toda su ayuda el otro día, luego se dirigió al hotel Hot Springs de Oshima. Quería limpiarse de toda la fatiga con un baño caliente y luego escribir todo lo sucedido.