12

No podía dar una explicación lógica, pero a partir de su experiencia como lector de novelas y espectador de programas de televisión malos sentía que tenía una idea precisa de la clase de truco argumental que ahora tocaba, basándose en la forma en que se había ido desarrollando la historia. El desarrollo tenía un tempo determinado. No habían estado buscando el escondite de Sadako, pero en un abrir y cerrar de ojos se habían topado con la tragedia que cayó sobre ella y con el lugar donde fue enterrada. Así que cuando Ryuji le dijo que «parara delante de una ferretería grande», Asakawa se sintió aliviado: «Está pensando lo mismo que yo». Asakawa todavía no podía imaginar lo horrible que iba a ser aquella tarea. A menos que hubiera quedado completamente sepultado, no sería difícil encontrar el viejo pozo en las inmediaciones de la Ciudad de los Chalets. Y una vez lo encontraran, sería fácil sacar los restos de Sadako. Todo parecía muy sencillo, y él quería pensar que lo iba a ser. Era la una de la tarde. El sol de mediodía se reflejaba brillante en las calles empinadas de aquella población famosa por sus fuentes termales. La luminosidad y la atmósfera tranquila entre semana del vecindario le nublaban la imaginación. No se le ocurrió que aunque estuviera solamente a cuatro o cinco metros de profundidad, el fondo de un pozo sería un mundo completamente distinto de la superficie bien iluminada.

«Ferretería Nishizaki». Asakawa vio el letrero y frenó. Delante de la tienda había hileras de escaleras de mano y cortadoras de césped. En aquel lugar no deberían tener problema para encontrar todo lo que querían.

—Te dejo que hagas tú las compras —dijo Asakawa, corriendo hacia una cabina de teléfono cercana. Antes de entrar en ella se detuvo a sacarse una tarjeta telefónica de la cartera.

—Eh, no tenemos tiempo para desperdiciarlo en llamadas.

Pero Asakawa no estaba escuchando. Refunfuñando, Ryuji entró en la tienda y compró cuerda, un cubo, una pala, una polea y una linterna de gran potencia.

Asakawa estaba desesperado. Aquella podía ser su última posibilidad de oír sus voces. Sabía perfectamente que apenas tenía tiempo que perder. No tenía más que nueve horas hasta el vencimiento del plazo límite. Metió la tarjeta en el teléfono y marcó el número de la casa de sus suegros en Ashikaga. Contestó el padre de su mujer.

—Hola, soy Asakawa. ¿Podría ponerme con Shizu y con Yoko? —sabía que estaba siendo maleducado al saltarse el habitual intercambio de frases de cortesía. Pero no tenía tiempo para preocuparse por los sentimientos de su suegro. El hombre empezó a decir algo, pero luego pareció notar la urgencia de la situación y fue a buscar de inmediato a su hija y a su nieta. Asakawa se alegraba mucho de que no se hubiera puesto al teléfono su suegra. En ese caso, no habría tenido oportunidad de decir palabra.

—¿Hola?

—Shizu, ¿eres tú? —Nada más oír su voz, ya la echaba de menos.

—¿Dónde estás?

—En Atami. ¿Cómo va todo por ahí?

—Oh, más o menos igual. Yoko se lo está pasando muy bien con sus abuelos.

—¿Está ahí? —Podía oír la voz de su hija. Nada de palabras, solamente ruidos mientras la criatura pugnaba por subir al regazo de su madre para llegar a su padre.

—Yoko, soy papá.

Shizu acercó el auricular a la oreja de Yoko.

—Pa-pá, pa-pá.

Asakawa apenas podía oír las palabras, si es que eran palabras. Quedaban ahogadas por el ruido de la respiración de la criatura al teléfono, o por la fricción del auricular contra su mejilla. Pero aquellos ruidos solamente le hacían sentirse más cercano a ella. Le abrumaba el deseo de acabar con todo aquello y abrazarla.

—Yoko, espera allí, ¿vale? Papá vendrá pronto a buscarte con el brum-brum.

—¿De verdad? ¿Cuándo vienes? —Shizu había cogido el teléfono sin que él se diera cuenta.

—El domingo. Alquilaré un coche y subiré hasta ahí para que todos podamos hacer una excursión por las montañas, a Nikko o algún sitio así.

—¿De verdad? Yoko, ¿has visto qué bien? ¡Papá viene a llevarnos de excursión el domingo!

Sintió que le ardían las orejas. ¿Estaba realmente en situación de hacer aquella clase de promesas? Se supone que un médico nunca tiene que decirle nada a su paciente que le dé falsas esperanzas. Se supone que debe hacer cosas que reduzcan el shock eventual en la medida de lo posible.

—Parece que ya has resuelto aquel asunto en el que estabas trabajando.

—Bueno, ya casi está.

—Me prometiste que cuando todo terminara me lo contarías desde el principio.

Le había prometido aquello. A cambio de que ella no hiciera ninguna pregunta todavía le había dicho que se lo contaría en cuanto estuviera arreglado. Su mujer había cumplido su parte del trato.

—Eh, ¿cuánto tiempo vas a seguir hablando? —dijo Ryuji desde detrás de su espalda.

Asakawa se dio media vuelta. Ryuji tenía el maletero abierto y estaba cargando sus compras en el coche.

—Ya volveré a llamar. Aunque esta noche no creo que pueda.

Asakawa apoyó la mano en la tecla de colgar. Si lo pulsaba, la conexión se interrumpiría. Ni siquiera sabía por qué había llamado. ¿Había sido solamente para oír sus voces o acaso tenía algo más importante que decirles? Pero sabía que aunque tuviera una hora para hablar con su mujer, cuando llegara el momento de colgar seguiría teniendo la sensación de que solamente había dicho la mitad de lo que quería decirle. Sería exactamente lo mismo. Pulsó el botón de colgar y lo soltó. En cualquier caso, todo se aclararía a las diez de esa misma noche.

Vista de día y desde el coche, la Tierra Pacífica de Hakone Sur parecía un típico centro turístico de montaña. La luz del sol disipaba la atmósfera tétrica que había sentido la última vez que estuvo allí. Incluso el ruido de las pelotas de tenis parecía normal, no aletargado y resonante como la otra vez, sino ligero y ágil. Veían el monte Fuji, neblinoso y blanco, y debajo de ellos, a lo lejos, destellos dispersos de luz del sol reflejada en los tejados de los invernaderos.

Era un día entre semana por la tarde y la Ciudad de los Chalets parecía desierta. Parecía que los bungalows de alquiler solamente estaban ocupados los fines de semana y en las vacaciones de verano. El B-4 también estaba vacío. Asakawa dejó que Ryuji se registrara, descargó las cosas del coche y se puso ropa más ligera.

Examinó el bungalow con atención. Hacía exactamente una semana que había huido despavorido de aquella casa encantada. Recordaba haber ido corriendo al baño a vomitar y haber sentido que estaba a punto de mearse encima. Incluso recordaba con nitidez la pintada que había visto en la pared del baño cuando se había arrodillado delante del retrato. Ahora abrió la puerta del baño. La misma pintada en el mismo lugar.

Eran las dos y pico. Salieron al balcón y se comieron la comida preparada que habían comprado por el camino mientras contemplaban el prado cubierto de hierba que rodeaba los bungalows. La inquietud que se había adueñado de ellos en el trayecto desde la clínica Nagao se disipó un poco. Incluso en medio del peor pánico, seguía habiendo momentos dispersos como aquel, en que el tiempo fluía ociosamente. Incluso cuando intentaba terminar un artículo con el plazo de entrega encima, a veces Asakawa se sorprendía observando absurdamente cómo caía una gota de café del pitorro de la cafetera y luego reflexionaba sobre la elegancia con que había estado perdiendo el tiempo.

—Come. Necesitamos energías —dijo Ryuji.

Se había comprado dos almuerzos para él solo. Por su parte, Asakawa no parecía tener mucho apetito. De vez en cuando dejaba los palillos y volvía a mirar el interior del bungalow.

De pronto habló como si acabara de tener una idea.

—Tal vez debamos aclarar esto. ¿Qué estamos haciendo aquí exactamente?

—Vamos a buscar a Sadako, claro.

—¿Y qué hacemos cuando la encontremos?

—La devolvemos a Sashikiji y la enterramos.

—Así que ese es el sortilegio. Estás diciendo que eso es lo que ella quiere.

Ryuji se dedicó a masticar ruidosamente un bocado enorme de arroz, mirando hacia delante a nada en particular. Asakawa pudo ver en la expresión de su cara que Ryuji tampoco estaba del todo convencido. Asakawa tenía miedo. Era su última oportunidad y quería alguna garantía de que estaban haciendo lo correcto. No habría posibilidad de repetición.

—Ahora mismo no podemos hacer nada más —dijo Ryuji, y tiró el envoltorio vacío de su comida.

—¿Qué te parece esta posibilidad? Tal vez ella quiera que aplaquemos su resentimiento hacia la persona que la mató.

—¿Te refieres a Jotaro Nagao? ¿Quieres decir que si lo denunciamos públicamente Sadako quedará en paz?

Asakawa miró fijamente a Ryuji a los ojos e intentó averiguar qué estaba pensando en realidad. Si desenterraban el cadáver y le daban su descanso y eso no salvaba la vida de Asakawa, tal vez Ryuji estaba planeando matar al doctor Nagao. Tal vez estaba usando a Asakawa como conejillo de indias para intentar salvar su pellejo…

—Vamos. No seas estúpido —dijo Ryuji con una risotada—. En primer lugar, si Nagao hubiera sido objeto realmente del resentimiento de Sadako, ya estaría muerto.

Cierto. Estaba claro que ella tenía aquella clase de poder.

—Entonces ¿por qué dejó que la matara?

—No lo sé. Pero mira, a su alrededor no paraba de morir gente cercana a ella. Lo único que conocía era la frustración. Incluso la forma en que desapareció de la compañía de teatro como lo hizo fue esencialmente una frustración de sus metas, ¿no? Luego visitó a su padre en el sanatorio y descubrió que se estaba muriendo.

—¿Quieres decir que una persona que ha renunciado al mundo no guarda resentimiento hacia la persona que la ha quitado del mundo?

—No exactamente. Más bien creo que es posible que la propia Sadako causara aquellos impulsos en el viejo Nagao. En otras palabras, tal vez se suicidó pero usó para ello las manos de Nagao. Su madre se había arrojado a un volcán, su padre se estaba muriendo de tuberculosis, sus sueños de convertirse en actriz habían quedado destruidos y además tenía su defecto congénito. No le faltaban razones para suicidarse. El informe de Yoshino mencionaba a Shigemori, el fundador de la compañía teatral Vuelo Libre. Se había emborrachado, había asaltado a Sadako y había muerto al día siguiente de parálisis cardíaca. Era casi seguro que Sadako lo había matado usando algún poder paranormal de los que tenía. Podía matar con facilidad a un hombre o dos sin dejar pruebas. ¿Por qué seguía vivo entonces Nagao? No tenía sentido, a menos que uno decidiera que ella había guiado su voluntad con el objeto de suicidarse.

—Bueno, vale, digamos que fue un suicidio. Pero ¿por qué tuvo que violarla antes de matarla? Y no me digas que era porque ella no quería morir virgen.

Asakawa había dado en el clavo, y como resultado Ryuji se quedó sin respuestas. Aquello era exactamente lo que iba a decir.

—¿Tan estúpido te parece?

—¿Eh?

—¿Tan estúpido te parece no querer morir virgen? —Ryuji insistió en aquella cuestión con solemnidad desesperada—. Si fuera yo… Si por casualidad yo estuviera en su lugar, me sentiría así. No querría morir virgen.

A Asakawa aquello le pareció poco propio de Ryuji. No lo podía explicar de forma lógica, pero ni las palabras ni la expresión facial eran propias de Ryuji.

—¿Hablas en serio? Los hombres y las mujeres son distintos. Sobre todo en el caso de Sadako Yamamura.

—Je, je. Era broma. Sadako no quería que la violaran. Claro que no. O sea, ¿quién querría que le pasara una cosa así? Además, mordió el hombro de Nagao hasta el hueso. Solamente se le ocurrió matarse después de que pasara aquello, y guio a Nagao en aquella dirección sin siquiera planteárselo. Creo que eso es lo más probable.

—Pero entonces, ¿no crees que ella seguiría estando resentida con Nagao? —Asakawa seguía sin verlo claro.

—Pero ¿no te acuerdas? Necesitamos imaginar que la punta de lanza de su odio no estaba dirigida a ningún individuo en concreto sino a la sociedad en general. En comparación, su odio a Nagao era tan insignificante como un pedo en un vendaval.

Su odio hacia la sociedad en general era lo que había plasmado en aquel vídeo, ¿cuál era entonces el sortilegio? ¿Cuál podía ser? A Asakawa se le pasó por la cabeza la expresión «ataque indiscriminado» antes de que la voz grave de Ryuji interrumpiera sus pensamientos.

—Ya basta. Si tenemos tiempo para pensar en estas chorradas, deberíamos pasarlo intentando encontrar a Sadako. Ella es quien resolverá todos los enigmas.

Ryuji apuró lo que le quedaba de su té oolong, se puso de pie y tiró la lata vacía a la hierba del valle.

Estaban sobre una suave colina que dominaba la hierba alta. Ryuji le dio una hoz a Asakawa y señaló con la barbilla la pendiente que había a la izquierda del bungalow B-4. Quería que cortara la maleza y examinara el perímetro de aquella zona. Asakawa se agachó, apoyó una rodilla en el suelo y se puso a mover la hoz trazando arcos paralelos al suelo. Empezó a caer la hierba.

Treinta años antes había habido allí una casa en ruinas con un pozo en el jardín. Asakawa volvió a incorporarse. Miró de nuevo a su alrededor, preguntándose dónde construiría una casa si viviera allí. Probablemente elegiría un emplazamiento con buenas vistas. No había otra razón para hacerse una casa allí. ¿Dónde había las mejores vistas? Con la vista clavada en los tejados de los invernaderos que brillaban más abajo, Asakawa caminó un poco, prestando atención a los cambios en la perspectiva. El paisaje no parecía cambiar mucho, no importaba adónde fuera. Pero le parecía que si se construyera una casa, sería más fácil construirla donde estaba el bungalow A-4 que donde estaba el B-4. Cuando se agachó y miró se dio cuenta de que era la única parcela de suelo que no estaba inclinada. Se metió en el espacio entre el A-4 y el B-4 y se puso a cortar la hierba y a palpar la tierra con las manos.

No recordaba haber sacado nunca agua de un pozo. Se dio cuenta de que nunca había visto un pozo de verdad. No tenía ni idea de qué aspecto tenía, sobre todo en una zona montañosa como aquella. ¿Realmente había agua subterránea allí? Pero luego, a unos centenares de metros al este en el suelo del valle había un trozo pantanoso rodeado de árboles altos. Asakawa no conseguía pensar con claridad. ¿En qué se suponía que debía concentrarse mientras llevaba a cabo una tarea como aquella? No tenía ni idea. Sintió que la sangre se le subía a la cabeza. Se miró el reloj. Eran casi las tres de la tarde. Le quedaban siete horas. ¿Acaso todo aquel esfuerzo les iba a servir para solucionar las cosas a tiempo? La idea lo dejó todavía más confuso. Tenía una imagen mental imprecisa del pozo. ¿Qué huellas quedarían donde había estado? ¿Un montón de piedras amontonadas en círculo? ¿Y si se habían desprendido y se habían caído dentro del pozo? De ninguna forma. En aquel caso nunca llegarían a tiempo. Volvió a mirarse el reloj. Eran las tres en punto. Se había bebido medio litro de té oolong en el balcón y volvía a tener la garganta seca. Le resonaban voces en la cabeza: «Busca bultos en el suelo, busca piedras». Clavó la pala en la tierra desnuda. El tiempo y la sangre le asaltaban la cabeza. Tenía los nervios de punta pero no estaba cansado. ¿Por qué pasaba ahora el tiempo de forma tan distinta a como había pasado en el balcón, mientras comían el almuerzo? ¿Por qué en cuanto se puso a trabajar le había entrado tanto pánico? ¿Era aquello lo que realmente debían hacer? ¿Acaso no deberían estar haciendo otras muchas cosas?

De niño una vez cavó una caverna. Debió de ser en cuarto o quinto curso. Se rio débilmente mientras recordaba el episodio.

—¿Qué demonios estás haciendo? —La voz de Ryuji le hizo levantar la cabeza de golpe—. ¿A qué te dedicas, gateando por ahí? Tenemos que investigar una zona más grande.

Asakawa se quedó mirando boquiabierto a Ryuji. Ryuji tenía el sol detrás de la espalda y la cara sumida en sombras. Desde la cara oscura le caían gotas de sudor al suelo junto a sus pies. ¿Qué estaba haciendo? En el suelo justo delante de él había un agujero de pequeño tamaño.

—¿Estás cavando una fosa o algo?

Ryuji suspiró. Asakawa frunció el ceño e hizo el gesto de mirarse el reloj.

—¡Y deja de mirarte el puto reloj! —Ryuji le apartó la mano de una palmada. Miró un momento a Asakawa y volvió a suspirar. Se agachó y susurró con tranquilidad—. Tal vez deberías hacer un descanso.

—No hay tiempo.

—Te lo digo, tienes que mantener la calma. El pánico no te va a llevar a ninguna parte.

Asakawa también estaba agachado, y Ryuji le dio un golpecito con el dedo en el pecho. Asakawa perdió el equilibro, se cayó de espaldas y se quedó así, con los pies en el aire.

—Así, quédate tumbado como estás, como un bebé.

Asakawa se retorció y trató de ponerse de pie.

—¡No te muevas! ¡Quédate tumbado! ¡No malgastes energías!

Ryuji le puso el pie sobre el pecho hasta que dejó de forcejear. Asakawa cerró los ojos y dejó de oponer resistencia. La presión del pie de Ryuji se fue alejando a lo lejos. Cuando volvió a abrir tranquilamente los ojos, Ryuji estaba moviendo sus piernas cortas y fuertes y dirigiéndose hacia la sombra del balcón del bungalow B-4. Su forma de hablar era elocuente. Acababa de tener una inspiración acerca de dónde podían encontrar el pozo y su sensación de desesperanza se había disipado.

Cuando Ryuji se marchó, Asakawa se quedó quieto un rato. Tumbado de espaldas, con los brazos extendidos, contempló el cielo. El sol era brillante. Qué débil era su espíritu comparado con el de Ryuji. Un asco. Reguló su respiración y trató de pensar con calma. No confiaba en poder mantener la compostura a medida que fueran pasando las siete horas siguientes. Se limitaría a cumplir todas las órdenes de Ryuji. Eso sería lo mejor. Desaparecer, colocarse bajo el influjo de alguien dotado de un espíritu inflexible. «¡Desaparece! Así podrás escapar del terror. Serás enterrado en la tierra. Serás uno con la naturaleza». Como si fuera la respuesta a su deseo, de pronto le invadió el sopor y empezó a perder la conciencia. En el mismo umbral del sueño, en medio de una ensoñación en la que levantaba a Yoko por encima de su cabeza, recordó una vez más el episodio de su escuela primaria.

En las afueras de la ciudad donde había crecido había un campo de deportes. Al borde del mismo había un precipicio, y al pie del precipicio un pantano lleno de cangrejos de río. Cuando iba a primaria, Asakawa iba allí a menudo con sus amigos a coger cangrejos. Aquel día en particular, la forma en que el sol brillaba sobre la tierra roja desnuda del precipicio parecía un desafío. De todas formas, ya estaba cansado de estar allí sentado aguantando la caña de pescar, así que fue al acantilado, donde brillaba el sol, y empezó a cavar un agujero en su parte abrupta. La tierra era arcilla blanda, y salió disparada a sus pies cuando clavó un pedazo viejo de madera que había encontrado. Sus amigos no tardaron mucho en unirse a él. Eran tres, si no recordaba mal, o tal vez cuatro. El número perfecto para cavar una cueva. Si hubieran sido más se habrían chocado entre ellos todo el tiempo y si hubieran sido menos habría sido demasiado trabajo para cada uno.

Después de una hora de cavar tuvieron un agujero lo bastante grande para que pudiera entrar uno de ellos. Continuaron. Originalmente habían estado de camino a casa desde la escuela, y pronto uno de sus amigos dijo que se tenía que ir a casa. Pero Asakawa, que era el que había tenido la idea, siguió trabajando en silencio. Y para cuando se puso el sol la cueva ya era lo bastante grande para que se metieran en ella todos los chicos que quedaban. Asakawa se abrazó las rodillas. Él y sus amigos intercambiaron risitas. Encogidos entre la arcilla roja, se sentían como la gente de Mikkabi en la Edad de Piedra, cuyos restos acababan de estudiar en la clase de ciencias sociales.

Sin embargo, al cabo de un rato la cara de una mujer apareció en la entrada de la cueva. El sol poniente quedaba a su espalda, así que su cara permanecía en la sombra y no pudieron distinguir su expresión, pero se dieron cuenta de que era un ama de casa cincuentona del vecindario.

—¿Qué hacéis cavando un agujero aquí, chicos? Sería un horror que os quedarais enterrados vivos ahí dentro —dijo la mujer, mirando el interior de la cueva.

Asakawa y los otros dos chicos se miraron. Por jóvenes que fueran, habían percibido algo extraño en su advertencia. No era «Dejadlo estar porque es peligroso», sino «Dejadlo estar porque si os quedáis enterrados vivos ahí va a ser horrible para la gente del vecindario como yo». Los estaba advirtiendo por el bien de ella. Asakawa y sus amigos se rieron de nuevo. La cara de la mujer se recortaba en la entrada de la cueva como una sombra chinesca.

La cara de Ryuji se superpuso gradualmente a la de la mujer.

—Ahora estás un poco demasiado relajado. Imagina que te duermes en un sitio así hasta la mañana. Eh, capullo, ¿de qué te ríes?

Ryuji lo despertó. El sol se acercaba al horizonte occidental y la oscuridad se acercaba deprisa. La cara y la figura de Ryuji recortándose sobre la luz cada vez más débil del sol eran más negras todavía que antes.

—Ven aquí un momento.

Ryuji tiró de Asakawa para ayudarlo a ponerse de pie y se metió a cuatro patas debajo del balcón del bungalow B-4. Asakawa lo siguió. Debajo del balcón, uno de los paneles que había entre los pilares del edificio se había despegado parcialmente. Ryuji metió la mano detrás del panel y tiró de él con toda su fuerza. El panel emitió un crujido estridente y se rompió diagonalmente por la mitad. La decoración del interior era moderna, pero aquellos paneles eran tan endebles que se podían romper con las manos. Los constructores habían escatimado considerablemente en las partes que no se veían. Ryuji metió la linterna en el interior y barrió con el haz de luz todo el espacio de debajo de la cabaña. Asintió como diciendo: «Ven a mirar esto». Asakawa fijó la mirada en el hueco de la pared y miró al interior. El haz de la linterna enfocó algo negro que sobresalía del suelo en la parte oeste. Mientras lo miraba se dio cuenta de que parecía tener una textura desigual, como si fuera un montón de piedras. La parte superior estaba cubierta por una tapa de cemento. De entre las piedras y por las grietas del cemento salían hojas de hierba. Asakawa se dio cuenta al instante de lo que estaba justo encima. La sala de estar del bungalow. Y directamente encima de la boca redonda del pozo estaban el televisor y el vídeo. Hacía una semana, mientras veía aquel vídeo, Sadako había estado así de cerca, escondida y mirando lo que pasaba encima de su cabeza.

Ryuji arrancó más paneles hasta que hubo una abertura lo bastante grande para que pasara un hombre. Los dos se metieron por el agujero de la pared y gatearon hasta el borde del puente. El bungalow estaba construido sobre una pendiente, y ellos habían entrado por el lado más bajo, así que cuanto más avanzaban más bajos se volvían los tablones del suelo, creando la sensación de que algo los presionaba desde arriba. Aunque en aquel espacio a oscuras tenía que haber aire de sobras, a Asakawa empezó a costarle respirar. La tierra era más húmeda allí que en el exterior. Asakawa sabía muy bien lo que tenían que hacer ahora. Lo sabía pero todavía no tenía miedo. El suelo del bungalow por encima de su cabeza le provocaba claustrofobia, pero tal vez también iba a tener que bajar al fondo del pozo, a un lugar donde reinaba una oscuridad todavía más profunda. Nada de tal vez… Para sacar a Sadako, era casi seguro que iban a tener que descender al pozo.

—Échame una mano con esto —dijo Ryuji.

Agarró un trozo de barra de acero que sobresalía de una grieta en la tapa de cemento e intentó tirar de la tapa para dejarla caer en el suelo en pendiente. Pero el techo era demasiado bajo y no le dejaba hacer mucha palanca. Incluso alguien como Ryuji que podía levantar ciento veinte kilos veía reducida su fuerza a la mitad si carecía de un buen punto de apoyo. Asakawa dio la vuelta al pozo hasta que estuvo en el lado en que el suelo era más alto y se tumbó de espaldas. Colocó ambas manos en uno de los pilares para darse impulso y luego empujó la tapa con los pies. El cemento produjo un ruido chirriante al arrastrarse sobre la piedra. Asakawa y Ryuji empezaron a canturrear para sincronizar sus esfuerzos. La tapa se movió. ¿Cuántos años llevaba la boca del pozo sin abrirse? ¿Habían tapado el pozo cuando se construyó la Ciudad de los Chalets, o tal vez cuando se fundó la Tierra Pacífica, o al cerrar el sanatorio? Solamente podían hacer conjeturas, basándose en la resistencia del sello que unía el cemento y la piedra y en el chirrido casi humano que producía la tapa al moverse. Probablemente más de seis meses o un año. Pero no más de veinticinco años. En todo caso, el pozo acababa de empezar a abrir la boca. Ryuji metió la hoja de la pala en el espacio que ya habían abierto y empujó.

—Muy bien, cuando te haga una señal quiero que te apoyes en el mango.

Asakawa se dio la vuelta.

—¿Listo? ¡Un, dos, tres… empuja!

Mientras Asakawa se apoyaba en la palanca improvisada, Ryuji empujaba el borde de la tapa con ambas manos. Con un chirrido agónico, la tapa cayó al suelo.

La tapa del pozo estaba bastante mojada. Asakawa y Ryuji recogieron sus linternas, colocaron sus otras manos en la tapa mojada y se incorporaron. Antes de enfocar con sus linternas el interior del pozo, colocaron las cabezas en el hueco de unos cincuenta centímetros que quedaba entre la parte superior del pozo y el suelo del bungalow. Una ráfaga fría trajo un olor pútrido. El espacio de dentro del pozo era tan denso que sentían que si se soltaban del borde, el pozo los absorbería. Estaba claro que ella estaba allí dentro. Aquella mujer con unos poderes sobrenaturales extraordinarios con síndrome de feminización testicular… «Mujer» ni siquiera era la palabra adecuada. La distinción biológica entre hombre y mujer dependía de la estructura de las gónadas. No importaba que el cuerpo fuera hermosamente femenino, si las gónadas tenían forma masculina se trataba de un hombre. Asakawa no sabía si tenía que considerar a Sadako Yamamura un hombre o una mujer. Como sus padres la habían llamado Sadako, parecía que tenían la intención de criarla como a una mujer. Aquella misma mañana, en el barco a Atami, Ryuji había dicho: «¿No te parece que una persona con genitales masculinos y femeninos es el símbolo supremo de poder y de belleza?». Ahora que pensaba en aquello, Asakawa había visto una vez en un libro de arte algo que le había hecho dudar de sus ojos. Una mujer madura desnuda y perfectamente formada estaba recostada sobre una losa con un espléndido ejemplo de genitales masculinos asomando entre los muslos…

—¿Ves algo? —preguntó Ryuji.

Los haces de sus linternas mostraban que había agua acumulada al fondo del pozo, a unos cuatro o cinco metros de profundidad. Pero no sabían qué profundidad tenía el agua.

—Hay agua allí abajo —Ryuji se movió a toda prisa y ató el cabo de la soga a un pote.

—Muy bien, enfoca hacia abajo con la linterna y aguántala por encima del borde. Sobre todo que no se te caiga.

«Está planeando bajar ahí». En cuanto se dio cuenta de aquello, a Asakawa le empezaron a temblar las piernas. «¿Y si tengo que bajar yo…?» Ahora, por fin, con el túnel vertical y estrecho mirándolo fijamente a la cara, a Asakawa le empezó a afectar la imaginación. «No puedo hacerlo. ¿Meterme en esa agua negra y luego qué? Pescar huesos, eso es lo que hay que hacer. No puedo hacerlo ni en broma, me volvería loco». Mientras observaba agradecido cómo Ryuji se metía bajo tierra, rezó a Dios para que no le llegara nunca su turno.

Se le fue acostumbrando la vista a la oscuridad y vio que la superficie interior del pozo estaba cubierta de musgo. Las piedras de la pared, bajo el haz anaranjado de su linterna, parecieron convertirse en ojos, narices y bocas, y cuando descubrió que no podía apartar la vista, los grupos de piedras se transformaron en caras muertas, distorsionadas en plenos gritos demoníacos en el momento de morir. Incontables espíritus malignos ondulaban como algas, con las manos extendidas hacia la salida. Asakawa no podía dejar de ver aquella imagen. Cayó un guijarro en aquel hueco fantasmal, apenas a un metro de donde él estaba, arrancó ecos de las paredes y desapareció en las gargantas de los espíritus malignos.

Ryuji metió como pudo el cuerpo en el espacio que quedaba entre la boca del pozo y el suelo del bungalow, se lio la soga alrededor de las manos y empezó a bajar lentamente. Pronto estuvo de pie en el fondo. Con las piernas sumergidas hasta las rodillas. No era muy profundo.

—¡Eh, Asakawa! Ve a buscar el cubo. Y también la cuerda fina.

El cubo estaba donde lo habían dejado, en el balcón. Asakawa salió a rastras de debajo del bungalow. Fuera estaba oscuro. Pero no dejaba de haber mucha más luz que debajo del suelo. ¡Qué sensación de liberación! ¡Qué aire tan puro! Miró el resto de los bungalows: el único que tenía alguna luz encendida era el A-l, junto a la carretera. Se propuso no mirarse el reloj. Las voces cálidas y cordiales procedentes del A-l parecían constituir un mundo aparte que flotaba a lo lejos. Eran los ruidos de la hora de la cena. No le hacía falta mirar el reloj para saber qué hora debía de ser.

Regresó a la boca del pozo, donde ató el cubo y la pala al cabo de la soga y los bajó. Ryuji se dedicó a cavar con la pala en el fondo del pozo y meter la tierra en el cubo. De vez en cuando se ponía en cuclillas y peinaba el barro con los dedos en busca de algo, pero no encontraba nada.

—¡Sube el cubo! —gritó.

Con la barriga apoyada en el borde del pozo, Asakawa izó el cubo, luego vació el barro y las rocas en el suelo antes de bajar de nuevo el cubo vacío al fondo del pozo. Parecía que antes de que el pozo quedara sellado, había ido a parar al interior una buena cantidad de tierra y arena. Ryuji cavaba y cavaba, pero no conseguía encontrar los hermosos miembros de Sadako.

—Eh, Asakawa —Ryuji hizo una pausa y levantó la vista. Asakawa no contestó—. ¡Asakawa! ¿Algún problema por ahí arriba?

Asakawa quería decir: «Ningún problema. Estoy bien».

—Llevas todo este rato sin decir palabra. Por lo menos, ya sabes, podrías dar gritos de ánimo o algo. Me estoy poniendo un poco melancólico aquí abajo.

Asakawa no dijo nada.

—Bueno, pues, ¿por qué no una canción? Algo de Hibari Misora, quizá.

Asakawa siguió sin decir nada.

—¡Eh, Asakawa! ¿Sigues ahí? Yo sé que no te me has desmayado.

—Estoy… estoy bien —consiguió decir.

—Un coñazo es lo que eres.

Ryuji escupió las palabras y hundió la punta de la pala en el agua. ¿Cuántas veces lo había hecho ya? El nivel del agua iba bajado lentamente pero seguía sin haber huellas de lo que estaban buscando. Vio que el cubo subía cada vez más despacio. Por fin dejó de subir. A Asakawa se le escapó de las manos. Ryuji consiguió evitar que le diera de lleno, pero quedó salpicado de cabeza a pies de agua fangosa. Además de ponerse furioso se dio cuenta de que Asakawa estaba al límite de sus energías.

—¡Hijo de puta! ¿Estás intentando matarme? —Ryuji trepó por la cuerda—. Te toca a ti.

«¡A mí!» Horrorizado, Asakawa se incorporó y se golpeó la cabeza con los tablones del suelo.

—Espera, Ryuji, no pasa nada, estoy bien, todavía me quedan fuerzas —balbuceó Asakawa.

Ryuji asomó la cabeza fuera del pozo.

—No, no es verdad. No te queda ni pizca. Baja tú ahora.

—Espera, espera. Déjame que recupere el resuello.

—Nos pasaríamos aquí hasta el amanecer.

Ryuji enfocó la cara de Asakawa con la linterna. Tenía una expresión extraña en los ojos. El miedo a morir le había quitado la razón. Una mirada bastó a Ryuji para ver que Asakawa ya no disponía de raciocinio. Entre meter paladas de agua fangosa en un cubo e izar ese cubo a cuatro o cinco metros de altura, no había duda de cuál era el trabajo más duro.

—Abajo —Ryuji empujó a Asakawa hacia el pozo.

—No… espera… es que…

—¿Qué?

—Soy claustrofóbico.

—No me vengas con tonterías.

Asakawa continuó encogiéndose, inamovible. El agua del fondo del pozo tembló un poco.

—No puedo. No puedo bajar.

Ryuji agarró a Asakawa del cuello de la ropa y le dio dos bofetadas.

—¡Despierta! «¡No puedo bajar!» ¿Tienes la muerte pisándote los talones, tienes la oportunidad de eludirla y ahora dices que no puedes? No seas gallina. No solamente te estás jugando tu vida, ¿sabes? Acuérdate de tu llamada telefónica. ¿Estás dispuesto a llevarte a tu nenita contigo a la oscuridad?

Pensó en su esposa y su hija. No podía permitirse ser un cobarde. Tenía sus vidas en las manos. Pero no le obedecía el cuerpo.

—Pero ¿esto va a funcionar? —Su voz carecía de intencionalidad. Sabía que no tenía sentido hacer aquella pregunta en aquel momento. Ryuji le soltó el cuello de la ropa.

—¿Quieres que te cuente más de la teoría del profesor Miura? Hay tres condiciones que han de cumplirse para que una voluntad maligna se quede en el mundo después de morir. Un lugar cerrado, agua y una muerte lenta. Una, dos y tres. En otras palabras, si alguien muere lentamente, en un espacio cerrado y en presencia de agua, entonces el espíritu rabioso de esa persona encanta el lugar. Ahora mira este pozo. Es un espacio pequeño y cerrado. Hay agua. Y recuerda lo que dijo la anciana del vídeo.

«¿Cómo has estado de salud desde entonces? Si te pasas todo el tiempo jugando en el agua, te cogerán los monstruos».

Jugando en el agua. Eso era. Sadako estaba allí bajo aquella agua negra y fangosa jugando, incluso ahora. Un juego subterráneo acuático e interminable.

—Piensa que Sadako seguía viva cuando la tiraron a este pozo. Y mientras esperaba la muerte, cubrió todas las paredes con su odio. En su caso se daban las tres condiciones.

—¿Así pues…?

—Así pues, de acuerdo con el profesor Miura, es fácil exorcizar una maldición así. Solamente tenemos que liberarla. Sacamos sus huesos de este pozo pestilente, le hacemos un funeral como es debido y la enterramos en la tierra de su lugar natal. La sacamos al ancho mundo y a la luz del día.

Hacía un rato, cuando había salido de debajo del bungalow para recoger el cubo, Asakawa había notado una sensación indescriptible de liberación. ¿Se suponía que tenían que hacer lo mismo por Sadako? ¿Era eso lo que ella quería?

—¿Así que ese es el sortilegio?

—Tal vez sí y tal vez no.

—Eso es un poco incierto.

Ryuji volvió a agarrar a Asakawa del cuello de la ropa.

—¡Piensa! ¡En nuestro futuro no hay nada seguro! Solamente podemos confiar en un futuro incierto. Y a pesar de eso, seguimos viviendo. No se puede renunciar a la vida solamente porque sea incierta. Es una cuestión de posibilidades. El sortilegio… Puede haber otras muchas cosas que Sadako quiere. Pero hay una posibilidad grande de que al sacar sus restos de aquí rompa la maldición del vídeo.

Asakawa retorció la cara y gritó en silencio. «Lugar cerrado, agua y muerte lenta, dice. Esas tres condiciones permiten la supervivencia de un espíritu maligno, dice. ¿Qué pruebas tenemos de que aquel farsante de Miura dijera alguna verdad?»

—Si me entiendes, bajarás al pozo.

«Pero no lo entiendo. ¿Cómo voy a entender algo así?»

—No tienes tiempo para vacilar. Casi se te ha acabado el tiempo —la voz de Ryuji se fue volviendo amable—. No creas que puedes vencer a la muerte sin plantar batalla.

«¡Gilipollas! ¡No quiero oír tu filosofía vital!»

Pero al final empezó a subirse al borde del pozo.

—Así me gusta. ¿Crees que puedes hacerlo?

Asakawa se agarró a la soga y bajó por la pared interior del pozo. Tenía la cara de Ryuji delante.

—No te preocupes. Ahí abajo no hay nada. Tu peor enemigo es tu imaginación.

Cuando levantó la vista, el haz de la linterna le dio de lleno en la cara y lo cegó. Apoyó la espalda en la pared. Sus manos empezaron a soltarse de la cuerda. Los pies le resbalaron por la piedra y se descolgó un metro de golpe. Las manos le ardían por culpa de la fricción.

Estaba colgando justo encima de la superficie del agua pero no podía soltarse del todo. Extendió un pie y lo sumergió hasta el tobillo como si estuviera probando la temperatura del agua. El contacto frío le puso la piel de gallina, desde la punta del pie hasta la espalda, y le hizo retirar el pie de inmediato. Pero tenía los brazos demasiado cansados para seguir colgado de la cuerda. Su propio peso le hizo bajar lentamente y al final no pudo aguantar más y bajó los dos pies. La tierra blanda que había debajo del agua se los envolvió de inmediato y se los sumergió. Asakawa seguía colgando de la cuerda que tenía delante de los ojos. Le sobrevino el pánico. Sentía como si un bosque de manos se levantara de la tierra para hundirlo en el barro. Las paredes se cerraron a su alrededor por todos los lados y lo miraron con expresión socarrona: «No hay escapatoria».

«¡Ryuji!», intentó gritar, pero no le salió la voz. No podía respirar. Solamente le salió un ruido débil y seco de la garganta y miró hacia arriba como un niño que se estuviera ahogando. Notó que algo caliente lo goteaba por la parte interior de los muslos.

—¡Asakawa! ¡Respira!

Vencido por la presión, Asakawa se había olvidado de respirar.

—No pasa nada. Estoy aquí —le llegó el eco de la voz de Ryuji, y Asakawa consiguió aspirar una bocanada de aire.

No podía controlar los latidos de su corazón. No podía hacer lo que necesitaba hacer allí. Intentó pensar a la desesperada en otra cosa. En algo más agradable. Si aquel pozo estuviera fuera, bajo un cielo lleno de estrellas, no sería tan estrecho. Si era tan difícil de soportar era porque estaba tapado por el bungalow B-4. Aquello cortaba la ruta de escape. Incluso al quitarle la tapa de cemento, encima solamente había telarañas y los tablones del suelo. «Sadako Yamamura lleva veinticinco años viviendo aquí abajo. Es cierto, está aquí abajo. Debajo de mis pies. Esto es una tumba, sí, señor. Una tumba». No se le ocurría nada más. El mismo pensamiento le estaba vedado como medio de escape. Sadako había terminado sus días trágicamente allí abajo, y las escenas que le habían pasado por la cabeza en el momento de morir habían permanecido allí, todavía fuertes, mediante el poder de su psique. Y habían madurado allí, en aquel agujero diminuto, respirando como el flujo y el reflujo de la corriente, yendo y viniendo de acuerdo con algún ciclo que en algún punto había coincidido con el televisor colocado justo encima. Y luego habían hecho su aparición en el mundo. Sadako estaba respirando. El sonido de la respiración surgió de la nada y lo rodeó. «Sadako Yamamura, Sadako Yamamura». Las sílabas se repetían en su cerebro, y la cara terroríficamente hermosa que conocía por las fotos se le apareció, sacudiendo la cabeza con gesto coqueto. Sadako Yamamura estaba allí. Asakawa empezó a cavar compulsivamente en la tierra bajo sus pies, buscándola. Pensó en su cara bonita y en su cuerpo y trató de retener aquella imagen. «Los huesos de aquella chica preciosa cubiertos de mis orines». Asakawa removió el barro con la pala. El tiempo ya no importaba. Antes de bajar se había quitado el reloj. La fatiga extrema y el nerviosismo habían atenuado su irritación, y se olvidó del límite temporal bajo el que estaba trabajando. Era como estar borracho. Perdió la noción del tiempo. Solamente podía medirlo mediante el número de veces que el cubo bajó al pozo donde él estaba y por los latidos de su corazón. Al final, Asakawa agarró una piedra grande y redonda con las dos manos. Era lisa y agradable al tacto y tenía dos agujeros en la superficie. La sacó del agua. Le lavó la tierra de las cavidades. La cogió por lo que alguna vez debieron de ser los orificios auditivos y se sorprendió a sí mismo cara a cara con el cráneo. Su imaginación lo cubrió de carne. Unos ojos grandes y claros regresaron a las cuencas vacías y profundas, y alrededor de los dos orificios centrales creció la carne y formó una elegante nariz. Tenía el pelo largo mojado y le caía agua del cuello y de detrás de las orejas. Sadako Yamamura parpadeó dos o tres veces con sus ojos melancólicos para sacudirse el agua de las pestañas. Cogida entre las manos de Asakawa, su cara tenía un aspecto dolorosamente distorsionado. Con todo, su belleza seguía incólume. Sonrió a Asakawa y luego frunció los ojos como si estuviera enfocando.

«Tenía ganas de conocerte». Mientras pensaba aquello, Asakawa se desplomó allí mismo. Oyó la voz de Ryuji procedente de lo alto.

—¡Asakawa! ¿No se te acababa el tiempo a las diez y cuatro? ¡Alégrate! ¡Son las diez y diez!

—Asakawa, ¿me oyes? Sigues vivo, ¿verdad? La maldición se ha roto. Estamos salvados. ¡Eh, Asakawa! Si te mueres ahí abajo, acabarás igual que ella. Si te mueres, no me maldigas, ¿vale? ¡Eh, Asakawa! ¡Contéstame si estás vivo, maldita sea!

Asakawa oyó a Ryuji pero no se sintió salvado. Estaba encogido como en un sueño, como si estuviera en otro mundo, con el cráneo de Sadako Yamamura abrazado contra el pecho.