9

17 de octubre, miércoles.

De pie en el cruce de Omotesando y Aoyamadori, Yoshino volvió a sacar su cuaderno. «6-1 Minami Aoyama. Casa de inquilinos Sugiyama». Aquella había sido la dirección de Sadako hacía veinticinco años. La dirección lo tenía preocupado. Siguió la curva de Omotesando y, ciertamente, el 6-1 estaba allí, era el edificio situado justo delante del Museo Nezu, uno de los distritos más adinerados de la ciudad. Tal como se había temido, no había más que imponentes apartamentos de ladrillo rojo ahí donde tendría que estar la humilde casa de inquilinos Sugiyama.

«Oh, ¿a quién creías que engañabas? ¿Cómo ibas a seguir la pista de esa mujer veinticinco años más tarde?»

La única pista que le quedaba eran los otros chavales que se habían unido a la compañía teatral al mismo tiempo que Sadako. De los siete que habían ingresado aquel año, solamente había podido encontrar información relativa a cuatro. Si ninguno de ellos sabía nada del paradero de Sadako, entonces la pista habría muerto. Y a Yoshino le daba la impresión de que era eso lo que iba a pasar. Se miró el reloj: las once de la mañana. Irrumpió en una papelería cercana para enviar un fax a la oficina de Izu Oshima. También podía contarle a Asakawa todo lo que había descubierto hasta aquel momento.

En aquel preciso instante, Asakawa y Ryuji estaban en aquella «oficina», la casa de Hayatsu.

—¡Eh, tranquilízate, Asakawa! —le gritó Ryuji a Asakawa, que caminaba de arriba a abajo por la habitación dándole la espalda—. El pánico no te va a servir de nada, ¿sabes?

La radio no paraba de emitir alertas de tifón: velocidades del viento máximas, presión barométrica cercana al ojo del huracán, milibares, vientos del norte-nordeste, zonas de viento y lluvias violentas, marejadas fuertes… Todo le daba mala espina a Asakawa.

De momento, el tifón n.° 21 tenía su centro en un punto del mar situado aproximadamente a unos ciento cincuenta kilómetros al sur del cabo Omaezaki y avanzaba en dirección norte-nordeste a una velocidad de unos veinte kilómetros por hora, manteniendo velocidades de unos cuarenta metros por segundo. A ese paso, llegaría al sur del archipiélago de Oshima a media tarde. Probablemente el tráfico marítimo y aéreo no se reanudaría hasta el día siguiente: jueves. Por lo menos, esas eran las predicciones de Hayatsu.

—¡Hasta el jueves! —A Asakawa le hervía la sangre. «¡Mi fecha límite es mañana a las diez! Maldito tifón, date prisa y pasa ya, o conviértete en una depresión tropical o algo así»—. ¿Cuándo vamos a poder coger un barco o un avión para marcharnos de esta isla?

Asakawa quería ponerse furioso con alguien pero no sabía con quién. «No tendría que haber venido. Me arrepentiré siempre. Y eso no es todo. Ni siquiera sé dónde empezar a arrepentirme. Nunca tendría que haber visto el vídeo. Nunca tendría que haberme dejado llevar por la curiosidad por las muertes de Tomoko Oishi y Shuichi Iwata. Nunca debería haber cogido un taxi aquel día… Mierda».

—¿Es que eres incapaz de relajarte? Quejarte al señor Hayatsu no te va a llevar a ninguna parte —Ryuji cogió del brazo a Asakawa con suavidad inesperada—. Piensa en ello de esta manera. Tal vez el sortilegio es algo que solamente se puede llevar a cabo aquí en la isla. Por lo menos es una posibilidad. ¿Por qué no usaron el sortilegio aquellos críos? Tal vez no tenían dinero para venir a Oshima. Es plausible. Tal vez estas nubes de tormenta tengan su lado bueno. Por lo menos, tú intenta creerlo y tal vez seas capaz de tranquilizarte.

—¡Eso si podemos averiguar cuál es el sortilegio!

Asakawa apartó la mano de Ryuji. Asakawa vio que Hayatsu y su mujer se miraban, y le dio la impresión de que se estaban riendo. Dos hombres adultos hablando de sortilegios.

—¿De qué os reís? —Hizo el gesto de ir hacia ellos, pero Ryuji lo agarró del brazo, con más fuerza que antes, y lo detuvo.

—Déjalo. Estás desperdiciando tu energía.

Al ver la irritación de Asakawa, el amable Hayatsu había empezado a sentirse casi responsable de que el tifón hubiera interrumpido el transporte. O tal vez se solidarizaba con el sufrimiento que la tormenta causaba en la gente. Rezó por el éxito del proyecto de Asakawa. Tenía que llegar un fax de Tokio, pero esperar solamente pareció incrementar la irritación de Asakawa. Hayatsu intentó distender la situación.

—¿Cómo va su investigación? —preguntó Hayatsu en tono amable, intentando calmar a Asakawa.

—Bueno…

—Uno de los amigos de infancia de Shizuko Yamamura vive muy cerca. Si quieren, puedo llamarle y ustedes pueden escuchar lo que él tenga que decir. El viejo Gen no va a salir a pescar en un día como hoy. Estoy seguro de que se aburre y no le importaría en absoluto pasar por aquí.

Hayatsu se imaginaba que si le daba a Asakawa algo más que investigar, eso lo distraería.

—Tiene casi setenta años, así que no sé si va a poder responder muy bien las preguntas de ustedes, pero seguro que es mejor que esperar sin hacer nada.

—Muy bien…

Sin esperar siquiera una respuesta, Hayatsu se dio la vuelta y llamó a su mujer en la cocina.

—Eh, llama a casa de Gen y dile que venga ahora mismo.

Tal como había dicho Hayatsu, Genji estaba contento de hablar con ellos. Parecía que nada le gustaba más que hablar de Shizuko Yamamura. Tenía sesenta y ocho años, tres más de los que tendría hoy Shizuko. Ella había sido su compañera de juegos en la infancia y también su primer amor. Ya fuera porque sus recuerdos se iban volviendo nítidos a medida que hablaba de ellos o simplemente porque le estimulaba el hecho de tener público, los recuerdos manaron de él a raudales. Para Genji, hablar de Shizuko era hablar de su propia juventud.

Asakawa y Ryuji obtuvieron cierta información de su cháchara y ocasionalmente alguna historia lacrimógena sobre Shizuko. Pero eran conscientes de que solamente podían confiar hasta cierto punto en el viejo Gen. Los recuerdos siempre corrían el riesgo de embellecerse, y todo aquello había ocurrido hacía más de cuarenta años. Tal vez incluso la estuviera confundiendo con otra mujer. Bueno, tal vez no: el primer amor de un hombre era especial, no se solía confundir con otra persona.

Genji no era exactamente elocuente. Hablaba dando muchos rodeos, y Asakawa se cansó enseguida de escucharlo. Pero luego dijo algo que llamó poderosamente la atención de Asakawa y Ryuji.

—Creo que lo que hizo cambiar a Shizu fue aquella estatua de piedra del Asceta que sacamos del mar. Aquella noche había luna llena…

De acuerdo con el anciano, los misteriosos poderes de Shizuko estaban conectados de alguna forma al mar y a la luna llena. Y la noche que sucedió, Genji había estado a su lado en la barca, remando. Era una noche de 1946, a finales de verano. Shizuko tenía veintiún años, y Genji, veinticuatro.

Hacía calor para estar ya tan cerca el otoño, y ni siquiera el anochecer hizo que refrescara. Genji hablaba de aquellos acontecimientos de hacía cuarenta y cuatro años como si hubieran pasado la noche anterior.

Aquella noche sofocante Genji estaba en el porche de su casa, abanicándose ociosamente y mirando cómo el cielo nocturno se reflejaba tranquilamente en el mar iluminado por la luna. El silencio se rompió cuando Shizu apareció corriendo por la ladera que llevaba a su casa. Se detuvo junto a él, tirándole de la manga, y le chilló: «¡Gen, coge tu barca! Nos vamos a pescar». Él le preguntó por qué, pero lo único que le dijo ella fue: «Nunca vamos a tener otra noche de luna como esta». Genji se quedó sentado allí, como si estuviera aturdido, mirando a la chica más guapa de la isla. «¡Deja de mirarme con esa cara de tonto y date prisa!» Ella le tiró del cuello de la ropa hasta que se puso de pie. Genji estaba acostumbrado a que ella tirara de él y le diera órdenes, pero le preguntó de todos modos: «¿Qué demonios vamos a ir a pescar?». Ella miró el océano y contestó sucintamente: «La estatua del Asceta».

—¿Del Asceta?

Con las cejas enarcadas y un componente de pesar en el tono de su voz, Shizuko le explicó que, aquel mismo día, las tropas de ocupación habían tirado al mar la estatua de piedra del Asceta.

En la mitad de la costa oriental de la isla había una playa que se llamaba la playa del Asceta, con una pequeña cueva que se llamaba la gruta del Asceta. La gruta contenía una estatua de piedra de Enno Ozunu, el famoso asceta budista, que había sido desterrado a la isla en el año 699. Ozunu nació dotado de una gran sabiduría, y los largos años de disciplina le habían permitido dominar las artes ocultas y místicas. Se decía que podía convocar dioses y demonios a voluntad. Pero el poder de Ozunu para predecir el futuro le granjeó poderosos enemigos en el mundo de los libros y las armas. Así que lo juzgaron, lo consideraron un criminal y una amenaza para la sociedad y lo desterraron a Izu Oshima. De aquello hacía casi mil trescientos años. Ozunu se afincó en una pequeña cueva en la playa y se dedicó a disciplinas todavía más extenuantes. También enseñó a pescar y cultivar la tierra a la gente de la isla y su virtud le valió el respeto de todos. Por fin lo perdonaron y le permitieron regresar a Honshu, donde fundó la orden monástica de Shugendo. Se creía que había pasado tres años en la isla, pero abundaban las historias de aquel período, incluyendo la leyenda de que una vez se había calzado unos zuecos de hierro, y había volado hasta el monte Fuji. Los isleños seguían teniéndole gran cariño a Enno Ozunu, y la gruta del Asceta se consideraba el lugar más sagrado de la isla. Cada 15 de junio se celebraba un festival que se conocía como el Festival del Asceta.

Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, como parte de su política hacia el shintoismo y el budismo, las fuerzas de ocupación habían sacado la estatua de Enno Ozunu de la cueva que le hacía las veces de capilla y la habían tirado al mar. Por supuesto, Shizuko, que tenía mucha fe en Ozunu, había estado mirando. Se había escondido a la sombra de las rocas en el cabo del Morro de Gusano y observó atentamente cómo arrojaban la estatua desde la patrullera americana. Memorizó el lugar exacto.

Genji no se lo podía creer cuando oyó que iban a pescar la estatua del Asceta. Era un buen pescador y tenía brazos fuertes, pero nunca había intentado coger una estatua de piedra. Sin embargo, no podía rechazar los deseos de Shizuko, dado lo que sentía por ella. Así que zarpó con su bote en plena noche, con la idea de que aquella era su oportunidad para ponerla en deuda con él. Y la verdad sea dicha, hacerse a la mar bajo una luna tan hermosa como aquella, los dos solos, prometía ser algo maravilloso.

Habían encendido fogatas en la playa del Asceta y en el Morro del Gusano como puntos de referencia, y ahora avanzaron mar adentro. Los dos conocían bien aquella parte del océano: la disposición del fondo marino, la profundidad y los bancos de peces que nadaban allí. Pero ahora era de noche, y por mucho que brillara la luna, no iluminaba nada por debajo de la superficie. Genji no sabía cómo Shizuko pretendía encontrar la estatua. Se lo preguntó mientras remaba pero ella no contestó. Se limitó a comprobar nuevamente su posición guiándose por las fogatas de la playa. Uno se podía hacer una idea bastante aproximada de dónde estaban mirando por encima de las olas a las fogatas y calculando la distancia entre ambas. Después de remar varios centenares de metros, Shizuko gritó:

—¡Para aquí!

Fue a la popa de la barca, se inclinó para acercarse a la superficie del agua y contempló las aguas oscuras.

—Mira a otro lado —le ordenó a Genji.

Genji adivinó lo que Shizuko estaba a punto de hacer y el corazón le dio un vuelco. Shizuko se irguió y se quitó el quimono estampado con manchas en forma de salpicaduras. Con la imaginación excitada por el sonido de la tela frotando la piel de ella, a Genji le costaba respirar. Oyó tras su espalda cómo Shizuko se tiraba al mar. Cuando la espuma le salpicó los hombros, se dio media vuelta y miró. Shizuko estaba en el agua, con el pelo largo y negro atado con un trozo de tela y el extremo de una soga fina agarrado con los dientes. Sacó la mitad superior del cuerpo fuera del agua, respiró hondo un par de veces y se sumergió hacia el fondo del mar.

¿Cuantas veces asomó su cabeza a la superficie para coger aire? La última vez ya no tenía la soga en la boca.

—La he atado al Asceta. Tira de la cuerda y sácalo —dijo con voz temblorosa.

Genji se colocó en la proa de la barca y tiró de la soga. En un abrir y cerrar de ojos Shizuko subió a bordo, se enfundó en su quimono y se colocó al lado de Genji a tiempo de ayudarlo a subir la estatua. La colocaron en el centro de la barca y regresaron a la costa. Ninguno de los dos dijo una palabra en el trayecto de vuelta. Había algo en la atmósfera que acallaba cualquier pregunta. A Gen le parecía un misterio que ella hubiera podido localizar la estatua en el fondo del mar en plena oscuridad. Tardó tres días en atreverse a preguntarle por aquello. Ella le dijo que los ojos del asceta la habían llamado desde el fondo marino. Los ojos verdes de la estatua, señora de dioses y demonios, habían brillado en el fondo del mar a oscuras… Eso es lo que le dijo Shizuko.

Después de aquello, Shizuko empezó a encontrarse mal. Hasta entonces nunca le había dolido la cabeza, pero ahora experimentaba a menudo dolores abrasadores en la cabeza, acompañados de visiones de cosas que antes jamás le habían pasado por la imaginación. Y resultó que aquellas que vislumbraba pronto se manifestaban en la realidad. Genji la había interrogado en profundidad. Parecía que aquellas escenas del futuro se le introducían en la mente y que siempre iban acompañadas del mismo olor cítrico. La hermana mayor de Genji se había casado y se había mudado a Osawara, en Honshu. Cuando murió, la escena de su muerte ya se le había presentado a Shizuko. Pero no parecía que pudiera predecir realmente de forma consciente cosas que iban a pasar en el futuro. Simplemente aquellas escenas se le pasaban por la cabeza, sin previo aviso, y sin tener ni idea de por qué estaba presenciando aquellas escenas en concreto. Así que Shizuko nunca dejaba que la gente le pidiera que les predijera el futuro.

Al año siguiente se fue a Tokio, pese a los esfuerzos de Genji por detenerla. Conoció a Heihachiro Ikuma y concibió a su hija. Luego, a finales de año, regresó a su pueblo natal y dio a luz a una niña. Sadako.

No sabían cuándo iba a terminar la historia de Genji. Diez años más tarde Shizuko se tiró al monte Mihara y a juzgar por cómo relató Genji el episodio, parecía que había decidido culpar de ello al amante de Shizu, Ikuma. Tal vez fuera una idea natural, ya que había sido el rival amoroso de Genji, pero su resentimiento obvio hacía que su narración resultara difícil de creer. La única información que habían obtenido de él era el conocimiento de que la madre de Sadako había sido capaz de predecir el futuro, y la posibilidad de que aquel poder le hubiera sido conferido por una estatua de piedra de Enno Ozunu.

Justo entonces la máquina de fax empezó a zumbar. Estaba imprimiendo una ampliación de la fotografía de la cara de Sadako Yamamura que Yoshino había conseguido en la compañía teatral Vuelo Libre.

Asakawa se sintió extrañamente conmovido. Aquella era la primera vez que veía el aspecto de aquella mujer. Aunque de forma muy fugaz, había compartido las sensaciones de aquella mujer, había visto el mundo desde su perspectiva. Era como vislumbrar por primera vez la cara de una amante bajo la tenue luz matinal y ver por fin qué aspecto tenía, después de una noche de miembros entrelazados y orgasmos compartidos en la oscuridad.

Era extraña, pero no le parecía repulsiva. Lo cual era natural. Aunque la foto que llegó por fax tenía los contornos un poco borrosos, seguía transmitiendo el atractivo de los rasgos hermosos y regulares de Sadako.

—Es guapa, ¿no? —dijo Ryuji.

De pronto, Asakawa recordó a Mai Takano. Si se las comparaba puramente según su aspecto, Sadako era mucho más guapa que Mai. Sin embargo, el aroma de mujer era mucho más poderoso en Mai. ¿Y qué decir de aquella cualidad «inquietante» que se suponía que caracterizaba a Sadako? No era visible en la fotografía. Sadako tenía poderes que no tenía la gente corriente. Debían de haber influido a la gente que la rodeaba.

La segunda página del fax resumía la información sobre Shizuko Yamamura. Continuaba justo donde acababa de terminarse la historia de Genji.

En 1947, después de dejar su pueblo natal de Sashikiji para ir a la capital, Shizuko se desmayó de repente por culpa de los dolores de cabeza y la llevaron a un hospital. A través de uno de los médicos conoció a Heihachiro Ikuma, profesor ayudante del departamento de psiquiatría de la Universidad de Taido. Ikuma estaba intentando encontrar una explicación científica del hipnotismo y los fenómenos asociados al mismo, y se interesó mucho por Shizuko cuando descubrió que tenía unos poderes espectaculares de clarividencia. El descubrimiento fue tan grande que cambió la dirección de sus investigaciones. Así fue como Ikuma se sumergió en el estudio de los poderes paranormales, con Shizuko como objeto de su investigación. Pero los dos no tardaron en ir más allá de una simple relación entre investigador y caso de estudio. A pesar de que él tenía familia, Ikuma empezó a tener sentimientos románticos hacia Shizuko. A finales de año, ella estaba embarazada de él, y para escapar de los ojos del mundo regresó a casa, donde tuvo a Sadako. Shizuko regresó inmediatamente a Tokio, dejando a Sadako en Sashikiji, pero tres años después regresó para reclamar a su hija. Desde entonces hasta el momento de su suicidio, evidentemente, nunca dejó que Sadako se separara de ella.

Al arrancar la década de 1950, el dúo compuesto por Heihachiro Ikuma y Shizuko Yamamura causaba sensación en las páginas de los periódicos y las revistas semanales. De pronto habían arrojado luz sobre los fundamentos científicos de los poderes sobrenaturales. Al principio, tal vez deslumbrados por el puesto de Ikuma como profesor en una universidad tan prestigiosa, el público creyó de forma unánime en los poderes de Shizuko. Incluso los medios de comunicación escribieron sobre ella bajo una luz más o menos favorable. Con todo, había afirmaciones continuas de que podía ser nada más que un fraude, y cuando una asociación académica con autoridad entró en la controversia con un cometario tan sucinto como «cuestionable», la gente empezó a retirar su apoyo a la pareja.

Los poderes paranormales que Shizuko exhibía estaban relacionados en su mayoría con la percepción extrasensorial, como por ejemplo la clarividencia o la segunda visión, así como la capacidad de producir fotografías psíquicas. No dio muestras de poder de la telequinesis, la capacidad de mover cosas sin tocarlas. De acuerdo con una revista, simplemente sosteniendo un trozo de película dentro de un sobre sellado sobre su frente, podía imprimir psíquicamente un dibujo concreto. También podía identificar la imagen de un trozo de película escondido de aquella forma con un éxito del cien por cien. Sin embargo, otra revista afirmaba que no era más que una estafadora y aseguraba que cualquier prestidigitador con un poco de formación podía hacer exactamente lo mismo. Así fue como la corriente de opinión pública empezó a volverse contra Shizuko e Ikuma.

Entonces la desgracia visitó a Shizuko. En 1954 dio a luz a su segunda criatura, pero esta enfermó y murió cuando solamente tenía cuatro meses. Era un niño. Sadako, que por entonces tenía siete años, parecía haber desarrollado un cariño especial hacia su hermanito recién nacido.

El año siguiente, 1955, Ikuma desafió a los medios de comunicación en una demostración pública de los poderes de Shizuko. Al principio Shizuko no quería hacerlo. Dijo que le resultaba difícil concentrar su percepción tal como quería en medio de una masa de espectadores. Tenía miedo de fracasar. Pero Ikuma no cedió un milímetro. No soportaba que los medios de comunicación la calificaran de charlatana y no se le ocurría una forma mejor de burlarse de ellos que ofrecer pruebas claras de su autenticidad.

El día establecido, Shizuko subió a su pesar al estrado de la sala de actos del centro científico bajo la mirada atenta de un centenar de académicos y representantes de la prensa. Por si fuera poco, estaba mentalmente agotada, así que iba a intentar trabajar bajo unas condiciones nefastas. El experimento tenía un planteamiento muy simple. Lo único que tenía que hacer era identificar los números de una pareja de dados metidos dentro de un recipiente de plomo. Si hubiera estado en condiciones de ejercer sus poderes con normalidad, no habría habido problema. Pero ella sabía que todas y cada una del centenar de personas que la rodeaban estaban expectantes y ansiosas por verla fracasar. Tembló, se agachó en el suelo y chilló angustiada: «¡Ya basta!». La misma Shizuko lo explicó de esta forma: todo el mundo tiene cierto grado de poder psíquico. Ella simplemente tenía más que el resto de la gente. Pero rodeada de un centenar de personas deseosas de verla fracasar, su poder quedó interrumpido: no pudo conseguir que funcionara. Ikuma fue más lejos todavía: «No es solamente un centenar de personas. No, ahora la población entera de Japón está intentando pisotear los frutos de mi investigación. Cuando la opinión pública, espoleada por los medios de comunicación, se vuelve en contra, entonces los medios ya no dicen nada que el público no quiera oír. ¡Deberían avergonzarse!». Así es cómo la gran exhibición pública de clarividencia terminó con Ikuma denunciando a los medios de comunicación.

Por supuesto, los medios interpretaron la diatriba de Ikuma como un intento de echarles la culpa por el fracaso de la demostración, y así es como lo describieron en los periódicos del día siguiente: «UN FRAUDE DESPUÉS DE TODO… SE REVELÓ SU VERDADERA NATURALEZA… PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE TAIDO RESULTA SER UN FRAUDE… CINCO AÑOS DE DEBATE TERMINAN… VICTORIA PARA LA CIENCIA MODERNA». Ni un solo artículo los defendía.

A finales de año, Ikuma se divorció de su mujer y dimitió de su puesto en la universidad. Shizuko empezó a volverse paranoica. Después de aquello, Ikuma decidió adquirir poderes paranormales, se retiró a las montañas y se dedicó a ponerse debajo de las cascadas, pero lo único que consiguió fue una tuberculosis pulmonar. Lo tuvieron que ingresar en un sanatorio de Hakone. Mientras tanto, el estado psicológico de Shizuko se fue volviendo cada vez más precario. Sadako, que tenía ocho años, convenció a su madre para que regresaran a Sashikiji, lejos de la mirada de los medios de comunicación y de las burlas del público, pero entonces Shizuko burló la vigilancia de su hija y se tiró al volcán. Así es como las vidas de tres personas quedaron destruidas.

Asakawa y Ryuji terminaron de leer las dos páginas impresas al mismo tiempo.

—Es una cuestión de rencor —murmuró Ryuji—. Imagina cómo se debió de sentir Sadako cuando su madre se tiró al monte Mihara.

—¿Odió a los medios de comunicación?

—No solamente a los medios de comunicación. También al público en general por destruir su familia, primero por mimarlos y luego cuando cambió la torna por convertirlos en objeto de burla. Sadako desde los tres años hasta los diez con su madre y su padre, ¿verdad? Conocía en sus propias carnes los caprichos de la opinión pública.

—¡Pero eso no es razón para emprender un ataque indiscriminado como este! —Asakawa llevó a cabo su objeción plenamente consciente del hecho de que él trabajaba para los medios de comunicación. Para sus adentros confeccionaba excusas: estaba suplicando. «Eh, yo critico tanto las tendencias de los medios de comunicación como tú».

—¿Qué estás farfullando?

—¿Eh? —Asakawa se dio cuenta de que había estado articulando sus quejas sin darse cuenta, como si fueran un cántico budista.

—Bueno, hemos empezado a interpretar las escenas de ese vídeo. El monte Mihara aparece porque es donde su madre se mató, y también porque Sadako predijo su erupción. El volcán debió de dejar una huella psíquica muy fuerte en ella. En la siguiente escena aparece flotando el carácter yuma, que quiere decir «montaña». Esa es probablemente la primera fotografía psíquica que consiguió hacer Sadako, cuando era muy pequeña.

—¿Muy pequeña? —Asakawa no entendía por qué tenía que ser de cuando era muy pequeña.

—Sí, probablemente cuando tenía cuatro o cinco años. Luego está la escena de los dados. Sadako estuvo presente durante la demostración pública de su madre. Esa escena demuestra que estaba mirando, preocupada, cómo su madre intentaba adivinar los números de los dados.

—Pero espera un momento. Está claro que Sadako vio los números de los dados en el recipiente de plomo.

Tanto Asakawa como Ryuji habían visto la escena con sus propios ojos, por decirlo de algún modo. No había error posible.

—¿Y…?

—Shizuko no pudo verlos.

—¿Acaso es extraño que la hija pudiera hacer lo que la madre no pudo? Mira, Sadako solamente tenía siete años, pero su poder ya rebasaba con creces el de su madre. Tanto que las voluntades inconscientes combinadas de un centenar de personas no significaban nada para ella. Piensa en ello: se trata de una chica que puede proyectar imágenes en un tubo de rayos catódicos. Los televisores producen imágenes mediante un mecanismo totalmente distinto al de la fotografía. No es una mera cuestión de exponer la película a la luz. La imagen televisiva se compone de quinientas veinticinco líneas, ¿verdad? Sadako fue capaz de manipularlas. Estamos hablando de un poder de un orden completamente distinto.

Asakawa seguía sin estar convencido.

—Si tenía tanto poder, ¿qué pasa con la foto psíquica que le envió al profesor Miura? Habría sido capaz de hacer algo mucho más espectacular.

—Eres todavía más tonto de lo que pareces. Su madre no había obtenido más que infelicidad a cambio de mostrarle sus poderes a la gente. Es probable que su madre no quisiera que ella cometiera el mismo error. Es probable que le dijera a Sadako que escondiera sus poderes y se limitara a llevar una vida normal. Y es probable que Sadako se controlara cuidadosamente para producir solamente una foto psíquica corriente.

Sadako se había quedado sola en el local de ensayo después de que todo el mundo se fuera a fin de probar sus poderes en el televisor que por aquella época todavía era una rareza.

Tenía cuidado de que nadie se enterara de lo que era capaz de hacer.

—¿Quién es la anciana que aparece en la escena siguiente? —preguntó Asakawa.

—No sé quién es. Tal vez se le apareció a Sadako en un sueño o algo así y le susurró profecías al oído. Hablaba en un dialecto antiguo. Estoy seguro de que te has dado cuenta de que aquí todo el mundo habla un japonés bastante estándar. Aquella anciana era muy mayor. Tal vez vivió en el siglo doce, o tal vez tiene alguna conexión con Enno Ozunu.

«… El año que viene tendrás una criatura».

—Me pregunto si aquella predicción se hizo realidad.

—Ah, ¿aquello? Bueno, inmediatamente después viene una escena con el bebé. Así que originalmente yo pensé que quería decir que Sadako había dado a luz a un niño, pero de acuerdo con este fax, parece que no es el caso.

—Está su hermano, que murió a los cuatro meses…

—Cierto. Creo que es eso.

—Pero ¿qué hay de la predicción? Está claro que la anciana está hablando con Sadako… Dice «tú». ¿Tuvo un bebé Sadako?

—No lo sé. Si damos crédito a la anciana supongo que sí.

—¿De quién fue la criatura?

—¿Cómo lo voy a saber? Escucha, no creas que lo sé todo. Simplemente estoy especulando.

Si Sadako Yamamura tuvo un hijo, ¿quién fue el padre? ¿Y a qué se dedicaba ahora ese hijo?

Ryuji se puso de pie de repente, golpeándose las rodillas con la mesa.

—Me parece que tengo hambre. Mira: ya es más de mediodía. Oye, Asakawa, me voy a buscar algo de comida.

Y, diciendo esto, Ryuji se fue hacia la puerta, frotándose las rodillas. Asakawa no tenía hambre, pero algo le preocupaba y decidió acompañarlo. Acababa de recordar algo que Ryuji le había dicho que investigara, algo que no tenía ni idea de cómo indagar, de modo que no había hecho nada al respecto. Era la cuestión de la identidad del hombre de la última escena del vídeo. Puede que fuera el padre de Sadako, Heihachiro Ikuma, pero la forma en que Sadako lo veía contenía demasiada animadversión para eso. Al ver la cara del hombre en la pantalla, Asakawa había sentido un dolor tenue y profundo en las entrañas de su cuerpo, acompañado de un fuerte sentimiento de antipatía. Era un hombre bastante atractivo, sobre todo lo eran sus ojos. Se preguntaba por qué ella lo odiaba tanto. En cualquier caso, aquella no era la forma en que Sadako habría mirado a un pariente. En el informe de Yoshino no había nada que sugiriera que Sadako se hubiera vuelto contra su padre. Más bien le daba la impresión de que estaba muy unida a sus padres. Asakawa sospechaba que sería imposible descubrir la identidad de aquel hombre. No cabía duda de que los treinta años transcurridos habrían cambiado considerablemente su aspecto. Con todo, solamente por si acaso, tal vez tendría que pedirle a Yoshino que buscara una foto de Ikuma. Se preguntó qué pensaría Ryuji de aquello. Deseoso de sacar el tema a colación ante él, Asakawa siguió a Ryuji fuera.

El viento soplaba con fuerza. No tenía sentido usar paraguas. Asakawa y Ryuji encogieron los hombros y corrieron calle abajo hasta un bar situado frente al puerto.

—¿Te apetece una cerveza? —Sin esperar respuesta, Ryuji se volvió hacia la camarera y le gritó—: Dos cervezas.

—Ryuji, regresando a nuestra conversación de antes, ¿qué crees que son finalmente las imágenes del final del vídeo?

—No lo sé.

Ryuji estaba demasiado ocupado comiéndose su almuerzo especial coreano a la barbacoa para levantar siquiera la vista, por eso respondió con tanta sequedad. Asakawa pinchó una salchicha con el tenedor y dio un trago a la cerveza. Desde la ventana veían el muelle. En la ventanilla de billetes de la línea de ferrys Tokay Kisen no había nadie. Todo estaba en silencio. Sin duda todos los turistas atrapados en la isla estaban sentados junto a las ventanas de sus hoteles y pensiones, mirando preocupados aquel mismo mar a oscuras y aquel mismo cielo a oscuras.

Ryuji levantó la vista.

—Me imagino que probablemente has oído hablar de lo que pasa por la cabeza de una persona en el momento de su muerte, ¿verdad?

Asakawa volvió a mirar la escena que tenía delante.

—Vuelves a ver las escenas de tu vida que te han causado mayor impresión, como una especie de flashback.

Asakawa había leído un libro en el que el autor describía una experiencia de aquel tipo. El autor estaba conduciendo su coche por una carretera de montaña cuando perdió el control del volante y su coche se despeñó por un barranco profundo. Durante la fracción de segundo que el coche pasó suspendido en el aire después de salirse de la carretera, el autor se dio cuenta de que iba a morir. Y en el instante en que se dio cuenta, aparecieron repiqueteando y le pasaron por la cabeza un puñado de escenas distintas de toda su vida, con tanta claridad que pudo verlas con todo detalle. Al final, milagrosamente, el escritor sobrevivió, pero el recuerdo de aquel instante no perdió nitidez.

—¿No puedes estar sugiriendo… que se trata de eso? —preguntó Asakawa. Ryuji levantó la mano e hizo una señal para que la camarera le trajera otra cerveza.

—Lo único que digo es que el vídeo me recuerda a eso. Cada una de esas escenas representa un momento de enorme compromiso psíquico o emocional para Sadako. No es nada descabellado pensar que las escenas del vídeo son las escenas de su vida que le causaron una mayor impresión, ¿no?

—Ya lo entiendo. Pero, eh, ¿quiere decir eso que…?

—Sí. Hay una probabilidad importante de que así sea.

«¿Así que Sadako Yamamura ya no está en este mundo? ¿Acaso murió, y las escenas que le pasaron por la cabeza en el momento de la muerte han asumido esa forma y han permanecido en el mundo de los vivos? ¿Es eso?»

—¿Por qué murió, entonces? Y otra cosa, ¿qué relación tenía con el hombre de la última escena del vídeo?

—Te he dicho que dejes de hacerme tantas preguntas. Hay muchas cosas que yo tampoco entiendo.

Asakawa parecía poco convencido.

—Eh, intenta usar la cabeza para variar. ¿Qué harías tú si a mí me pasara algo y te quedaras atrapado intentando descifrar el sortilegio tú solo?

Aquello parecía muy poco probable. Asakawa podía morir y Ryuji podría descifrar el acertijo solo, pero lo contrario no pasaría nunca. Por lo menos de eso a Asakawa no le cabía duda.

Regresaron al «despacho» donde Hayatsu los estaba esperando.

—Les ha llamado un tal Yoshino. No estaba en su oficina, así que ha dicho que volvería a llamar dentro de diez minutos.

Asakawa se sentó delante del teléfono y rezó porque llegaran buenas noticias. Sonó el teléfono. Era Yoshino.

—Te he estado intentando llamar. ¿Dónde estabas? —Había un matiz de reproche en su voz.

—Lo siento. Salimos a comer algo.

—Vale. ¿Has recibido mi fax? —El tono de voz de Yoshino cambió. El matiz de crítica desapareció y su voz se volvió más amable. Asakawa sintió que se acercaba algo desagradable.

—Sí, gracias. Nos ha ayudado mucho —Asakawa se pasó el auricular de la mano izquierda a la derecha—. ¿Y qué? ¿Has descubierto lo que pasó con Sadako después de todo eso?

Yoshino hizo una pausa antes de contestar.

—No. Llegué a un callejón sin salida.

En cuanto Asakawa oyó aquello, se le arrugó la cara como si estuviera a punto de echarse a llorar. Ryuji lo observó como si le hiciera gracias ver cómo la expresión de un hombre pasaba de la esperanza a la desesperación ante sus ojos. Luego se dejó caer en el suelo mirando el jardín y extendió las piernas delante de sí.

—¿Qué quieres decir con un callejón sin salida? —La voz de Asakawa subió varios tonos.

—Solamente he sido capaz de localizar a cuatro de los becarios que ingresaron en la compañía junto con Sadako. Los llamé pero ninguno de ellos sabía nada. Todos son gente de mediana edad que rondan la cincuentena. Lo único que me pudieron decir es que la última vez que la vieron fue poco después de la muerte de Shigemori, el representante de la compañía. No hay más información disponible sobre Sadako Yamamura.

—Tonterías. Tiene que haber algo más.

—Bueno, ¿cómo están las cosas por tu lado?

—¿Que cómo están las cosas por mi lado? Yo te diré como están. Por mi lado parece que voy a morir mañana a las diez de la noche. Y no solamente yo: mi mujer y mi hija van a morir el domingo a las once de la mañana. Así están las cosas por mi lado.

Ryuji lo llamó desde detrás.

—¡Eh, no te olvides de mí! Me estás haciendo sentir mal.

Asakawa no le hizo caso y continuó.

—Tiene que haber otras cosas que puedas intentar. Tal vez hay alguien además de los internos que sepa lo que le pasó a Sadako. Escucha, las vidas de mi familia dependen de ello.

—No necesariamente.

—¿De qué estás hablando?

—Tal vez sigas vivo después de la fecha límite.

—No me crees. Ya lo entiendo —Asakawa notó que el mundo entero se nublaba ante sus ojos.

—Bueno… Quiero decir… ¿cómo puedo creer al cien por cien en una historia así?

—Mira, Yoshino… —¿Cómo podía explicarlo? ¿Qué necesitaba hacer para convencerlo?—. Yo mismo no me creo la mitad. Es estúpido. ¿Un sortilegio? ¡Vamos, anda! Pero fíjate, incluso si hay una sola posibilidad entre seis de que sea cierto… Es como la ruleta rusa. Tienes una pistola con una sola bala y sabes que solamente hay una posibilidad entre seis de que cuando aprietes el gatillo te mate. ¿Pero serías tú capaz de apretar el gatillo? ¿Arriesgarías de esa forma las vidas de tu familia? No, no lo harías. Apartarías el cañón de tu sien… Si pudieras, tirarías la puta pistola al mar. ¿Verdad? Es lo natural.

Asakawa estaba enardecido. A su espalda, Ryuji estaba lamentándose:

—¡Somos idiotas! ¡Los dos somos idiotas!

Asakawa tapó el auricular con la palma de la mano y se giró para gritarle a Ryuji:

—¡Cállate!

—¿Algo va mal? —Yoshino bajó el tono de voz.

—No, nada. Escucha, Yoshino, te lo suplico. Solamente puedo contar contigo.

De pronto, Ryuji agarró del brazo a Asakawa. Dejándose llevar por la rabia, Asakawa se dio media vuelta, pero al hacerlo vio que Ryuji estaba inesperadamente serio.

—Somos idiotas. Los dos hemos perdido la calma —dijo en voz baja.

—¿Puedes esperar un momento? —Asakawa apartó el auricular. Luego le dijo a Ryuji—: ¿Qué pasa?

—Es muy sencillo. ¿Por qué no se nos ha ocurrido antes? No hace falta seguir el rastro de Sadako cronológicamente. ¿Por qué no podemos ir hacia atrás? ¿Por qué tuvo que ser el bungalow B-4? ¿Por qué tuvo que ser la Ciudad de los Chalets? ¿Por qué tuvo que ser la Tierra Pacífica de Hakone Sur?

La expresión de Asakawa cambió en una fracción de segundo cuando asimiló aquello. Luego, mucho más tranquilo, volvió a coger el auricular.

—¿Yoshino?

Yoshino seguía esperando al otro lado de la línea.

—Yoshino, olvídate de la pista de la compañía teatral por ahora. Hay otra cosa que necesito que compruebes urgentemente. Se nos acaba de ocurrir. Ya te hablé de la Tierra Pacífica de Hakone Sur, ¿verdad?

—Sí. Es un club turístico, ¿no?

—Sí. Por lo que recuerdo, hace unos diez años construyeron allí un campo de golf y luego lo ampliaron gradualmente hasta lo que es ahora. Pues bien, escúchame: lo que necesito que averigües es qué había allí antes de la Tierra Pacífica.

Oyó garabatear el lápiz sobre el papel.

—¿Qué quieres decir con qué había allí? Probablemente no hubiera nada más que prados de montaña.

—Puede que tengas razón. Pero también puede que te equivoques.

Ryuji volvió a tirar de la manga de Asakawa.

—Y un plano. Si había algo construido en aquellos terrenos antes del centro turístico, dile a tu caballero telefonista que consiga un mapa que muestre las construcciones y los terrenos.

Asakawa le repitió la petición a Yoshino y colgó el teléfono, deseando que encontrara algo, cualquier cosa que pudiera ser una pista. Era cierto: todo el mundo tenía cierto poder psíquico.