—¿Investigar? ¿Qué tengo que investigar exactamente sobre esa mujer?
«¿Se unió a la compañía en mil novecientos sesenta y cinco? Tú estás de broma… De eso hace veinticinco años —Yoshino estaba despotricando para sí mismo—. Ya es bastante difícil rastrear los pasos de un criminal un año después de los hechos. ¡Pero veinticinco años!»
—Necesitamos cualquier información que puedas encontrar. Queremos saber qué clase de vida llevaba esa mujer, lo que está haciendo ahora mismo y cuáles son sus deseos.
Yoshino solamente pudo suspirar. Se colocó el auricular entre la oreja y el hombro y cogió un cuaderno que había al borde del escritorio.
—¿Y cuántos años tenía en aquella época?
—Dieciocho. Terminó el instituto en Oshima y fue directamente a Tokio, donde su unió a una compañía de teatro llamada compañía teatral Vuelo Libre.
—¿En Oshima? —Yoshino dejó de escribir y frunció el ceño—. Por cierto, ¿desde dónde estás llamando?
—Desde un sitio que se llama Sashikiji, en la isla de Ozu Oshima.
—¿Y cuándo piensas volver?
—En cuanto pueda.
—¿Te das cuenta de que se acerca un tifón hacia allí?
Por supuesto, a Asakawa no le pasaba aquello por alto, estando como estaba en plena trayectoria del tifón, pero para Yoshino toda la situación había empezado a adquirir un aire de irrealidad que le había empezado a parecer divertida. Faltaban dos noches para la «fecha límite» y Asakawa estaba empantanado en Oshima y tal vez sin posibilidad de escapar.
—¿Has oído algún parte meteorológico? —Asakawa seguía sin conocer muchos detalles.
—Bueno, no estoy seguro, pero por la pinta que tiene, me imagino que no va a despegar ningún vuelo y que van a suspender el transporte oceánico.
Asakawa había estado demasiado ocupado siguiendo la pista de Sadako Yamamura como para enterarse de alguna información fiable sobre el tifón. Desde que puso el pie en el muelle de Oshima le había dado mala espina, pero ahora que había salido a colación la posibilidad de quedarse allí varado, de pronto le entró una sensación de urgencia.
—Eh, bueno, no te preocupes. Todavía no han cancelado nada —Yoshino intentó ser positivo. Luego cambió de tema—. Así pues, esa mujer… Sadako Yamamura. ¿Has comprobado su historia hasta que tenía dieciocho años?
—Más o menos —contestó Asakawa, consciente del ruido del viento y las olas dentro de la cabina telefónica.
—No es la única pista que tienes, ¿no? Debes de tener algo además de esa compañía teatral Vuelo Libre.
—No, es la única. Sadako Yamamura, nacida en Sashikiji, en la isla de Izu Oshima, en mil novecientos cuarenta y siete, hija de Shizuko Yamamura… Eh, toma nota de ese nombre. Shizuko Yamamura. En mil novecientos cuarenta y siete tenía veintidós años. Dejó a su bebé, Sadako, con su abuela y se escapó a Tokio.
—¿Por qué dejó al bebé en la isla?
—Había un hombre. Toma nota también de esto: Heihachiro Ikuma. En aquella época era profesor ayudante de psiquiatría. Y era el amante de Shizuko Yamamura.
—¿Quiere eso decir que Sadako es la hija de Shizuko e Ikuma?
—No he podido encontrar pruebas, pero creo que podemos darlo por sentado.
—Y no estaban casados, ¿verdad?
—Exacto. Heihachiro Ikuma ya tenía una familia.
Así que había sido una aventura ilícita. Yoshino chupó la punta de su lápiz.
—Muy bien, te sigo. Continúa.
—A principios de mil novecientos cincuenta, Shizuko regresó de repente a su pueblo natal por primera vez en tres años. Se reunió con su hija Sadako y vivió aquí una temporada. Pero a finales del año volvió a fugarse y esa vez se llevó con ella a Sadako. Durante los siguientes cinco años nadie supo dónde estaban Shizuko y Sadako ni qué estaban haciendo. Pero a mediados de la década de mil novecientos cincuenta, el primo de Shizuko, que todavía vivía en la isla, oyó el rumor de que Shizuko se había hecho famosa de alguna forma.
—¿Estuvo involucrada en alguna clase de incidente?
—No está claro. El primo dice solamente que empezó a oír cosas sobre Shizuko, habladurías. Pero cuando le di mi tarjeta y vio que yo trabajaba para un periódico, me dijo: «Si es usted periodista, probablemente sepa más del asunto que yo». Por la forma en que me habló, parece que entre mil novecientos cincuenta y mil novecientos cincuenta y cinco Shizuko y Sadako estuvieron involucradas en algo que causó revuelo en los medios de comunicación. Pero las noticias de Honshu llegaban con dificultades a la isla…
—O sea que quieres que yo averigüe por qué salieron en las noticias.
—Me lees la mente.
—Idiota. Era obvio.
—Hay más. En mil novecientos cincuenta y seis Shizuko regresó a la isla, arrastrando con ella a Sadako. La madre estaba tan demacrada que parecía otra persona y no contestó a ninguna de las preguntas de su primo. Se cerró en banda y se dedicó a farfullar cosas incoherentes. Luego, un día, se suicidó arrojándose al monte Mihara, el volcán. Tenía treinta y un años.
—Así que también tengo que averiguar por qué Shizuko se suicidó.
—Si te parece bien.
Sin dejar el auricular, Asakawa hizo una reverencia. Si terminaba varado en aquella isla, Yoshino iba a ser su única esperanza. Asakawa lamentaba que él y Ryuji hubieran viajado hasta allí de forma tan despreocupada. Ryuji bien podría haber investigado él solo un villorrio como Sashikiji. Habría sido más eficaz que Asakawa se quedara en Tokio, esperara a que Ryuji contactara con él y luego se reuniera con Yoshino para seguir las pistas encontradas.
—Muy bien, haré lo que pueda. Pero creo que me falta un poco de ayuda por aquí.
—Llamaré a Oguri y le pediré que te envíe a alguna gente.
—Eso sería genial.
Una cosa era decirlo, por supuesto, pero Asakawa no confiaba mucho en la idea. Su redactor jefe siempre se estaba quejando de no tener personal suficiente. Asakawa dudaba mucho que estuviera dispuesto a transferir personal a un caso como aquel.
—Así que su madre se suicidó y Sadako se quedó en Sashikiji, a cargo del primo de su madre. Y ahora ese primo ha convertido su casa en una casa de huéspedes.
Estuvo a punto de decir que él y Ryuji se estaban alojando precisamente en aquel lugar, pero decidió que era un detalle innecesario.
—Al año siguiente, Sadako, que iba a cuarto de primaria, se hizo famosa en su escuela prediciendo la erupción del monte Mihara. ¿Lo has oído? El monte Mihara entró en erupción en mil novecientos cincuenta y siete, el mismo día y a la misma hora que Sadako había predicho.
—Eso sí es impresionante. Si tuviéramos una mujer así no necesitaríamos al Comité de Coordinación para la Predicción de Terremotos.
Como resultado del cumplimiento de su predicción, su fama se extendió por toda la isla y llegó hasta la red del profesor Miura. Pero Asakawa se imaginó que no necesitaba explicar todo aquello. Lo que importaba ahora era…
—Después de eso, los isleños empezaron a acudir a Sadako para que les predijera el futuro. Pero ella rechazó todas las peticiones. Les decía una y otra vez que no tenía poder para aquello.
—¿Por modestia?
—¿Quién sabe? Luego, cuando terminó el instituto, se marchó a Tokio como si no aguantara un minuto más aquí. Los parientes que se habían estado haciendo cargo de ella no recibieron más que una postal. La postal decía que había aprobado el examen y que la habían aceptado en la compañía teatral Vuelo Libre. Y hasta hoy no han oído noticias de ella. No hay ni un alma en la isla que sepa dónde está o a qué se dedica.
—En otras palabras, la única pista que tenemos, el único rastro que dejó, es esa compañía teatral Vuelo Libre.
—Me temo que sí.
—Muy bien, déjame ver si lo he entendido. Lo que se supone que tengo que averiguar es: por qué salió Shizuko Yamamura en las noticias, por qué se tiró a un volcán y adónde fue su hija y qué hizo después de entrar en una compañía teatral a los dieciocho años. En otras palabras, que lo averigüe todo sobre la madre y todo sobre la hija. Nada más que esas dos cosas.
—Eso es.
—¿Cuál primero?
—¿Eh?
—Te pregunto si quieres que empiece primero por la madre o por la hija. No te queda mucho tiempo, ya sabes.
El asunto más urgente, claramente, era qué había sido de Sadako.
—¿Podrías empezar con la hija?
—Vale. Supongo que mañana a primera hora iré a las oficinas de la compañía teatral Vuelo Libre.
Asakawa se miró el reloj. Pasaba un poco de las seis de la tarde. Todavía quedaba mucho tiempo antes de que cerraran un local de ensayos.
—Eh, Yoshino. Mañana no. Intenta hacerlo esta noche.
Yoshino dejó escapar un suspiro y negó con la cabeza.
—Mira, Asakawa. Yo también tengo trabajo que hacer, ¿sabes? ¿No se te había ocurrido? Tengo una montaña de cosas que escribir antes de mañana. Ni siquiera mañana me viene…
Yoshino perdió el hilo. Si continuaba por aquel camino parecería que estaba intentando demasiado que Asakawa se sintiera en deuda. Siempre se preocupaba de mantener la compostura en situaciones como aquella.
—Por favor, te lo suplico. O sea, mi fecha límite es pasado mañana.
Sabía cómo funcionaban las cosas en su profesión, y tenía miedo de insistir demasiado. Lo único que podía hacer era esperar en silencio a que Yoshino tomara una decisión.
—Pero… Ah, qué demonios. Intentaré hacerlo esta noche. Pero no te prometo nada.
—Gracias. Te debo una —Asakawa hizo una reverencia y se dispuso a colgar.
—Espera un momento. Hay algo importante que todavía no te he preguntado.
—¿Qué?
—¿Qué relación puede haber entre lo que viste en el vídeo y esta tal Sadako Yamamura?
Asakawa hizo una pausa.
—No te lo creerías ni aunque te lo contara.
—A ver.
—Esas imágenes no las grabó una cámara de vídeo —Asakawa se detuvo un momento largo para que el cerebro de Yoshino asimilara sus palabras—. Esas imágenes son cosas que Sadako vio con sus ojos y cosas que se imaginó, fragmentos presentados uno detrás de otro sin nada que los contextualice.
—¿Eh? —Yoshino se quedó momentáneamente sin habla.
—¿Lo ves? Ya te dije que no te lo creerías.
—¿Quieres decir que son como fotos psíquicas?
—La expresión se queda corta. La verdad es que ella hizo que aquellas imágenes aparecieran en un tubo catódico. Proyectó imágenes en movimiento en una tele.
—¿Qué es esa mujer, un agencia de producción? —Yoshino se rio de su propia broma. Asakawa no se enfadó. Entendía por qué Yoshino tenía que bromear. Escuchó en silencio la risa despreocupada de su amigo.
21.40 h. Mientras subía las escaleras de la estación de Yotsuya Sanchome de la línea Marunouchi del metro, una ráfaga de viento amenazó con hacerle volar el gorro a Yoshino y tuvo que volver a ponérselo en la cabeza con las dos manos. Miró a su alrededor en busca del cuartel de los bomberos que se suponía que tenía que usar como punto de referencia. Estaba allí mismo, en la esquina. Bajó la calle y al cabo de un minuto llegó a su destino.
En la acera había un letrero que decía: «Compañía teatral Vuelo Libre». Junto al mismo, unas escaleras llevaban a un sótano, desde cuyas profundidades salían voces de hombres y mujeres jóvenes, en una mezcolanza de canciones y recitados. Probablemente tenían una representación cerca y planeaban ensayar hasta que salieran los últimos trenes. No le hacía falta ser periodista cultural para imaginárselo. Pero se pasaba la mayor parte del tiempo investigando crímenes. Tuvo que admitir que se le hacía un poco raro visitar el local de ensayos de una compañía de teatro.
Las escaleras que daban al sótano estaban hechas de acero y cada paso arrancaba un golpeteo metálico. Si los miembros fundadores de la compañía no recordaban a Sadako Yamamura, el hilo se rompería, y la vida de aquella vidente, en la que se apoyaban todas sus esperanzas, se volvería a sumir en la oscuridad. La compañía teatral Vuelo Libre se había fundado en 1957, y Sadako se había unido a ellos en 1965. En la actualidad solamente quedaban cuatro miembros fundadores, entre ellos un tipo llamado Uchimura, un autor teatral y director que hacía de portavoz del grupo.
Yoshino le dio la tarjeta a un becario veinteañero que estaba de pie en la entrada de la sala de ensayos y le pidió que llamara a Uchimura.
—Tiene una visita de El Heraldo, señor —el becario habló con voz resonante de actor, llamando al director, que estaba sentado en una punta de la sala observando las interpretaciones de todos.
Uchimura se dio la vuelta, sorprendido. Al enterarse de que su visitante era periodista, se acercó a Yoshino con una sonrisa de oreja a oreja. Todas las compañías teatrales trataban a la prensa con gran cortesía. Incluso la más pequeña mención en la columna de arte de un periódico podía suponer una gran diferencia en venta de entradas. A una sola semana de la noche del estreno, dio por sentado que el periodista había venido a echar un vistazo a los ensayos. El Heraldo nunca le había prestado mucha atención, así que Uchimura se mostró encantador y decidido a aprovechar la ocasión al máximo. Pero en cuanto supo la verdadera razón de la visita de Yoshino, Uchimura pareció perder repentinamente todo interés en él. De pronto estaba extremadamente ocupado. Miró alrededor de la sala hasta que divisó un actor más bien bajito de cincuenta y tantos años, sentado en una silla.
—Ven un momento, Shin —llamó con voz chillona al hombre. Algo en el tono demasiado familiar con que se dirigió a aquel actor de mediana edad (o tal vez fue su voz afeminada, combinada con sus brazos y piernas largos y desgarbados) puso los pelos de punta al musculoso Yoshino. «Este tipo es distinto», pensó.
—Shin, cariño, tú no entras hasta el segundo acto. Sé bueno y háblale a este hombre de Sadako Yamamura. Te acuerdas de aquella chica tan siniestra, ¿no?
A Yoshino le resultaba familiar la voz de Shin, en los doblajes en japonés de las películas occidentales en la tele. Shin Arima era más conocido como doblador que como actor teatral. Y era otro de los miembros originales que seguían en la compañía.
—¿Sadako Yamamura? —Arima se rascó la calva incipiente mientras intentaba buscar en su memoria de veinticinco años atrás—. Ah, aquella Sadako Yamamura —hizo una mueca. Era evidente que aquella mujer había dejado una impresión profunda en él.
—¿Te acuerdas? Bueno, pues yo estoy aquí ensayando, así que llévalo a mi camerino, ¿quieres? —Uchimura hizo una pequeña reverencia y regresó con los actores reunidos. Para cuando llegó al sitio donde había estado sentado, ya volvía a ser el regio director.
Arima abrió una puerta con un letrero que decía «Presidente», señaló un sofá de cuero y dijo:
—Siéntese.
Si aquel era el despacho del director, quería decir que la compañía estaba organizada como una empresa. Sin duda, el director hacía también de presidente.
—Así pues, ¿qué le trae en medio de una tormenta como esta?
La cara de Arima estaba ruborizada y sudorosa de los ensayos, pero en lo más profundo de sus ojos asomaba una sonrisa. El director parecía la clase de persona que siempre estaba sopesando los motivos ajenos mientras conversaba, pero Arima era de esos tipos que contestan con honestidad a todo lo que les preguntas, sin ocultar nada. Una entrevista podía ser fácil o dolorosa dependiendo de la personalidad del entrevistado.
—Siento importunarlos cuando están tan ocupados —Yoshino se sentó y sacó su cuaderno. Asumió su postura habitual, con el bolígrafo en la mano derecha.
—Ya no esperaba volver a oír nunca el nombre de Sadako Yamamura. Hace una eternidad…
Arima estaba rememorando su juventud. Echaba de menos la energía juvenil que había tenido cuando se marchó de la compañía de teatro comercial en la que había estado y fundó una compañía nueva con sus amigos.
—Señor Arima, cuando hace unos minutos usted ha recordado el nombre por el que le preguntaba, ha dicho «aquella Sadako Yamamura». ¿Qué ha querido decir con eso?
—Aquella chica, déjeme ver, ¿cuándo fue que se unió a nosotros? Creo que llevábamos pocos años funcionando. La compañía estaba apenas despegando, y cada año teníamos más chavales que querían venir con nosotros. En todo caso, aquella Sadako era extraña.
—¿En qué sentido era extraña?
—Mmm… —Arima se llevó la mano a la mandíbula y pensó un momento. «Ahora que lo pienso, ¿por qué me da la impresión de que era extraña?»
—¿Tenía algo especial, algo que destacara?
—No, si uno la miraba, era una chica normal. Bastante alta, callada. Siempre estaba sola.
—¿Sola?
—Bueno, normalmente los becarios intiman mucho entre ellos. Pero ella nunca intentó relacionarse con los demás.
En todas las compañías siempre había alguien así. A Yoshino le costaba imaginar que aquello era lo único que la hiciera destacar.
—¿Cómo la describiría usted con una sola palabra?
—¿Con una palabra? Mmm… diría que era inquietante.
La había definido como «inquietante» sin dudarlo. Y Uchimura la había llamado «aquella chica tan siniestra». Yoshino no pudo evitar sentir lástima por una joven soltera de dieciocho años a la que todo el mundo calificaba de inquietante. Empezaba a imaginarse una mujer de aspecto grotesco.
—¿Qué era lo que la hacía inquietante?
Ahora que se paraba a considerarlo, a Arima le pareció raro que sus recuerdos de una becaria que solamente estuvo allí durante un año hacía un cuarto de siglo pudieran parecerle tan recientes. En el fondo de su mente había algo que retenía su fuerza. Algo había pasado, algo que había servido para fijar aquel nombre en su memoria.
—Ah, sí, ya me acuerdo. Fue en esta misma sala.
Arima examinó el despacho del presidente. Ahora que rememoraba el incidente, podía recordar con nitidez incluso la disposición de los muebles en aquella época, cuando aquella sala todavía se usaba como despacho central.
—Mire usted, hemos ensayado en este espacio desde que empezamos, pero antes era mucho más pequeño. Esta sala en la que estamos ahora era nuestro despacho central. Ahí había taquillas, y teníamos una mampara de cristal esmerilado por aquí… Exacto, y ahí había un televisor… Bueno, ahora tenemos otro distinto —Arima iba señalado mientras hablaba.
—¿Un televisor? —Yoshino frunció el entrecejo y cogió el bolígrafo con más fuerza.
—Sí. Uno de aquellos antiguos en blanco y negro.
—Vale. ¿Y qué pasó? —Yoshino lo apremió a que continuara.
—Se había acabado el ensayo y casi todo el mundo se había ido a casa. Yo no estaba contento con una de mis líneas, así que vine a repasar mi papel otra vez. Estaba justo ahí… —Arima señaló la puerta—. Estaba ahí de pie, mirando la sala, y a través del cristal esmerilado vi que la tele parpadeaba. Y pensé, bueno, hay alguien viendo la tele. Y no me equivocaba, no. Estaba al otro lado de la mampara, así que yo no podía ver qué había en la pantalla, pero sí que veía la luz temblorosa en blanco y negro. No había sonido. La sala estaba oscura y al pasar al otro lado de la pantalla me pregunté quién estaría delante de la tele y miré la cara de aquella persona. Era Sadako Yamamura. Pero cuando llegué al otro lado de la mampara y me puse a su lado, en la pantalla no había nada. Por supuesto, yo simplemente di por sentado que la acababa de apagar. En aquel momento todavía no tenía dudas. Pero…
Arima parecía reticente a continuar.
—Por favor, continúe.
—Hablé con ella. Le dije: «Será mejor que te vayas a casa deprisa, antes de que dejen de funcionar los trenes». Y encendí la lámpara de la mesa. Pero no se encendía. Miré y vi que no estaba enchufada. Me agaché para enchufarla y fue entonces cuando me di cuenta: el televisor tampoco estaba enchufado.
Arima recordaba con nitidez el escalofrío que le había recorrido la espalda cuando vio el enchufe tirado en el suelo.
Yoshino quería confirmar lo que acababa de oír.
—¿Y está seguro de que el televisor estaba encendido a pesar de estar desenchufado?
—Así es. Aquello me hizo temblar, se lo aseguro. Levanté la cabeza sin pensarlo y miré a Sadako. ¿Qué estaba haciendo allí sentada, delante de un televisor desenchufado? No me miró directamente, sino que siguió con la vista clavada en la pantalla y una débil sonrisa en los labios.
Arima parecía recordar hasta el detalle más pequeño. Estaba claro que el episodio le había dejado una huella profunda.
—¿Y se lo contó a alguien?
—Naturalmente. Se lo conté a Uchy… Es decir, a Uchimura, el director, al que acaba de conocer… Y también a Shigemori.
—¿El señor Shigemori?
—Él fue el verdadero fundador de la compañía. En realidad, Uchimura es nuestro número dos.
—Ajá. ¿Y cómo reaccionó el señor Shigemori al oír su historia?
—En aquel momento estaba jugando al mah-jongg, pero se quedó fascinado. Siempre sintió debilidad por las mujeres, y parecía que a ella llevaba un tiempo observándola, planeando hacerla suya. Y aquella noche, después de beber varias copas, empezó a decir locuras, a decir: «Esta noche voy a entrar en el apartamento de Sadako». No supimos qué hacer. No eran más que tonterías de borracho. No nos las podíamos tomar demasiado en serio, pero tampoco le podíamos seguir la corriente. Al cabo de un rato todo el mundo se fue a casa y Shigemori se quedó solo. Y al final nunca supimos si había ido al apartamento de Sadako aquella noche o no. Porque al día siguiente, cuando Shigemori apareció en el local de ensayos, parecía una persona completamente distinta. Estaba pálido y silencioso, y se limitó a quedarse sentado sin decir nada en absoluto. Luego se murió, allí mismo, como si se hubiera quedado dormido.
Yoshino levantó la vista, asombrado.
—¿Cuál fue la causa de la muerte?
—Parálisis cardíaca. Hoy lo llaman «fallo cardíaco súbito», creo. Se estaba forzando al máximo para estar listo para el estreno y creo que fue más allá de sus fuerzas.
—Así que básicamente nadie sabe si pasó algo entre Sadako y Shigemori.
Yoshino insistió y Arima asintió con firmeza. No era de extrañar que Sadako hubiera dejado una huella tan profunda, pensó Yoshino.
—¿Y qué pasó con ella después de aquello?
—Dejó la compañía. Creo que solamente estuvo con nosotros un año o dos.
—¿Y qué hizo después de marcharse?
—Me temo que no le puedo ayudar con esa pregunta.
—¿Qué hace la mayoría de la gente cuando se marcha de una compañía teatral?
—La gente que tiene verdadera vocación se une a otra compañía.
—¿Y cree que eso es lo que hizo Sadako Yamamura?
—Era una chica muy lista y su instinto interpretativo no era malo en absoluto. Pero tenía defectos de personalidad. Quiero decir que en esta profesión las relaciones personales lo son todo. Creo que ese no era su fuerte.
—¿Me está diciendo que es posible que dejara el mundo del teatro por completo?
—No le sabría decir.
—¿No hay nadie que pueda saber qué fue de ella?
—Tal vez alguno de los otros becarios que estuvieron con nosotros en aquella época.
—¿Tiene usted por casualidad alguno de sus nombres o direcciones?
—Un momento.
Arima se puso de pie y se acercó a la estantería empotrada en la pared. Había archivadores encuadernados de un lado a otro de los estantes. Cogió uno. Contenía los portafolios que los aspirantes enviaban cuando hacían el examen de entrada.
—Incluyéndola a ella, hubo otros ocho internos que se unieron a la compañía en mil novecientos sesenta y cinco —dijo sosteniendo los portafolios en alto.
—¿Puedo echarles un vistazo?
—Adelante.
Cada portafolio tenía dos fotos, una foto de la cara y otra de cuerpo entero. Yoshino sacó el portafolio de Sadako Yamamura. Miró sus fotos.
—Eh, ¿no ha dicho usted hace unos minutos que era «inquietante?» —Yoshino estaba confuso. Había demasiada distancia entre la Sadako que él había imaginado a partir de la descripción de Arima y la Sadako de las fotos—. ¿Inquietante? Debe de estar de broma. En mi vida he visto una cara más bonita.
Yoshino se preguntó por qué lo había expresado de aquella manera: por qué había dicho «cara bonita» en lugar de «chica bonita». Ciertamente, sus rasgos faciales eran perfectamente regulares. Pero carecían de cierta suavidad femenina. A pesar de todo, al mirar su foto de cuerpo entero tuvo que admitir que su cintura y sus tobillos esbeltos eran contundentemente femeninos. Era una chica muy guapa: y sin embargo, los veinticinco años transcurridos habían corroído su recuerdo hasta el punto de que la recordaban como «inquietante» y como «aquella chica tan siniestra». Lo normal sería que la recordaran como «aquella mujer tan maravillosamente guapa». A Yoshino le picaba la curiosidad aquella cualidad «inquietante» que parecía apartar a codazos la notable belleza de su cara.