16 de octubre, martes.
A las diez y cuarto de la mañana, Ryuji y Asakawa estaban en un barco de pasajeros de alta velocidad que acababa de zarpar de Atami. No había ninguna línea de ferry que fuera de Oshima a Honshu, así que habían tenido que dejar el coche en el aparcamiento de al lado del hotel Atami Korakuen. Asakawa todavía llevaba la llave en la mano izquierda.
Les faltaba una hora para llegar a Oshima. Soplaba un viento fuerte y amenazaba con llover. La mayoría de pasajeros no se habían aventurado a salir a la cubierta y se habían quedado acurrucados en sus asientos reservados. Asakawa y Ryuji no habían tenido tiempo de comprobar el clima antes de comprar sus billetes y ahora parecía que se acercaba un tifón. Las olas eran grandes y el barco se mecía más de lo normal.
Asakawa dio un sorbo a una lata de café caliente y volvió a repasar mentalmente todo lo ocurrido hasta entonces. No estaba seguro de si debían felicitarse por haber llegado tan lejos o reprocharse el hecho de no haber descubierto la identidad de Sadako Yamamura y haber partido antes hacia la isla de Oshima. Todo se había basado en el descubrimiento de que el telón negro que tapaba fugazmente las imágenes del vídeo eran unos párpados que se cerraban. Las imágenes no las había grabado una máquina sino el aparato sensorial humano. En esencia, la persona había concentrado su energía en el aparato de vídeo del bungalow B-4 mientras este estaba grabando y había creado no una foto psíquica sino un vídeo psíquico. Aquello indicaba con probabilidad unos poderes paranormales de una magnitud inconmensurable. Ryuji había dado por sentado que una persona así destacaría de la multitud, se había puesto a buscarla y finalmente había descubierto su nombre. Aunque tampoco tenía la certeza total de que aquella tal Sadako Yamamura fuera la perpetradora. Seguía siendo una simple sospechosa. Se dirigían a Oshima siguiendo las indicaciones de sus sospechas.
Asakawa se calentó las manos con la lata de café y se encogió en su asiento.
—Todavía no me lo creo, ¿sabes? Que un ser humano pueda hacer una cosa así.
—Ya no es cuestión de que te lo creas o no, ¿verdad? —contestó Ryuji sin apartar la vista del mapa de Oshima—. En cualquier caso, es una realidad que tienes delante de las narices. Ya sabes, lo que vemos no es más que una pequeña parte de un fenómeno en cambio constante.
Ryuji se apoyó el mapa en la rodilla.
—Conoces el Big Bang, ¿no? Creen que el universo nació en una explosión tremenda que tuvo lugar hace veinte mil millones de años. Puedo expresar matemáticamente la forma del universo, desde su nacimiento hasta el presente. Solamente hacen falta ecuaciones diferenciales. La mayoría de fenómenos del universo pueden expresarse mediante ecuaciones diferenciales, ¿sabes? Usándolas uno puede averiguar qué aspecto tenía el universo hace cien millones de años, hace diez billones de años, incluso un segundo o una décima de segundo después de aquella explosión inicial. Pero… No importa cuánto retrocedamos, no importa cuánto nos esforcemos por expresarlo, no podemos saber qué aspecto tenía en el punto cero, en el momento mismo de la explosión. Y hay algo más. ¿Cómo va a terminar nuestro universo? ¿Se expande el universo o se contrae? Fíjate, no conocemos el principio ni tampoco el final. Lo único que podemos conocer es lo que hay en medio. Y así es todo en la vida, amigo mío.
Ryuji le dio un golpecito a Asakawa en el brazo.
—Supongo que tienes razón. Puedo mirar álbumes de fotos y hacerme una idea razonable de cómo era yo cuando tenía tres años, o cuando era un recién nacido.
—¿Ves lo que te digo? Pero lo que hay antes de nacer y lo que hay después de la muerte… De eso no sabemos nada.
—¿Después de la muerte? Cuando mueres, se acabó, simplemente desapareces. No hay nada más, ¿no?
—Eh, ¿has estado muerto alguna vez?
—No —Asakawa negó con la cabeza con expresión seria.
—Bueno, entonces no lo sabes, ¿verdad? No sabes adónde vas después de la muerte.
—¿Estás diciendo que existen los espíritus?
—Mira, lo único que puedo decir es que no lo sé. Pero cuando hablas del nacimiento de la vida, creo que las cosas resultan un poco más fáciles si postulas la existencia de un alma. Ninguna de las paparruchas de la biología molecular moderna parece ser realmente cierta. ¿De qué hablan en realidad? «Coge centenares de distintas clases de aminoácidos, ponlos en un cuenco, mézclalos todos, añade un poco de electricidad… y voilà, aparecen las proteínas, el ladrillo con que está hecha la vida». ¿Y realmente esperan que nos creamos eso? Lo mismo podrían decirnos que somos hijos de Dios… Por lo menos eso sería más fácil de digerir. Lo que creo es que hay una clase completamente distinta en funcionamiento en el momento de nacer. Casi como si hubiera cierta voluntad implicada.
Ryuji pareció acercarse un poco a Asakawa, pero de pronto cambió de tema.
—Por cierto, no he podido evitar ver que te quedaste enfrascado en la obra del profesor cuando estábamos en el Recinto Memorial. ¿Has encontrado algo interesante?
Ahora que lo mencionaba, Asakawa recordó que había empezado a leer algo. «El pensamiento tiene energía, y esa energía…»
—Creo que ponía algo sobre el hecho de que el pensamiento es energía.
—¿Y qué más?
—No tuve tiempo de terminar de leerlo.
—Je, je. Es una lástima. Estabas llegando a lo mejor. Me hacía mucha gracia el profesor y esa forma que tenía de plantear con total seriedad cosas que escandalizan a la gente normal. Lo que el viejo decía, básicamente, es que las ideas son formas de vida y tienen energía propia.
—¿Eh? ¿Qué quieres decir, que los pensamientos que tenemos en la cabeza se pueden convertir en seres vivos?
—Eso viene a ser lo que decía.
—Bueno, es una sugerencia un poco radical.
—Lo es, ciertamente, pero desde antes de Cristo se han sugerido ideas parecidas. Supongo que puedes considerarlo simplemente una teoría distinta de la vida.
Después de decir aquello, Ryuji pareció que de pronto perdía interés en la conversación y devolvió la vista al mapa.
Asakawa entendía lo que estaba diciendo Ryuji, por lo menos en su mayor parte, pero no le encajaba muy bien. «Puede que no seamos capaces de explicar científicamente lo que nos espera. Pero es real, y como es real tenemos que considerarlo un fenómeno real y tratarlo como tal, aunque no entendamos sus causas ni sus efectos. Lo que tenemos que hacer ahora es concentrarnos en descifrar el enigma del sortilegio y salvar el pellejo, no en descifrar todos los secretos del mundo sobrenatural». Puede que Ryuji tuviera bastante razón. Pero lo que Asakawa necesitaba de él eran respuestas más claras.
Cuanto más se alejaban hacia el mar más empeoraban las sacudidas del barco y a Asakawa empezó a preocuparle la posibilidad de marearse. Cuanto más pensaba en ello más creía notar una sensación de hormigueo en el estómago. Ryuji, que había estado dormitando, levantó la cabeza de pronto y miró fuera. El mar estaba arrojando olas de color gris oscuro, y a lo lejos pudieron ver la sombra tenue de la isla.
—¿Sabes, Asakawa? Hay algo que me preocupa.
—¿Qué?
—Los cuatro chavales que murieron en el bungalow, ¿por qué no intentaron llevar a cabo el sortilegio? Otra vez.
—¿No es obvio? No creyeron en el vídeo.
—Bueno, eso era lo que yo pensaba. Eso explica por qué gastaron una broma como borrar el sortilegio. Pero acabo de recordar un viaje que hice con el equipo de atletismo del instituto. Saito irrumpió en plena noche en la habitación. Te acuerdas de Saito, ¿no? Estaba un poco mal de la cabeza. Éramos doce en el equipo y todos dormíamos juntos en la misma habitación. Y aquel idiota entró corriendo, con los dientes rechinando, y gritó: «¡He visto un fantasma!». Abrió la puerta del baño y vi a una niña agachada detrás de la papelera del lavabo: estaba llorando. Así pues, dejándome de lado a mí, ¿cómo crees que reaccionaron los otros diez tipos? —Probablemente la mitad se lo creyeron y la mitad se burlaron.
Ryuji negó con la cabeza.
—Eso es lo que pasaría en una película de terror, o en la tele. Al principio nadie se lo toma en serio pero luego el monstruo los va pillando uno tras otro, ¿no? Pero en la vida real todo es distinto. Todos ellos, sin excepción, lo creyeron. Los diez. Y no porque los diez fueran especialmente gallinas. Se podría hacer la prueba con cualquier grupo de gente y se obtendrían los mismos resultados. En los humanos hay incorporado un sentido fundamental del terror, a un nivel instintivo.
—Así pues, lo que estás diciendo es que es muy extraño que los cuatro jóvenes no creyeran en el vídeo.
Mientras escuchaba la historia de Ryuji, Asakawa estaba recordando la cara de su hija cuando lloró al ver la máscara del demonio. Recordó lo perplejo que se había quedado: ¿cómo había averiguado la niña que la máscara tenía que dar miedo?
—Mmm… Bueno, las escenas del vídeo no cuentan ninguna historia, y no todas dan miedo. Así que supongo que es posible no darles crédito. Pero al menos los cuatro jóvenes se quedaron preocupados, ¿no? Si te dijeran que llevar a cabo un sortilegio te salvaría la vida, aunque no creyeras en ello, ¿no te da la sensación de que deberías intentarlo de todos modos? Yo esperaría que por lo menos uno de ellos rompiera filas. O sea, aunque ese uno o esa una se empeñara en hacerse el valiente delante de los demás, siempre podría llevar a cabo el sortilegio en secreto después de volver a Tokio.
Asakawa se sintió peor todavía. Él también se había preguntado lo mismo. «¿Y si el sortilegio resulta ser algo imposible?»
—Así que tal vez era algo que no podían llevar a cabo, así que se convencieron a sí mismos de que no creían en ello…
A Asakawa se le ocurrió un ejemplo: ¿y si una mujer asesinada dejara un mensaje en el mundo de los vivos con el propósito de conseguir que alguna otra persona la vengara y de esa forma quedarse en paz?
—Je, je. Sé qué estás pensando. ¿Qué harías en ese caso?
Asakawa se lo preguntó a sí mismo: si el sortilegio incluyera la orden de matar a alguien, ¿sería capaz de hacerlo? ¿Sería capaz de matar a un total desconocido para salvar su vida? Pero lo que más le preocupaba era, llegado el caso, quién sería el que llevara a cabo el sortilegio. Negó con la cabeza, furioso. «Deja de pensar en estupideces». De momento lo único que podía hacer era rezar porque los deseos de aquella tal Sadako Yamamura fueran algo que se pudiera cumplir.
El perfil de la isla se iba volviendo más claro. El muelle del puerto de Motomachi se fue haciendo lentamente visible.
—Escucha, Ryuji, tengo que pedirte un favor —dijo Asakawa con tono grave.
—¿Qué?
—Si no lo consigo a tiempo… o sea… —Asakawa no pudo reunir el valor necesario para usar la palabra «morir»—. Y si al día siguiente tú descubres el sortilegio, ¿podrías…? Ya sabes, están mi mujer y mi hija.
Ryuji lo interrumpió.
—Por supuesto. Déjalo en mis manos. Yo me encargo de salvar a la mujercita y a la pequeñaja.
Asakawa sacó una tarjeta de visita y escribió un número de teléfono en el dorso.
—Voy a enviarlos a casa de los padres de ella en Ashikaga hasta que resolvamos esto. Este es el número. Te lo doy ahora, antes de que se me olvide.
Ryuji se metió la tarjeta en el bolsillo sin ni siquiera mirarla.
En aquel preciso momento llegó el anuncio de que habían atracado en el puerto de Motomachi, en la isla de Oshima. Asakawa tenía intención de llamar a su casa desde los mismos muelles y convencer a su mujer de que se fuera una temporadita a casa de sus padres. No sabía cuándo iba a volver a Tokio. ¿Quién lo sabía? Puede que se le acabara el tiempo allí, en Oshima. No podía soportar la idea de su familia sola y aterrada en su pequeño apartamento.
Mientras bajaban por la pasarela, Ryuji preguntó:
—Eh, Asakawa, ¿realmente son tan importantes una esposa y una criatura?
Era una pregunta muy poco propia de Ryuji. Asakawa no pudo aguantar la risa al responder:
—Algún día lo descubrirás.
Pero realmente Asakawa no pensaba que Ryuji fuera capaz de tener hijos como cualquier otra persona.