15 de octubre, lunes.
Cuando ahora se despertaba por las mañanas, Asakawa se sorprendía a sí mismo deseando que todo hubiera sido un sueño. Llamó a una agencia de alquiler de coches del vecindario y les dijo que recogería con puntualidad el coche que había reservado. Tenían su reserva archivada, no había ningún error. La realidad avanzaba sin pausa.
Necesitaba un medio para desplazarse si iba a intentar encontrar el origen de la emisión. Sería demasiado difícil irrumpir en las frecuencias televisivas con un transmisor inalámbrico normal y corriente. Se imaginó que debían de haberlo hecho con una unidad expertamente modificada. Y la imagen de la cinta era nítida, sin interferencias. Aquello significaba que la señal había tenido que ser fuerte y cercana. Con más información habría podido establecer la zona a la que llegaba la transmisión y de esa forma localizar el punto de origen. Pero lo único que tenía para seguir adelante era el hecho de que el televisor de la Ciudad de los Chalets la había recibido. Lo único que podía hacer era ir allí, tantear el terreno y luego empezar a peinar la zona con meticulosidad. No tenía ni idea de cuánto tiempo iba a tardar. Puso en su maleta ropa para tres días. Estaba claro que no necesitaría más.
Se miraron entre ellos, pero Shizu no dijo nada sobre el vídeo. Asakawa no había sido capaz de inventar una buena mentira, así que la había dejado irse a la cama sin más que un puñado de excusas vagas sobre la amenaza de muerte al cabo de una semana. Por su parte, Shizu parecía temer cualquier revelación específica, así que pareció feliz de dejar el asunto sin aclarar y en la penumbra. En lugar de interrogar a su marido como haría de costumbre, pareció hacer algunas conjeturas privadas que la llevaron a mantener un silencio extraño. Asakawa no sabía con exactitud cómo estaba interpretando Shizu las cosas, pero no parecía que el nerviosismo de ella fuera a disiparse. Mientras veía el culebrón matinal de siempre en la televisión, parecía extraordinariamente sensible a los ruidos de fuera y se levantaba sobresaltada de su sillón con frecuencia.
—No hablemos de esto, ¿de acuerdo? No tengo respuestas para ti. Tú deja el asunto en mis manos —aquello era lo único que se le ocurría a Asakawa para calmar la ansiedad de su mujer. No podía permitirse el lujo de mostrarse débil ante ella.
Justo cuando estaba saliendo de la casa, como si estuviera coordinado con sus movimientos, sonó el teléfono. Era Ryuji.
—He hecho un descubrimiento fascinante. Quiero que me des tu opinión —la voz de Ryuji sonaba excitada.
—¿No me lo puedes decir por teléfono? Tengo que ir a recoger un coche de alquiler.
—¿Un coche de alquiler?
—Tú eres el que me dijo que encontrara el origen de la emisión.
—Vale, vale. Escucha, deja eso de lado un momento y pásate por aquí. Tal vez después de todo no tengas que ir a buscar ninguna antena. Tal vez se desmorone toda nuestra premisa.
Asakawa decidió recoger el coche primero de todos modos, para que en caso de que todavía tuviera que ir a la Tierra Pacífica de Hakone Sur, pudiera ir directamente desde casa de Ryuji.
Asakawa aparcó el coche con dos ruedas encima de la acera y aporreó la puerta de Ryuji.
—¡Entra! Está abierto.
Asakawa abrió la puerta con brusquedad y cruzó la cocina pisando deliberadamente fuerte.
—¿Qué es ese gran descubrimiento? —se forzó a preguntar.
—¿Qué mosca te ha picado? —Ryuji levantó la vista desde el suelo, donde estaba sentado con las piernas cruzadas.
—¡Date prisa y dime qué has encontrado!
—¡Relájate!
—¿Cómo quieres que me relaje? ¡Dímelo de una vez!
Ryuji se mordió la lengua un momento. Luego preguntó amablemente:
—¿Qué pasa? ¿Ha ocurrido algo?
Asakawa se dejó caer al suelo en el centro de la sala y juntó las manos sobre las rodillas.
—Mi mujer y… mi hija han visto esa cinta de mierda.
—Vaya, eso sí que es fuerte. Lo lamento —Ryuji se lo quedó mirando hasta que Asakawa empezó a recuperar la compostura. Luego este estornudó una vez y se sonó la nariz ruidosamente—. Bueno, también quieres salvarlas, ¿no?
Asakawa asintió con la cabeza como un niño.
—Pues bueno, razón de más para mantener la cabeza serena. Así que no te voy a explicar mis conclusiones. Me limitaré a mostrarte las pruebas. Primero quiero ver qué te sugieren las pruebas. Por eso no puedo tenerte así de nervioso, ¿sabes?
—Lo entiendo —dijo Asakawa, dócilmente.
—Ahora ve a lavarte la cara o algo. Reponte.
Asakawa podía llorar delante de Ryuji. Ryuji era la válvula de escape de todas las emociones que no podía dejar escapar delante de su mujer.
Volvió a entrar en la sala, secándose la cara con una toalla, y Ryuji le dio una hoja de papel. En la hoja había un esquema sencillo:
1) Introducción 83 segundos [0] abstracto
2) Fluido rojo 49 segundos [0] abstracto
3) Monte Mihara 55 segundos [11] real
4) Erupción monte Mihara 32 segundos [6] real
5) La palabra «montaña» 56 segundos [0] abstracto
6) Dados 103 segundos [0] abstracto
7) Anciana 111 segundos [0] abstracto
8) Bebé 125 segundos [0] abstracto
9) Caras 83 segundos [33] real
10) Tele vieja 141 segundos [35] real
11) Cara de hombre 186 segundos [44] real
12) Final 132 segundos [0] abstracto
Algunas cosas estaban claras a simple vista. Ryuji había dividido el vídeo en escenas.
—Anoche se me ocurrió esto de repente. Ves lo que es, ¿no? El vídeo consta de doce escenas. A cada una le he dado un número y un título. El número que hay detrás del título es la longitud de la escena en segundos. El siguiente número, entre corchetes, es… ¿me sigues?, el número de veces que la pantalla se pone negra a lo largo de la escena.
La expresión de Asakawa estaba llena de dudas.
—Después de que te fueras ayer empecé a examinar otras escenas además de la del bebé. Para ver si también tenían instantes en negro. Y, oh maravilla, también los tenían las escenas tres, cuatro, ocho, diez y once.
—La siguiente columna dice «real» y «abstracto». ¿Qué quiere decir eso?
—Podemos dividir a grosso modo las doce escenas en esas dos categorías. Están las escenas abstractas, las que son como escenas de la imaginación, son lo que supongo que podemos llamar paisajes mentales. Las reales son cosas que existen en realidad, que se pueden ver con los ojos. Así es como las he dividido.
Ryuji hizo una breve pausa.
—Ahora mira el esquema. ¿Ves algo?
—Bueno, el telón negro solamente aparece en las escenas «reales».
—Cierto. Absolutamente cierto. Ten eso en mente.
—Ryuji, esto se está volviendo irritante. Date prisa y dime adónde quieres ir a parar. ¿Qué significa esto?
—Tranquilo, tranquilo, no te sulfures. A veces cuando nos dan las respuestas de entrada nos embotan la intuición. A mí la intuición ya me ha llevado a sacar una conclusión. Y con ella en mente, manipularé cualquier dato para racionalizar el hecho de aferrarme a esa conclusión. Es como en esas investigaciones criminales, ¿no? En cuanto aparece la idea de que el culpable es ese, de pronto parece que todas las pruebas apoyan tu tesis. Fíjate, no podemos permitirnos divagar en este punto. Necesito que apoyes mi conclusión. Es decir, quiero ver, en cuanto hayas visto las pruebas, si tu intuición te dice lo mismo que a mí la mía.
—Vale, vale. Continúa.
—Muy bien: el telón negro solamente aparece cuando la pantalla muestra paisajes reales. Eso lo hemos dejado claro. Ahora, rememora las sensaciones que tuviste la primera vez que viste las imágenes. Ayer ya hablamos de la escena del bebé. ¿Algo más aparte de eso? ¿Qué hay de la escena con todas aquellas caras?
Ryuji usó el mando a distancia para encontrar la escena.
—Échales un buen vistazo a esas caras.
La pared de docenas de caras se fue retirando lentamente y multiplicándose hasta convertirse en centenares primero y en millares después. Cuando Asakawa las miró con atención, cada una de ellas le pareció distinta, como las caras reales.
—¿Cómo te hace sentir esto? —preguntó Ryuji.
—Como si se estuvieran dirigiendo a mí. Como si me llamaran mentiroso y farsante a mí.
—Cierto. Resulta que a mí me hace sentir igual. O por lo menos lo que me hizo sentir se parece mucho a lo que estás describiendo.
Asakawa intentó concentrar sus nervios en las consecuencias de aquel dato. Ryuji estaba esperando una respuesta clara.
—¿Y bien? —volvió a preguntar Ryuji.
Asakawa negó con la cabeza.
—Nada. No se me ocurre nada.
—Bueno, si hubieras estado lo bastante tranquilo como para pasar más tiempo pensando en ello, tal vez te habrías dado cuenta de lo que yo me he dado cuenta. Fíjate, los dos hemos estado pensando que estas imágenes las captó una cámara de televisión, en otras palabras, una máquina provista de una lente, ¿no?
—¿Y no es así?
—Bueno, ¿qué es ese telón negro que cubre momentáneamente la pantalla?
Ryuji hizo avanzar la cinta fotograma a fotograma hasta que la pantalla se volvió negra. Permaneció así durante tres o cuatro fotogramas. Si uno calculaba que un fotograma era la trigésima fracción de un segundo, entonces la oscuridad duraba una décima de segundo.
—¿Por qué sucede esto en las escenas reales y no en las imaginadas? Mira la pantalla con más atención. No es del todo negra.
Asakawa acercó más la cara a la pantalla. Cierto, no era del todo negra. Algo parecido a una tenue neblina blanca flotaba en el seno de la oscuridad.
—Una sombra difusa. Lo que tenemos aquí es la persistencia de la visión. Y mientras observas, ¿no percibes una sensación increíble de inmediatez, como si estuvieras participando realmente en la escena?
Ryuji miró a Asakawa a los ojos y parpadeó una sola vez, despacio. El telón negro.
—¿Eh? —murmuró Asakawa—. ¿Es eso… un parpadeo?
—Exacto. ¿Me equivoco? Si uno piensa en ello, tiene sentido. Hay cosas que vemos con los ojos, pero también hay escenas que conjuramos con la imaginación. Como no traspasan la retina, no hay parpadeos en ellas. Pero cuando estamos mirando con los ojos, las imágenes se forman de acuerdo con la fuerza de la luz que llega a la retina. Y para evitar que se sequen las retinas, parpadeamos, inconscientemente. El telón negro es el instante en que se cierran los ojos.
Una vez más, a Asakawa le vinieron náuseas. La primera vez que terminó de ver el vídeo salió corriendo al baño, pero esta vez el escalofrío maligno fue peor todavía. No se podía sacudir de encima la sensación de que algo le trepaba por el cuerpo. El vídeo no lo había grabado una máquina. Los ojos de un ser humano, sus oídos, su nariz, su lengua y su piel: se habían usado los cinco sentidos para confeccionar aquel vídeo.
Aquellos escalofríos, aquel temblor, los causaba la sombra de alguien infiltrándose en él a través de sus órganos. Asakawa había estado viendo el vídeo desde la misma perspectiva de la cosa.
Se secó la frente una y otra vez, pero seguía perlada de gotas de sudor.
—¿Sabías…? Eh, ¿me estás escuchando? Dejando de lado las diferencias individuales, los hombres parpadean un promedio de veinte veces por minuto y las mujeres un promedio de quince veces. Eso quiere decir que habría sido una mujer quien grabó las imágenes.
Asakawa no podía oírle.
—Eh, je, je. ¿Qué te pasa? Estás tan pálido que ya pareces muerto —Ryuji se rio—. Míralo por el lado bueno. Estamos un paso más cerca de la solución. Si esas imágenes fueron registradas por los órganos sensoriales de una persona en concreto, entonces el sortilegio debe de estar relacionado con la voluntad de esa persona. En otras palabras, tal vez esa mujer quiere que hagamos algo.
Asakawa había perdido temporalmente la razón. Las palabras de Ryuji le resonaban en los oídos, pero su significado no le llegaba al cerebro.
—En todo caso, ahora sabemos lo que tenemos que hacer. Tenemos que descubrir quién es esa persona. O quién fue. Me parece probable que ya no esté entre nosotros. Lo cual quiere decir que tenemos que descubrir qué deseaba mientras estaba todavía vivo o viva.
Ryuji le guiñó el ojo a Asakawa, como diciendo: «¿Qué tal lo estoy haciendo?».
Asakawa había salido de la autopista número 3 Tokio-Yokohama y ahora se dirigía al sur por la carretera Yokohama-Yokosuka. Ryuji había abatido el asiento del pasajero y estaba durmiendo un sueño perfecto y relajado. Eran casi las dos de la tarde, pero Asakawa no tenía nada de hambre.
Asakawa extendió el brazo para despertar a Ryuji, pero no llegó a hacerlo. Todavía no habían llegado a su destino. Asakawa ni siquiera sabía adónde se dirigían. Lo único que le había dicho Ryuji era que condujera hasta Kamakura. No sabía adónde se dirigían ni por qué iban allí. Aquello lo convertía en un conductor nervioso e irritable. Ryuji había hecho las maletas a toda prisa y le había dicho que ya le explicaría adónde se dirigían cuando estuvieran en el coche. Pero una vez en camino, le había dicho:
—Esta noche no he dormido. No me despiertes hasta llegar a Kamakura —y luego se había quedado dormido en un momento.
Asakawa salió de la carretera Yokohama-Yokosuka en Asahina y luego tomó la carretera de Kanazawa durante cinco kilómetros hasta llegar a la estación de Kamakura. Ryuji llevaba unas buenas dos horas dormido.
—Eh, ya estamos —dijo Asakawa, zarandeándolo.
Ryuji estiró el cuerpo como si fuera un gato, se frotó los ojos con el dorso de las manos y sacudió la cabeza bruscamente de un lado a otro, lo cual hizo que le temblaran los labios.
—Aaah, estaba teniendo un sueño tan agradable…
—¿Qué hacemos ahora?
Ryuji se incorporó y miró por la ventanilla para ver dónde estaba.
—Sigue por esta carretera y cuando llegues a la Puerta Exterior del Santuario de Hachiman gira a la izquierda y para —Ryuji se tumbó de nuevo y dijo—: Tal vez todavía pueda pillar el final del sueño, si no te importa.
—Escucha, llegaremos dentro de cinco minutos. Si tienes tiempo para dormir, también tienes tiempo para decirme qué estamos haciendo aquí.
—Lo verás cuando lleguemos —dijo Ryuji. Luego apoyó las rodillas en el salpicadero y volvió a dormirse.
Asakawa giró a la izquierda y paró. Justo delante había una vieja casa de dos pisos con un letrero pequeño que decía: «Recinto Memorial Tetsuzo Miura».
—Métete en ese aparcamiento —al parecer, Ryuji había abierto un poco los ojos. Tenía una expresión satisfecha y los orificios nasales dilatados como si estuviera oliendo un perfume—. Gracias a ti he podido llegar al final de mi sueño.
—¿Qué has soñado? —preguntó Asakawa, e hizo girar el volante.
—¿A ti qué te parece? Estaba volando. Me encantan los sueños en que vuelo —Ryuji soltó un soplido feliz y se relamió.
El Recinto Memorial Tetsuzo Miura parecía desierto. Un espacio grande y abierto en la planta baja contenía fotografías y documentos enmarcados en las paredes o dentro de vitrinas, mientras qué la pared central estaba ocupada por una lista de los principales logros en vida del tal Miura. Al leerla, Asakawa por fin entendió quién era aquel hombre.
—Perdón. ¿Hay alguien aquí? —Ryuji levantó la voz y se dirigió a las profundidades del edificio. No hubo respuesta.
Tetsuzo Miura había muerto hacía dos años, a los setenta y dos, tras retirarse de su puesto como profesor titular en la Universidad de Yokodai. Estaba especializado en física teórica y su trabajo se concentraba en las teorías de la materia y la dinámica estadística. Pero el Recinto Memorial, por modesto que fuera, no era un resultado de sus logros como físico, sino de sus investigaciones científicas de los fenómenos paranormales. El currículum de la pared aseguraba que las teorías del profesor habían sido objeto de interés en el mundo entero, aunque era obvio que solamente un número reducido de gente les había prestado atención. Al fin y al cabo, Asakawa nunca había oído hablar de aquel tipo. ¿Y cuáles eran exactamente las teorías de aquel hombre? Para encontrar la respuesta, Asakawa empezó a examinar las piezas expuestas en las paredes y en las vitrinas. «El pensamiento tiene energía, y esa energía». Asakawa había leído hasta ahí cuando oyó los ecos procedentes de otra sala de alguien que bajaba a toda prisa unas escaleras. Se abrió una puerta y un hombre de unos cuarenta y tantos años con bigote asomó la cabeza. Ryuji se acercó al hombre y le ofreció una de sus tarjetas de visita. Asakawa decidió seguir su ejemplo y se sacó el tarjetero del bolsillo de la chaqueta.
—Me llamo Takayama. Trabajo en la Universidad de Fukuzawa —dijo en tono suave y amable. A Asakawa le hizo gracia su cambio de tono. Asakawa ofreció su tarjeta. Ante las credenciales de un académico y un periodista, el hombre parecía más bien consternado. Miró la tarjeta de Asakawa con el ceño fruncido—. Si no tiene inconveniente, nos gustaría consultar algo con usted.
—¿De qué se trata? —El hombre los miró con cautela.
—Pues verá, yo llegué a conocer al difunto profesor Miura.
Por alguna razón el hombre pareció aliviado al oír aquello y relajó su expresión. Sacó tres sillas plegables y las dispuso una enfrente de la otra.
—¿De veras? Siéntense, por favor.
—Debió de ser hace tres años… Sí, eso es, fue el año antes de que muriera. Mi universidad me estaba tanteando sobre la posibilidad de dar una conferencia sobre el método científico, y a mí se me ocurrió que podía aprovechar la oportunidad para conocer la opinión del profesor…
—¿Fue aquí, en su casa?
—Sí. Nos presentó el profesor Takatsuka.
Al oír aquel nombre, el tipo sonrió por fin. Se dio cuenta de que tenía algo en común con sus visitantes. «Estos dos deben de estar de nuestro lado. Parece que no han venido a atacarnos».
—Ya veo. Lo siento. Me llamo Tetsuaki Miura. Lo siento, se me han acabado las tarjetas de visita.
—¿Así que usted es el…?
—Sí, el hijo único del profesor. Aunque no soy digno de su apellido.
—¿De veras? Vaya, no sabía que el profesor tenía un hijo tan extraordinario.
A Asakawa le costó lo suyo no echarse a reír ante la imagen de Ryuji dirigiéndose a un hombre diez años mayor que él y calificándolo de «hombre extraordinario».
Tetsuaki Miura les enseñó brevemente el lugar. Algunos alumnos de su difunto padre se habían reunido después de su muerte para abrir la casa al público y poner en orden los materiales que el profesor había ido recopilando durante su vida. En cuanto a Tetsuaki, según les dijo en tono despectivo hacia sí mismo, no había sido capaz de convertirse en investigador tal como había querido su padre, sino que había construido una posada en el mismo solar que el museo y se dedicaba a regentarla.
—Así que aquí estoy, aprovechándome tanto de sus tierras como de su reputación. Como he dicho antes, no soy digno de mi padre.
Tetsuaki soltó una risa apesadumbrada. Su posada se usaba principalmente para excursiones de institutos de secundaria… En su mayoría clubes de física y de biología, pero también mencionó a un grupo dedicado a la investigación parapsicológica. Los clubes de secundaria necesitaban razones para ir de excursión. Básicamente, el Recinto Memorial era un cebo para atraer a grupos de estudiantes.
—Por cierto… —Ryuji se incorporó en la silla e intentó llevar la conversación al meollo de las cosas.
—Oh, lo siento, me temo que les he estado aburriendo con este parloteo. Díganme pues, ¿qué les trae por aquí?
Era obvio que Tetsuaki no tenía mucho talento para la ciencia. No era más que un comerciante que estaba adaptando su actitud a la situación presente. Asakawa se dio cuenta de que Ryuji veía al hombre con desprecio.
—Para serle sincero, estamos buscando a alguien.
—¿A quién?
—La verdad es que no conocemos su nombre. Por eso hemos venido aquí.
—Me temo que no les sigo —Tetsuaki parecía confundido, como deseoso de que sus visitantes dejaran de decir cosas absurdas.
—Ni siquiera podemos decir a ciencia cierta si esa persona sigue viva o ya ha muerto. Lo que está claro es que se trata de una persona con poderes que no tiene la gente normal.
Ryuji hizo una pausa para mirar a Tetsuaki, que pareció entender de inmediato lo que quería decir.
—El padre de usted era probablemente el mayor coleccionista en Japón de esta clase de información. A mí me contó que, usando una red de contactos que él mismo había confeccionado, había reunido a una serie de gente con poderes paranormales de todo el país. Y me dijo que estaba almacenando aquella información.
A Tetsuaki se le ensombreció la expresión. ¿No irían a pedirle que registrara todos aquellos archivos en busca de un nombre?
—Sí, por supuesto que los expedientes se han conservado. Pero hay muchísimos. Y muchas de esas personas son fraudes.
Tetsuaki palideció ante la idea de volver a inspeccionar todos aquellos expedientes. Para organizarlos había hecho falta que una docena de alumnos de su padre trabajara durante meses. Cumpliendo la voluntad del difunto, habían incluido también los casos dudosos, lo cual había inflado más todavía el volumen de los archivos.
—No queremos causarle ninguna molestia en absoluto. Si nos da permiso, inspeccionaremos los archivos nosotros mismos, los dos.
—Están en el piso de arriba. Tal vez les gustaría echarles un vistazo primero.
Tetsuaki se puso de pie. Sus visitantes solamente hablaban así porque no conocían el volumen de los archivos. Le daba la sensación de que, en cuanto le echaran un vistazo a las estanterías, no se atreverían con ellos. Los llevó al segundo piso.
Los archivos estaban en una sala de techo alto al final de la escalera. Entraron en la sala y se encontraron delante de dos estanterías con siete estantes cada una. Cada archivador contenía materiales relativos a cuarenta casos, y a primera vista parecía haber miles de archivadores. Asakawa no vio la reacción de Ryuji, estaba demasiado ocupado palideciendo él también. «Si nos dedicamos a esto, podemos morir aquí, en la penumbra de esta sala. ¡Tiene que haber otra manera!»
Ryuji, sin inmutarse, preguntó:
—¿Le importa si echamos un vistazo?
—Adelante —Tetsuaki se quedó observándolos un rato, en parte por puro asombro y en parte por curiosidad hacia lo que pensaban que iban a encontrar. Pero al final pareció renunciar a ello—. Tengo trabajo —dijo, y se marchó.
Cuando se quedaron solos, Asakawa se volvió hacia Ryuji y le dijo.
—Bueno, ¿quieres decirme qué está pasando?
Tenía la voz un poco pastosa, porque todavía estaba estirando el cuello para examinar los archivos. Era lo primero que decía desde que habían entrado en el recinto. Los archivos estaban ordenados cronológicamente, empezando en 1956 y terminando en 1988, el año de la muerte de Miura. Solamente la muerte había hecho bajar el telón sobre su investigación de treinta y dos años.
—No tenemos mucho tiempo, así que te lo diré mientras buscamos. Yo empezaré por mil novecientos cincuenta y seis. Tú empieza por mil novecientos sesenta.
Asakawa sacó un expediente con gesto vacilante y lo hojeó. Cada página contenía por lo menos una foto y un papel en el que había escrita una breve descripción junto con un nombre y una dirección.
—¿Qué tengo que buscar?
—Fíjate en los nombres y direcciones. Estamos buscando a una mujer de la isla de Izu Oshima.
—¿Una mujer? —Asakawa inclinó la cabeza en gesto interrogativo.
—¿Recuerdas a la anciana del vídeo? Le estaba diciendo a alguien que iba a dar a luz a una criatura. ¿Te parece que estaba hablando con un hombre?
Ryuji tenía razón. Los hombres no podían dar a luz.
Así que empezaron a buscar. Era una tarea simple y repetitiva, y como Asakawa preguntó por qué existían aquellos archivos, Ryuji se lo explicó.
Al profesor Miura siempre le habían interesado los fenómenos sobrenaturales. En la década de 1950, había empezado a experimentar con los poderes paranormales, pero no había conseguido resultados lo bastante fiables como para formular una teoría científica. Los clarividentes resultaban ser incapaces de llevar a cabo delante de un público lo que antes habían hecho con facilidad. Para desplegar aquellos poderes hacía falta concentración. Lo que buscaba el profesor Miura era una persona que pudiera ejercer aquellos poderes en cualquier momento y bajo cualesquiera circunstancias. Miura se daba cuenta de que si su sujeto de estudio fracasaba delante de testigos, a él lo considerarían un farsante. Estaba convencido de que tenía que haber más gente con poderes paranormales de los que él conocía, así que se propuso encontrarlos. Pero ¿cómo? No podía entrevistar a nadie en busca de clarividencia, adivinación o telequinesis. Así que inventó un método. A cualquiera que pudiera tener aquellos poderes les enviaba un pedazo de película dentro de un sobre sellado, les pedía que grabaran mentalmente en él algún dibujo o alguna imagen y que se lo enviaran de vuelta sin romper el sello. De aquella forma podía calibrar los poderes de sus sujetos incluso a larga distancia. Y como aquellas fotografías psíquicas parecían ser un poder bastante básico, la gente que lo poseía a menudo también eran clarividentes. En 1956 empezó a reclutar a gente con poderes paranormales de todo el país, con la ayuda de antiguos alumnos suyos que habían empezado a trabajar en editoriales y periódicos. Aquellos antiguos alumnos formaron una red que hacía llegar al profesor Miura cualquier rumor sobre poderes sobrenaturales. Sin embargo, el examen de la película que le devolvían sugería que no más de una décima parte de los candidatos tenía algún poder. El resto habían roto con habilidad el sello y habían cambiado la película. Los casos más obvios de engaño fueron cribados en aquella fase, pero otros que no estaban nada claros se habían conservado y habían acabado engrosando aquella colección impracticable que Asakawa tenía delante. En los años transcurridos desde que Miura empezara su tarea, la red se había perfeccionado gracias al desarrollo de los medios de comunicación y al número creciente de antiguos alumnos que participaban en ella. Los datos se habían ido acumulando año tras año hasta la muerte del profesor.
—Ya veo —murmuró Asakawa—. Ese es el sentido de esta colección. Pero ¿cómo sabes que el nombre de la persona que estamos buscando se encuentra aquí?
—No digo que sea seguro que esté aquí. Pero hay una posibilidad muy grande. Tú fíjate en lo que hizo. Tú sabes que hay algunas personas que pueden llevar a cabo fotografías con la mente. Pero no puede haber mucha gente con poderes paranormales que puedan llegar a proyectar imágenes en un tubo catódico sin ninguna clase de equipo. Es un poder de primerísimo orden. Alguien con un poder así destacaría sin intentarlo siquiera. No creo que la red de Miura hubiera pasado por alto a alguien así.
Asakawa tuvo que admitir que la posibilidad era real. Redobló sus esfuerzos.
—Por cierto, ¿por qué estoy buscando en mil novecientos sesenta? —Asakawa levantó la vista de repente.
—¿Recuerdas la escena del vídeo donde sale un televisor? Es un modelo muy antiguo. Uno de los primeros que hubo. De los cincuenta o de principios de los sesenta.
—Pero eso no quiere decir que…
—Cállate. Aquí estamos hablando de probabilidad, ¿vale?
Asakawa se reprendió a sí mismo por llevar un rato tan irritado. Pero tenía buenas razones para ello. Dadas las limitaciones del marco temporal, el número de expedientes era enorme. Sería antinatural tomárselo con calma.
En aquel momento, Asakawa vio las palabras «Izu Oshima» en el expediente que tenía en la mano.
—¡Eh! Tengo uno —gritó en tono triunfante.
Ryuji se dio la vuelta, sorprendido, y miró el expediente.
«Motomachi, Izu Oshima, Teruko Tsuchida, 37 años». El matasellos era del 14 de febrero de 1960. Una fotografía en blanco y negro mostraba una línea blanca en forma de relámpago sobre un fondo negro. La descripción decía: «El sujeto envió esto con una nota prediciendo una imagen en forma de cruz. No hay signos de sustitución».
—¿Qué te parece? —Asakawa estaba temblando de emoción mientras esperaba la reacción de Ryuji.
—Es una posibilidad. Apunta el nombre y la dirección, por si acaso.
Ryuji regresó a su búsqueda. Asakawa se sentía mejor por haber encontrado una posible candidata tan deprisa, pero al mismo tiempo estaba un poco insatisfecho por la sequedad de la respuesta de Ryuji.
Pasaron dos horas. No encontraron a ninguna otra mujer de Izu Oshima. La mayoría de los envíos eran o bien de Tokio o bien de la región circundante de Kanto. Tetsuaki apareció y les ofreció té y un par de comentarios posiblemente sarcásticos antes de marcharse. Las manos de Asakawa y Ryuji cada vez hojeaban más despacio los expedientes. Llevaban dos horas y ni siquiera habían cubierto un año de los archivos.
Por fin Asakawa consiguió terminar con 1960. Cuando iba a empezar con 1961, echó un vistazo casual a Ryuji. Ryuji estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, inmóvil y totalmente enfrascado en un expediente abierto. «¿Se ha dormido, el muy idiota?» Asakawa extendió el brazo, pero en aquel momento Ryuji dejó escapar un gemido ahogado.
—Me estoy muriendo de hambre. ¿Por qué no vas a comprar algo de comida para llevar y té de oolong? Oh, y haz un par de reservas para esta noche en Le Petite Pensión Soleil.
—¿De qué coño hablas?
—Es la posada que tiene el tipo.
—Ya lo sé. Pero ¿por qué iba a querer quedarme a pasar la noche allí contigo?
—¿Prefieres no hacerlo?
—Para empezar, no tenemos tiempo para holgazanear en una posada.
—Aunque la encontráramos hoy, no hay forma de llegar a Izu Oshima ahora mismo. Hoy ya no podemos ir a ningún sitio. ¿No te parece que sería mejor dormir bien esta noche y reservar nuestras energías para mañana?
Asakawa sintió una aversión indescriptible hacia pasar la noche en una posada con Ryuji. Pero no había alternativa, así que lo dejó estar, se fue a comprar la comida y le dijo a Tetsuaki Miura que se quedarían a pasar la noche. Luego él y Ryuji se comieron su comida preparada y se bebieron su té de oolong. Eran las siete de la tarde. Una pequeña pausa.
Asakawa tenía los brazos cansados y los hombros agarrotados. Se le nubló la vista y se quitó las gafas. Lo que hizo, sin embargo, fue acercarse tanto los expedientes a la cara que podría lamerlos si quisiera. Tenía que concentrarse al máximo, de otro modo temía que se le pasaría algo por alto, lo cual lo agotaba todavía más.
Las nueve en punto. Un alarido de Ryuji rompió el silencio de los archivos.
—¡Lo encontré, por fin! Ahí es donde se estaba escondiendo.
Asakawa se acercó al expediente como si este lo atrajera. Se sentó al lado de Ryuji y se volvió a poner las gafas para mirarlo.
«Izu Oshima, Sashikiji. Sadako Yamamura. 10 años». El matasellos era del 29 de agosto de 1958. «El sujeto envió esto con una nota que predecía que lo que había grabado era su nombre. Es auténtica, no hay duda». Había adjunta una fotografía que mostraba el carácter yama, «montaña», en blanco sobre fondo negro. Asakawa había visto antes aquel carácter.
—Es… Es ella —dijo con voz trémula.
En el vídeo, inmediatamente después de la erupción del monte Mihara, había un plano del carácter «montaña» idéntico a aquel. Y no solamente eso, sino que en la pantalla del viejo televisor de la décima escena aparecía el carácter sada. Y aquella mujer se llamaba Sadako Yamamura.
—¿Qué te parece? —preguntó Ryuji.
—No hay duda. Es ella.
Por fin Asakawa se sintió esperanzado. Le pasó también por la mente la idea de que tal vez, solamente tal vez, resolvieran el caso a tiempo.