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Los dos hombres se dirigieron a casa de Asakawa en taxi. Si no había atascos se tardaba menos de veinte minutos en llegar desde Roppongi hasta Kita Shinagawa. Lo único que podían ver en el retrovisor era la frente del taxista. Este mantenía un silencio firme, con una mano en el volante, y no intentaba entablar ninguna conversación con aquellos pasajeros. Bien pensado, todo aquello había comenzado con un taxista locuaz. «Si no hubiera cogido un taxi aquella vez no se habría visto metido en aquel jaleo terrible», pensó Asakawa mientras recordaba los sucesos de hacía dos semanas. Lamentaba no haber comprado un billete de metro y haber hecho todos los transbordos, por muy coñazo que fueran.

—¿Podemos hacer una copia del vídeo en tu casa? —preguntó Ryuji.

Asakawa tenía dos reproductores de vídeo por el trabajo. Uno de ellos era un aparato que habían comprado cuando se pusieron de moda y no funcionaba a la perfección, pero por lo menos hacía copias sin problemas.

—Sí, claro.

—Muy bien, en ese caso quiero que me hagas una copia lo antes posible. Quiero tomarme mi tiempo y estudiarla en mi casa.

«Tiene agallas», pensó Asakawa. Y en su estado de ánimo presente, aquellas palabras le resultaron alentadoras.

Decidieron salir del taxi en las colinas Gotenzan y caminar desde allí. Eran las 8.50 h. Todavía era posible que su mujer y su hija estuvieran despiertas a aquella hora. Shizu siempre bañaba a Yoko un poco antes de las nueve y luego la ponía a dormir. Se acostaba junto a la niña para ayudarla a conciliar el sueño y así se quedaba dormida ella también. Y en cuanto se iba a dormir, a Shizu nada la sacaba de la cama. En un esfuerzo por pasar el máximo de tiempo hablando a solas con su marido, Shizu había dejado durante una época mensajes en la mesa que decían: «Despiértame». Así que cuando llegaba a casa del trabajo, Asakawa seguía sus instrucciones, creyendo que su mujer realmente quería levantarse, e intentaba despertarla. Pero ella no se despertaba. Él insistía pero ella se limitaba a agitar las manos frente a la cara como si estuviera espantando una mosca, con el ceño fruncido y soltando gruñidos irritados. Estaba despierta a medias, pero la voluntad de volver a dormir era mucho más fuerte que Asakawa, que al final tenía que cortar por lo sano y retirarse. Al final, con o sin nota, Asakawa dejó de intentar despertarla y ella no volvió a dejar notas. Para entonces, las nueve se habían convertido en la hora inviolable de irse a dormir de Shizu y Yoko. En una noche como aquella, sin embargo, era más conveniente que fuera así.

Shizu odiaba a Ryuji. A Asakawa aquella actitud le parecía básicamente razonable, así que nunca le había preguntado por qué. «Te lo ruego, no lo vuelvas a traer a casa». Asakawa todavía recordaba el asco en la cara de su mujer al decir aquello. Pero sobre todo, no podía poner aquel vídeo delante de Shizu y Yoko.

La casa estaba a oscuras y en silencio, y el aroma del agua caliente del baño con jabón llegaba flotando hasta el recibidor. Era evidente que la niña y su mamá acababan de irse a dormir, con toallas debajo del pelo mojado. Asakawa acercó la oreja a la puerta del dormitorio para asegurarse de que estaban dormidas y luego llevó a Ryuji al comedor.

—¿Así que la niña se ha ido a dormir? —preguntó Ryuji en tono decepcionado.

—¡Chsss…! —dijo Asakawa, llevándose un dedo a los labios.

Shizu no iba a despertarse por algo así, pero la verdad era que Asakawa no estaba seguro de que su mujer no fuera a notar algo fuera de lo común y fuera a salir de su habitación al fin y al cabo.

Asakawa conectó las clavijas de salida de uno de los vídeos a las de entrada del otro, luego metió la cinta. Antes de pulsar la tecla de play, miró a Ryuji como diciendo: «¿De verdad quieres hacer esto?».

—¿Qué problema hay? Ponlo, deprisa —le apremió Ryuji, sin apartar la mirada de la pantalla.

Asakawa le puso el mando a distancia en la mano a Ryuji, luego se puso de pie y fue a la ventana. No le apetecía verlo. En realidad tendría que verlo una y otra vez, analizándolo con frialdad, pero no parecía capaz de encontrar ánimos para continuar con aquello. Solamente quería escapar. Nada más. Asakawa salió al balcón y fumó un cigarrillo. Al nacer Yoko le había prometido a su mujer que no fumaría dentro del apartamento y nunca había roto aquella promesa. Aunque llevaban tres años casados, él y su mujer tenían una relación relativamente buena. No podía ir en contra de los deseos de su mujer, no después de que ella le diera a su querida Yoko.

Miró la sala desde el balcón: la imagen parpadeaba al otro lado del cristal esmerilado. El cociente de miedo era distinto al verlo aquí, rodeado de tres personas en el sexto piso de un edificio de apartamentos del centro de la ciudad, en comparación a verlo a solas en la Ciudad de los Chalets. Pero incluso si Ryuji lo hubiera visto en las mismas condiciones, probablemente no habría perdido la cabeza ni se habría echado a llorar ni nada. Asakawa contaba con que se riera y soltara palabrotas mientras veía el vídeo, e incluso con que mirara lo que aparecía en la pantalla con expresión amenazadora.

Asakawa se terminó el cigarrillo y regresó dentro. En aquel momento se abrió la puerta que separaba el comedor del pasillo y apareció Shizu en pijama. Agitado, Asakawa agarró el mando a distancia y paró el vídeo.

—Pensaba que dormías —la voz de Asakawa tenía un matiz de reproche.

—He oído ruidos —dijo Shizu mirando alternativamente la pantalla de televisión, con sus imágenes distorsionadas y su ruido de estática, y a Ryuji y Asakawa. Con una nube de sospecha en la cara.

—¡Vuelve a la cama! —dijo Asakawa en un tono de voz que no dejaba lugar a preguntas.

—Creo que tendríamos que dejar que la señora se uniera a nosotros, si quiere. Es bastante interesante —Ryuji, todavía sentado en el suelo con las piernas cruzadas, levantó la vista.

A Asakawa le entraron ganas de gritarle. Pero en vez de hablar, metió todos sus pensamientos en el puño y dio un puñetazo en la mesa. Asustada por el ruido, Shizu llevó la mano rápidamente al pomo de la puerta, luego entrecerró los ojos, hizo una reverencia apenas perceptible y le dijo a Ryuji:

—Por favor, estás en tu casa.

Y, diciendo eso, dio media vuelta y desapareció tras la puerta. Dos hombres solos de noche, poniendo vídeos y parándolos… Asakawa sabía muy bien lo que se estaba imaginando su mujer. No le había pasado por alto la expresión de desprecio de los ojos entrecerrados de su mujer: desprecio no tanto por Ryuji sino por los instintos masculinos en general. Asakawa se sentía mal por no poder darle una explicación.

Tal como Asakawa había esperado, Ryuji estaba perfectamente tranquilo después de ver el vídeo. Se puso a silbar mientras rebobinaba la cinta y luego empezó a examinarla punto por punto, usando las funciones de avance rápido y pausa.

—Bueno, parece que ahora un servidor también está implicado. A ti te quedan seis días y a mí siete —dijo Ryuji en tono jovial, como si le hubieran permitido apuntarse a un concurso.

—Entonces, ¿qué te parece? —preguntó Asakawa.

—Es un juego de niños.

—¿Eh?

—¿No hacías lo mismo tú cuando eras niño? ¿Asustar a tus amigos enseñándoles una foto terrorífica y decirles que todo el que la veía era víctima de una maldición? Cadenas de cartas, esas cosas.

Por supuesto, Asakawa también había experimentado aquellas cosas. Todo aquello aparecía en los cuentos de fantasmas que se contaban mutuamente en las noches de verano.

—¿Qué estás intentando decir?

—Supongo que nada. Esa es la impresión que me da.

—¿Has visto algo más? Dime.

—Mmm… Bueno, las imágenes en sí mismas no son especialmente terroríficas. Parece una combinación de imágenes realistas y abstractas. Si no fuera por el hecho de que han muerto cuatro personas exactamente como dictaba el vídeo, podríamos reírnos y pensar que es una chorrada, ¿no?

Asakawa asintió. Lo que hacía que todo fuera tan inquietante era saber que las palabras del vídeo no eran ninguna mentira.

—La primera pregunta es: ¿por qué murieron aquellos pobres desgraciados? Se me ocurren dos posibilidades. La última escena del vídeo contiene la afirmación: «El que vea esto está predestinado a morir», y luego, inmediatamente después, había… bueno, a falta de una palabra mejor, lo podemos llamar un sortilegio. Una forma de escapar de ese destino. De modo que aquellos cuatro borraron la parte que explicaba el sortilegio y por eso algo los mató. O tal vez simplemente no hicieron uso del sortilegio y por eso algo los mató. Supongo que antes de dar eso por sentado, sin embargo, tenemos que cerciorarnos de si fueron realmente ellos quienes borraron el sortilegio. Es posible que ya estuviera borrado cuando ellos vieron el vídeo.

—¿Cómo vamos a determinar eso? No se lo podemos preguntar, ya sabes.

Asakawa sacó una cerveza de la nevera, se llenó un vaso y lo colocó delante de Ryuji.

—Fíjate.

Ryuji volvió a poner el final del vídeo y observó con atención el momento exacto en que terminaba el anuncio de espirales antimosquitos que borraba el sortilegio. Puso la cinta en pausa y empezó a hacerla avanzar despacio, fotograma a fotograma… Finalmente, durante una única fracción de segundo, se reanudó el programa que el anuncio había estado interrumpiendo. Era un programa de tertulias que emitía una de las televisiones nacionales cada noche a las once. El señor de pelo canoso era un autor de éxito, y con él estaban una joven encantadora y un joven al que reconocieron como un autor de narraciones tradicionales de la región de Osaka. Asakawa acercó la cara a la pantalla.

—Seguro que reconoces este programa —dijo Ryuji.

—Es La tertulia de la noche de la NBS.

—Exacto. El escritor es el presentador, la chica es su partenaire y el narrador es el invitado del día. Por tanto, si averiguamos qué día estaba invitado ese hombre, sabremos si los cuatro chicos borraron el sortilegio.

—Ya entiendo.

La tertulia de la noche se emitía todos los días laborables a las once. Si resultaba que aquella emisión en concreto se había llevado a cabo el 29 de agosto, entonces habían sido los cuatro jóvenes los que la habían borrado en la Ciudad de los Chalets.

—La NBS está asociada con vuestros editores, ¿no? Averiguar esto tendría que ser fácil.

—Vale. Lo miraré.

—Hazlo, por favor. Puede que nuestras vidas dependan de ello. Asegurémonos de todo, por banal que parezca. ¿Verdad, compañero de armas?

Ryuji le dio una palmada en el hombro a Asakawa. Ahora los dos se las veían con la muerte. Eran compañeros de armas.

—¿No tienes miedo?

—¿Miedo? Al contrario, amigo mío. Es bastante excitante tener un plazo límite, ¿no? El castigo para el perdedor es la muerte. Fantástico. No tiene gracia jugar si no estás preparado para acabar muriendo.

Ryuji llevaba un rato actuando como si todo aquello le gustara, pero a Asakawa le preocupaba que fuera pura fanfarronería, una tapadera para su miedo. Ahora que miraba a su amigo a los ojos, sin embargo, no veía en ellos ni un ápice de miedo.

—Luego averiguamos quién ha hecho este vídeo, cuándo y con qué propósito. Dices que la Ciudad de los Chalets se construyó hace solamente seis meses, así que contactamos con todo el mundo que se haya quedado en el B-4 y averiguamos quién llevó una cinta de vídeo. Supongo que no pasa nada si restringimos la búsqueda a finales de agosto. Lo más probable es que fuera alguien que estuvo allí justo antes que las cuatro víctimas.

—¿Eso también es trabajo mío?

Ryuji se bebió la cerveza de un trago y pensó un momento.

—Por supuesto. Tenemos un plazo límite. ¿No tienes ningún amigo en el que puedas confiar? Si lo tienes, haz que te ayude.

—Bueno, hay un periodista que está interesado en este caso. Pero este es un asunto de vida o muerte. No puedo simplemente… —Asakawa estaba pensando en Yoshino.

—No te preocupes, no te preocupes. Involúcralo. Enséñale el vídeo. Eso le pondrá un cohete en el culo. Te ayudará con gusto, confía en mí.

—No todo el mundo es como tú, ¿sabes?

—Pues dile que es porno del mercado negro. Oblígalo a verlo. Lo que sea.

No servía de nada razonar con Ryuji. No se lo podía enseñar a nadie sin averiguar primero el sortilegio. Asakawa sentía que estaba en un callejón sin salida lógico. Descifrar los secretos del vídeo requería una investigación bien organizada, pero debido a la naturaleza del vídeo era imposible alistar a nadie. Había muy poca gente como Ryuji, que estuviera dispuesta a jugar a los dados con la muerte sin pestañear. ¿Cómo reaccionaría Yoshino? También tenía mujer e hijos. Asakawa dudaba que estuviera dispuesto a arriesgar su vida solamente para satisfacer su curiosidad. Pero podía ser de ayuda aunque no viera el vídeo. Tal vez Asakawa podía contarle todo lo que había pasado, solamente por si acaso.

—Sí. Lo intentaré.

Ryuji estaba sentado a la mesa del comedor con el mando a distancia en la mano.

—Muy bien. Lo siguiente es dividir esta cosa en dos categorías: escenas abstractas y escenas reales.

Tras decir aquello, hizo aparecer en la pantalla la erupción volcánica y puso la cinta en pausa.

—Mira, fíjate en ese volcán. No importa cómo se mire, es real. Tenemos que averiguar qué montaña es. Y también está la erupción. Cuando sepamos el nombre de la montaña, podremos averiguar cuándo entró en erupción y, por tanto, cuándo y dónde se filmó esa escena.

Ryuji volvió a poner la cinta en movimiento. Apareció la anciana y empezó a decir Dios sabe qué. Varias de las palabras parecían un dialecto regional.

—¿Qué dialecto es ese? En mi universidad hay un especialista en dialectos. Se lo preguntaré. Eso nos dará alguna idea de dónde viene esa mujer.

Ryuji pasó la cinta con la función de avance rápido hasta la escena cerca del final donde salía el hombre de los rasgos distintivos. Le caía el sudor por la cara y jadeaba mientras mecía rítmicamente el cuerpo. Ryuji puso la cinta en pausa antes de la parte en que el hombre tenía un corte en el hombro. Aquel era el plano más corto de la cara del hombre. Mostraba una imagen bastante clara de sus rasgos, desde la disposición de los ojos hasta la forma de la nariz y las orejas. Tenía una calva incipiente, pero no aparentaba más de treinta años.

—¿Reconoces a este hombre? —dijo Ryuji.

—No digas tonterías.

—Tiene una pinta siniestra.

—Si eso crees tú, es que tiene que ser realmente malvado. Me fío de tu opinión.

—Y haces bien. No hay muchas caras que causen tanto impacto. Me pregunto si puedes localizarlo. Eres periodista, debes de ser un profesional de esta clase de cosas.

—No digas chorradas. Tal vez se pueda identificar a criminales o a gente famosa solamente por la cara, pero no a la gente normal y corriente. En Japón viven más de cien millones de personas.

—Pues empieza por los criminales. O tal vez por los actores porno.

En lugar de responder, Asakawa sacó un cuaderno de notas. Cuando tenía muchas cosas pendientes, solía hacer listas.

Ryuji puso el vídeo en pausa. Se sirvió otra cerveza de la nevera y la repartió entre los vasos de ambos.

—Hagamos un brindis.

A Asakawa no se le ocurría ninguna buena razón para brindar.

—Tengo una premonición —dijo Ryuji, con las mejillas de color terroso ligeramente ruborizadas—. Hay cierto mal universal asociado a este incidente. Lo huelo, el mismo impulso que sentí entonces… Te hablé de ello, ¿no? De la primera mujer a la que violé.

—No me he olvidado.

—Ya hace quince años. También entonces sentí que me resonaba en el corazón una extraña premonición. Yo tenía diecisiete años. Era septiembre de mi primer año en el instituto. Estudié matemáticas hasta las tres de la mañana, luego un poco de alemán para descansar la mente. Siempre lo hacía. El estudio de los idiomas me parecía perfecto para relajar las neuronas cansadas. A las cuatro, como siempre, me tomé un par de cervezas y salí a dar mi paseo diario. Cuando salí ya se me estaba gestando algo inusual en la cabeza. ¿Alguna vez has caminado por un barrio residencial en plena madrugada? Es muy agradable. Todos los perros están dormidos. Igual que tu bebé ahora. Me encontré delante de cierto edificio de apartamentos. Era un edificio elegante de dos pisos con revestimiento de madera, y yo sabía que dentro vivía cierta universitaria muy coqueta a la que a veces veían en la calle. No sabía cuál era su apartamento. Dejé que mi mirada vagara por encima de las ventanas de los ocho apartamentos, uno tras otro. Llegado aquel momento, mientras miraba, no tenía nada preciso en mente. Solamente… ya sabes. Cuando mi mirada se posó en el extremo sur de la segunda planta, oí que algo se me abría en las profundidades del corazón y sentí que la oscuridad que había soltado sus retoños en mi mente estaba creciendo y que era cada vez más grande. Volví a mirar todas las ventanas, una detrás de otra. Una vez más empezó a arremolinarse la oscuridad en el mismo lugar. Y lo supe. Supe que la puerta no estaba cerrada con llave. No sé si es que ella se había olvidado o qué. Guiado por la oscuridad que vivía en mi corazón, subí las escaleras del apartamento y me planté delante de aquella puerta. El nombre de la placa estaba escrito en letras romanas y en orden occidental, con el nombre propio delante del apellido: YUKARI MAKITA. Agarré el pomo con la mano derecha. Lo tuve cogido un rato y por fin lo hice girar a la izquierda. No giraba. «¿Qué demonios…?», pensé, y de pronto se oyó un clic y la puerta se abrió. ¿Me sigues? No es que se hubiera olvidado de cerrar con llave, la cerradura se acababa de abrir en aquel mismo momento. La había abierto una energía. La chica había extendido la ropa de cama junto a la mesa y se había ido a dormir. Yo había esperado encontrarla en la cama, pero no era así. Le salía una pierna de debajo de las mantas…

Llegado aquel punto Ryuji interrumpió la historia. Parecía estar reproduciendo con agilidad los sucesos siguientes en el fondo de su mente, contemplando sus recuerdos lejanos con una mezcla de ternura y crueldad. Asakawa nunca había visto a Ryuji tan confuso.

—… Y luego, dos días más tarde, volviendo de la escuela a casa, pasé por delante de aquel bloque de apartamentos. Había un camión de dos toneladas aparcado delante y unos tipos estaban sacando muebles del edificio. Y la persona que se mudaba era Yukari. Estaba allí sin hacer nada, apoyada en una pared, acompañada por un tipo que debía de ser su padre, limitándose a mirar cómo se llevaban sus muebles. Y así es como Yukari desapareció de mi vida. No sé si volvió a casa de sus padres o consiguió otro apartamento en alguna parte y siguió yendo a la misma facultad… Pero no podía seguir viviendo ni una hora más en aquel apartamento. Je, je, pobrecita. Debió de pasar un miedo terrible.

A Asakawa le costaba respirar mientras escuchaba aquella historia. Le daba asco el mero hecho de estar sentado con él bebiendo cerveza.

—¿No te sientes ni un poco culpable?

—Estoy acostumbrado. Tú dale un puñetazo todos los días a una pared de ladrillo. Al final ya no notarás el miedo.

«¿Es por eso que lo sigues haciendo?» Asakawa se juró en silencio no volver a llevar a aquel hombre a su casa. O en todo caso, mantenerlo alejado de su mujer y su hija.

—No te preocupes. Nunca les haría nada parecido a tus criaturitas.

Ryuji le había leído la mente. Nervioso, Asakawa cambió de tema.

—Has dicho que tienes una premonición. ¿Cuál es?

—Ya sabes, un mal presagio. Solamente una energía fantásticamente malvada podría producir una diablura tan enrevesada.

Ryuji se levantó. Ni siquiera de pie era mucho más alto que Asakawa sentado. No llegaba al metro sesenta, pero tenía unos hombros anchos y esculpidos, era fácil creer que en el instituto le hubieran dado la medalla de lanzamiento de peso.

—Bueno, me voy. Haz tus deberes. Por la mañana solamente te quedarán cinco días —Ryuji extendió los dedos de una mano.

—Ya lo sé.

—En alguna parte hay un vórtice de energía maligna. Lo sé. Me produce… nostalgia —como si intentara enfatizar sus palabras, Ryuji abrazó contra el pecho su copia de la cinta mientras se dirigía al recibidor.

—Celebremos la siguiente sesión estratégica en tu casa —dijo Asakawa, en voz baja pero con firmeza.

—Muy bien, muy bien.

La mirada de Ryuji transmitía una sonrisa.

En cuanto Ryuji se marchó, Asakawa miró el reloj de pared del comedor. Era el regalo de boda de un amigo. Su péndulo rojo en forma de mariposa oscilaba. Las 11.21 h. ¿Cuántas veces había comprobado la hora en lo que iba de día? Se estaba obsesionando con el paso del tiempo. Tal como había dicho Ryuji, por la mañana solamente le quedarían cinco días. No estaba seguro de si iba a ser capaz de descifrar el enigma de la parte borrada de la cinta. Se sentía como un paciente de cáncer que esperaba una operación con unas posibilidades casi nulas de éxito. Existía cierto debate acerca de si había que decirles o no a los pacientes de cáncer que tenían cáncer. Hasta aquel momento Asakawa siempre había creído que merecían que se lo dijeran. Pero si era así como el conocimiento le hacía sentirse a uno, entonces prefería no saberlo. Había gente que, al afrontar la muerte, vivía un estallido de la vida que les quedaba. Aquella hazaña estaba fuera del alcance de Asakawa. De momento todavía estaba bien. Pero a medida que el reloj se comía los días, las horas y los minutos que le quedaban, no confiaba en mantener la cordura. Ahora creía entender por qué le atraía Ryuji a pesar del asco que le daba. Ryuji tenía una fuerza psicológica que hacía palidecer a la suya. Asakawa vivía la vida con timidez, siempre preocupado por qué iba a pensar la gente que lo rodeaba. Ryuji, en cambio, tenía un dios —o un demonio— encadenado en su interior que le permitía vivir con total libertad y abandono. Los únicos momentos en que Asakawa sentía que su deseo de vivir ahuyentaba su miedo era cuando pensaba en cómo se sentirían su mujer y su hija después de que él muriera. Ahora le vino una preocupación repentina por ellas y abrió suavemente la puerta del dormitorio para ver cómo estaban. Las caras dormidas estaban relajadas y libres de recelo. No tenía tiempo para encogerse de terror. Decidió llamar a Yoshino para explicarle la situación y pedirle ayuda. Si dejaba para el día siguiente lo que tenía que hacer, se iba a arrepentir.