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Asakawa colgó el teléfono y se quedó un momento así, inmóvil, sin apartar la mano del auricular. El sonido de su propia voz innecesariamente excitada, esperando la reacción de su interlocutor, todavía le zumbaba en los oídos. Tenía la sensación de que no iba a ser capaz de hacer aquello. La persona al otro lado de la línea había contestado a la llamada que le acababa de pasar su secretaria en tono adecuadamente pomposo, pero mientras escuchaba la propuesta de Asakawa se le había ido suavizando el tono. Probablemente al principio había creído que Asakawa lo estaba llamando por alguna cuestión relacionada con la publicidad. Luego había llevado a cabo algunos cálculos rápidos y había percibido el beneficio potencial de que le dedicaran un artículo como aquel.

La serie «Top entrevistas» había empezado a publicarse en septiembre. La idea era elegir a presidentes que hubieran creado ellos solos sus empresas y concentrarse en los obstáculos que habían encontrado y cómo los habían superado. Teniendo en cuenta que había conseguido una cita para hacer la entrevista, Asakawa tendría que haber colgado el teléfono un poco más satisfecho. Pero algo lo agobiaba. Lo único que le contaría aquel ignorante eran las viejas batallitas empresariales de siempre, que si era un genio, que si había aprovechado la oportunidad que tenía delante y había escalado hasta lo más alto… Si Asakawa no le daba las gracias y se ponía de pie para marcharse, las hazañas bélicas no se acabarían nunca. Estaba harto de aquello. Detestaba a quien fuera que hubiera tenido la idea de iniciar aquel proyecto. Sabía perfectamente que la revista tenía que vender espacios de publicidad para sobrevivir y que aquella clase de artículos llevaban a cabo el trabajo preliminar. Pero a Asakawa no le importaba mucho que la empresa ganara dinero o lo perdiera. Lo único que le importaba era que el trabajo fuera interesante. No importaba lo fácil que fuera un trabajo físicamente: si no requería imaginación, lo acababa agotando a uno.

Asakawa se dirigió a los archivos de la cuarta planta. Necesitaba hacer algunas lecturas para documentarse de cara a la entrevista del día siguiente, pero había algo que le preocupaba por encima de aquello. Le fascinaba la idea de una relación causal y objetiva entre aquellos dos incidentes. Y entonces se acordó. Ni siquiera sabía cómo empezar, pero en el momento furtivo en que su mente se liberó de la voz de aquel ignorante se le ocurrió una pregunta:

¿Acaso aquellas dos muertes inexplicables eran las únicas que se habían producido a las once de la noche del 5 de septiembre?

De no ser así —es decir, si hubiera habido otros incidentes similares—, las probabilidades de que se tratara de una simple coincidencia serían prácticamente nulas. Asakawa decidió echar un vistazo a los periódicos de principios de septiembre. Parte de su trabajo consistía en leer meticulosamente los periódicos, pero como habitualmente no leía más que los titulares de la sección de noticias locales, era bastante probable que se hubiera perdido algo. Tenía la sensación de que era eso lo que había pasado. Le parecía recordar que hacía un mes había visto un titular extraño en la esquina de una página de la sección de noticias locales. Era un artículo pequeño, en la esquina inferior izquierda… Lo único que recordaba era dónde había aparecido. Recordaba haber leído el titular y haber pensado: «¡Eh!». Pero entonces lo había llamado alguien de la sección y el trabajo lo había distraído tanto que nunca había llegado a leer el artículo.

Con el optimismo de un niño a la busca de un tesoro, Asakawa inició su investigación con la edición matinal del 6 de septiembre. Estaba seguro de que encontraría una pista. Leer periódicos de hacía un mes en la penumbra de los archivos le estaba produciendo una exaltación psicológica que nunca habría obtenido entrevistando a un ignorante. Asakawa estaba mucho más cortado para aquellas cosas que para ir de un lado para otro haciendo la ronda y tratando con toda clase de gente.

La edición vespertina del 7 de septiembre: ahí estaba el artículo, exactamente donde él lo recordaba. Apretujado en una esquina junto a la noticia de un naufragio que se había cobrado treinta y cuatro vidas, el artículo ocupaba menos espacio todavía de lo que él recordaba. No era de extrañar que no se hubiera fijado en él. Asakawa se quitó las gafas de montura plateada, acercó la cara al periódico y estudió minuciosamente el artículo.

JOVEN PAREJA MUERE POR CAUSAS NO NATURALES EN UN COCHE DE ALQUILER

A las 6.15 h de la madrugada del 7 de septiembre, se encontró a una pareja joven muerta en los asientos delanteros de un coche en un aparcamiento de Ashina, Yokosuka, junto a una carretera prefectural. Los cuerpos los descubrió un camionero que pasaba por casualidad y que informó del caso a la comisaría de Yokosuka.

Gracias a la matrícula del coche los identificaron como un estudiante de colegio secundario privado de Shibuya, Tokio (de diecinueve años) y una alumna de un instituto femenino privado de Isogo, Yokohama (diecisiete años). El coche lo había alquilado hacía dos noches el estudiante del colegio privado a una agencia de Shibuya.

En el momento del descubrimiento, el coche estaba cerrado por dentro y tenía la llave en el contacto. La hora estimada de la muerte estaba entre la noche del 5 y la madrugada del 6. Como las ventanillas estaban cerradas, se creyó que la pareja se había quedado dormida y se había asfixiado, pero no se descartaba la posibilidad de que hubieran tomado una sobredosis de drogas para cometer un suicidio por amor. La causa exacta de la muerte estaba por determinar. De momento no había sospechas de homicidio.

Eso era todo lo que decía el artículo, pero Asakawa tuvo la sensación de haber encontrado algo importante. En primer lugar, la chica muerta tenía diecisiete años y asistía a un instituto privado para chicas de Yokohama, igual que su sobrina Tomoko. El chico que había alquilado el coche tenía diecinueve años y estudiaba en un colegio privado de secundaria, igual que el chaval que murió delante de la estación de Shinagawa. La hora estimada de la muerte era casi idéntica. Y la causa de la muerte también era desconocida.

Entre aquellas cuatro muertes tenía que haber alguna relación. No necesitaría mucho tiempo para establecer algunos elementos comunes. Después de todo, Asakawa estaba dentro de una de las organizaciones de captación de información más importantes: no le faltaban fuentes. Hizo una copia del artículo y regresó a la redacción. Sentía que había dado con un filón y su paso se aceleró espontáneamente. Apenas podía esperar el ascensor.

El club de prensa del ayuntamiento de Yokosuka. Yoshino estaba sentado a su mesa, garabateando algo en una hoja de papel manuscrito. A menos que la autopista no estuviera abarrotada, se podía llegar desde allí a la oficina principal de Tokio en una hora. Asakawa apareció detrás de Yoshino y lo llamó por su nombre:

—Eh, Yoshino.

Hacía un año y medio que no veía a Yoshino.

—¿Eh? Ah, Asakawa. ¿Qué te trae a Yokosuka? Ven, siéntate.

Yoshino acercó una silla a su mesa y le hizo una señal a Asakawa para que se sentara. Yoshino no se había afeitado y eso le daba un aspecto desastrado, pero podía ser sorprendentemente considerado hacia los demás.

—¿Todo bien por aquí?

—Supongo que sí.

Yoshino y Asakawa se conocían de cuando Asakawa todavía estaba en el departamento de noticias locales, en el que Yoshino había entrado tres años antes. Ahora Yoshino tenía treinta y cinco años.

—He llamado a la oficina de Yokosuka. Así es como me he enterado de que estabas aquí.

—¿Por qué? ¿Me necesitas para algo?

Asakawa le dio la copia que había hecho del artículo. Yoshino se lo quedó mirando durante un rato extraordinariamente largo. Ya que el artículo lo había escrito él, tendría que ser capaz de recordar lo que decía de un solo vistazo. En cambio, se quedó allí sentado con todos los nervios concentrados en el texto y con la mano paralizada en el gesto de llevarse un cacahuete a la boca. Parecía que estuviera masticando la noticia: recordando lo que había escrito y digiriéndolo.

—¿Qué pasa con esto? —Yoshino había puesto cara seria.

—Nada especial. Solamente quiero averiguar más detalles.

Yoshino se puso de pie.

—Muy bien. Vamos a la otra sala y hablemos mientras tomamos una taza de té o algo así.

—¿Tienes tiempo para esto ahora? ¿Seguro que no te interrumpo?

—No hay problema. Es más interesante que lo que estaba haciendo.

Justo al lado del ayuntamiento había un pequeño café donde se podía conseguir café a doscientos yenes la taza. Yoshino se sentó, se volvió de inmediato hacia el mostrador y levantó la voz:

—Dos cafés —luego se volvió hacia Asakawa, se inclinó sobre la mesa y se le acercó—. Vale, mira. Hace doce años que me pateo las calles para la sección local. He visto un montón de cosas. Pero nunca me he encontrado con nada tan absolutamente raro como esto.

Yoshino hizo una pausa para beber un sorbo de agua y luego continuó.

—Pero bueno, Asakawa, aquí tiene que haber un intercambio justo de información. ¿Por qué alguien de la oficina central va detrás de esto?

Asakawa no estaba listo para mostrar sus cartas. Quería guardarse la primicia. Si un experto como Yoshino se lo olía, en un abrir y cerrar de ojos se pondría tras la pista y se quedaría con el premio. Asakawa inventó una mentira sobre la marcha.

—Por nada en especial. Mi sobrina era amiga de la chica muerta y no para de pedirme información… Ya sabes, sobre el incidente. Así que como pasaba por aquí…

Era una mentira poco convincente. Le pareció captar un destello de sospecha en la mirada de Yoshino y se encogió un poco, incómodo.

—¿De veras?

—Sí, bueno, es una estudiante de instituto, ¿no? Ya es bastante malo que su amiga haya muerto, pero además están las circunstancias. No para de darme la paliza. Te lo suplico. Cuéntame los detalles.

—¿Qué es lo que quieres saber?

—¿Han decidido ya cuál es la causa de la muerte?

Yoshino negó con la cabeza.

—Básicamente están diciendo que se les pararon los corazones de repente. Y no tienen ni idea de por qué.

—¿Y la posibilidad de un asesinato? Estrangulamiento, por ejemplo.

—Imposible. No tenían marcas en el cuello.

—¿Drogas?

—No hay restos en la autopsia.

—En otras palabras, el caso no está resuelto.

—Joder, no. No hay nada que resolver. No es un asesinato, la verdad es que ni siquiera es un incidente. Murieron de alguna enfermedad, o de alguna clase de accidente, y eso es todo. Punto. Ni siquiera hay investigación.

Era una forma burda de responder. Yoshino se reclinó en su asiento.

—Así pues, ¿por qué no han publicado los nombres de los muertos?

—Porque son menores. Además, se sospecha que fue un suicidio por amor.

En aquel punto Yoshino sonrió de repente, como si acabara de recordar algo, y se inclinó de nuevo hacia delante.

—¿Sabes que el chico tenía los vaqueros y los calzoncillos bajados? Y la chica también. Tenía las bragas bajadas hasta las rodillas.

—¿Estás diciendo que fue un coitus interruptus?

—No he dicho que lo estuvieran haciendo. Se estaban preparando para hacerlo. Se estaban preparando para divertirse un rato y ¡bam! Eso es lo que pasó —Yoshino dio una palmada para apoyar sus palabras.

—¿Cuándo pasó eso?

Yoshino estaba contando su historia de forma efectista.

—Muy bien, Asakawa, sé sincero conmigo. Tú tienes algo. Me refiero a algo conectado con este caso. ¿Me equivoco?

Asakawa no contestó.

—Sé guardar un secreto. No te robaré la historia. Es que me interesa el caso.

Asakawa siguió sin soltar prenda.

—¿Me vas a dejar con la intriga?

«¿Se lo digo? Es que no puedo. Todavía no puedo decirle nada. Pero las mentiras no funcionan».

—Lo siento, Yoshino. ¿No puedes esperar un poco? Todavía no te lo puedo decir. Pero te lo cuento dentro de un par o tres de días. Te lo prometo.

Una nube de decepción cubrió la cara de Yoshino:

—Si tú lo dices, colega…

Asakawa lo miró con expresión suplicante, apremiándolo a que continuara con su historia.

—Bueno, tenemos que dar por sentado que pasó algo. ¿Un chico y una chica se asfixian cuando están a punto de hacerlo? Supongo que es posible que hubieran tomado veneno antes y que les hiciera efecto en ese preciso momento, pero no había rastros. Claro que hay venenos que no dejan rastro, pero no es concebible que una pareja de estudiantes tengan acceso a un material así.

Yoshino pensó en el lugar donde se había encontrado el coche. Había ido allí en persona y todavía tenía un recuerdo nítido. El coche estaba aparcado en un solar invadido de maleza en un pequeño barranco situado junto a la carretera prefectural sin pavimentar que iba de Ashina al monte Okusu. Los coches que pasaban por la carretera apenas podían ver el reflejo de sus retrovisores al pasar. No era difícil de imaginar por qué aquel estudiante de colegio privado, que era el que conducía, había elegido aquel lugar para aparcar. Después de que cayera la noche apenas pasaban coches por allí, y con el parapeto que ofrecía la espesa arboleda, resultaba un escondrijo perfecto para una pareja joven sin dinero.

—Luego está el hecho de que el chico tenía la cara caída sobre el volante y la ventanilla. La chica tenía la cabeza metida entre el asiento del pasajero y la portezuela. Así es como murieron. Vi cómo los sacaban del coche, con mis propios ojos. Los dos cuerpos se desplomaron fuera del coche en cuanto alguien abrió las portezuelas. Es como si en el momento de sus muertes hubiera habido alguna fuerza que los empujara desde el interior y que no se detuvo cuando murieron sino que siguió empujando durante unas treinta horas hasta que los detectives abrieron el coche y entonces salió de estampida. ¿Me estás siguiendo? Era un coche de dos puertas, uno de esos en los que no puedes cerrar las portezuelas si la llave está dentro. Y la llave estaba en el contacto, pero las portezuelas… Bueno, ya ves por dónde voy. El coche estaba cerrado herméticamente. Es difícil imaginar qué fuerza del exterior podría haberlos afectado. ¿Y qué clase de expresión supones que tenían en las caras muertas? Estaban los dos cagados de miedo. Con las caras crispadas en una mueca de terror.

Yoshino hizo una pausa para recobrar el aliento. Se oyó un ruido nítido de tragar saliva. No estaba claro de cuál de los dos procedía.

—Piensa en ello. Supón, solamente por suponer, que hubiera salido del bosque alguna bestia temible. Se habrían asustado y se habrían abrazado. Y aunque él no lo hubiera hecho, está claro que la chica se habría agarrado a él. Al fin y al cabo, eran amantes. En cambio, tenían las espaldas apoyadas en las portezuelas, como si estuvieran intentando alejarse el uno del otro tanto como pudieran.

Yoshino levantó las manos en gesto de impotencia.

—No entiendo una mierda. Si no hubiera sido por el naufragio en la costa de Yokosuka, el artículo habría tenido más espacio. En ese caso, muchos lectores habrían disfrutado intentando resolver el rompecabezas y jugando a detectives. Pero… pero. Entre los detectives y el resto de gente que estaba en la escena del incidente se habría extendido un consenso, una atmósfera. Todos venían a pensar más o menos lo mismo, y todos estuvieron a punto de soltarlo, pero ninguno lo hizo. Fue esa clase de consenso. Aunque era completamente imposible que dos jóvenes murieran de ataques al corazón exactamente en el mismo momento, aunque nadie se lo creía, todo el mundo se contó a sí mismo la mentira médica de que así era como había pasado. No es que la gente se estuviera callando nada por miedo a que se rieran de su falta de lógica científica. Es que sentían que al admitirlo estarían atrayendo hacia sí un horror inimaginable. Era más conveniente dar crédito a la explicación científica, por muy poco convincente que fuera.

Asakawa y Yoshino tuvieron sendos escalofríos simultáneos. No era de extrañar que los dos estuvieran pensando lo mismo. El silencio solamente confirmaba la premonición que se estaba gestando en el interior de cada uno de ellos. «No se ha terminado: acaba de empezar». No importaba cuántos datos científicos recopilaran: a un nivel muy básico, la gente cree en la existencia de algo que las leyes de la ciencia no pueden explicar.

—Cuando los encontraron… ¿Dónde tenían las manos? —preguntó Asakawa de repente.

—En la cabeza. O mejor dicho, más bien parecía que se estuvieran tapando la cara con las manos.

—¿Por casualidad no se estarían tirando del pelo, así? —Asakawa se tiró del pelo para demostrarlo.

—¿Eh?

—En otras palabras, ¿se estaban intentando arrancar la cabeza, o tirándose del pelo, o algo parecido?

—No, creo que no.

—Ya veo. ¿Puedes darme sus nombres y direcciones, Yoshino?

—Claro. Pero no te olvides de tu promesa.

Asakawa sonrió y asintió y Yoshino se puso de pie. Al hacerlo la mesa se balanceó y el café se les cayó en los platillos. Yoshino ni siquiera había tocado el suyo.