A solas en el coche, durante el trayecto a la biblioteca pública, Larry dispuso por fin de tiempo para sí mismo, de tiempo para ponderar lo que había hecho aquella mañana y para mitigar la vergüenza que le abochornaba.
Había traicionado a Jean.
“En realidad, no se dijo. Tampoco era tan grave. Tu viste una pequeña fantasía, nada más”.
Lo cierto es que amabas a Bonnie.
Jean no lo sabía. Creyó que fue algo colosal.
La chica está muerta, por el amor de Dios.
Debo de andar tocado del ala, tener sueños como ese.
“Rayos, es perfectamente natural. He estado estudiando a esa pobre chica mirando fotos suyas, leyendo cosas que se refieren a ella ¡Y la tengo en el garaje! ¿Quién no empezaría a soñar con ella? Debo alegrarme de que no fuera una pesadilla. ¿Y si se me hubiera presentado con el aspecto que tiene ahora?”
Quizás habría sido mejor. Puede que el susto me los hubiera puesto por corbata, pero al menos no habría acabado empinándomela y dejándome hecho polvo con esta psicosis de culpabilidad.
“Tómatelo con calma se dijo. Fue el subconsciente. Uno no puede controlar el subconsciente”.
Mierda. Fue un sueño destinado a satisfacer un deseo. Yo deseaba que viniese a mi cama. Y no fue el subconsciente lo que me indujo a volcar mi lascivia sobre…
Las noticias de la radio interrumpieron sus meditaciones.
Habían asesinado a una familia, formada por tres personas, en Recodo de la Cabeza de Mula. Prendieron fuego a su casa.
Uno de los miembros de esa familia era una joven de diecisiete años.
Se preguntó si Lane conocería a aquella muchacha. El nombre no le sonaba familiar, pero sin duda cursaría el último año en el instituto Buford. Lane tenía que conocerla, seguro.
Pensó que no debían de ser buenas amigas porque, en tal caso, él habría oído ese nombre antes. Jessica. No. No le sonaba.
Incluso aunque sólo la conociera de pasada, para Lane sería todo un choque. Una chica de su curso asesinada.
¿Es que no hay seguridad en ninguna parte?
Claro que no. ¿Qué eres tú? ¿Un idiota?
Sabes condenadamente bien que Recodo de la Cabeza de Mula no es precisamente un refugio de paz y sosiego. Bonnie, Linda y Sandra constituyen buena prueba de ello. Y no olvides a Martha Radley. Vivía en Llano de la Artemisa, pero eso es la puerta de al lado.
Todo chicas estudiantes de bachillerato.
Jessica también.
Un leve temblor de emoción se agitó en el vientre de Larry al preguntarse si existiría alguna relación entre J Jessica y las anteriores, a pesar del largo tiempo transcurrido.
No parecía probable.
¿Y si hemos desencadenado algo? ¿Y si al llevamos el cadáver de Bonnie…?
Eso es ridículo.
Además, la radio dijo que habían detenido a un joven. Lo más probable es que se trate de una pelea de enamorados. La mayoría de los homicidios tienen su origen ahí, o en una discusión entre amigos o en un robo.
Quizás esa Jessica dio calabazas a un chico y él, loco de rabia, se lo tomó por la tremenda y se cargó también a los padres, por añadidura.
En cierto sentido, supuso, no dejaba de ser una suerte.
Mejor que hubiesen muerto. Menos duro para ellos.
Si alguien le hiciese lo mismo a Lane, preferiría que me liquidaran allí mismo a que…
—No, antes querría matar al hijo de puta. Irle cortando a trocitos. Que lo sintiera. Hacerle…
¡BASTA!
Larry sacudió la cabeza vivamente, tratando de expulsar del cerebro la idea de que alguien pudiera matar a Lane.
¡No ocurriría! ¡Era imposible que ocurriese!
Podía ocurrir.
—¡Cristo! ¿Por qué me hago esto a mí mismo? Es una chica estupenda. Todos somos estupendos. Olvídalo.
Torció para entrar en el aparcamiento de la biblioteca, cortó el encendido del motor y se echó hacia atrás en el asiento. Tenía la sensación de estar ahogándose. Respiró hondo varias veces, en un intento de tranquilizarse. Los sobacos de la camisa estaban empapados. Se secó las sudorosas manos en las perneras de los pantalones.
Suspiró.
—Yo y mi maldita imaginación —murmuró.
“Claro que, de no tenerla pensó, no serías un infame autor de relatos de terror de mediano éxito”.
Aunque podría ser más feliz.
Suspiró de nuevo, se apeó del coche y se encaminó a la entrada de la biblioteca.
Desde el otro lado del mostrador de préstamos de libros, Alice le saludó con una sonrisa.
—Buenos días, Alice —dijo Larry—. Aquí estoy de nuevo, dispuesto a echar otra mirada a esos Estandartes del sesenta y ocho.
—Ah, creo que eso puede arreglarse.
La mujer se desvaneció dentro de su despacho, para volver al cabo de un momento con la caja de microfichas.
Tras darle las gracias, Larry se acomodó delante de la máquina lectora-impresora. Fue pasando fichas en la caja hasta llegar a la que tenía la etiqueta de Estandarte de la Cabeza de Mula, 15 de agosto de 1968, día siguiente al de la noticia de la desaparición de Bonnie. Sacó de su sobre la tarjeta de plástico, la insertó en el visor y puso en pantalla la primera página del periódico. Fotografías de las tres jóvenes desaparecidas. El titular rezaba:
SE BUSCA A URIAH RADLEY EN RELACIÓN CON LAS TRES ADOLESCENTES DESAPARECIDAS
—Oh, cielos —murmuró Larry. Había esperado que las historias continuasen, pero no aquello.
En el curso de las investigaciones relacionadas con la reciente desaparición de tres adolescentes de Recodo de la Cabeza de Mula, las autoridades han emprendido la búsqueda de Uriah Radley, cuya esposa e hija de dieciséis años fueron misteriosamente asesinadas en el hotel de Llano de la Artemisa, el 15 de julio.
De este sorprendente giro del caso ha informado a primera hora de la mañana el jefe de policía, Jud Ring, quien declaró que un testigo ha identificado al antiguo propietario del hotel como el hombre al que vio a bordo de una camioneta de reparto cerca de la residencia de Bonnie Saxon, poco antes de que la muchacha desapareciera.
Un primer intento de detener a Uriah Radley concluyó en fracaso cuando, esta mañana temprano, una partida de agentes de la policía de Recodo de la Cabeza de Mula, en colaboración con comisarios del sheriff del condado, realizaron una incursión en el hotel de Llano de la Artemisa, sin poder localizar al sospechoso.
Se cree que, a estas horas, Uriah Radley habrá huido de la zona. Las autoridades han remitido solicitudes de arresto a través de California, Nevada y Arizona.
Bonnie Saxon, de dieciocho años, antigua “Reina del Ánimo” del instituto Buford, desapareció de su domicilio de la avenida Usher en la noche del viernes. El hecho de que el cristal de la ventana de su cuarto apareciese roto indicaba que hubo allanamiento de morada y, por otra parte, en la cama se encontraron manchas de sangre. Bonnie Saxon es el caso más reciente de las tres jóvenes de la localidad que han desaparecido en misteriosas circunstancias.
El 10 de agosto, se produjo el secuestro de Linda Latham, cuando volvía a su domicilio de casa de una amiga. Con anterioridad, el 26 de julio, Sandra Dunlap desapareció de su hogar en circunstancias casi idénticas a las que concurrieron en la desaparición de la joven Saxon.
La información de que Uriah Radley fue visto cerca de la residencia de Bonnie Saxon el viernes por la noche se considera un dato de gran importancia en el caso de los tres secuestros.
“Tenemos mucho interés en celebrar una charla con el señor Radley”, ha comentado el jefe Ring. “Puede o no puede haber cometido los delitos, pero desde luego nos gustaría averiguar qué estaba haciendo a aquella hora delante del domicilio de Bonnie Saxon”.
Las autoridades mantienen la creencia de que las tres adolescentes fueron víctimas del mismo criminal. Ahora se cree que el arresto de Uriah Radley puede conducir a determinadas informaciones relativas al destino de las jóvenes y a su actual paradero.
Aunque hasta ahora el sospechoso ha eludido a la ley, la policía y los comisarios están llevando a cabo un registro exhaustivo de Llano de la Artemisa, con la esperanza de localizar a Radley y/o a las adolescentes desaparecidas.
Una noticia complementaria informaba de que Christine Saxon, madre viuda de Bonnie, apareció en una emisora local de televisión para hacer un “emotivo llamamiento”. Entre lágrimas, con “voz sofocada”, suplicó al secuestrador que liberase a su hijita indefensa. Al leerlo, la garganta de Larry se tensó.
“Dios se dijo. Pobre mujer”.
El artículo señalaba que el marido de Christine Saxon había muerto en accidente de automóvil. Ahora, perdía a su única hija.
Se preguntó qué habría sido de la mujer. Probablemente andaría ahora por los sesenta y tantos, caso de seguir viva.
¿Consulto la guía telefónica? ¿Y qué voy a decirle? ¿Que he encontrado el cuerpo de su niña?
No puedo hacer eso. Ni hablar.
Comprendía que era muy probable que para la mujer representara un consuelo enterarse, por fin, de lo que le había ocurrido a Bonnie. Proporcionaría a la chica un entierro adecuado.
De cualquier forma, la mujer se enteraría cuando se publicara el libro.
Rayos, también podía haber muerto.
Larry confió en ello, después se sintió culpable por desear semejante cosa, a continuación se dijo que lo mejor sería que estuviese muerta, en paz, exenta de sufrir aquel dolor infinito.
“Pero quizás esté viva aún pensó, aferrada a la débil esperanza de poder reunirse con su hija”.
El libro la destrozaría.
Me preocuparé por ello más adelante, se dijo. ¿Quién sabe? Es posible que haya muerto. O tal vez se encuentre en algún lugar remoto, desconectada, y no tenga nunca la menor noticia del libro. A propósito de eso, quizás el libro en cuestión no llegue a publicarse. ¿A qué viene ponerse en ascuas ahora por esa mujer?
Tratando de olvidarse de ella, Larry copió las dos noticias. Guardó la microficha y puso en el aparato la del Estandarte del día siguiente.
EXTRAÑOS HALLAZGOS EN EL HOTEL DE LLANO DE LA ARTEMISA
Aunque la búsqueda efectuada ayer en Llano de la Artemisa no culminó con la localización de Uriah Radley ni con el descubrimiento de alguna pista que pudiera conducir al paradero de las tres adolescentes de Recodo de la Cabeza de Mula desaparecidas, las autoridades han revelado el hallazgo de varios insólitos objetos en una habitación del hotel donde, al parecer, residía el sospechoso.
La puerta y las ventanas de la habitación del primer piso estaban decoradas con sartas de dientes de ajo. Además, se informa de que un mínimo de cuatro crucifijos aparecían a la vista, aunque se cree que los Radley profesaban la fe presbiteriana y no la católica romana.
El descubrimiento más sorprendente, sin embargo, fue el de un martillo y media docena de estacas de madera a las que se habían tallado puntas afiladas.
El jefe Ring comentó: “De chico, vi suficientes películas de miedo como para saber ahora que el ocupante de esa habitación parece ser un hombre dedicado a la actividad de matar vampiros. Me hago cargo de que suena a disparate pero ¿por qué otra razón iba un hombre a rodearse de ajos y crucifijos, por no hablar del surtido de puntiagudas estacas de madera? Uriah siempre fue un individuo extraño. Podría ser que la pérdida de su esposa y de su hija le desquiciara por completo”.
El jefe de policía expuso a continuación la hipótesis de que cabía la posibilidad de que Uriah Radley hubiera llegado a creer que los vampiros fueron los responsables de la matanza de su familia. “De alguna forma, puede que se le metiera en la cabeza la idea de que Sandra Dunlap, Linda Latham y Bonnie Saxon eran las culpables y de que se trataba de tres vampiras. En la búsqueda de las muchachas, operamos de acuerdo con tales conjeturas”.
Interrogado sobre las perspectivas de encontrar con vida a las tres jóvenes, el jefe Ring respondió: “Lo único que puedo decir es que continuaremos buscando y confiando que esto acabe de la mejor manera”.
Larry se echó hacia atrás en la silla y contempló fijamente la pantalla.
“Dios mío pensó Larry, ¡sin duda yo tenía razón!” Recordó sus especulaciones del día anterior, después de leer que Uriah se encargó de que incineraran a su esposa y a su hija. Se había preguntado entonces si aquel loco hijo de mala madre estaba pensando en vampiros cuando ordenó que quemasen los cadáveres. Y la posibilidad le había parecido remota.
Pero el individuo tenía en su cuarto ajos, crucifijos y estacas aguzadas.
Fue a por las chicas, convencido de que eran las vampiras que asesinaron a su familia.
¡Increíble!
Larry enarcó las cejas, extrañado de no haberse enterado de nada de todo aquello hasta aquel momento. Después de lo que se encontró en la habitación de Uriah, los medios de comunicación tenían que haberse vuelto locos. Cualquiera hubiese dicho que era una noticia de alcance nacional.
Probablemente tuvo bastante resonancia y atención en periodicuchos tales como The National Inquirer, que la publicaría junto al habitual conjunto de historias sobre visitas de ovnis, reses destripadas, hombres que dan a luz y esa clase de cosas.
La prensa normal puede que hubiese cubierto el caso en cierta pequeña medida, pero Larry no recordaba haber leído nada acerca de la situación. En el verano de 1968 se produjeron acontecimientos de mayor trascendencia: el asesinato de Robert Kennedy; la captura de James Earl Ray por los disparos que en abril concluyeron con la vida de Martin Luther King; los disturbios callejeros a causa de Vietnam y del asesinato de King. Nada de extraño tenía que se prestara poca o ninguna atención a un pelagatos de un pueblo perdido en el desierto, que perdía el juicio y secuestraba a tres adolescentes a las que creía vampiras. Sobre todo teniendo en cuenta que no se encontraron los cuerpos de las chicas ni se llegó nunca a aprehender a Uriah.
Larry hizo una copia de la noticia y luego prosiguió sus indagaciones.
La edición del Estandarte correspondiente a 11 de agosto incluía una nota en la que se indicaba que la exhaustiva búsqueda realizada en Llano de la Artemisa y “sus alrededores” no había dado como fruto el hallazgo de las muchachas desaparecidas. Uriah Radley continuaba en libertad.
Otro corto de la edición del 22 de agosto informaba de que no se había producido ninguna novedad en el caso.
El domingo, 1 de septiembre, se celebró en la Iglesia Primera Presbiteriana un servicio religioso por Sandra Dunlap, Linda Latham y Bonnie Saxon. Asistieron al mismo familiares y amigos de las tres jóvenes desaparecidas. Se recordó a las chicas. Se rezó por su vuelta a casa sanas y salvas y por el consuelo de sus seres queridos durante tan terrible prueba.
Larry observó que al servicio no se lo llamaba “memorial”. A las chicas se las “recordó”, no se les “hizo panegírico”. Las oraciones se rezaron por su regreso a casa.
Supuso que todo el mundo sabía que no iban a volver a ver a aquellas pobres chicas, pero se aferraban aún a una ínfima y frágil sombra de esperanza.
Larry imprimió las notas, puso las otras páginas en la pantalla, no encontró nada de interés y pasó a la siguiente microficha de la caja. Fue revisando las fichas una tras otra, pero llegó al final de septiembre sin haber encontrado ninguna alusión más a Uriah o a las adolescentes desaparecidas.
Tampoco vio noticia alguna de más desapariciones. La serie acababa en Bonnie. No era sorprendente. Al fin y al cabo, Uriah había huido de la zona.
Ya se había marchado de Llano de la Artemisa cuando se presentaron allí los agentes. Sin duda sabía que le reconocieron mientras esperaba delante de la casa de Bonnie.
Larry supuso que se la llevó al hotel y escondió su cadáver debajo de la escalera antes de escapar hacia lugares desconocidos. Pero ¿qué fue de Sandra y Linda? Con ellas no hubiera tenido que correr tanto. Tal vez llevó al desierto sus cuerpos atravesados por la estaca y los enterró en sepulturas anónimas.
Por otra parte, quizá las escondió en la ciudad, lo mismo que hizo con Bonnie. Allí no había más que casas abandonadas. Podía haberlas albergado entre paredes o debajo del suelo.
“Me gustaría saber si podremos encontrarlas, pensó Larry. Los policías no tuvieron suerte.
“Diablos se dijo, ni siquiera fueron capaces de dar con Bonnie y eso que la tenían delante de sus narices cuando registraron el hotel”
Delante de sus narices.
Bueno, el recinto de debajo de la escalera se encontraba tapiado. Caliente y seco. Al estar momificada, Bonnie no se descompuso mucho: eso era evidente, bastaba echarle una mirada. Así que quizá no hedía demasiado.
Larry recordó el olor de debajo de la escalera. Árido, polvoriento, un poco como el de esos libros viejos cuyas páginas se han vuelto amarillentas.
Los aromas de su sueño volvieron al olfato de Larry. La fragancia íntima y agradable de la lana del jersey. El pelo, revoloteando sobre su rostro, tenía el perfume de la brisa matinal. La piel despedía un tenue olor a canela. La respiración era mentolada, como si Bonnie se acabara de limpiar los dientes.
Larry se echó hacia atrás en la silla. Cerró los ojos. Casi podía oler a Bonnie en aquel momento.
“Tu olfato no percibió absolutamente nada —reflexionó—. Todo fue un invento de tu imaginación”.
Tan real, pensó.
Tan real que el recuerdo bastó para que la anhelase de nuevo.
¿Olía así, se preguntó, cuando estaba viva?
¿Olería así si resucitara y volviera a vivir?
“No es ninguna vampira se dijo Larry. Pero supongamos que sí lo es. Supongamos que le arranco la estaca y resulta que es verdaderamente una vampira. ¿Sería igual que la Bonnie que vino a mí esta mañana?”
¿Olería del mismo modo? ¿Tendría idéntico aspecto? ¿Se comportaría tal como lo hizo? ¿Me amaría?