Capítulo 23

Cuando la biblioteca pública abrió sus puertas a las nueve de la mañana del miércoles, Larry ya estaba esperando.

Al acercarse a la bibliotecaria, el nerviosismo se apoderó de él. Era una mujer joven y atractiva, de sonrisa alegre. Pero Larry medio se esperaba que le respondieran con evasivas, que le diesen un tirón de orejas.

“Esa mujer no es médium se dijo. No tiene idea de que mutilé el anuario del instituto de enseñanza media”.

—Estoy llevando a cabo una investigación sobre mil novecientos sesenta y ocho —explicó—. ¿No tendría usted números del Estandarte de Recodo de la Cabeza de Mula de esa fecha?

Al cabo de unos minutos, la bibliotecaria le había sacado una caja de microfichas. Le mostró el aparato lector-impresor.

Sí, sabía utilizarlo.

La bibliotecaria le informó de que la tarifa eran diez centavos por página copiada, que debería pagar en el mostrador antes de marcharse. Se llamaba Alice. Andaría por allí y tendría mucho gusto en echarle una mano si necesitaba ayuda.

Larry le dio las gracias. La mujer se retiró.

Larry inició la búsqueda en la edición del 1 de junio de 1968. La graduación en el instituto probablemente habría tenido efecto a mediados del mes. Basándose en el anillo, Larry dio por supuesto que Bonnie se graduó entonces. Pero podía estar equivocado.

El periódico del sábado, 22 de junio, zanjó el asunto. Las ceremonias de graduación se desarrollaron la noche anterior y la lista de los ochenta y nueve alumnos matriculados que obtuvieron el titulo incluía el nombre de Bonnie. En las fotos de los actos aparecían el director del centro pedagógico, el presidente del Consejo de Educación y dos estudiantes que pronunciaron sendas alocuciones. Bonnie, no.

Pero Larry encontró lo que le hacía falta: la prueba de que la muchacha estaba viva el 21 de junio.

Oprimió un botón en la base del aparato. Al cabo de unos segundos salió por la ranura una copia de la página.

Prosiguió.

Continuaba buscando el nombre de Bonnie. Crónicas sobre asesinatos y desapariciones. Pero mantenía la mente abierta, con la esperanza de descubrir cualquier historia que pudiese tener una relación, por remota que fuera, con el destino de Bonnie.

La noticia que encontró en el número del 16 de julio no tenía nada de remota. Los ojos de Larry tropezaron con el titular y se quedó boquiabierto. El corazón le retumbó pesadamente en el pecho mientras devoraba los párrafos del artículo.

DOBLE HOMICIDIO EN LLANO DE LA ARTEMISA

Elizabeth Radley, de treinta y dos años, y su hija Martha, de dieciséis, fueron brutalmente asesinadas anoche en sus habitaciones del hotel de Llano de la Artemisa. Descubrió sus cadáveres Uriah Radley, esposo y padre, respectivamente, de las víctimas.

Según el portavoz del sheriff del condado, Uriah había ido ayer a Recodo de la Cabeza de Mula para adquirir suministros. Durante el regreso, se le averió la camioneta a unos veinticuatro kilómetros de Llano de la Artemisa. Recorrió ese trayecto a pie, para llegar al hotel aproximadamente a medianoche y encontrar asesinadas a su esposa y a su hija.

Los cuerpos desnudos de las difuntas se hallaban en sus respectivas camas y ambos, al parecer, habían sufrido múltiples heridas de índole mortal. No se ha revelado la clase de arma o armas empleadas. Tampoco se ha informado, todavía, de si las mujeres fueron víctimas de agresiones sexuales.

Las autoridades interrogaron a Uriah Radley, pero no se le mantiene retenido en relación con los asesinatos.

Hasta el momento no se ha arrestado a ningún sospechoso.

Larry releyó el artículo. Increíble. Dos asesinatos en el mismo hotel donde ellos encontraron a Bonnie.

“Tiene que haber alguna conexión”, pensó.

Copió la historia.

Al día siguiente, el Estandarte continuaba con el caso.

LOS ASESINATOS DEL HOTEL DE LLANO DE LA ARTEMISA

Las autoridades siguen sumidas en el desconcierto en lo que se refiere al doble homicidio perpetrado poco antes de la medianoche del pasado lunes en Llano de la Artemisa. La autopsia de las víctimas, Elizabeth Radley y su hija, Martha, ha revelado que ambas murieron desangradas, como consecuencia de las múltiples heridas que sufrieron.

Por el momento, las autoridades tienen pocas pistas y ningún sospechoso.

El sheriff del condado, Herman Black, ha declarado:

“Opinamos que fueron víctimas por azar. Es decir, se encontraban en un sitio impropio en un momento inadecuado. Llano de la Artemisa no es un lugar adecuado para vivir. En diversas ocasiones advertí a los Radley del peligro de permanecer allí, cuando esa ciudad no es más que un pueblo abandonado. En el transcurso de los dos últimos años hemos tenido numerosos problemas con las pandillas de indeseables que destrozaban el lugar y alborotaban con sus peleas”.

El sheriff señaló que las bandas de motoristas acudían con frecuencia a la población y la utilizaban como centro de sus fiestas salvajes. Durante los últimos doce meses, se denunciaron no menos de tres secuestros y media docena de broncas y reyertas ocurridos en los edificios abandonados de la ciudad, protagonizados por pandillas de motoristas u otro tipo de transeúntes.

“Me inclinaría a suponer —declaró el sheriff Black—, que Elizabeth y Martha Radley se vieron sorprendidas por algunos motoristas. Estos constituyen una partida de individuos realmente borrascosos y pendencieros y, frente a ellos, pocas posibilidades podían tener dos mujeres solas”.

Uriah Radley había continuado residiendo, con su esposa e hija, en Llano de la Artemisa, tras el ocaso de la ciudad y el eventual abandono y clausura, en 1961, de la mina de plata Rama Seca. En medio del subsiguiente caos económico, los establecimientos comerciales y demás negocios echaron el cierre y los ciudadanos emigraron a tierras más productivas. Muchos de ellos se instalaron en Recodo de la Cabeza de Mula.

A principios de 1966, sólo el almacén de Holman y el hotel de Uriah Radley permanecían abiertos. Pero a últimos de aquel año, la suerte de la ciudad quedó sentenciada cuando falleció Jack Holman, al parecer como resultado de un suicidio. Ironías del destino: quien encontró su cadáver, colgado de una soga en el almacén, fue Martha Radley, que a la sazón contaba catorce años, la muchacha que en la noche del lunes pasado murió asesinada junto con su madre.

Aunque el Holman’s tuvo que cerrar a raíz de la defunción de su propietario, la familia Radley continuó viviendo en el hotel de Llano de la Artemisa. El establecimiento suspendió sus actividades hoteleras el año pasado, pero los Radley siguieron ocupando el edificio. Uriah venía una vez por semana a nuestra ciudad en busca de provisiones, y se le consideraba persona simpática y buena.

Elizabeth y Martha era miembros activos de nuestra Iglesia Primera Presbiteriana.

Martha asistía al instituto de Enseñanza Media de Buford, donde el pasado mes de junio aprobó su segundo curso. Formaba parte de la banda de música del instituto, así como del Club Artístico.

Las honras fúnebres se celebrarán el próximo domingo en la Primera Presbiteriana.

Larry copió el artículo.

Se sentía como si acabara de descubrir un tesoro. La ciudad tenía una historia siniestra: un suicidio en el almacén de Holman, un par de escalofriantes asesinatos en el hotel, alborotadores “violentos” que utilizaban los edificios abandonados como escenario de sus juegos y diversiones. Un material formidable.

Por encima de todo, Martha había estado en el Club Artístico. Igual que Bonnie. Debieron de conocerse.

Habían formado parte del mismo club. Y Martha había vivido y acabó muriendo en el mismo hotel donde encontraron el cadáver de Bonnie.

Eso significaba que existían dos puntos de contacto.

Larry comprendió que había dado con algo importante. Se dio cuenta súbitamente de que tenía un retrato de la chica. Casi seguro. De no estar ausente el día en que se tomó la foto en el Club Artístico, Martha figuraría en el grupo en que se encontraba Bonnie.

“Una suerte fantástica”, pensó.

Diablos, era algo más que suerte. No se debe a ninguna coincidencia. De una forma o de otra, todo esto se relaciona: el hotel, la muerte de Martha, ambas jóvenes en el mismo club, la muerte de Bonnie. Todo encadenado.

Continuó su búsqueda.

Lunes, 22 de julio:

FUNERALES POR LA MADRE E HIJA ASESINADAS

Ayer, domingo, en la Iglesia Primera Presbiteriana se celebraron las honras fúnebres por Elizabeth Radley y su hija Martha, asesinadas durante la noche del pasado lunes, en el hotel de Llano de la Artemisa.

Asistieron a la ceremonia numerosos amigos, así como el esposo y padre de las víctimas, Uriah Radley, que se hizo cargo de las cenizas de su esposa y de su hija, una vez concluido el servicio religioso.

Eso era todo.

Larry hizo una copia.

Se preguntó si Bonnie habría asistido al funeral.

Pensó en las cenizas. Habían incinerado a las dos mujeres.

No era extraño, pero sí interesante. Larry tenía bastantes conocimientos sobre vampiros y vampirismo. Estaba muy extendida la creencia de que las víctimas de un vampiro se convertían a su vez en vampiros. Quemar sus cuerpos impediría a las mujeres regresar. ¿Por qué razón hizo Uriah que incinerasen a su mujer y a su hija? ¿Tenía razones para creer que las había matado un vampiro?

El periódico se mostraba muy ambiguo en cuanto a la naturaleza de las heridas y las armas homicidas. Era más que probable que las autoridades se hubiesen reservado para sí tal información. Era una práctica habitual. Uno no le cuenta todo a la prensa.

Supongamos que las heridas eran mordiscos, y las armas, unos colmillos.

Las mujeres habían muerto como resultado de la pérdida de sangre. Al descubrir los cadáveres, Uriah indudablemente vio las heridas. Y tal vez observó que no había mucha sangre en las camas. Pudo muy bien llegar a la conclusión de que las asesinó un vampiro.

“Correcto”, pensó Larry. Si estaba loco.

Pero ¿y si creyó que fue una vampira quien las mató? ¿Y si algo le indujo a pensar que la vampira era Bonnie? Entonces la persiguió. Y le clavó la estaca en el corazón. Y la escondió debajo de la escalera del hotel. Y él sigue allí, después de todos estos años, viviendo en el hotel y guardando los restos de la vampira que asesinó a sus seres queridos.

“Encaja pensó Larry. Cristo de mi vida, todo encaja”. “Lo que no significa que sea verdad”, se dijo.

Los vuelos de la fantasía eran su medio de vida. Toda su carrera se basaba en los ensueños, que luego presentaba con apariencia de realidad. Uno crea cierta situación inverosímil, pone en pie personajes, motivos y enlaces causales. En seguida, la situación adquiere determinada clase de sentido.

Sabía que la vida real no funcionaba como un libro. La gente suele comportarse de modo atípico. Los motivos son a veces oscuros. El azar y la coincidencia pueden hacer añicos una perfecta cadena de causas.

Quizá los motoristas mataron a Elizabeth y Martha, como especuló el sheriff. O tal vez fue un asesino contumaz que pasó por allí. O acaso el propio Uriah.

Quienquiera que las hubiese inmolado, los vampiros podían ser lo más distante que Uriah tenía en la cabeza cuando solicitó las cremaciones.

Cabía la posibilidad de que fuese pura coincidencia el que alguien eligiese el hotel de Uriah como escondrijo para el cadáver de Bonnie.

Por otra parte…

Todo encajaría milimétricamente si Uriah hubiese culpado de los homicidios a Bonnie y la hubiera quitado de en medio. Clavando una estaca en el pecho de Bonnie.

El loco hijo de puta.

¿Cómo podía ocurrírsele a alguien que Bonnie fuese una vampira?

A mí se me ocurrió, tuvo la sinceridad de recordarse. Sólo brevemente, quizá al principio.

Pero Larry tenía ahora una opinión mejor. Bonnie fue una muchacha bonita e inocente, asesinada por alguna engañada escoria humana que, evidentemente, daba crédito a las más extravagantes tonterías supersticiosas.

Casi con toda seguridad, Uriah Radley.

Después de comerse una hamburguesa en un bar de la misma calle, un poco más abajo, Larry volvió a la biblioteca.

Saludó a Alice con una sonrisa, tomado la caja de microfichas del mostrador de prestamos y se dirigió nuevamente a la maquina lectora-impresora.

Retomando la investigación en el punto donde la había dejado, el día 24 de julio de 1968.

En el número de 27 de julio encontró:

DESAPARICIÓN DE UNA JOVEN DE LA LOCALIDAD

Se sospecha la existencia de algo turbio en la desaparición de Sandra Dunlap, de dieciocho años de edad, hija de Windy y William Dunlap. A primera hora de esta mañana, los padres verificaron la desaparición de Sandra al no encontrar a la joven en su dormitorio del hogar familiar, en la avenida de Crestview.

Según las autoridades, la puerta frontal de la casa mostraba señales de haber sido forzada, y en las sábanas de la cama de la muchacha había indicios de sangre.

Recientemente graduada en el instituto de Enseñanza Media de Buford, a Sandra se la vio por última vez el viernes pasado, cuando fue al cine en compañía de su novio, John Kessler, y dos compañeros del instituto, Biff Tate y Bonnie Saxon. Interrogados hoy mismo por los funcionarios policíacos, los tres jóvenes han declarado que dejaron a Sandra a la puerta de su casa poco antes de medianoche y que la vieron entrar en su domicilio sin sufrir contratiempo alguno.

Windy y William Dunlap manifestaron que estaban dormidos cuando su hija regresó de su salida.

Se cree que la desaparición tuvo efecto entre la medianoche del viernes y el amanecer de hoy.

Se ruega a cualquier persona que hubiera observado cualquier clase de actividad anormal en la zona próxima a la residencia de los Dunlap durante ese periodo de tiempo, o que tenga alguna noticia o algún dato relativo al paradero actual de Sandra Dunlap, proceda a ponerse en contacto inmediatamente con el departamento de Policía Recodo de la Cabeza de Mula.

Ilustraba el reportaje una fotografía de la joven, de tamaño reducido y llena de granos. Mostraba la cara y los hombros de una chica sonriente, morena y guapa. Llevaba jersey oscuro. Larry supuso que sería su “foto de estudiante de último curso”, la misma que probablemente figuraría en el anuario del instituto.

Si aún tuviera el anuario…

“Olvídalo se dijo. Ya te has ido de rositas con el Corte de las fotos de Bonnie. No tientes a la suerte probando a hacer lo mismo con Sandra. No tientes la suerte de Lane”.

Ni hablar.

Fue a la parte de la historia en la que entraba Bonnie. La verdad era que ella y su amiguito fueron las últimas personas que vieron a Sandra.

Increíble.

“Bueno —pensó—, quizá no sea tan “increíble“. Se trata de una ciudad pequeña, en la que sólo había ochenta y nueve chicos en el curso de graduación. Bonnie era “Reina del Ánimo“, sin duda una de las mozas más populares de su promoción. Sería extraño que no conociese a las demás jóvenes de su edad. Probablemente sería amiga íntima de varias de ellas”.

Pero Sandra debía de ser una de sus mejores amigas. Uno no sale con cualquiera en plan de doble pareja.

¿Y qué hay del tal Bill Tate? Evidentemente, el novio de Bonnie. Un nombre estúpido. Seguramente una estrellita del fútbol o algo por el estilo.

Un maldito atleta. Mentalmente, Larry le oyó fanfarronear en el vestuario: “Claro que le metí mano. La dejé suplicándome que la trajinase más”.

“Vamos se dijo. Es una tontería preocuparse del amiguito. Los chicos que conociese Bonnie estaban a prueba. Dos derribos en menos de quince días”.

Había que ser duro con ella.

Sí, y apuesto a que el bueno de Bill estaba más que anhelante de aliviarla en su pena.

—Mierda —murmuró Larry, y acto seguido miró hacia Alice, que estaba al otro lado de la sala. La mujer le daba la espalda, afanada en la colocación de volúmenes en un estante. No reaccionó, lo que hizo suponer a Larry que no le había oído.

Copió la historia referente a Sandra Dunlap y reemprendió el examen de los periódicos.

Un corto de la edición del 31 de julio indicaba que la muchacha permanecía aún entre las personas desaparecidas, que sus padres se temían lo peor y que la policía estaba llamando de nuevo a los testigos con vistas a disponer de más información.

Unos días más tarde, el 1O de agosto de 1968, Linda Latham también se desvaneció.

La fotografía mostraba el rostro de una muchacha de expresión alegre, pecosa, rubia y simpática nariz respingona. No parecía una foto de colegio. Llevaba camiseta de manga corta y una gorra con la visera ladeada. Larry contempló la cara joven e inocente de la chica. Le entristeció, y ahogó la excitación que sentía al descubrir una nueva víctima.

LA CIUDAD, CONSTERNADA POR UN SECUESTRO

Linda Latham, de diecisiete años, hija de Lynn y Ronald Latham, fue supuestamente raptada durante la noche del viernes, cuando volvía a su domicilio, de casa de su amiga Kerry Goodrich.

Aproximadamente a medianoche, los padres de Linda empezaron a preocuparse por la tardanza de la muchacha y telefonearon a la residencia de los Goodrich, quienes les informaron que la joven había salido de allí hacía más de una hora. El recorrido, una distancia de cuatro manzanas, no habría llevado a Linda más de diez minutos.

Alarmados, los padres reconocieron la zona comprendida entre las dos viviendas. Al encontrar el bolso de Linda junto al bordillo de la acera, a cosa de una manzana del hogar de los Goodrich, se apresuraron a avisar a la policía.

Pese a que las autoridades examinaron a fondo el terreno, no se obtuvo rastro alguno acerca del aparente secuestro.

Linda Latham es la segunda adolescente que ha desaparecido en sospechosas circunstancias durante las últimas semanas. El 26 de julio, Sandra Dunlap se esfumó de su casa en la avenida Crestview, y, hasta la fecha, su destino continúa siendo un misterio.

La policía ha señalado que existen pocas similitudes en las circunstancias de ambas desapariciones. “Los modus operandi son absolutamente distintos”, según el portavoz de la policía, el capitán Al Taylor. “Sería prematuro, en este punto, especular sobre la base de que ambos delitos son obra del mismo autor. A pesar de ello, es preciso reconocer que en un corto espacio de tiempo han secuestrado a dos adolescentes. Desde luego, ello es causa de preocupación. Aconsejaría a los padres que vigilasen de cerca las actividades de sus hijos adolescentes, en particular a las chicas. Los jóvenes, por su parte, deben extremar las precauciones hasta que hayamos detenido al autor o autores de los secuestros”.

A continuación, el capitán Taylor sugirió a las muchachas que se abstuvieran de salir solas, que llevasen silbatos por si surgiera alguna emergencia y que informaran de cualquier encuentro de naturaleza sospechosa que tuvieran.

Las autoridades están llevando a cabo una exhaustiva búsqueda de las dos jóvenes desaparecidas. Se ruega a cualquier persona que posea alguna información acerca de dichas desapariciones que se ponga inmediatamente en contacto con la policía.

“Nada respecto a Martha Radley”, observó Larry. ¿Acaso las autoridades policíacas no veían ninguna relación? Obviamente, no, puesto que de verla, estarían preocupadas.

Un asesinato, dos desapariciones. Tres casos ya.

Larry sacó la página situada en el fondo del pequeño montón de copias: la lista de los graduados el curso de 1968 en el instituto Buford. Encontró los nombres de “Dunlap, Sandra” y “Latham, Linda”. La Radley no estaba allí, naturalmente: sólo tenía dieciséis años.

Pero había pertenecido al Club Artístico, y Sandra y Linda fueron compañeras de clase de Bonnie.

Bonnie conocía a las tres.

Dios, debió sentirse destrozada. Y asustada.

Cuando sucede algo así, uno empieza a preguntarse, nervioso, quién será el siguiente. Quizá le tocará a uno. Copió la historia.

Continuó buscando. Copió tres reportajes complementarios, ninguno de los cuales añadía nuevos datos. Las muchachas seguían sin aparecer. Las autoridades no tenían ningún sospechoso.

Bonnie fue la siguiente.

Encontró la noticia y la foto en la primera página del número del 14 de agosto del Estandarte de Recodo de la Cabeza de Mula.

Se quedó mirando la pantalla, con una horrible sensación de quebranto.

“¿Qué esperabas?, se dijo. Sabías que murió, tienes su cadáver. Esto no debería representar para ti un golpe demoledor”.

Pero era como si una parte de su cerebro hubiese alimentado la quimérica esperanza de que, a pesar de todo, la historia de Bonnie hubiese tenido un final feliz. De una forma o de otra. A regañadientes, leyó el reportaje.

DESAPARICIÓN DE BONNIE SAXON

Bonnie Saxon, elegida “Reina del Ánimo” en el instituto Buford, durante los festejos de Vuelta a Casa del curso de otoño de 1968, desapareció anoche de su domicilio de la avenida Usher, donde vivía con su madre, Christine.

La muchacha, de dieciocho años, fue vista por su madre la noche del viernes, cuando regresó a casa, tras haber salido con su novio, Bill Tate. A la mañana siguiente, Bonnie había desaparecido. El cristal de la ventana de su dormitorio estaba roto y había manchas de sangre en las sábanas de su cama.

Esta es la tercera desaparición de muchachas adolescentes locales que se produce desde el pasado mes de julio. El día 26 de dicho mes desapareció de su hogar Sandra Dunlap, de dieciocho años. Al igual que Bonnie, parece que a Sandra la secuestraron en su propio dormitorio durante la noche. En ambos casos, existen pruebas de que se forzó la puerta de entrada de la casa y se han encontrado huellas de sangre en las sábanas. La segunda desaparición ocurrió el 10O de agosto, fecha en que Linda Latham, de dieciocho años, fue supuestamente víctima de un rapto cuando volvía a casa, después de visitar a una amiga.

Según el jefe de policía, Jud Ring: “Todo indica ahora que existe una pauta definida, especialmente en los casos Dunlap y Saxon. Resulta razonable la conclusión de que el mismo secuestrador raptó a las tres jóvenes. Nos encontramos ante una situación realmente siniestra. Naturalmente, todavía confiamos en encontrar con vida a las muchachas. Pero ignoramos qué ha sido de ellas. Lo que sí sabemos es que todo nos induce a creer que tales crímenes seguirán produciéndose si no logramos arrestar a la persona responsable de estos atropellos”.

“Nuestro departamento —prosiguió—, está llevando a cabo una investigación en gran escala. No se pasa por alto ni se descarta ninguna posibilidad. Tengo una confianza absoluta en que pronto habremos puesto a buen recaudo al autor de estos delitos. Hasta entonces, sin embargo, es imprescindible que todas nuestras ciudadanas extremen al máximo las precauciones en sus actividades y movimientos cotidianos”.

Bonnie Saxon se graduó en el Instituto Buford, promoción de 1968. Además de haber sido elegida “Reina del Ánimo”, Bonnie figuraba en el cuadro de honor del centro pedagógico y participaba eficientemente en buen número de las actividades del mismo. Tanto ella como su madre son miembros de la Iglesia Primera Presbiteriana, en cuyo coro juvenil canta Bonnie. Esta bonita y dinámica muchacha es una figura familiar para muchos de nuestros conciudadanos y albergamos la esperanza de que su popularidad, el hecho de que la conozca tanta gente, contribuya a localizarla.

Instamos a toda persona que disponga de cualquier dato o información relativa al secuestro o al paradero actual de Bonnie Saxon, Linda Latham o Sandra Dunlap a que se ponga inmediatamente en contacto con las autoridades.

Bonnie había desaparecido.

Estaba muerta.

El redactor de aquel reportaje lo ignoraba, pero alguien había clavado una estaca en el pecho de la joven. La había matado.

Larry comprendió que debía continuar, pero no le quedaban ánimos.

Consultó su reloj de pulsera. Las tres. Era temprano para dejarlo. Si se iba en aquel momento, tendría que volver a la mañana siguiente.

No le importaba.

Imprimió una copia de la historia y desconectó el aparato.