Cuando Lane se fue al colegio, Larry tomó un café y leyó durante una hora una nueva novela en rústica de Shaun Hutson. Luego dejó el libro a un lado y dijo:
—Será mejor que me lance de una vez. Se levantó de la butaca anatómica.
—Que te diviertas —le deseó Jean. Levantó los ojos por encima del periódico cuando Larry pasó por su lado.
El hombre cerró la puerta de su estudio y se sentó delante del procesador de textos.
Ya había decidido no trabajar en Extraño en la noche. El libro marchaba viento en popa. Dos semanas más y estaría listo.
Y después, ¿qué?
“Ah —pensó—, esa es la cuestión”.
Normalmente, cuando se encontraba tan cerca de la conclusión de una novela, ya tenía la siguiente más o menos estructurada en la cabeza. Disponía de páginas llenas de notas en las que se describían en líneas generales la trama argumental y los personajes, e incluso varias de las escenas principales estaban ya pergeñadas.
Pero esta vez no.
“Habrá que empezar a guisarlo”, se dijo.
Cuando llegase el día de colocar la palabra “Fin” en la última página de Extraño en la noche, quería meter un disquete nuevo en el ordenador y empezar con “Capítulo Primero”. De lo que fuera.
“Dentro de quince días”.
“Tiempo de sobra”.
“Tendrá que ocurrírsete algo”.
“Más te vale”.
Le quedaban ochenta, noventa páginas. Luego se encontraría ante un disquete virgen, un vacío, una burlona pantalla en limpio que le llevaría al borde de la desesperación.
Le había ocurrido aquello algunas veces. Temía pasar de nuevo por tan terrible experiencia.
“No me sucederá”, se dijo.
Formateó un disquete y puso en pantalla el directorio: 321536 bytes disponibles.
“Utilizaré hoy un par de miles”, pensó.
Una o dos páginas, eso es todo. Quizá.
Pulsó la tecla de Intro y la pantalla quedó limpia. Unos cuantos segundos después, había eliminado la justificación del margen derecho, que hubiera dejado espacios sobrantes entre las palabras, espacios que le habrían vuelto loco en la copia impresa sobre papel. Pulsó unas cuantas instrucciones más. “Notas novela — Lunes, 3 octubre”, apareció en ambarinas letras luminosas en la esquina superior izquierda de la pantalla.
Luego, tomó asiento.
Se quedó mirando el teclado. Varias teclas estaban bastante mugrientas. Las más sucias eran las que menos se utilizaban: los números, la barra espaciadora, salvo en el punto donde solía apoyarse el pulgar de la mano derecha y algunas de los extremos que, al parecer, se empleaban para ordenar cierta diversidad de funciones misteriosas. Él ignoraba para qué rayos servían la mitad de ellas. A veces, por equivocación, pulsaba alguna. Las consecuencias solían resultar alarmantes.
Dedicó un rato a la limpieza del teclado, rascando con la uña las manchas grises y trazando rayas en la capa de porquería.
“Deja ya de darle largas a la cuestión”, se dijo.
Vació las cenizas que quedaban del sábado en la cazoleta de la pipa, volvió a llenar esta de tabaco y la encendió. La carterita de cerillas procedía del Sir Francis Drake, en la plaza de la Unión. Habían almorzado allí durante unas vacaciones por la costa californiana, dos veranos atrás. Consideraba aquellas vacaciones una especie de “gira por los embarcaderos”.
Apagó la cerilla, dio una chupada a la pipa y contempló la pantalla.
“Notas novela — Lunes, 3 octubre”.
Muy bien.
Los dedos empezaron a teclear.
Hay que salir con algo fuera de serie. Soberbio y original. De quinientas páginas, por lo menos. Y, si es posible, más.
Vale. Ya tenemos una barbaridad.
Tecleó:
¿Qué tal un relato con vampiro? Ja, ja, ja. Olvídalo. Los vampiros han muerto por consunción.
Necesito algo insólito. Una especie de NUEVA amenaza.
“Buena suerte”, pensó.
“¿Y una secuela?”, pensó.
Tal vez una secuela. La bestia II, o algo por el estilo. Merece la pena tenerlo en cuenta, por si no se le ocurre a uno nada mejor.
Vamos, algo nuevo.
O una variación nueva sobre un tema viejo.
Nadie, salvo Brandner, ha hecho nada decente con los hombres lobo. ¿La emprendo con algún truco novedoso aplicado a un hombre lobo? Olvídalo. Esa serie de la tele cubrió el asunto hasta el agotamiento. Claro que un serial televisivo no es un libro.
Larry frunció el entrecejo ante la pantalla.
Olvida los hombres lobo.
¿Qué más queda?
Gorgoteó la pipa. Separó la boquilla de la cazoleta, sopló para que el polvo cayese en la papelera situada junto a la silla, unió de nuevo las dos piezas y volvió a encender la pipa.
Unos minutos después, tenía una lista:
Hombres lobo
Fantasmas (aburrido)
Muertos vivientes
Extraterrestres, alienígenas
Bestias diversas
Posesión diabólica (mierda)
Maníaco homicida (trillado hasta la muerte)
Maldiciones deseos concedidos.(La zarpa del mono)
Maquinaria posesa (reino de King)
Animales locos (véase más arriba, y AVES)
Casas encantadas (posibilidades)
¿Qué tal un libro sobre una casa encantada?, escribió.
Siempre había querido preparar uno, y siempre acababa tropezando con el mismo escollo insalvable. Los fantasmas que, en general, no le parecían lo bastante truculentos. En la casa tendría que haber otra cosa. Pero ¿qué?
La pregunta le llevó de nuevo a la lista.
Pasó un buen rato repasándola.
Algo espeluznante dentro de la casa, anotó.
¿Qué te parece un vampiro debajo de la escalera?
Muy bien. Al pensarlo, una oleada de estremecimientos se desencadenó por su interior.
Estaba de nuevo arrodillado junto al ataúd, con la vista fija en el cadáver marchito. Dominado por el temor y el disgusto.
Quería olvidarse de que vio aquello, no pasarse meses y meses dándole vueltas en la cabeza a semejante experiencia.
Lo que no era óbice para que el asunto pudiera convertirse en una buena historia.
El cadáver de una rubia debajo de la escalera de un hotel —escribió—. Con una estaca en el pecho. Lo encuentran unas personas mientras exploran una ciudad fantasma. Se podría referir tal como ocurrió. Juego y diversión.
Arrugó la nariz.
Pero los protagonistas no salen por pies, muertos de miedo, como nosotros. Puede que algunos lo hagan. Pero uno de ellos se siente fascinado. Lo que tiene delante es una vampira, ¿no? Un personaje como Pete, pero un poco más lanzado. Tiene que saber. De modo que arranca la estaca. Y entonces, ante sus ojos, aquel ser vuelve a la vida. Y el espeluznante cadáver de color pardo (aprovechar la frase de Bárbara sobre la semejanza con un salchichón) se transforma en una preciosa joven. Una joven desnuda y espléndida. El personaje Pete se siente cautivado. Y se excita. La desea. Pero la chica tiene otras ideas y le muerde en el cuello.
No salen de allí, no aparecen. Y, transcurrido un espacio de tiempo más que prudencial, los otros empiezan a preocuparse, vuelven al hotel para ver qué retiene al hombre. No hay nadie debajo de la escalera. El ataúd está vacío.
Un pequeño problema, compañero. Los vampiros no se pasean por ahí a la luz del día. Y entonces, ¿cómo te las vas a arreglar para que nuestra feliz pandilla ande explorando una ciudad fantasma una vez caída la noche?
Fácil. Llegan al pueblo fantasma, camino de casa, después de atravesar el desierto, y la furgoneta sufre una avería. Se les pincha un neumático o algo así.
“Ah —pensó—. El viejo recurso del automóvil que se es cacharra justo en el peor sitio posible”.
Pero podría funcionar.
Y contaba con una bonita ventaja adicional: los acontecimientos no se desarrollarían exactamente igual a como se desarrollaron ayer.
Preséntalos de un modo distinto a la verídica realidad —tecleó—, y tal vez puedas manejarlo.
¿Y si dieras un gran paso y cambiaras el ser de debajo de la escalera? En vez de la chica muerta con la estaca en el pecho, otra cosa. Pero… ¿qué? (¿Una cesta con un monstruo dentro? Ya se ha hecho). Claro que podía ser cualquier cosa.
¿El cuerpo de una criatura del espacio? ¿Un duendecillo? Si cuentas con un resquicio entre los escalones, puedes introducir la mano, agarrarlo por las patas y tirar. Mientras emite sus gluglú. Ji, ji, ji.
Un pollo.
¿Qué tiene de malo la forma en que realmente ocurrió?
Bah. Se supone que el terror ha de ser imaginativo.
Pero aquí hay una historia auténtica. ¿Quién es la muchacha? ¿Quién le clavó la estaca en el pecho? ¿Puso el candado (nuevo, flamante) en las puertas la misma persona que ocultó el cadáver debajo de la escalera? Y lo mejor de todo, ¿qué pasará si se arranca la estaca?
Yace allí. Carne muerta.
Pero ¿y si la vida afluye a ella? Su piel reseca y apergaminada se torna suave y juvenil. Sus pechos lisos se levantan para convertirse en hermosas turgencias atractivas. El rostro hundido se llena. La joven es de una belleza que rebasa los límites de la fantasía más desbordante. Le deja a uno sin aliento. (Y sin sangre).
No le muerde a uno en el cuello, después de todo.
Hasta ese punto te agradece el que la hayas liberado. Se considera obligada a hacer algo por uno. Tú eres su amo y señor y hará lo que le ordenes. Efectivamente, tienes por esclava a esa preciosidad.
Posibilidades reales…