Es Nochevieja. Siempre la celebramos en casa. Preparamos palomitas de maíz, bebemos sidra espumosa y, a medianoche, salimos al jardín y encendemos bengalas.
Unos amigos de Margot celebran una fiesta en la montaña y dijo que no iría, que prefería quedarse con nosotras, pero Kitty y yo la obligamos a asistir. Espero que Josh vaya también, y que hablen, y que pase lo que tenga que pasar. Es Nochevieja. La noche en la que todo vuelve a comenzar.
Enviamos a papá a una fiesta que celebra alguien del hospital. Kitty planchó su camisa favorita y yo escogí la corbata, y lo empujamos por la puerta. Creo que la abuela tiene razón: no es bueno estar solo.
—¿Por qué sigues estando triste? —me pregunta Kitty mientras sirvo las palomitas en un bol. Estamos en la cocina. Ella se sienta en un banco a la barra del desayuno con las piernas colgando. El cachorro está hecho un ovillo como si fuera un ciempiés debajo del banco, y mira a Kitty con ojos esperanzados.
»Margot y tú os habéis reconciliado. ¿Por qué estás triste?
Estoy a punto de negar que estoy triste, pero al final me limito a suspirar y reconozco:
—No lo sé.
Kitty toma un puñado de palomitas y suelta unas cuantas en el suelo. Jamie las devora.
—¿Cómo es que no lo sabes?
—Porque a veces estás triste y no sabes por qué.
Kitty ladea la cabeza.
—¿Síndrome premenstrual?
Cuento los días que han pasado desde mi última regla.
—No. No es síndrome premenstrual. El hecho de que una chica esté triste no significa que tenga el síndrome premenstrual.
—Entonces ¿por qué? —insiste.
—¡No lo sé! Quizá echo de menos a alguien.
—¿Echas de menos a Peter? ¿O a Josh?
—A Peter —concluyo, después de vacilar un poco. A pesar de todo, a Peter.
—Pues llámale.
—No puedo.
—¿Por qué no?
No sé cómo responder. Todo esto es muy embarazoso, y quiero ser alguien a quien pueda admirar. Pero está esperando, con el ceño fruncido, y sé que debo contarle la verdad.
—Kitty, todo fue de mentira. Nunca estuvimos juntos. Nunca le gusté.
—¿Qué quieres decir con que fue de mentira?
—Empezó con las cartas. ¿Te acuerdas de la sombrerera que desapareció? Dentro tenía cartas, cartas que les escribí a los chicos que me gustaban. Se suponía que eran privadas, no pensaba enviarlas, pero alguien lo hizo y se montó un lío. Josh recibió una, y Peter recibió otra, y me sentía tan humillada… Peter y yo decidimos fingir que salíamos juntos para que yo pudiese guardar las apariencias ante Josh y Peter pudiese poner celosa a su exnovia, y al final todo se salió de madre.
Kitty se está mordisqueando el labio, nerviosa.
—Lara Jean… Si te digo algo, ¿me prometes que no te enfadarás?
—¿Qué es? Dímelo y ya está.
—Promételo primero.
—Vale, te prometo que no me enfadaré. —Siento un cosquilleo por la columna.
—Las cartas las envié yo —dice Kitty a toda prisa.
—¡¿Qué?! —chillo.
—¡Me has prometido que no te ibas a enfadar!
—¡¿Qué?! —chillo otra vez, pero no tan alto—. Kitty, ¿cómo pudiste hacerme esto a mí?
Kitty deja caer la cabeza.
—Porque estaba enfadada contigo. Te estabas burlando de mí porque me gustaba Josh; dijiste que iba a bautizar a mi perro con su nombre. Estaba muy enfadada contigo. Así que mientras dormías… me colé en tu habitación y te robé la sombrerera y leí todas las cartas y las envié. Me arrepentí enseguida, pero ya era demasiado tarde.
—¿Cómo sabías lo de las cartas?
Kitty entorna los ojos.
—Porque a veces husmeo entre tus cosas cuando no estás en casa.
Estoy a punto de chillarle un poco más, pero entonces me acuerdo de que leí la carta de Josh a Margot y me muerdo la lengua. Con toda la calma de la que soy capaz, digo:
—¿Eres consciente de los problemas que has provocado? ¿Cómo puedes ser tan rencorosa?
—Lo siento —musita Kitty. En la comisura de los ojos se le forman unas lágrimas regordetas, y una de ellas cae con un plaf, como si fuera una gota de lluvia.
Quiero abrazarla y consolarla, pero sigo enfadada.
—Está bien —digo, con un tono de voz que suena a exactamente lo contrario. Nada de esto habría ocurrido si no hubiera enviado esas cartas.
Kitty se levanta de un salto y corre escalera arriba. Lo más seguro es que haya subido a su habitación, a llorar en privado. Sé lo que debería hacer. Debería ir a consolarla, perdonarla de verdad. Ahora me toca a mí dar buen ejemplo. La buena hermana mayor.
Estoy a punto de subir cuando regresa corriendo a la cocina. Con mi sombrerera en las manos.