El jacuzzi está detrás del albergue principal, escondido entre los árboles, sobre una plataforma de madera. De camino al jacuzzi, me encuentro con chicos con el pelo mojado que se dirigen a sus habitaciones antes del toque de queda. El toque de queda es a las once, y ya son menos cuarto. No falta mucho tiempo. Espero que Peter siga ahí fuera. No quiero perder el coraje. Así que me apresuro y entonces le veo, solo en el jacuzzi, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados.
—Hola —le saludo, y mi voz resuena en el bosque.
Peter abre los ojos de golpe.
—¡Lara Jean! ¿Qué haces aquí?
—He venido a verte.
Mi aliento forma nubes blancas. Empiezo a quitarme las botas y los calcetines. Me tiemblan las manos, y no es por el frío. Estoy nerviosa.
—¿Qué haces? —Peter me está mirando como si estuviese loca.
—¡Voy a entrar!
Temblando, me desabrocho el abrigo y lo dejo en el banco. El agua echa vapor. Hundo los pies en el agua y me siento en el borde del jacuzzi. Es más caliente que un baño, pero resulta agradable. Peter me sigue mirando con recelo. El corazón me late a lo loco y me cuesta mirarle a los ojos. Nunca en mi vida había estado tan asustada.
—Lo que mencionaste antes… Me pillaste desprevenida y no supe qué decir. Pero… bueno, tú también me gustas.
Sueno tan incierta y balbuceante que desearía poder empezar de cero y decirlo con fluidez y seguridad. Vuelvo a intentarlo, esta vez con la voz más alta.
—Me gustas, Peter.
Peter parpadea y, de repente, parece mucho más joven.
—No entiendo a las chicas. Cuando llego a la conclusión de que por fin os comprendo, entonces… entonces…
—¿Entonces…? —Contengo la respiración. Espero a que hable. Estoy muy nerviosa. No paro de tragar saliva, y el ruido que hago me resulta insoportable. Incluso mi respiración suena ruidosa. Y mi pulso.
Me mira tan fijo que tiene las pupilas dilatadas.
—Entonces… no sé.
Creo que dejo de respirar cuando le oigo decir «no sé». ¿Lo he echado todo a perder? No puede haber terminado ahora que acabo de encontrar el valor. No puedo dejarlo pasar. El corazón me late a un millón de trillones de latidos por minuto a medida que me acerco a él. Inclino la cabeza y aprieto mis labios contra los suyos, y siento su estremecimiento de sorpresa. Y entonces me está besando, y la boca abierta y los labios suaves. Y al principio estoy nerviosa, y entonces me pone la mano en la nuca y me acaricia el pelo en un gesto tranquilizador, y ya no estoy tan nerviosa. Es una suerte que esté sentada porque me tiemblan las rodillas.
Tira de mí hasta que me sumerjo en el agua. Tengo el camisón empapado, pero no me importa. Nada me importa. No sabía que un beso pudiese ser algo tan maravilloso.
Tengo los brazos a los lados para que los chorros del jacuzzi no me levanten la falda. Peter me está sujetando la cara, besándome.
—¿Estás bien? —susurra. Su voz suena distinta: quebrada e insistente, y también vulnerable. No suena como el Peter que conozco; no suena seguro ni aburrido ni divertido. Tal como me está mirando, sé que haría cualquier cosa que le pidiese, y es un sentimiento extraño y poderoso.
Le rodeo el cuello con los brazos. Me gusta el olor del cloro en su piel. Huele a piscina y a verano y a vacaciones. No es como en las películas. Es mejor porque es real.
—Vuelve a tocarme el pelo —le digo, y las comisuras de sus labios se levantan.
Me inclino y le beso. Empieza a pasar los dedos por mi pelo y es tan agradable que soy incapaz de pensar. Es mejor que cuando me lavan el pelo en la peluquería. Bajo las manos por su espalda y por su columna, y se estremece y me abraza más fuerte. La espalda de un chico es muy diferente de la de una chica: más musculosa, más sólida.
Entre besos, Peter dice:
—Ha pasado el toque de queda. Deberíamos volver.
—No quiero.
Lo único que deseo es quedarme y estar aquí, con Peter, en este momento.
—Yo tampoco, pero no quiero que te metas en un lío —dice Peter. Parece tan preocupado que resulta enternecedor.
Le acaricio suavemente la mejilla con el dorso de la mano. Es tan fina… Podría contemplarle durante horas. Su rostro es tan hermoso…
Entonces me pongo de pie y estoy tiritando. Empiezo a escurrir el agua de mi camisón y Peter sale del jacuzzi de un salto para coger su toalla y la envuelve en torno a mis hombros. Después me da la mano y salgo. Me castañetean los dientes. Empieza a secarme los brazos y las piernas con la toalla. Me siento y me pongo los calcetines y las botas. Después me pone el abrigo y sube la cremallera.
Entonces volvemos corriendo al albergue. Antes de que él se vaya al lado de los chicos y yo al de las chicas, le beso una vez más y me siento como si estuviese volando.