Los tres vamos al aeropuerto a recoger a Margot. Kitty ha hecho un cartel en el que pone «BIENVENIDA A CASA, GOGO». No dejo de buscar a Margot con la mirada y cuando sale, casi no la reconozco por un momento: ¡qué corto tiene el pelo! ¡Lo lleva por los hombros! Cuando Margot nos ve, saluda con la mano y Kitty suelta el cartel y corre hacia ella. Entonces nos abrazamos todos y papá tiene lágrimas en los ojos.
—¿Qué te parece? —me dice Margot, y sé que se refiere a su pelo.
—Te hace parecer más madura —miento, y a Margot se le ilumina el rostro. La verdad es que parece más joven, pero sé que no le gustaría oírlo.
De camino a casa, Margot hace detenerse a papá en Clouds para comprar una hamburguesa, a pesar de que asegura no tener hambre.
—Cuánto lo echaba de menos —asegura, pero sólo toma unos cuantos bocados y Kitty se come el resto.
Estoy impaciente por enseñarle a Margot todas las galletas que hemos preparado, pero cuando entra en el comedor y le enseño todos los botes de galletas, frunce el ceño.
—¿Habéis hecho el festival de galletas de Navidad sin mí?
Me siento un poquitín culpable, pero, para ser sincera, pensaba que a Margot no le iba a importar. A ver, estaba en Escocia, haciendo cosas mucho más divertidas que hornear galletas, por Dios bendito.
—Bueno, sí. Tuvimos que hacerlo. Las clases acaban mañana. Si te hubiésemos esperado, no habríamos tenido tiempo. Pero hemos congelado la mitad de la masa, así que puedes ayudarnos a preparar el resto para los vecinos.
Abro la caja azul grande para que vea las galletas ordenadas en columnas. Estoy orgullosa de que todas tengan el mismo tamaño.
—Este año hemos preparado algunas galletas nuevas. Prueba la de chocolate blanco y naranja; está buenísima.
Margot rebusca por la caja y pone una mueca.
—¿No habéis hecho galletas de melaza?
—Este año no… Decidimos preparar las de chocolate blanco y naranja en su lugar. —Coge una y observo cómo la mordisquea—. Está rica, ¿verdad?
—Mmm —asiente Margot.
—Las escogió Kitty.
Margot echa un vistazo al salón.
—¿Cuándo colocasteis el árbol?
—Kitty estaba impaciente —respondo, y sé que parece una excusa, pero es la verdad. Intento no sonar a la defensiva cuando añado—: Es agradable disfrutar del árbol lo máximo posible.
—¿Cuándo lo pusisteis?
—Hace un par de semanas —respondo. ¿Por qué está de tan mal humor?
—Es mucho tiempo. Seguro que estará seco para el día de Navidad.
Margot se acerca al árbol y cambia de rama un adorno de madera en forma de búho.
—Lo he estado regando todos los días, y le puse Sprite, como dijo la abuela.
No sé por qué, pero esta conversación parece una pelea, y nosotras nunca nos peleamos.
Pero entonces Margot bosteza y dice:
—Llevo encima el jet lag. Creo que me voy a echar una siesta.
Cuando llevas mucho tiempo sin ver a alguien, al principio intentas guardar todas las cosas que quieres explicarle. Tratas de almacenarlo todo en tu mente. Pero es como sujetar un puñado de arena: los granos se deslizan de entre tus dedos, y al final sólo estás aferrando aire y gravilla. Por eso no puedes guardarlo todo.
Porque para cuando os volvéis a ver, sólo puedes ponerte al día de las cosas importantes, ya que es un incordio contar los pequeños detalles. Pero los pequeños detalles son los que conforman la existencia. Como hace un mes, cuando papá resbaló con una piel de plátano, una piel de plátano de verdad que Kitty había dejado caer en el suelo de la cocina. Kitty y yo nos partimos de risa. Tendría que haberle enviado un e-mail a Margot al momento; tendría que haberle tomado una foto a la piel de plátano. Ahora piensas algo así como «Tendrías que haber estado ahí» y «Oh, da igual, tampoco era tan gracioso».
¿Es así como la gente pierde el contacto? No creí que pudiese ocurrir entre hermanas. Quizá les pase a los demás, pero no a nosotras. Antes de que Margot se marchase, sabía lo que estaba pensando sin tener que preguntar. Ahora ya no. No sé cómo es la vista desde su ventana, ni si todavía se levanta muy temprano para tomar un buen desayuno, ni si ahora que está en la universidad prefiere salir hasta tarde y levantarse tarde. No sé si prefiere a los chicos escoceses antes que a los estadounidenses, ni si su compañera de habitación ronca. Lo único que sé es que le gustan sus clases y que ha visitado Londres una vez. Así que, básicamente, no sé nada.
Ni ella tampoco. Hay cosas importantes que no le he explicado, como que alguien envió mis cartas. La verdad sobre Peter y yo. La verdad sobre Josh y yo.
Me pregunto si Margot también la siente. La distancia entre las dos. Si siquiera la nota.
Papá prepara espaguetis a la boloñesa para la cena. Kitty se toma los suyos con un pepinillo gordo y un vaso de leche. Parece una combinación terrible, pero el caso es que luego tomo un bocado y resulta que los espaguetis y el pepinillo saben bien juntos. La leche, también.
Kitty se está sirviendo otra ración cuando pregunta:
—Lara Jean, ¿qué le vas a regalar a Peter por Navidad?
Miro de reojo a Margot, quien también me está mirando.
—No lo sé. Todavía no he pensado en ello.
—¿Puedo acompañarte a comprarlo?
—Desde luego…, si le compro algo.
—Tienes que hacerlo: es tu novio.
—Sigo sin poder creerme que estés saliendo con Peter Kavinsky —tercia Margot.
No lo dice en el buen sentido, como si fuese algo positivo.
—¿Puedes dejarlo?
—Lo siento, es que no me gusta.
—Bueno, no tiene que gustarte a ti sino a mí —le respondo, y Margot se encoge de hombros.
Papá se pone de pie y da una palmada.
—¡Tenemos tres tipos distintos de helado de postres! Nata y praliné, Chunky Monkey y fresa. Tus preferidos, Margot. Ayúdame a traer los boles, Kitty.
Los dos recogen los platos sucios y se van a la cocina.
Margot mira por la ventana, en dirección a casa de Josh.
—Josh quiere verme luego. Espero que comprenda por fin que hemos roto y no intente venir a casa todos los días mientras esté aquí. Necesita pasar página.
Qué comentario tan cruel. Es ella quien ha estado llamando a Josh, y no al revés.
—No ha estado languideciendo de amor, si eso es lo que piensas. Es perfectamente consciente de que habéis roto.
Margot me mira sorprendida.
—Bueno, espero que sea cierto.