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No estoy segura de si debería arreglarme mucho para la cena en casa de Peter. Cuando la veo en la tienda, su madre parece muy sofisticada. No quiero que me conozca y piense que desmerezco de Genevieve. La verdad es que no entiendo por qué tengo que conocerla.

Pero quiero gustarle.

Hurgo en mi armario y en el de Margot. Al final, escojo un jersey de color crema y una blusa de cuello Peter Pan combinados con una falda de vuelo de pana de color mostaza. Después me maquillo un poco, cosa que no hago casi nunca. Me pongo colorete e intento pintarme los ojos, pero acabo lavándome la cara y empezando de cero. Esta vez sólo me pongo rímel y brillo de labios.

Le muestro el conjunto a Kitty y dice:

—Parece un uniforme.

—¿En el buen sentido?

Kitty asiente.

—Como si trabajases en una tienda de lujo.

Antes de que Peter llegue a mi casa, me conecto a internet y compruebo qué tenedor va con cada plato, por si acaso.

Es extraño. Sentada a la mesa de la cocina de Peter me siento como si experimentase la vida de otra persona. Resulta que la madre de Peter ha preparado pizzas, así que no hacía falta que me preocupase por los tenedores. Y su casa no es lujosa por dentro, sino normal y acogedora. Hay una mantequera de verdad expuesta en la cocina, fotos de Peter y de su hermano colgadas de las paredes en marcos de madera, y estampados de cuadros rojos y blancos por todas partes.

En la barra de la cocina hay un montón de ingredientes para la pizza, no sólo pepperoni y salchicha o champiñones y pimientos, sino también corazones de alcachofa, aceitunas de Kalamata, mozzarella fresca y cabezas enteras de ajo.

La madre de Peter es agradable. No para de llenarme el plato de ensalada a lo largo de toda la cena y yo no paro de comer, a pesar de que estoy llena. En una ocasión, la pesco mirándome con una sonrisa tierna en la cara. Cuando sonríe, se parece a Peter.

El hermano pequeño de Peter se llama Owen. Tiene doce años. Es como un Peter en miniatura, pero no habla tanto como él. No tiene el desparpajo de Peter. Owen coge un trozo de pizza y se lo mete en la boca, a pesar de que está demasiado caliente. Owen sopla el aire caliente y casi escupe el trozo de pizza en su servilleta, pero su madre le advierte:

—Ni se te ocurra, Owen. Tenemos compañía.

—Déjame en paz —musita Owen.

—Peter dice que tienes dos hermanas —comenta la señora Kavinsky con una gran sonrisa mientras corta un trozo de lechuga en pedacitos diminutos—. Tu madre debe de estar encantada de tener tres hijas.

Abro la boca para contestar, pero Peter se me adelanta.

—La madre de Lara Jean falleció cuando era pequeña.

Lo dice como si su madre debiese saberlo ya, y una expresión de bochorno aparece en su cara.

—Lo siento mucho. Ahora me acuerdo.

—Le encantaba tener tres hijas. Estaban convencidos de que mi hermana pequeña, Kitty, iba a ser un niño, y mi madre decía que estaba tan acostumbrada a tener niñas que no sabía qué iba a hacer con un chico. Así que fue todo un alivio cuando Kitty resultó ser una niña. Mi hermana y yo también nos alegramos. Todas las noches rezábamos para tener una hermana y no un hermano —me apresuro a añadir.

—Eh, ¿qué tienen de malo los niños? —objeta Peter.

Ahora la señora Kavinsky está sonriendo. Le sirve otra porción de pizza a Owen y dice:

—Sois unos cafres. Animales salvajes. Seguro que Lara Jean y sus hermanas son unos ángeles.

Peter suelta un bufido.

—Bueno… Es posible que Kitty sea un poco cafre —admito—. Pero mi hermana mayor Margot y yo somos bastante buenas.

La señora Kavinsky coge una servilleta e intenta limpiar la salsa de tomate que rodea la boca a Owen, pero éste le aparta la mano de un manotazo.

—¡Mamá!

Cuando se levanta para sacar otra pizza del horno, Peter dice:

—¿Ves cómo mi madre le malcría?

—A él más —replica Owen—. Peter no sabe ni cocinar ramen.

—¿Y tú sí? —digo riendo.

—Claro que sí. Hace años que cocino para mí.

—A mí también me gusta cocinar —añado, mientras le doy un sorbo al té helado—. Deberíamos darle clases a Peter.

Me observa un momento y dice:

—Llevas más maquillaje que Genevieve.

Me encojo como si me hubiese soltado una bofetada. ¡Sólo llevo rímel! ¡Y brillo de labios! Sé a ciencia cierta que Genevieve se pone bronceador, sombra de ojos y corrector todos los días. ¡Y, además del rímel, lápiz de ojos y pintalabios!

—Cállate, Owen —se apresura a decir Peter.

Owen se ríe con disimulo. Frunzo el ceño. ¡Este chico sólo tiene unos años más que Kitty! Me inclino hacia delante y me señalo la cara con el dedo.

—Todo esto es natural. Pero gracias por el cumplido, Owen.

—No hay de qué —contesta, igual que su hermano mayor.

De camino a casa, digo:

—¿Peter?

—¿Qué?

—Da igual.

—¿Qué? Suéltalo.

—Bueno… Tus padres están divorciados, ¿verdad?

—Sip.

—¿Ves a tu padre a menudo?

—No mucho.

—Ah, vale. Tenía curiosidad.

Peter me mira a la expectativa.

—¿Qué? —digo yo.

—Estoy esperando la próxima pregunta. Nunca te limitas a hacer una sola.

—Bueno, ¿le echas de menos?

—¿A quién?

—¡A tu padre!

—Ah. No sé. Creo que echo más de menos cómo eran las cosas antes. Él, mi madre, Owen y yo. Formábamos un equipo. Venía a todos los partidos de lacrosse. —Peter hace una pausa—. Papá… se ocupaba de todo.

—Supongo que eso es lo que hacen los padres.

—Es lo que está haciendo por su nueva familia. —Peter lo dice como quien no quiere la cosa, sin rencores—. ¿Y tú, qué? ¿Echas de menos a tu madre?

—A veces, cuando pienso en ella. ¿Sabes lo que más echo de menos? La hora del baño. Que me lave el pelo. Que te laven el pelo es lo mejor, ¿a que sí? El agua caliente, las burbujas y los dedos en tu cabello. Es tan agradable…

—Sí que lo es.

—A veces no pienso en ella en absoluto, y luego… Luego, otras veces, me viene un pensamiento a la cabeza. Me pregunto que opinaría ahora de mí. Me conoció de pequeña y ahora soy una adolescente, y me pregunto si me reconocería si me viese por la calle.

—Claro que sí. Es tu madre.

—Lo sé, pero he cambiado mucho.

Un gesto incómodo le cruza la cara y me doy cuenta de que se arrepiente de haberse quejado de su padre porque, al menos, su padre está vivo. Como parece que Peter está compadeciéndose de mí, me pongo erguida y, en tono altanero, digo:

—Soy muy madura, que lo sepas.

Ahora está sonriendo.

—¿Ah, sí?

—Pues sí. Y muy refinada, Peter.

Cuando Peter me deja en casa, justo antes de que salga del coche, dice:

—Se nota que le gustas a mi madre.

Eso me hace sentir bien. Siempre me ha parecido importante gustarles a las madres de los demás.

Era lo que más me gustaba de visitar la casa de Genevieve: pasar tiempo con su madre. Wendy era muy estilosa. Llevaba blusas de seda y pantalones buenos y collares llamativos para ir por casa. El cabello perfecto, siempre suave y liso. Genevieve tiene el mismo cabello perfecto, pero carece de la nariz recta de su madre. La suya tiene un bultito en el puente que creo que le da mayor atractivo.

—Por cierto, para nada llevas más maquillaje que Genevieve. Siempre me ensuciaba de bronceador las camisas blancas.

Para ser alguien que ha superado lo de Genevieve, la verdad es que habla mucho de ella. Aunque no es el único: yo también estaba pensando en ella. Incluso cuando no está, sigue aquí. Esa chica está en todas partes.