Estamos de pie delante de la mansión de Steve Bledell. Steve es del equipo de fútbol americano; se le conoce sobre todo porque tiene un padrastro rico con un avión privado.
—¿Preparada? —me pregunta Peter.
Me seco las manos en los pantalones cortos. Ojalá hubiese tenido tiempo de hacerme algo en el pelo.
—La verdad es que no.
—Vamos a discutir la estrategia un momento. Sólo tienes que actuar como si estuvieses enamorada de mí. No puede ser muy difícil.
Pongo los ojos en blanco.
—Eres el chico más vanidoso que he conocido en mi vida.
Peter sonríe y se encoge de hombros. Tiene una mano en el pomo de la puerta, pero se detiene.
—Espera —me dice, y me quita la goma con la que me sujetaba el pelo y la tira al suelo.
—¡Eh!
—Está mejor así. Confía en mí.
Peter me pasa las manos por el pelo y me lo peina, y yo le aparto la mano. Entonces se saca el móvil del bolsillo trasero de los pantalones y me saca una foto.
Le ofrezco una mirada perpleja y explica:
—Por si Gen me mira el móvil.
Le observo mientras sustituye el fondo de pantalla por mi foto.
—¿Podemos hacer otra? No me gusta cómo me ha quedado el pelo.
—No, a mí me gusta. Estás guapa.
Seguro que lo ha dicho para darse prisa por entrar, pero me hace sentir bien.
Estoy entrando en una fiesta con Peter Kavinsky. No puedo evitar que me invada una sensación de orgullo. Está aquí conmigo. ¿O estoy yo aquí con él?
La veo en cuanto entramos. Está en el sofá con sus chicas, bebiendo de vasos de plástico. No hay ningún novio a la vista. Arquea las cejas y le susurra algo a Emily Nussbaum.
—Eeeh, Lara Jean —dice Emily—. Ven a sentarte con nosotras.
Me dirijo hacia ellas pensando que Peter está a mi lado, pero no lo está. Se ha detenido para saludar a alguien. Le miro con expresión de pánico, pero hace un gesto para que siga adelante. Sus labios dibujan las palabras «Te toca».
Cruzar sola la habitación es como cruzar todo un continente cuando Gen y sus amigas me están observando.
—Hola, chicas —les digo, y mi voz suena aguda y aniñada. No hay espacio para mí en el sofá, de modo que me siento en el reposabrazos como un pájaro sobre el cable del teléfono. Mantengo la mirada fija en la espalda de Peter. Está en la otra punta de la habitación con unos chicos del equipo de lacrosse. Debe de ser agradable ser él. Tan relajado, tan cómodo en su propia piel, consciente de que los demás le están esperando. «Peter ya está aquí. La fiesta puede comenzar por fin». Le echo un vistazo a la habitación y veo a Gabe y a Darrell. Me hacen un saludo cortés, pero no se acercan. Siento que todo el mundo está observando y esperando, esperando y observando la reacción de Genevieve.
Desearía no haber venido.
Emily se inclina hacia delante.
—Nos morimos de ganas por saber tu historia con Kavinsky.
Sé que Gen le ha ordenado que lo pregunte. Gen está sorbiendo su bebida, más relajada imposible, pero está a la espera de mi respuesta. ¿Estará borracha ya? Por lo que he oído, y conociéndola, Gen es una borracha cruel. No es que lo haya experimentado en persona, pero me han contado cosas. Corren algunas historias.
Me humedezco los labios.
—Lo que os haya contado Peter… Ésa es la historia.
Emily hace caso omiso, como si lo que haya contado Peter no sirviera.
—Queremos que nos lo expliques tú. La verdad es que resulta sorprendente. ¿Cómo ocurrió? —Emily se inclina un poco más hacia mí, como si fuésemos amigas.
Cuando titubeo y la miro de reojo, Genevieve sonríe y pone los ojos en blanco.
—No pasa nada. Se lo puedes contar, Lara Jean. Peter y yo hemos terminado. No sé si te lo dijo, pero fui yo la que rompió con él.
—Eso es lo que dijo.
No es lo que dijo, pero es lo que ya sabía.
—¿Cuándo empezasteis a salir? —Intenta sonar casual, pero sé que mi respuesta es importante para ella. Está intentando pillarme desprevenida.
—La cosa es bastante reciente.
—¿Cómo de reciente? —insiste ella.
Me aclaro la garganta.
—Justo antes de que empezaran las clases —le digo. ¿No es lo que acordamos Peter y yo?
A Gen se le iluminan los ojos y me da un vuelco el corazón. Me he equivocado, pero ya es demasiado tarde. Es el tipo de persona a la que le quieres gustar porque sabes que puede ser cruel; la has visto ser cruel. Pero cuando te pone los ojos encima y te está prestando atención, deseas que dure. En parte se debe a su belleza, pero hay algo más, algo que te atrae. Creo que es su transparencia. Lleva escrito en la cara todo lo que piensa o siente y, aunque no fuese así, lo diría igualmente, porque dice lo que piensa, sin pararse a meditarlo.
Comprendo que Peter la haya querido durante tanto tiempo.
—Me parece adorable —dice Genevieve, y entonces las chicas se ponen a hablar sobre un concierto del que intentan conseguir entradas. Yo permanezco ahí sentada, contenta de no tener que seguir hablando, preguntándome cómo les irá en casa con los cupcakes. Espero que papá no los hornee demasiado. No hay nada peor que un cupcake seco.
Las chicas discuten acerca de los disfraces que llevarán en Halloween, así que me levanto y voy al baño. Cuando vuelvo me encuentro a Peter sentado en una butaca de cuero, bebiendo cerveza y charlando con Gabe. No hay espacio para sentarme; mi sitio en el reposabrazos está ocupado. ¿Y ahora, qué?
Me quedo de pie un segundo y luego me lanzo. Hago lo que haría una chica enamorada de Peter. Hago lo que haría Genevieve. Avanzo con decisión y me dejo caer en su regazo, como si fuese mi merecido puesto.
Peter suelta un gañido de sorpresa.
—Hola —dice, y tose en su cerveza.
—Hola —respondo, y entonces le doy un toquecito en la nariz como le vi hacer a una chica en una película en blanco y negro.
Peter se remueve en su asiento y me mira como si estuviese conteniendo la risa, y yo me pongo nerviosa. Eso ha sido un gesto romántico, ¿no? Con el rabillo del ojo, veo a Genevieve. Nos está lanzando una mirada asesina. Le susurra algo a Emily y se marcha de la habitación echando chispas.
¡Éxito!
Más tarde, me estoy sirviendo una Coca-Cola y veo a Genevieve y a Peter hablando en la cocina. Ella le está hablando en voz baja e insistente y alarga la mano y le toca el brazo. Peter intenta apartarle la mano, pero Gen no le suelta.
La escena me tiene tan hipnotizada que ni siquiera veo a Lucas Krapf acercándose a mí con una botella de Bud Light en la mano.
—Hola, Lara Jean.
—¡Hola! —Es un alivio ver una cara conocida.
Lucas se pone a mi lado, de espaldas al comedor.
—¿Por qué se pelean?
—¿Quién sabe? —digo, sonriendo para mí. Con un poco de suerte, estarán peleando por mí, y Peter estará feliz de que nuestro plan haya funcionado por fin.
Lucas hace un ademán para que me acerque y susurra:
—Las peleas son una mala señal, Lara Jean. Significan que todavía sienten algo.
El aliento le huele a cerveza.
Mmm. Está claro que a Genevieve todavía le importa. Supongo que a Peter también.
Lucas me da una palmadita afectuosa en la cabeza.
—Ten cuidado.
—Gracias.
Peter sale de la cocina echando pestes y dice:
—¿Estás lista para marcharte?
No espera a que le responda. Tan sólo empieza a andar. Está envarado.
Me encojo de hombros mientras miro a Lucas.
—¡Nos vemos el lunes, Lucas! —y me apresuró a seguir a Peter.
Sigue estando enfadado; lo sé por la violencia con que mete la llave para arrancar.
—¡Me saca de mis casillas!
Está tan cargado de energía nerviosa que parece vibrar.
—¿Qué le has dicho?
Me remuevo incómoda en mi sitio.
—Me preguntó cuándo empezamos a salir. Le dije que antes de que empezaran las clases.
Peter suelta un gruñido de exasperación.
—Ese primer fin de semana nos enrollamos.
—Pero… Ya habíais roto.
—Sí, bueno. Da igual. Lo hecho, hecho está.
Y se encoge de hombros.
Aliviada, me abrocho el cinturón y me quito los zapatos.
—¿Por qué os habéis peleado?
—Da igual. Por cierto, buen trabajo. Se está muriendo de celos.
—¡Bien!
Siempre y cuando no acabe asesinándome.
Conducimos en silencio hasta que pregunto:
—Peter… ¿Cómo supiste que querías a Genevieve?
—Dios mío, Lara Jean. ¿Por qué tienes que preguntar estas cosas?
—Porque soy una persona de naturaleza curiosa. —Bajo el espejo y empiezo a trenzarme el pelo—. Y quizá la pregunta que deberías hacerte es por qué te asusta responder a este tipo de preguntas.
—¡No estoy asustado!
—Entonces ¿por qué no contestas?
Peter se sume en el silencio. Estoy casi segura de que no va a responder, pero, tras una larga pausa, lo hace:
—No sé si quería a Genevieve. ¿Cómo voy a saber lo que se siente? Tengo diecisiete años, por Dios bendito.
—Con diecisiete años no se es tan joven. Hace cien años, la gente se casaba a nuestra edad.
—Sí, antes de la electricidad y de internet. ¡Hace cien años, había chicos de dieciocho años luchando en la guerra con bayonetas y sosteniendo las vidas de otros en sus manos! Para cuando llegaban a nuestra edad, habían vivido mucho. ¿Qué sabrán de la vida y del amor los chicos de nuestra edad?
Nunca le había oído hablar de esta manera, como si algo le importase de verdad. Creo que sigue estando alterado por su pelea con Genevieve.
Me enrollo el pelo en un moño y me lo aguanto con una goma de pelo.
—¿Sabes cómo suenas? Suenas como un abuelo. También creo que me estás dando largas para no tener que contestarme.
Nos detenemos delante de mi casa. Peter apaga el motor, lo cual es un indicio de que quiere hablar un rato más. Así que no salgo del coche enseguida. Me pongo el bolso en el regazo y busco las llaves, a pesar de que las luces están encendidas en el piso de arriba. Dios mío. Estar sentada en el Audi negro de Peter Kavinsky. ¿No es ése el sueño de todas las chicas que ha habido en el mundo? No me refiero específicamente a Peter Kavinsky, o sí, quizá sea específicamente Peter Kavinsky.
Peter se arrellana en su asiento y cierra los ojos.
—¿Sabes que cuando la gente se pelea es porque todavía sienten algo el uno por el otro? —En vista de que Peter no responde, añado—: Genevieve aún debe de tener mucho poder sobre ti.
Espero a que lo niegue, pero no lo hace. Dice:
—Lo tiene, pero desearía que no lo tuviese. No quiero que nadie me controle. No quiero pertenecerle a nadie.
Margot diría que se pertenece a sí misma. Kitty diría que no le pertenece a nadie. Y supongo que yo diría que les pertenezco a mis hermanas y a mi padre, pero eso no será cierto para siempre. Pertenecer a alguien. No lo sabía, pero ahora parece que es lo que siempre he deseado. Ser de alguien y que sea mío.
—¿Por eso estás haciendo todo esto? Para demostrar que no perteneces a nadie. O que no le perteneces a ella. ¿Crees que es posible pertenecerle a alguien sin que te alcance el poder que ejerce sobre ti?
—Sí. Siempre y cuando seas tú quien decida.
—Debes de quererla mucho para tomarte tantas molestias.
Peter suelta un gruñido desdeñoso.
—Eres demasiado soñadora.
—Gracias —respondo, aunque sé que no era ningún cumplido. Lo digo sólo para picarle.
Sé que ha funcionado porque añade, con ademán agrio:
—¿Qué sabes tú del amor, Lara Jean? Nunca has tenido novio.
Me siento tentada de inventarme a alguien, algún chico del campamento, de otra ciudad o de cualquier parte. Tengo en la punta de la lengua las palabras «Se llama Clint». Pero sería demasiado humillante, porque Peter sabría que estoy mintiendo. Le dije que nunca había salido con nadie. Y aunque no se lo hubiese dicho, sería aún más patético inventarme un novio que admitir la verdad.
—No, nunca he tenido novio. Pero conozco a mucha gente que los ha tenido pero que nunca ha estado enamorada. Yo he estado enamorada.
Por eso estoy haciendo todo esto.
—¿De quién? ¿De Josh Sanderson? ¿Ese imbécil? —resopla Peter.
—No es ningún imbécil —replico, frunciendo el ceño—. Ni siquiera le conoces.
—Cualquier persona con dos dedos de frente te dirá que es un imbécil.
—¿Insinúas que mi hermana está ciega y es una descerebrada?
Si dice algo malo de mi hermana, hemos acabado. Todo esto se habrá acabado. Tampoco le necesito tanto.
—No. ¡Lo que digo es que tú lo eres! —contesta Peter riendo.
—¿Sabes qué? He cambiado de opinión. Está claro que nunca has querido a nadie aparte de ti mismo. —Intento abrir la puerta, pero está cerrada con el seguro.
—Lara Jean, era una broma. Vamos.
—Nos vemos el lunes.
—Espera, espera. Dime una cosa primero. ¿Cómo es que nunca has salido con nadie?
Me encojo de hombros.
—No sé… ¿Tal vez porque nadie me ha invitado a salir?
—Mentira. Sé de buena tinta que Martínez te invitó al baile y le dijiste que no.
Me sorprende que lo sepa.
—¿Por qué los chicos siempre os llamáis por el apellido? Es tan… —Me esfuerzo por encontrar la palabra exacta—. ¿Amanerado? ¿Afectado?
—No cambies de tema.
—Supongo que dije que no porque estaba asustada. —Fijo la mirada en la ventana y dibujo una M de Martínez en el cristal.
—¿De Tommy?
—No. Tommy me gusta. No es eso. Asusta cuando es de verdad. Cuando no se trata solamente de pensar en la persona, sino de tener a una persona de verdad delante con expectativas. Y apetitos.
Al final, miro a Peter y me sorprende que esté prestando tanta atención. Su expresión es resuelta y está concentrado como si de verdad le interesase lo que le estoy contando.
—Incluso cuando me gustaba un chico, o le quería, prefería estar con mis hermanas, porque ése es el lugar al que pertenezco.
—Espera. ¿Y ahora, qué?
—¿Ahora? Bueno, no me gustas de esa manera…
—Bien. No te enamores de mí, ¿vale? No puedo tener a más chicas enamoradas de mí. Es agotador.
—Pero ¡qué creído te lo tienes! —le respondo, y suelto una carcajada.
—Es broma —protesta, pero no lo es—. ¿Qué es lo que te gustaba de mí?
Entonces sonríe, con una sonrisa arrogante, totalmente seguro de su encanto.
—¿Quieres que te diga la verdad? No tengo ni idea.
Su sonrisa flaquea un momento y, aunque la recupera, no parece tan seguro de sí mismo.
—Dijiste que era porque hago que la gente se sienta especial. ¡Dijiste que era porque sé bailar y fui compañero de Jeffrey Suttleman en la clase de ciencias!
—Vaya, has memorizado toda la carta, ¿eh? —digo en tono burlón. Ver cómo desaparece la sonrisa de Peter me procura un breve momento de satisfacción que enseguida se ve reemplazado por remordimientos porque he herido sus sentimientos sin venir a cuento. ¿Por qué quiero herir los sentimientos de Peter Kavinsky?
Intento arreglarlo.
—No, es cierto. Entonces tenías algo especial.
Creo que lo he empeorado porque Peter se encoge aún más.
No sé qué más decir, así que abro la puerta y salgo del coche.
—Gracias por traerme, Peter.
Cuando entro en casa, voy a la cocina a ver cómo han quedado los cupcakes. Están guardados en una fiambrera. El glaseado no es perfecto y han puesto las virutas al tuntún, pero en general han quedado bastante bien. ¡Al menos, Kitty no pasará vergüenza por mi culpa!
De: Margot Covey mcovey@st-andrews.ac.uk
A: Lara Jean Covey larajeansong@gmail.com
¿Cómo van las cosas? ¿Te has apuntado a algún club? Creo que deberías plantearte apuntarte a la revista literaria o a las Naciones Unidas en miniatura. ¡Y no te olvides de que esta semana se celebra Acción de Gracias en Corea y tienes que llamar a la abuela, o de lo contrario se enfadará! Os echo de menos.
PS: ¡Envía Oreos, por favor! Echo de menos nuestras competiciones de remojar galletas.
Con amor, M.
De: Lara Jean Covey larajeansong@gmail.com
A: Margot Covey mcovey@st-andrews.ac.uk
Las clases van bien. No me he apuntado a ningún club todavía, pero ya veremos. Ya anoté en mi agenda que tengo que llamar a la abuela. No te preocupes por nada. ¡Todo está bajo control!
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