Me presenté voluntaria para preparar seis docenas de cupcakes para el acto de recaudación de fondos de la Asociación de Padres y Madres de Alumnos. Lo hice porque Margot lo había hecho los dos últimos años. El único motivo por el que lo hizo Margot fue porque no quería que la gente pensase que la familia de Kitty no se dedicaba lo suficiente a la asociación. Ella preparó brownies las dos veces, pero yo me apunté para preparar cupcakes porque pensé que tendrían más éxito. Compré diferentes tipos de virutas azules e hice unas banderas con palillos en las que pone «ACADEMIA BLUE MOUNTAIN». Pensé que Kitty se divertiría ayudándome a decorar.
Pero ahora me doy cuenta de que el sistema de Margot es mucho mejor porque con los brownies sólo tienes que verter la masa en el molde, hornearlos, cortarlos y ya está. Los cupcakes dan mucho más trabajo. Tienes que servir la cantidad exacta seis docenas de veces, después tienes que esperar a que se enfríen, y después queda el glaseado y la decoración.
Estoy midiendo la octava taza de harina cuando suena el timbre.
—¡Kitty! ¡La puerta! —chillo.
Vuelve a sonar.
—¡Kitty!
Desde arriba, Kitty responde a gritos:
—¡Estoy realizando un experimento importante!
Corro a la puerta y abro de golpe sin mirar quién es.
Es Peter. Se está tronchando de risa.
—Tienes harina por toda la cara —comenta, y me desempolva la mejilla con el dorso de la mano.
Me aparto de él y me limpio la cara con el delantal.
—¿Qué haces aquí?
—Vamos al partido. ¿No leíste la nota que te dejé ayer?
—Mecachis. Tenía un examen y se me olvidó. —Peter frunce el ceño y añado—: Tampoco puedo ir, porque tengo que preparar seis docenas de cupcakes para mañana.
—¿Un viernes por la noche?
—Bueno… Sí.
—¿Es para la Asociación de Padres? —Peter entra en casa y se quita las zapatillas de deporte—. Aquí no lleváis zapatos, ¿verdad?
—Sí —digo sorprendida—. ¿Tu madre también ha preparado algo?
—Galletas de Rice Krispies.
Eso es mucho más práctico que mis cupcakes.
—Siento que hayas venido hasta aquí para nada. Podemos ir al partido del viernes que viene —comento, convencida de que volverá a ponerse las zapatillas.
Pero no lo hace. Peter entra en la cocina y se sienta en un banco. «¿Eh?».
—Tu casa es exactamente como la recuerdo —dice mientras echa un vistazo alrededor. Señala una foto enmarcada en la que aparecemos Margot y yo tomando un baño de bebés—. Adorable.
Las mejillas me arden. Pongo la foto del revés.
—¿Cuándo has estado en mi casa?
—En séptimo. ¿Te acuerdas de cuando quedábamos en la casa del árbol de tus vecinos? Tenía que hacer pis y me diste permiso para usar tu baño.
—Ah, sí.
Se me hace raro ver en la cocina a un chico que no sea Josh. No sé por qué, pero de súbito me noto nerviosa.
—¿Cuánto vas a tardar? —pregunta con las manos en los bolsillos.
—Horas, seguramente.
Levanto la taza de medir una vez más. No me acuerdo de por qué número iba.
—¿Por qué no los compramos en la tienda? —gruñe Peter.
Empiezo a medir la harina que está en el bol, separándola en pilas.
—¿Porque crees que las otras madres se presentarán con cupcakes compradas en una tienda? Haría quedar mal a Kitty.
—Bueno, si es para Kitty, entonces ella debería ayudar. —Peter se levanta de un salto, se me acerca, desliza las manos por mi cintura e intenta desatar las tiras del delantal—. ¿Dónde está la enana?
Me lo quedo mirando.
—¿Qué… haces?
Peter me mira como si fuese tonta.
—Si te ayudo, necesitaré un delantal. No quiero ensuciarme la ropa.
—No llegaremos a tiempo para el partido.
—Entonces iremos a la fiesta de después. —Peter me lanza una mirada incrédula—. ¡Estaba en la nota que te escribí! No sé ni por qué me molesto.
—Hoy he estado muy ocupada —musito. Me siento culpable. Peter está cumpliendo con su parte del trato y escribiéndome fielmente una nota al día, y yo ni me molesto en leerlas—. No sé si podré ir a la fiesta. No sé si tengo permiso para salir hasta tan tarde.
—¿Está tu padre en casa? Se lo preguntaré.
—No, está en el hospital. Además, no puedo dejar sola a Kitty —respondo mientras levanto una vez más la taza de medir.
—Bueno, ¿y a qué hora llega a casa?
—No lo sé. Puede que tarde. —O puede que durante la próxima hora. Pero Peter ya se habrá marchado para entonces—. Deberías ir tirando. No quiero hacerte llegar tarde.
—Covey. Te necesito. Gen aún no ha dicho ni pío sobre nosotros, y era de eso de lo que se trataba. Y… puede que traiga al imbécil con el que está saliendo —gruñe Peter mientras hace un mohín—. Venga. Yo te ayudé con Josh, ¿verdad?
—Sí, pero Peter, tengo que hacer los cupcakes para mañana…
Peter estira los brazos.
—En ese caso, te ayudaré. Dame un delantal.
Me aparto de él y hurgo en la cocina en busca de un delantal. Encuentro uno con un estampado de cupcakes y se lo doy.
Peter hace una mueca y señala el mío.
—Quiero el que llevas puesto.
—¡Pero es mío! —Es a cuadros con ositos marrones. Mi abuela me lo compró—. Siempre me lo pongo para cocinar. Ponte este otro.
Peter niega con la cabeza con deliberada lentitud y alarga la mano.
—Dame el tuyo. Me lo debes por no leer mis notas.
Me desato el delantal y se lo ofrezco. Me doy la vuelta y me dedico una vez más a medir la harina.
—Eres más inmaduro que Kitty.
—Date prisa y dame algo que hacer.
—¿Estás cualificado? Porque tengo los ingredientes exactos para seis docenas de cupcakes. No quiero tener que empezar de cero otra vez…
—¡Sé cocinar!
—Muy bien. Pon la mantequilla en el bol.
—¿Y luego?
—Y entonces habrás acabado y te daré tu próxima tarea.
Peter pone los ojos en blanco, pero hace lo que mando.
—¿Así que esto es lo que haces los viernes por la noche? ¿Quedarte en casa y cocinar postres en pijama?
—También hago otras cosas —respondo, recogiéndome el pelo en una cola más alta.
—¿Como qué?
La aparición repentina de Peter me tiene tan aturdida que no puedo ni pensar.
—Mmm, salgo.
—¿Adónde?
—¡Dios mío, no lo sé! Para ya de interrogarme, Peter —respondo, y soplo hacia arriba para apartarme el flequillo de los ojos. Empieza a hacer mucho calor aquí dentro. Más vale que apague el horno porque la llegada de Peter ha retrasado todo el proceso. A este paso, estaré aquí toda la noche—. Me has hecho perder la cuenta. ¡Tendré que empezar de cero!
—Mira, déjame a mí —dice Peter, acercándose por detrás.
Me aparto con brusquedad.
—No, no, ya lo hago yo.
Sacude la cabeza e intenta quitarme la taza de las manos, pero no quiero soltarla y una nube de harina sale disparada de la taza y nos cubre a los dos. Peter se desternilla de risa y yo suelto un bramido encolerizado.
—¡Peter!
Se está riendo tanto que no puede ni hablar.
—Más vale que quede suficiente harina —le advierto, y me cruzo de brazos.
—Pareces una abuela —dice entre risas.
—Bueno, pues tú pareces un abuelo —respondo mientras vierto la harina del bol otra vez en el bote.
—De hecho, te pareces mucho a mi abuela. No te gustan las palabrotas. Te gusta preparar postres. Te quedas en casa los viernes por la noche. Guau, estoy saliendo con mi abuela. Qué asco.
Empiezo a medir otra vez. Uno, dos.
—No me quedo en casa todos los viernes por la noche. —Tres.
—Nunca te he visto por ahí. No vas a las fiestas. Antes nos veíamos. ¿Por qué dejamos de vernos?
Cuatro.
—No… No lo sé. En la escuela las cosas eran diferentes.
¿Qué quiere que diga? ¿Que Genevieve decidió que no era lo bastante guay, de modo que me dejó tirada? ¿Cómo es posible que no se entere de nada?
—Siempre me he preguntado por qué dejaste de quedar con nosotros.
¿Iba por la quinta o la sexta?
—¡Peter! ¡Me has hecho perder la cuenta otra vez!
—Tengo ese efecto sobre las mujeres.
Le lanzo una mirada escéptica y Peter me sonríe, pero antes de que pueda decir nada, chillo:
—¡Kitty! ¡Baja de una vez!
—Estoy trabajando…
—¡Peter está aquí! —Sé que esto la convencerá.
En menos de cinco segundos, Kitty entra corriendo en la cocina. Frena en seco. De repente se ha puesto tímida.
—¿Qué haces aquí? —le pregunta.
—Vengo a recoger a Lara Jean. ¿Por qué no estás ayudando?
—Estaba haciendo un experimento. ¿Quieres ayudarme?
—Claro, Peter te ayudará —respondo en su lugar, y le digo a Peter—: Me estás distrayendo. Ve a ayudar a Kitty.
—No sé si podré ayudarte, Katherine. Verás, resulta que distraigo mucho a las mujeres. Hago que pierdan la cuenta. —Peter le guiña el ojo y yo hago ademán de vomitar—. ¿Por qué no te quedas y nos ayudas a cocinar?
—¡Qué rollo! —Kitty se da la vuelta y se va corriendo escalera arriba.
—¡No te atrevas a probar el glaseado ni las virutas cuando haya acabado! ¡No te has ganado el derecho a hacerlo!
Cuando llega mi padre, estoy batiendo la mantequilla y Peter está rompiendo los huevos en un bol de ensalada.
—¿De quién es el coche que está aparcado aquí delante? —pregunta papá. Entra en la cocina y se detiene en seco al ver a Peter.
»Hola —dice, sorprendido. Tiene una bolsa del restaurante chino Chan’s en las manos.
—Hola, papá —respondo, como si fuese completamente normal que Peter Kavinsky esté cocinando en nuestra cocina—. Pareces cansado.
Peter se yergue un poco.
—Hola, doctor Covey.
Papá deja la bolsa en la mesa de la cocina.
—Ah, hola. —Carraspea—. Me alegro de verte. Eres Peter K., ¿verdad?
—Sí.
—Un miembro de la vieja pandilla —comenta jovialmente y yo me encojo—. ¿Qué planes tenéis para esta noche?
—Estoy preparando cupcakes para la Asociación de Padres y Peter me está ayudando.
Mi padre asiente.
—¿Tienes hambre, Peter? Hay de sobra. Gambas lo mein, pollo kung pao —dice mientras levanta la bolsa.
—En realidad, Lara Jean y yo nos íbamos a pasar por la fiesta de un amigo. ¿Le parece bien? La traeré temprano a casa.
Antes de que mi padre pueda responder, le digo a Peter:
—Tengo que acabar los cupcakes.
—Kitty y yo los acabaremos. Vosotros dos id a la fiesta de cumpleaños —interrumpe mi padre.
Me da un vuelco el estómago.
—Da igual, papá. Tengo que hacerlos yo, les pondré una decoración especial.
—Kitty y yo nos las arreglaremos. Ve a cambiarte, nosotros seguiremos con los cupcakes.
Abro y cierro la boca como un pez.
—De acuerdo —respondo, pero no me muevo. Me quedo ahí de pie porque tengo miedo de dejarlos a solas.
Peter sonríe de oreja a oreja.
—Ya lo has oído. Lo tenemos todo controlado.
«No te muestres tan seguro de ti mismo o mi padre pensará que eres arrogante», pienso.
Hay ropa que te hace sentir bien siempre que te la pones y hay otra ropa que te has puesto tantas veces seguidas porque te gusta tanto que ahora te parece una porquería. Estoy mirando dentro de mi armario y todo me parece una porquería. Mi ansiedad se ve agravada por el hecho de que sé que Gen llevará la ropa perfecta, porque siempre lleva la ropa perfecta. Y yo también tengo que llevar la ropa perfecta. Peter no habría venido e insistido tanto en asistir a la fiesta si no la considerase importante.
Me pongo unos vaqueros y me pruebo varios tops, uno con volantes de color salmón que de repente me parece demasiado remilgado y un suéter largo con un pingüino que parece demasiado infantil. Me estoy poniendo unos pantalones cortos grises con unos tirantes negros cuando alguien llama a la puerta. Me quedo inmóvil y cojo un jersey para taparme.
—¿Lara Jean? Soy Peter.
—¿Sí?
—¿Estás lista?
—¡Casi! Espérame abajo. Enseguida voy.
Peter suelta un suspiro audible.
—Vale. Iré a ver qué hace la enana.
Cuando oigo sus pasos alejándose, me pruebo la blusa de lunares con el conjunto de pantaloncitos cortos y tirantes. Es mono, pero ¿no será demasiado? ¿Es excesivo? Margot comentó que con este conjunto parecía parisina. Eso es bueno. Es sofisticado y romántico. Me pruebo la boina, para ver el efecto, y me la quito enseguida. Sin duda es excesiva.
Ojalá Peter no me hubiese pillado desprevenida. Necesito tiempo para hacer planes, prepararme. Aunque, para ser sincera, si me hubiese avisado con tiempo se me habría ocurrido una excusa para no asistir. Una cosa es ir a Dulce y Ácido y otra muy distinta es ir a una fiesta con los amigos de Peter. Por no mencionar a Genevieve.
Revuelvo la habitación en busca de mis calcetines hasta la rodilla y después en busca de mi brillo de labios de fresa con forma de fresa. Tengo que ordenar mi habitación de una vez. Es imposible encontrar nada entre tanto desorden.
Voy corriendo a la habitación de Margot en busca de su cárdigan y paso por delante de la puerta abierta de la habitación de Kitty. Peter y ella están tumbados en el suelo, trabajando con su equipo de laboratorio. Rebusco en el cajón de los jerséis de Margot, pero se los ha llevado casi todos y ahora está lleno de camisetas y de pantalones cortos. El cárdigan no está por ninguna parte. Pero en el fondo del cajón hay un sobre. Es una carta, de Josh.
Me muero de ganas de abrirla. Sé que no debería.
Con mucho, mucho cuidado, saco la carta y la desdoblo.
Querida Margot:
Dices que quieres romper porque no quieres ir a la universidad teniendo novio, quieres ser libre y no quieres ningún lastre. Pero sabes que sé que ésa no es la verdadera razón. Rompiste conmigo porque nos acostamos y te entró miedo de que me acercase más a ti.
Dejo de leer.
No me lo puedo creer. Chris tenía razón y yo estaba equivocada. Margot ha tenido relaciones sexuales. Es como si todo lo que creía saber fuese un error. Creía saber exactamente quién era mi hermana, pero resulta que no sé nada.
Oigo a Peter que me llama:
—¡Lara Jean! ¿Estás lista?
Doblo la carta a toda prisa, la guardo en el sobre y vuelvo a meterlo en el cajón, que cierro con brusquedad.
—¡Ya voy!