Las clases ya han empezado oficialmente y ya he encontrado mi ritmo. Los primeros dos días los hemos perdido repartiendo libros y temarios, y decidiendo dónde se sienta cada uno y con quién. Ahora es cuando las clases comienzan en serio.
Durante educación física, el entrenador White nos ha dejado salir para que disfrutemos del sol mientras podamos. Chris y yo estamos paseando por la pista de atletismo. Chris me está hablando de la fiesta a la que asistió durante el fin de semana.
—Casi me peleo con una chica que no paraba de repetir que llevaba extensiones. Yo no tengo la culpa de que mi pelo sea así de fabuloso.
Al girar la curva de la tercera vuelta, pillo a Peter Kavinsky mirándome. Al principio creí que eran imaginaciones mías, pero ya van tres veces. Está jugando al frisbee con otros chicos. Cuando pasamos por delante, Peter corre a nuestro encuentro y dice:
—¿Podemos hablar un momento?
Chris y yo intercambiamos miradas.
—¿Ella o yo?
—Lara Jean.
Chris me rodea los hombros con el brazo en un gesto protector.
—Adelante. Te escuchamos.
Peter pone los ojos en blanco.
—Quiero hablar con ella en privado.
—Vale —espeta Chris y se marcha con un andar afectado, pero mira hacia atrás con los ojos como platos, como si me preguntara: «¿Qué?». Me encojo de hombros, como si le respondiera: «¡No tengo ni idea!».
En voz baja, Peter dice:
—Que quede claro que no tengo ninguna enfermedad de transmisión sexual.
«Pero ¿qué demonios…?». Me lo quedo mirando con la boca abierta.
—¡Nunca he dicho que la tuvieras!
Sigue hablando en voz baja, pero está furioso.
—Ni tampoco me quedo siempre con el último trozo de pizza.
—¿De qué hablas?
—De lo que dijiste. En tu carta. Que soy un egoísta que se dedica a contagiar enfermedades de transmisión sexual. ¿Te acuerdas?
—¿Qué carta? ¡Yo no te he escrito ninguna carta!
Un momento. Sí que lo hice. Le escribí una carta hace como un millón de años. Pero no es la carta a la que se refiere. No puede serlo.
—Sí. Que. Lo. Hiciste. Iba dirigida a mí, de tu parte.
Dios mío. No. No. No puede estar pasando. No puede ser verdad. Estoy soñando. Estoy en mi habitación y estoy soñando, y Peter Kavinsky aparece en mi sueño y me está atravesando con la mirada. Cierro los ojos. ¿Estoy soñando? ¿Esto está pasando de verdad?
—¿Lara Jean?
Abro los ojos. No estoy soñando y esto es real. Es una pesadilla. Peter Kavinsky tiene mi carta en la mano. Es mi letra, mi sobre, mi todo.
—¿Cómo… cómo la has conseguido?
—Llegó ayer por correo —masculla Peter—. Mira, no pasa nada; pero espero que no vayas diciendo por ahí que…
—¿Te llegó por correo? ¿A tu casa?
—Sí.
Me noto mareada. Me noto mareada de verdad. Por favor, ojalá me desmaye ahora, porque así, si me desmayo, ya no estaré aquí en este momento. Será como en las películas, cuando una chica pierde el conocimiento a causa del horror de la experiencia que está viviendo y entonces la pelea tiene lugar mientras ella duerme, y se despierta en el hospital con uno o dos moretones, pero se ha perdido todo lo malo. Ojalá mi vida fuera así, en lugar de esto.
Siento que empiezo a sudar.
—Que sepas que escribí la carta hace muchísimo tiempo —disparo.
—Vale.
—Como años. Hace años y años. Ya ni me acuerdo de lo que decía.
«De cerca, tu rostro no sólo es apuesto, sino también hermoso».
—En serio, la carta es de cuando íbamos a primaria. No sé quién la habrá enviado. ¿Me la dejas ver? —Alcanzo la carta con la mano, mientras intento permanecer tranquila y no sonar desesperada. Sólo casual y relajada.
Titubea un momento y luego sonríe con su sonrisa perfecta de Peter.
—No, quiero quedármela. Nunca había recibido ninguna carta como ésta.
Doy un salto y, ágil como un gato, se la arrebato.
Peter se ríe y levanta las manos en señal de derrota.
—Muy bien, vale, quédatela. Hay que ver…
—Gracias.
Me aparto de Peter y le doy la espalda. El papel me tiembla en la mano.
—Espera —añade titubeante—. Mira, no tenía intención de robarte tu primer beso ni nada. A ver, no quería…
Suelto una carcajada, una risa forzada y falsa que suena demente incluso para mí.
—¡Disculpas aceptadas! ¡Todo eso ya es historia! —le respondo, y salgo corriendo. Corro más rápido que nunca. Me voy directa al vestuario de chicas.
¿Cómo ha podido pasar?
Me dejo caer al suelo. Ya he tenido la pesadilla en la que voy desnuda a clase. También he tenido el combo en el que voy desnuda a clase y olvidé estudiar para un examen de una asignatura de la que no me había matriculado, y el combo en el que voy a un examen desnuda y alguien intenta asesinarme. Esto es lo mismo multiplicado por infinito.
Querido Peter K.:
En primer lugar, me niego a llamarte Kavinsky. Te crees tan guay haciéndote llamar por tu apellido así de repente. Para que lo sepas, Kavinsky suena como el nombre de un viejo con una larga barba blanca.
¿Sabías al besarme que me enamoraría de ti? A veces pienso que sí. Un sí definitivo. ¿Sabes por qué? Porque crees que todo el mundo te quiere, Peter. Eso es lo que no soporto de ti. Porque todo el mundo te quiere. Yo incluida. Te quería. Pero ya no.
Éstos son tus peores defectos:
Eructas sin disculparte. Das por hecho que a los demás les parecerá encantador. Y si no, ¿a quién le importa? ¡Te equivocas! Te importa. Te importa mucho lo que la gente opine de ti.
Siempre te quedas con el último trozo de pizza. Nunca preguntas si alguien más lo quiere. Eso es de maleducados.
Se te da bien todo. Demasiado bien. Podrías haberles dado una oportunidad a los demás de ser buenos, pero nunca lo hiciste.
Me besaste sin razón alguna. A pesar de que yo sabía que te gustaba Gen, y tú sabías que te gustaba Gen, y Gen sabía que te gustaba Gen. Pero lo hiciste de todos modos. Tan sólo porque podías. Lo que me gustaría saber es por qué me trataste así. Se suponía que mi primer beso iba a ser especial. He leído al respecto sobre lo especial que debería ser: fuegos artificiales y relámpagos y ondas de sonido colisionando en tus oídos. No experimenté nada de eso. Gracias a ti fue tan vulgar como cualquier otro beso.
Y lo peor de todo es que ese ridículo beso de nada fue lo que hizo que empezaras a gustarme. Antes nunca me habías gustado. Nunca antes había pensado en ti. Gen siempre decía que eras el chico más guapo de nuestro curso, y yo estaba de acuerdo porque vale, lo eres. Pero seguía sin ver tu atractivo. Hay montones de gente guapa. Eso no los hace ni interesantes, ni fascinantes ni guays.
Quizá por eso me besaste. Para someterme a tu control mental y obligarme a verte de esa manera. Funcionó. Tu pequeña artimaña funcionó. Desde entonces, empecé a verte. De cerca, tu rostro no sólo es apuesto, sino también hermoso. ¿A cuántos chicos hermosos has visto en tu vida? Para mí sólo ha habido uno. Tú. Creo que tiene mucho que ver con tus pestañas. Tienes unas pestañas muy largas. Injustamente largas.
No te lo mereces; pero bueno, voy a contarte todas las cosas buenas que me gusta (ban) de ti:
Una vez, en clase de ciencias, nadie quería ser el compañero de Jeffrey Suttleman porque huele a sudor y tú te presentaste voluntario como si no importase. De repente, a todo el mundo empezó a parecerle que Jeffrey tampoco estaba tan mal.
Sigues formando parte del coro, a pesar de que el resto de los chicos se han pasado a la banda y a la orquesta. Incluso cantas algunos solos. Y bailas, y no te da vergüenza.
Fuiste el último chico que pegó el estirón. Y ahora eres el más alto, pero es como si te lo hubieses ganado. Además, cuando eras bajito a nadie le importaba: les gustabas a las chicas, y los chicos te escogían primero para su equipo de baloncesto.
Después de que me besaras, me gustaste el resto de séptimo y casi todo octavo. No ha sido fácil verte con Gen, cogidos de la mano y dándoos el lote en la parada de autobús. Seguro que haces que se sienta muy especial. Porque ése es tu talento, ¿verdad? Se te da bien hacer que los demás se sientan especiales.
¿Sabes lo que se siente cuando alguien te gusta tanto que no puedes soportar el hecho de saber que nunca sentirá lo mismo por ti? Seguramente no. La gente como tú no sufre este tipo de experiencias. Se hizo más fácil después de que Gen y yo dejásemos de ser amigas. Al menos, no tenía que oír hablar de ello.
Y ahora que el curso está a punto de terminar, tengo la certeza de que me he olvidado de ti. Soy inmune a ti, Peter. Me enorgullece decir que soy la única chica de esta escuela que está inmunizada contra los encantos de Peter Kavinsky. Todo gracias a que sufrí una sobredosis de ti en séptimo y parte de octavo. Ya no tengo que preocuparme de volverme a contagiar de ti. ¡Qué alivio! Seguro que si te besara de nuevo me contagiaría de algo y no sería amor. ¡Sería una enfermedad de transmisión sexual!
Lara Jean Song