Así fue como conocimos a Josh. Estábamos celebrando un picnic con ositos de peluche en el patio de atrás, con té de verdad y magdalenas. Había que hacerlo en el patio de atrás para que nadie lo viese. Tenía once años, y era demasiado mayor para eso, y Margot tenía trece años, y era muy, muy mayor para ese tipo de cosas. Se me metió la idea en la cabeza porque lo leí en un libro. Gracias a Kitty, pude fingir que lo organizaba para ella y convencerla de que jugase con nosotras. Mamá había muerto el año anterior y, desde entonces, Margot casi nunca decía que no a nada si era para Kitty.
Lo habíamos extendido todo sobre la antigua manta de bebé de Margot, que era azul y nudosa, con un estampado de ardillas. Coloqué un juego de té desconchado de Margot, minimagdalenas azucaradas de arándanos que había obligado a papá a comprar en la tienda de comestibles, y un osito de peluche para cada una de nosotras. Todas llevábamos sombreros porque yo había insistido:
—Tienes que llevar sombrero para tomar el té.
No dejé de repetirlo hasta que Margot se puso el suyo para hacerme callar. Llevaba el sombrero de paja que mamá se ponía para trabajar en el jardín, Kitty llevaba una gorra de tenis y yo había embellecido un viejo sombrero de piel de la abuela fijándole unas cuantas flores de plástico.
Estaba sirviendo té tibio de un termo cuando Josh trepó por la valla y se dedicó a observarnos. El mes anterior, desde el cuarto de los juguetes, habíamos visto cómo se mudaba la familia de Josh. Queríamos que fuesen chicas, pero vimos que los de la mudanza descargaban una bicicleta de chico y regresamos a nuestros juegos.
Josh permaneció sentado en la valla. Margot estaba tensa y avergonzada, pero no se quitó el sombrero; tenía las mejillas rojas, pero se dejó el sombrero puesto. Kitty fue la primera en saludarle.
—Hola, chico.
—Hola —respondió él. Iba un poco desgreñado y no dejaba de apartarse el pelo de los ojos. Llevaba una camiseta roja con un agujero en el hombro.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó Kitty.
—Josh.
—Deberías jugar con nosotras —le ordenó Kitty.
Así que lo hizo.
Entonces no sabía lo importante que llegaría a ser este chico para mí y para la gente a la que más quiero. Pero incluso de haberlo sabido, ¿qué habría hecho para cambiarlo? Nunca íbamos a ser él y yo.