Nikki se echó más agua en la cara y se irguió para mirarse en el espejo del lavabo de señoras. Los labios empezaron a temblarle y a curvarse hacia abajo y entonces apartó la vista para obligarse a poner cara de fuerte, pero el temblor no hizo más que aumentar y los ojos se le llenaron de lágrimas. Antes de que pudieran rodarle por las mejillas, se agachó de nuevo sobre el lavabo y se echó más agua.
A diferencia de lo ocurrido con la muerte simulada de su jefe en París, Nikki tenía los medios y las razones para verificar que Petar Maric había, de hecho, expirado. Una llamada a su amiga, Lauren Parry, la había sacado de un profundo sueño y la había llevado al calabozo en menos de tres cuartos de hora. Su examen preliminar coincidía con los indicios visuales. Veneno, introducido dentro de una botella de plástico de zumo de manzana de aspecto inocuo. Veneno y del fuerte. En todos sus años de trabajo Lauren nunca había visto una toxina atacar de manera tan fulminante.
—La dosis de lo que quiera que sea esto (lo sabremos cuando lo analicemos en el laboratorio) estaba pensada para matarlo en el acto. Fallo multiorgánico sin posibilidad de recuperación. Más me vale comprobar los cierres de mi traje de astronauta mañana cuando haga la autopsia.
La autopsia de Petar.
Nikki se secó la cara con toallas de papel, que presionó contra sus ojos. Si los cerraba tenía de nuevo trece años y estaba en un viaje de esquí con el colegio a Vermont, cuando se había salido de la pista desviándose a una pendiente marcada y cubierta de hielo. Al caerse había perdido los guantes y un esquí había salido disparado patinando sobre el hielo para caerse después por un precipicio. Los guantes se habían detenido a unos pocos metros del borde, pero, de haber intentado cogerlos, Nikki se habría arriesgado a correr la misma suerte que el esquí.
Sola y en peligro, había clavado las uñas en el hielo intentando ponerse a salvo. sólo tenía que subir tres metros de pendiente y agarrarse a una roca. A mitad de camino se le soltaron las manos y volvió al principio. Llorando y con la piel quemada por el hielo, reunió las fuerzas necesarias para trepar de nuevo por la pendiente. Cuando casi había llegado al final y alargaba la mano para agarrarse a la piedra que estaba a sólo unos centímetros, cayó de nuevo. Esta vez aterrizó aún más abajo que al principio, a la altura donde estaban los guantes, que cayeron por el precipicio cuando intentó cogerlos.
Abrió los ojos. Estaba en los lavabos de la comisaría. Pero seguía en aquella pendiente helada.
—Tengo novedades sobre la comida envenenada —dijo el detective Feller cuando volvió del baño—. Una mujer le dio veinte dólares al repartidor de la deli que sirve la comida a los calabozos cuando estaba a punto de coger la bicicleta y le dijo que ya se ocupaba ella.
—Estupendo. ¿Tenéis la descripción? —pregunto Nikki.
—Sí, y cuando me la dio le enseñé esto. —Feller buscó la fotografía de Salena Kaye en su teléfono móvil—. Ha dicho que era ella.
—La veo y apuesto cinco más —dijo Raley entrando por la puerta con una fotografía en la mano—. Acabo de imprimirla, estaba en las cintas de las cámaras de seguridad del Departamento Forense. —Levantó el papel para que todos pudieran verlo. Era Salena Kaye vestida de repartidora y con una gorra de béisbol.
Rook dijo desde su mesa:
—Eso es lo que yo llamo una enfermera picarona, pero de verdad.
—Y que lo digas —dijo Raley—. Es una pena que no hayamos comprobado antes las cintas de las cámaras de vigilancia. De haber visto esto anteayer, igual la habríamos cogido antes de que se largara.
—O a Petar —dijo Feller.
—Refrescadme la memoria —dijo Rook—: ¿quién dijo que se iba a ocupar personalmente del tema de las bombonas saboteadas? Alguien que luego delegó el trabajo en su persona de confianza.
Nikki cogió la fotografía de manos de Raley y se fue con ella al despacho de Irons, cerrando la puerta nada más entrar. Menos de tres minutos después el capitán debía de haber decidido no convocar a la prensa después de todo. Cogió su abrigo y salió a toda prisa.
Exhausta, pero reacia a irse a casa con aquel estado de cosas, Nikki pasó la noche en la comisaría. Rook llegó al amanecer con un café con leche y ropa limpia.
—¿Has dormido algo? —preguntó.
—Más o menos. Intenté echar una cabezada en una de las salas de interrogatorios, pero ya sabes cómo son las cosas. —Dio un sorbo de café—. Mi padre es madrugador, así que le he llamado hace un rato para contarle las novedades, para que no se enterara por la televisión.
—¿Qué tal se lo ha tomado?
—Tan reservado como siempre. Pero al menos no me colgó el teléfono cuando vio mi nombre en la pantalla. Algo es algo.
Rook recordó la despedida tan brusca en el apartamento del padre de Nikki después de que ésta le pidiera los extractos bancarios.
—O eres más fuerte de lo que creía o te va la marcha.
—Mira, dejando de lado lo personal, creía que tenía este caso resuelto. —Le condujo hasta las pizarras. Las dos estaban llenas de nuevas anotaciones que había hecho durante la noche—. Pensé que una vez que tuviera al asesino todo habría terminado. Pero Petar ha resultado ser… el premio de consolación.
—Eso es lo verdaderamente trágico de todo esto, Nikki. Precisamente ahora que tu ex novio y yo empezábamos a entendernos… —La miró con expresión inocente—. ¿Qué? ¿Es demasiado pronto?
—Un poco —dijo Nikki, pero sonrió dándole a entender que apreciaba sus esfuerzos por hacerla reír, a pesar de todo—. El tema aún me resulta delicado, pero tú no te rindas, ¿vale?
—Vale.
Nikki miró una de las pizarras con un suspiro.
—Éste… —golpeó con el dedo el nombre de Tyler Wynn, ahora destacado entre todos los demás—, este dio las órdenes. Por su culpa han muerto mi madre, Nicole y Don.
—Y también Carter Damon.
—Sí. ¿Y por qué? —Movió la cabeza—. Joder, de verdad que pensaba que ya lo tenía.
Casi todos los miembros de la brigada llegaron pronto. Era evidente que dormir no era en aquel momento una prioridad. Los Roach se retrasaron un poco, pero sólo porque habían ido a las oficinas centrales de la empresa municipal de transportes para echar un vistazo a las grabaciones de sus cámaras de seguridad de la estación de la calle 96.
—Nos van a hacer copias —dijo el detective Raley—, pero se ve a Nicole Bernardin recorriendo el andén en dirección a la estación fantasma con la bolsita de cuero y después volviendo sin ella la noche en que murió.
—¿Alguna idea de lo que podía haber dentro? —preguntó Rhymer.
—Ni idea. Ni siquiera llegué a tocarla —dijo Nikki.
El detective Feller intervino en la conversación:
—¿Sabemos para quién la dejó allí Bernardin?
Heat movió la cabeza de un lado a otro.
—Si dijera algo, me lo estaría inventando.
Aunque lo cierto es que tenía una teoría, pero no quería compartirla.
Entraron los detectives Malcolm y Reynolds con noticias frescas del Departamento Forense. Los restos de sangre en la furgoneta de Carter Damon eran del mismo tipo que la de Nicole Bernardin.
—Los del laboratorio nos lo van a confirmar —dijo Reynolds—, pero estoy seguro de que va a ser de ella.
Malcolm añadió:
—Las fibras de alfombra de las suelas de las botas de Damon también son las de la casa de Bernardin. Y aunque en esa furgoneta hay más huellas dactilares que en el cuerpo de una bailarina de streaptease, han conseguido aislar tres: de Damon, de Salena y de Petar.
Entonces oyeron voces exaltadas y un portazo a su espalda, y todos se giraron hacia el despacho acristalado, donde vieron al capitán Irons y a la detective Hinesburg gritándose el uno al otro. A la detective se le había corrido el rímel y parecía un mapache.
—La parejita de anuncio está en crisis —dijo Feller.
—¿Es que no habéis visto el Ledger de hoy? —preguntó Reynolds—. La columna de local estaba dedicada a preguntarse cómo era posible que muriera un prisionero estando en los calabozos.
Ochoa dijo:
—Todos los periódicos hablan de ello.
—Sí, pero Tam Svejda tiene una fuente que dice que uno de los detectives no identificó a Salena Kaye en las grabaciones de las cámaras de seguridad.
—¿Y a que sabemos el nombre de esa fuente? —dijo Feller—. El superviviente.
Ochoa se mostró de acuerdo:
—Wally es capaz de pisotear a una niña pequeña con tal de salir en la televisión. ¿Cómo no iba a estar dispuesto a cargarle el muerto a Sharon para salvar el culo?
—Nunca mejor dicho, lo del muerto.
Nikki carraspeó.
—Por mucho que me guste cotillear, quizá sea mejor que nos concentremos y nos pongamos a trabajar. —Pero mientras todos volvían a sus mesas no pudo evitar echar un vistazo al despacho acristalado y confiar en que, si no trasladaban a Hinesburg, por lo menos la suspendieran de empleo y sueldo durante una buena temporada.
Rook se acercó a ella.
—Voy a salir un momento. Tengo que ocuparme de unos asuntos. Nada que ver con el caso, cosillas sin importancia.
—Mentiroso. Vas a sacar esto en tu próximo artículo, ¿a que sí?
—Vale. Puesto que insistes, te diré que mi editor de First Press me ha mandado un correo diciéndome que están preparando el lanzamiento de la revista en formato electrónico y que una exclusiva sobre este caso sería perfecta para la portada.
—Y ya sabes lo mucho que me gustó tu último artículo.
—Te prometo que no voy a hacer mención de tus proezas como amante y que me voy a limitar a los hechos.
—Sí, claro, con eso ya me has convencido.
—Míralo de otra manera —dijo Rook—: ¿quién prefieres que firme el artículo, Tam Svejda o yo?
Nikki no lo dudó un momento:
—A por ello, chaval.
—No te arrepentirás.
—Ya lo estoy haciendo.
—¿Me dejas que te invite a comer luego?
Nikki bajó los ojos.
—Ve tú, tengo que hacer una cosa a la hora de comer. —Como vio que Rook la miraba tratando de decidir si le preguntaba el qué, añadió—: En serio, nos vemos por la noche en mi casa.
Cuando llegó a la puerta pegó la oreja, pero no oyó nada. Llamó con suavidad para asegurarse de que el lugar estaba vacío y, como nadie contestó, entró con sigilo y cerró con pestillo.
Con cuidado de no tocar las notas del detective Raley sobre las grabaciones de las cámaras de seguridad dispuestas en ordenados montones delante del monitor de televisión, se sentó frente a la consola dentro del pequeño mueble que Raley había convertido en su minúsculo reino de la vigilancia con cámaras. Sonrió cuando vio la corona de cartón del Burger King que le había concedido en una reunión de la brigada después de que hubiera dado con las imágenes grabadas del secuestro de un gigoló callejero el invierno anterior. Después sacó un lápiz de memoria del bolsillo, lo conectó al puerto USB y se puso los auriculares.
No sabía cuántas veces en los últimos diez años había escuchado la grabación de audio del asesinato de su madre. ¿Veinte a lo mejor? Primero había hecho una copia sosteniendo una grabadora al lado del contestador automático, así el detective Damon pudo llevarse la cinta. La calidad era mala, de manera que, cuando se convirtió en detective, Nikki consiguió una autorización a su nombre para entrar en los archivos de la policía y conseguir la copia digitalizada de la cinta del contestador automático. Ésta sonaba mucho más clara; sin embargo, aunque la había escuchado muchas veces intentando identificar aquella voz ahogada, nunca se había acercado siquiera.
Siempre lo hacía en secreto, porque era consciente de que mucha gente aquello lo encontraría tétrico y no entendería que su interés era estrictamente policial. Estaba buscando pruebas, no obsesionándose con revivir lo sucedido. Eso era, en todo caso, lo que se decía a sí misma, y sentía que era cierto. Siempre se concentraba en el ruido de fondo, no en el de la conversación principal. Odiaba especialmente escuchar su propia voz y siempre —todas las veces sin excepción— detenía la reproducción antes de que llegara la parte en que ella llegaba al apartamento y daba un grito.
Eso era más de lo que podía soportar.
De todas las veces que había escuchado la grabación, sin embargo, ésta era la primera que sabía que la voz era la de Petar.
Homicidio de primer curso. En un caso de asesinato, lo más probable es que el autor sea alguien cercano. Hay que ir eliminando maridos, mujeres, ex parejas, familia política, antiguos conocidos, hijos, hermanos y familiares antes de pasar a otro grupo de sospechosos. Aparte de su padre, en aquel caso habían buscado posibles amantes de su madre, pero no de Nikki. Pero, claro, es que el responsable de la investigación había sido Carter Damon, el sicario encubridor de Petar y encargado de obstaculizar la investigación.
Nikki escuchó la grabación otra vez, pero con oídos nuevos. Escuchó la conversación sin importancia que había mantenido con su madre sobre las especias, cómo esta iba a mirar en la nevera, los gritos y el teléfono cayendo al suelo. La voz ahogada de un hombre. Le dio a la pausa y volvió a ponerla. La escuchó una y otra vez.
A mediodía estaba en la planta doce, en un tranquilo despacho que daba a York Avenue, en la sesión que había concertado aquella mañana con el doctor Lon King. Le explicó al psicólogo del departamento de policía lo de la grabación y que, por primera vez desde que mataron a su madre, cuando la escuchaba reconocía la voz de Petar.
—¿Y por qué le interesa tanto hablar de esa grabación?
—Supongo que para preguntarle si el que no reconociera la voz sería porque inconscientemente no quería hacerlo.
—Eso siempre es una posibilidad, pero me pregunto si no interesa ir un poco más allá.
—Ésta es la parte que odio.
El psicólogo sonrió.
—Le pasa a todo el mundo al principio. —Y continuó—: Por mucha capacidad de recuperación que tenga, Nikki, son muchas cosas juntas.
—Por eso le he llamado.
—Estoy seguro de que ahora mismo no sólo está reviviendo el trauma y la pérdida, también está experimentando una intensa furia y se siente traicionada. Por no hablar de que debe de sentirse muy confusa respecto a sus elecciones y a su instinto. Como detective, respecto al crimen. Como mujer, respecto a los hombres.
Nikki se recostó en su asiento y apoyó la cabeza en el cojín. Mientras miraba el techo blanco inmaculado intentó ahuyentar la confusión que sentía y recuperar la sensación de control que había tenido hasta el día anterior mismo.
—Es como si se me hubieran roto todos los esquemas. No sólo en la investigación, sino también en lo que creía que era mi vida. En mi idea del amor. Me preocupa porque ahora no sé de qué puedo fiarme.
—Y para usted la confianza es algo fundamental. La desconfianza en cambio… implica caos.
—Sí —dijo Nikki, pero sin gran convencimiento—. Y es lo que siento ahora. Siempre imaginé que resolver el asesinato de mi madre sería un trabajo limpio, ordenado. Y ahora lo único que siento es… —Giró un dedo simulando un ciclón.
—Estoy seguro de ello. Sobre todo por lo que tiene de traición personal. Pero ¿podría ser también porque su vida ha estado tan marcada por este caso que ahora que ha terminado no sabe a qué se enfrenta?
Nikki se enderezó para mirarle.
—No, es porque todavía no ha terminado y no quiero fallarle a mi madre.
—Eso no tiene solución. Está muerta.
—Y el hombre que ordenó su asesinato sigue suelto.
—Entonces tendrá que hacer lo que tenga que hacer. Lo sé por cómo interpretó lo de tomarse unos días de permiso. —Nikki asintió, pero sin sonreír—. Le pediría que intentara mantener la calma, por muy abrumador que le resulte todo esto. La desconfianza se alimenta a sí misma, es como un virus. No puede hacer su trabajo ni vivir su vida dudando constantemente de sus instintos. Se convertiría en ese cervatillo asustado, paralizado por los faros de un coche. ¿En quién confía más, Nikki?
—En Rook.
—¿Puede hablar de esto con él?
Nikki se encogió de hombros.
—Claro.
—¿Con total sinceridad?
Su vacilación contestaba a la pregunta del psicólogo.
—Por mi experiencia con policías en esta consulta sé que la autosuficiencia es una ventaja cuando se trabaja bajo tanta presión. Pero como estilo de vida tiene un precio. El estoicismo. La soledad.
—Pero yo ahora no estoy sola. Estoy con Rook.
—Sí, pero ¿hasta qué punto?
El doctor King no le pidió que contestara, sino que se limitó a que el sonido de las manillas del reloj situado detrás de Nikki llenara el silencio unos minutos antes de continuar hablando.
—Llega un momento en que, si tenemos suerte, nos vemos obligados a decidir cuánto de nosotros mismos queremos revelar. En el trabajo. A los amigos. En una relación. Usted y Don mantuvieron su relación en un plano estrictamente físico, sin tener que revelar ni compartir nada. Funcionaba porque estaban en igualdad de condiciones. Ninguno de los dos quería ir más allá. Pero eso no le va a pasar siempre. Es posible que con otras personas quiera revelar más de usted misma. Aunque, por lo que me cuenta, está haciendo exactamente lo contrario. Así que (a largo plazo) tendrá que enfrentarse a ello en algún momento, si Rook necesita una mayor intimidad de la que usted está dispuesta a darle. Y puede que eso le aleje. No ahora, pero sí algún día, ese momento de la verdad llegará. Y le dejará entrar o no. Aceptará ser vulnerable ante él o no. Y experimentará las consecuencias de su elección. Espero que, sea cual sea, la haga feliz.
Nikki salió a la calle después de su sesión con el psicólogo con más preguntas que respuestas, pero al menos algo en su vida parecía sonreírle. A una manzana de York Avenue había aparcada una furgoneta amarilla de Wafels & Dingels. Esperó la cola dudando entre algo dulce o algo salado y al final se decidió por una combinación de ambas cosas: un gofre de bacón y sirope de arce, que se comió sentada en un banco bajo el teleférico Roosevelt Island Tram. Cuando terminó estuvo un rato viendo las cabinas de pasajeros flotar por el aire en dirección al East River, y deseó poder meter todas sus preocupaciones en una cámara sellada y enviarlas muy, muy lejos, por el aire. Imposible. Lo vio claramente cuando el agente Bart Callan, del departamento de Seguridad Nacional, se sentó a su lado en el banco.
—Deberías probar el de mantequilla de cacahuete y nata montada. Es el único gofre que ha superado al de Bobby Flay —dijo.
—¿Qué pasa, que no tenéis correo electrónico? Porque en lugar de espiarme, estaría bien que la próxima vez me convocarais a una reunión.
—¡Como que ibas a venir!
—Inténtalo, agente Callan. Como te dije la otra vez, usad la puerta principal. Soy colaboradora por naturaleza.
—A no ser que estés acorralada.
—¿Y quién no lo está?
—Necesito saber todo lo que hayáis averiguado sobre Tyler Wynn y Petar Matic. Y si pudieras decirme también qué había en el buzón secreto, nos resultaría de gran ayuda.
Nikki apartó los ojos del remolcador que avanzaba río arriba debajo del puente de Queensborough y miró al agente. Si le quitabas la solemnidad típicamente militar y su molesta costumbre de presentarse por sorpresa, parecía un buen tipo. Entonces las dudas sobre sus propios instintos hicieron acto de presencia.
—Seguro que tienes línea directa con el cuartel general de la policía de Nueva York. ¿Por qué no les llamas?
El agente negó con la cabeza.
—No es lo ideal. Este caso es demasiado delicado, demasiado gordo. Si entra en la cadena burocrática, no habrá manera de pararlo.
—Entonces, ¿por qué involucrarme a mí?
—Porque ya lo estás. Y porque sabes tener la boca cerrada. —Sonrió—. Eso lo comprobé la otra noche en el almacén. —Nikki le devolvió la sonrisa y el agente le alargó la mano. Al principio Nikki pensó que quería que se la estrechara, pero lo que hizo fue coger el recipiente con los restos de comida, y el malentendido hizo que se pusiera colorada. El agente tiró el plato y el tenedor en la papelera que tenía al lado y luego se volvió en el banco para mirarla—. Detective Heat, una cosa sí puedo decirte con seguridad. Este caso se está convirtiendo en una asunto de seguridad nacional. Si te lo explico es posible que te sientas mejor compartiendo tu información con nosotros.
—Te escucho.
—Es muy sencillo. Nicole Bernardin, que en otro tiempo estuvo en la CIA, se puso en contacto con nosotros hace alrededor de mes y medio para decirnos que había encontrado unos documentos muy delicados sobre algo urgente y que necesitaba enseñárnoslos. Investigamos escrupulosamente su historial dentro de la agencia así como sus actividades recientes con Tyler Wynn en su nueva calidad de (llamémosle así) trabajadora autónoma. Cuando lo teníamos todo organizado para que recuperara la información y nos la pasara, alguien la mató.
Nikki dijo:
—Si quieres saber lo que conozco del buzón, lo encontré, pero no llegué a ver lo que había dentro.
—¿Qué aspecto tenía?
—Era una bolsa pequeña de cuero con una cremallera. De ésas que usan los dueños de las tiendas para llevar el dinero al banco.
El agente entrecerró los ojos tratando de imaginar el objeto.
—Gracias por la información.
—Puedes darme las gracias contestándome a esta pregunta: si sabíais que Tyler Wynn se había pasado al otro lado, ¿por qué no lo detuvisteis? Sobre todo si andaba metido en algo de seguridad nacional.
—Precisamente por eso. Venga ya, Heat, tú sabes lo que es mantener a un sospechoso vigilado de cerca. No le arrestamos porque no queríamos que supiera que había sido descubierto antes de que nos llevara a lo que sea que se trae entre manos.
—¿Y cuántas personas han muerto desde que le tenéis vigilado, agente Callan?
Éste sabía adónde quería llegar Nikki y dijo:
—Para que conste en acta, cuando mataron a tu madre la CIA no tenía ni idea de que Wynn se lo había montado por su cuenta. De hecho, su asesinato fue lo que propició la investigación. Entonces yo estaba en el FBI, era el contacto de tu madre allí. —Sus palabras hicieron que Nikki se volviera a mirarle—. Sí, la conocí —dijo—. En una situación muy parecida a la de Nicole Bernardin, tu madre contactó con nosotros porque sospechaba que se estaba planeando un ataque en suelo estadounidense. Le dimos doscientos mil pavos para que sobornara a uno de sus informadores para que consiguiera pruebas, pero la noche en que por fin lo hizo la asesinaron.
Nikki se puso a mirar un tren elevado mientras digería la noticia. Si Callan decía la verdad, entonces ese dinero no era un pago a la traición de su madre, después de todo. Bajó los ojos para mirarle y él concluyó:
—Y ésa es la historia.
—Excepto que no me has dicho qué conspiración había descubierto, de la que, por lo que parece, habéis estado al tanto todos estos años.
—Eso es secreto de Estado.
—Muy oportuno. Y mientras tanto Tyler Wynn ha seguido suelto. Ah, no, perdón, que estaba bajo vigilancia.
El agente Callan ignoró la pulla. De acuerdo con su actitud solemne y hermética, nada parecía capaz de distraerlo de su misión.
—Supongo que esta pregunta te la habrá hecho ya mucha gente, pero yo voy a hacértela también, y confío en que seas sincera conmigo. ¿Tienes alguna idea de lo que le dio a tu madre su informante?
—No.
—¿Y no se te ocurre dónde podría haberlo escondido?
—No, pero, fuera donde fuera, lo escondió muy bien.
—Pero sí que encontraste el buzón de Nicole Bernardin.
—Ya te he dicho que no lo sé. ¿Crees que no le he dado un millón de vueltas a esto?
Después de asentir brevemente, Callan fue al grano:
—Quiero que colabores conmigo en esto.
—Ya lo he hecho. ¿Es que no me has estado escuchando?
—Me refiero a avanzar con la investigación.
—Trabajo para el departamento de policía de Nueva York.
—Y yo para el pueblo estadounidense.
—Entonces haz una llamada al cuartel general de la policía, habla con algún estadounidense de allí y soy toda tuya. Si no, gracias por la visita.
Estaba casi en la avenida York con la mano levantada para parar un taxi cuando Callan se acercó a ella para intentar convencerla por última vez.
—Piénsatelo. ¿No te parece lo suficientemente serio el hecho de que alguien tenga acceso a un prisionero encerrado en los calabozos y pueda matarlo?
—No puedo ayudar. Sencillamente no tengo nada que daros.
—Te ayudaríamos a detener a Tyler Wynn.
«O me impedirían cogerlo si les resultara conveniente para sus propósitos». Dijo:
—Gracias por la recomendación del gofre.
Y se metió en el taxi.
Cuando entró en su apartamento aquella noche, Rook se levantó de la mesa del comedor, donde estaba trabajando con su MacBook, para recibirla con un largo beso. La rodeó con sus brazos y se fundieron el uno con el otro allí mismo, donde estaban. Después del prolongado abrazo, Rook dijo:
—Oye, no te estarás quedando dormida, ¿verdad?
—¿De pie? ¿Qué crees, que soy un caballo?
Rook contestó con un relincho y, por primera vez en aquel día, Nikki se rio.
—Mira que eres ganso.
Volvió a reírse porque aquello había sido una gansada, pero además bienvenida. Le cogió el mentón con una mano y con la otra le acarició la mejilla.
Cuando Rook le preguntó qué tal lo llevaba, le dijo la verdad: que el día había sido un calvario y que necesitaba un baño caliente. Pero cuando Rook mencionó que había hecho caipirinhas, el baño fue pospuesto y reemplazado por dos vasos.
Se sentaron en el sofá y Nikki le puso al día de su reunión con Bart Callan.
—Así que ésa era tu misteriosa cita para comer. ¿Con el Departamento de Seguridad Nacional?
Durante un instante Nikki pensó en contarle lo de la sesión con el psicólogo, pero estaba demasiado exhausta como para entrar en ese tema y decidió dejarlo pasar. Entonces se acordó de lo que le había dicho Lon King sobre su reticencia a abrirse a los demás —su versión particular de la coraza— y le dijo:
—No, es que había quedado con mi psicólogo.
—¿Así que ya no es «el» psicólogo sino «mi» psicólogo?
—Déjalo, ¿vale?
«Pasito a pasito —pensó—. Pasito a pasito».
Pero Rook insistió:
—Creo que te va a venir bien. Sobre todo en este momento, Nikki. Aunque sólo fuera por lo de Petar, pero también por Don.
—Hablando de Don —dijo Nikki aprovechando la oportunidad de cambiar de tema—, tengo pensado ir a San Diego pasado mañana. Su familia ha organizado una ceremonia conmemorativa en la base naval.
—Me gustaría ir contigo, si te parece bien.
Nikki abrió los ojos de par en par, atónita.
—¿Lo dices en serio?
La sonrisa de Rook le decía que sí y entonces Nikki se inclinó y se la besó, por lo hermosa que era.
Estuvieron haciéndose arrumacos un momento y cuando empezaban a ponerse tontos, Rook dijo:
—Pero al funeral de Petar no pienso ir, que lo sepas.
Lo inesperado del comentario y su mal gusto hicieron reír a Nikki de una manera que sólo Rook sabía, convirtiendo lo tabú en divertido precisamente porque no era impensable.
Entonces Nikki frunció el ceño y Rook supo, sin que hiciera falta decirle nada, de qué se trataba.
—Ya sé que es descorazonador. Resuelves este caso y te encuentras otra vez en un callejón sin salida. Descubriremos lo que hay detrás de todo esto. Pero esta noche no.
—Pero supongamos que lo que dijeron Petar y Bart Callan es verdad, que se está montando algo grande que hay que detener.
—Llegados a este punto yo ya no sé muy bien qué pensar de eso. Y por lo que me has contado del agente Callan, los federales tampoco tienen ni idea. Es obvio que Tyler Wynn es la clave. La cuestión es averiguar para quién trabaja ahora. ¿Qué dijo mi amigo Anatoly aquella noche en París? Que estamos en una nueva era y que cuando los espías se pasan al otro lado no es para trabajar para otros Gobiernos, sino, ¿cómo las llamó?, otras entidades.
Nikki se restregó la cara con las manos.
—Ahora mismo todo eso se me hace un mundo.
—Vamos a ver, Nikki. Es normal. —Rook le puso ambas manos en los hombros para obligarla a escucharle—. No tienes la obligación de enfrentarte tú sola a los crímenes de la humanidad. Ya has hecho un gran trabajo. Ahora mismo podrías plantar la bandera, declarar tu victoria y pasar a otra cosa. Nadie te lo reprocharía. —Y añadió—: Yo siempre voy a estar contigo.
Todo lo que expresaba aquella frase le llegó a Nikki al corazón y dijo:
—Eso me ayuda mucho, gracias. —Dejó la bebida sin terminar en la mesa baja—. ¿Te importa muchísimo si por fin me doy ese baño y me quedo un rato sola esta noche?
—¿Quieres hacer cocooning?
—Mucho. Lo necesito.
—No hay problema.
Rook metió su portátil y sus notas en la mochila y después de besarla en la puerta le dijo:
—Para que tengas en qué pensar cuando estés ya en pijama.
—Vale.
—Por lo menos hay una cosa que hace que toda esta aventura haya valido la pena: ahora sabes que tu madre no estaba teniendo una aventura. Y que tampoco era una traidora. De hecho fue una heroína.
—Sí, pero ya sabes lo que decía Scott Fitzgerald: «Enséñame un héroe…».
—… «Y te escribiré una tragedia».
—Además —añadió Nikki—, aunque fuera por una causa noble, me sigue cabreando que me ocultara tantas cosas de su vida. Digamos que racionalmente quiero perdonarla, pero lo cierto es que no me sale. Todavía no.
—Lo entiendo —dijo Rook—. Escucha, yo no soy psicólogo, pero si lo fuera te sugeriría que lo mejor que puedes hacer hasta que llegue ese momento es encontrar la manera de conectar con ella y ver adónde te lleva eso.
Se dio el lujo de flotar en el agua con aroma a lavanda hasta que empezó a sonar la siguiente canción en su estéreo: Mary J Blige y su No More Drama (No sufras más). Al principio Nikki cantó con ella, pero después se concentró en el mensaje de la reina del hip-hop-soul sobre hacerse valer y poner fin a las situaciones dolorosas. Había oído esa canción muchas veces, pero, al igual que le había ocurrido con el mensaje del contestador grabado durante el apuñalamiento de su madre, aquella noche lo hizo con oídos nuevos. El mayor parecido era que no sabía dónde terminaba la historia, sólo dónde empezaba.
Sentada con las piernas cruzadas en el sofá con una infusión de manzanilla y los mechones de pelo mojado cayéndole sobre el albornoz, Nikki se puso a repasar la historia de su madre y cómo ésta le afectaba. No se recreó en las repercusiones de la vida secreta de Cynthia Heat. Claro que había ausencias que habían alimentado añoranzas y miedos, pero lo más importante eran los rasgos de su personalidad que Nikki había hecho también suyos: cautela, secretismo, aislamiento. Si no hacía nada por remediarlo, aquello podía convertirse en una historia interminable. El psicólogo le había aconsejado que aceptara el hecho de que su madre estaba muerta, pero Nikki sabía que seguirían unidas, que ella continuaría viviendo en su corazón y que siempre sería así.
Y sin embargo Nikki quería empezar de nuevo. Esta vez partiendo de todas las cosas buenas que había recibido de su madre, que pesaban más que las otras. O al menos así debía ser, si escogía no sufrir más.
Allí en el salón, en la soledad que había elegido para aquella noche, Nikki eligió centrarse en las virtudes y en los dones. En la independencia que la educación de su madre le había dado. En lo que le había enseñado en cuanto a capacidad de asombro, imaginación, principios, criterio, la importancia de trabajar duro, el valor de la bondad y el poder del amor. La nueva página de su vida empezaría así, con la historia de unos vasos que pasaban de estar medio vacíos a estar medio llenos según iba pensando en ellos. Una historia que decía que la risa se contagia, el perdón cura y la música calienta el más frío de los corazones.
La música.
Miró al piano al otro lado de la habitación.
Su madre lo había tocado maravillosamente y había compartido con ella el milagro de la música. ¿Por qué ahora que estaba silente le infundía tanto respeto?
Sintió un cosquilleo en el estómago al recordar las palabras de despedida de Rook, lo de encontrar la manera de conectar de nuevo con su madre. El cosquilleo se convirtió en temor, pero eligió ser valiente y se puso en pie. Mientras cruzaba la alfombra hacia el piano de media cola, el temor se evaporó y se transformó en algo que la impulsaba mientras levantaba la tapa de la banqueta para sacar la partitura de Mozart para niños.
Hacía diez años que no abría aquella banqueta y todavía más que no sacaba aquel cuaderno de música. Estaba convencida de que lo había perdido.
La última vez que había levantado la tapa del Steinway Nikki tenía diecinueve años. Ahora se detuvo un instante, pero no porque dudara, sino porque quería dejar constancia del momento.
Las bisagras gimieron cuando abrió la tapa dejando ver las teclas. Los dedos le temblaron con la misma emoción que había sentido en cada uno de los recitales que había dado de niña cuando se sentó, abrió el libro de música por la primera página, apoyó los pies en los pedales y empezó a tocar.
Por primera vez en diez años la música de aquel preciado instrumento llenó el apartamento y salió de Nikki por mediación de Cynthia. La música es un recuerdo de los sentidos, pero también de los músculos, así que falló unas cuantas notas, pero eso le hizo sonreír cuando empezó a tocar la sonata número 15 de Mozart. Su forma de tocar, rota y entrecortada al principio, poco a poco se fue haciendo más fluida y elegante. Cuando llegó al final de la página, sin embargo, titubeó y le costó trabajo pasar a la siguiente sin dejar de tocar. O quizá es que las lágrimas le nublaban la vista. Se las secó y se dispuso a continuar, pero entonces algo la detuvo.
Frunció el ceño y miró la partitura, confusa. Se inclinó hacia el cuadernillo apoyado en el atril y vio unas extrañas marcas a lápiz entre las notas con la letra de su madre.
Ésta siempre le había dicho que, para Mozart, el espacio entre notas también era música, sin embargo aquello no eran anotaciones musicales, sino otra cosa.
Pero ¿el qué?
Encendió otra lámpara y escrutó la partitura bajo su luz intentando descifrar las marcas. Tenía la impresión de que se trataba de alguna clase de código.
Empezó a mecerse despacio sobre la banqueta y el suelo pareció temblar. Pensó que se trataba de otra réplica del terremoto. Pero entonces miró a su alrededor.
En el resto de la habitación no se movía absolutamente nada.