19

¿Petar?

Fue lo único que consiguió articular Nikki. No tenía aliento para más, era como si se hubiera acabado el aire en aquel túnel. Pero las dos sílabas susurradas, el nombre de su antiguo amante, lo decían todo. Eran al mismo tiempo una pregunta y una respuesta. Y la entonación con que habían sido dichas transmitía toda una colección de sentimientos que colgaban de ganchos afilados y cortantes.

Traición. Tristeza. Conmoción. Incredulidad. Ceguera. Furia. Odio.

El rostro de Petar no delataba vergüenza ni arrepentimiento alguno mientras se acercaba a Nikki. Cuando los ojos de los dos se encontraron, Nikki vio algo en los de Petar que parecía diversión. No, era arrogancia.

Pensó en sacar la pistola. Aunque Tyler Wynn le disparara, lo mismo podría pegarle un tiro a Petar. Éste también iba armado, pero sostenía la Glock con gesto descuidado.

—Yo que tú no lo haría —dijo la voz detrás de la luz de linterna. Tyler Wynn, el fantasma viviente de la estación fantasma, le había leído el pensamiento. Adiós al plan.

Petar le quitó la Sig.

—Bien —dijo Wynn acercándose un poco más—. He visto a mucha gente cometer tonterías cuando se deja llevar por las emociones.

Nikki se giró para mirar a Petar.

—¿La mataste tú? Que te jodan.

Todo lo que hizo Petar fue dar un paso atrás y guardarse la pistola de Nikki. Ni siquiera se molestó en mirarla. Ocuparse de ella era para él sólo otra tarea más.

—He dicho que te jodan.

—Ya tendréis tiempo los dos de aclarar las cosas cuando me vaya. Petar, coge la bolsa, por favor.

Petar se colocó detrás de Nikki y ésta le oyó empujar la nevera hasta colocarla debajo del escondite de Nicole Bernardin. Hizo un esfuerzo por ignorar el dolor que sentía y pensar de manera estratégica. Petar necesitaría enfundar la pistola para coger la bolsa. Si ella no estuviera de rodillas, quizá podría darle una patada por sorpresa a Wynn. Éste le había adivinado los pensamientos antes, así que ahora los disimuló hablando:

—¿Fuiste tú a quien llamó Carter Damon desde un teléfono desechable y le diste luz verde para matar a Nicole Bernardin?

—Eso fue pura logística. Petar se ocupó.

—Y luego volvió a llamarte. ¿Fue para preparar lo de la fisioterapeuta que tenía que espiarnos?

—Soy un animal de costumbres. Cuando estás habituado a dirigir una red de niñeras, es difícil dejarlo.

Nikki no pidió permiso, sino que se limitó a seguir con las manos detrás de la nuca y a ponerse de pie despacio mientras seguía hablando.

—Estaba convencida de que había sido Carter Damon quien mató a mi madre.

—No, él fue después, para borrar el rastro.

Detrás de Nikki, Petar se cayó de la nevera y profirió un insulto. Nikki reparó en que Wynn se había puesto alerta, así que no movió un músculo. Cuando Petar se subió de nuevo a la nevera, el viejo se relajó y prosiguió su relato:

—El detective Damon resultó muy útil hasta que, en el último momento, le entraron escrúpulos e intentó mandarte un mensaje de texto.

—El que llegó cortado —dijo Nikki acercándose un poquito.

—Sí, le pillamos intentando ponerse en contacto contigo para expiar su culpa. Aquello resultó malo para su salud.

—¿El puente de Brooklyn?

Wynn asintió.

—Su amago de confesión me dio la idea de simular su suicidio con otro mensaje de texto en el que se confesaba culpable de los asesinatos. Parecía el plan perfecto.

Nikki dijo:

—Pero qué mente tan brillante.

Le apuntó con el dedo y aprovechó el gesto para atacarle, pero Wynn se le adelantó y la agarró por el cuello mientras le apuntaba a la sien con la pistola.

—¿Qué pasa? ¿Quieres que te pegue un tiro? ¿Eh? —Nikki no se movió—. Te lo pegaré si no me queda otra, pero preferiría no hacerlo. De hecho, me estaba inclinando por la opción de accidente en el metro, resulta más ambigua para la policía que un balazo. Pero, si me obligas, no voy a tener más remedio que improvisar. —Apretó más el cañón de la pistola contra la cara de Nikki—. Esta pistola no está registrada, así que puedo dejarla tranquilamente en el loft de Rook. Piensa en las consecuencias de eso antes de desafiarme otra vez, ¿de acuerdo?

No esperó una respuesta, sino que se limitó a darle un empujón.

Petar bajó con el buzón y le entregó la bolsita de cuero. Tyler le dio unas instrucciones en voz baja de las que Nikki sólo entendió «después del próximo tren», pero el resto quedó ahogado por el estruendo de un tren pasando por la vía opuesta del túnel.

Nikki se esforzó por mantener la calma en la avalancha de emociones que la invadían. Estaba furiosa consigo misma. No podía olvidar aquel momento en París, en la Place des Vosges, cuando se había sentido inquieta por algo, algo que no había sido capaz definir. Ahora, mientras se preparaba para morir en la estación fantasma, aquella persistente inquietud por fin cobró nombre, aunque ya era un poco tarde. Como siempre, se trataba del calcetín desparejado.

—Debería haberlo sabido —le dijo a Wynn. Después movió la cabeza, disgustada consigo misma—. Debería haberme dado cuenta en el hospital, cuando tus últimas palabras antes de morir, entre comillas, fueron que cogiera a esos desgraciados que habían matado a mi madre.

—Sí.

—Pero lo que no me pregunté fue por qué no lo habías hecho tú si eras de la CIA y tenías tanto interés por vengar la muerte de mi madre. Tuviste diez años y todos los medios a tu alcance.

Wynn sonrió.

—No te lo reproches. He engañado a gente más lista que tú y durante mucho más tiempo. —Un tren se acercaba procedente del sur de la ciudad. A manzanas de distancia, un suave temblor resonó en el túnel. Nikki experimentó una sensación de urgencia.

—¿Por qué hiciste que mataran a mi madre?

—Porque a ella no fui capaz de engañarla. Cuando se enteró de que en el intervalo transcurrido entre lo de París y cuando fui a buscarla a Nueva York había estado trabajando por mi cuenta, tuvo que irles con el cuento. Se empeñó. Hasta ese momento había pensado que al trabajar para mí estaba trabajando para la CIA. Pero después se enteró de para quién trabajaba yo en realidad y, para su desgracia, en qué proyecto.

—¿Por eso la mataste?

—Lo que mató a tu madre fue lo en serio que se tomaba las cosas. Era igual que tú.

Permanecieron inmóviles como estatuas cuando un tren en sentido norte pasó a gran velocidad, haciendo vibrar la estación y alborotándoles el pelo. En cuanto hubo pasado Petar sacó su pistola. Tyler Wynn se enfundó la suya debajo de la cazadora y bajó por la escalera a las vías.

—Deben de faltar de cuatro a seis minutos para el próximo tren.

—Tienes tiempo de sobra —dijo Petar encendiendo su linterna de bolsillo—. Luego nos vemos.

Nikki siguió mirando a Wynn mientras su cabeza sin cuerpo avanzaba por el túnel alejándose por las vías.

—Tyler.

Éste se detuvo.

—¿Qué hay en la bolsa de cuero?

—Nunca lo sabrás.

—¿Qué te apuestas?

Wynn dijo:

—Si hace falta, le pegas un tiro.

Y prosiguió su camino hacia la estación de la calle 96.

Heat decidió que iba a matar a Petar.

sólo así sobreviviría. La cuestión era si disfrutaría haciéndolo. Y en qué la convertiría aquello si lo hacía.

En alguien que seguía con vida. Y eso era lo único que le importaba. De las implicaciones morales ya se ocuparía cuando fuera vieja.

Tenía un plan y no era complicado. El siguiente tren pasaría en cuatro o seis minutos y su intención era estar delante de él cuando lo hiciera. De modo que tenía cinco minutos, más o menos, para conseguirlo.

—Entonces, ¿no puedo hacer nada para convencerte de que no me mates?

Petar no entró en el juego y permaneció en silencio, lo bastante cerca de Nikki como para no fallar si la disparaba con su Glock, pero no tanto como para no poder reaccionar si ella le atacaba. De momento, su plan era mejor que el de ella.

—¿Ni siquiera un poco de ventaja? sólo por los viejos tiempos.

Nada. Petar la miraba, pero sin verla en realidad. Para Nikki era difícil creer que aquel fuera el mismo hombre del que había estado enamorada. Cuando viajó a Venecia en el 99 no lo hizo en busca del amor, sino llevada por otra pasión, la pasión por el teatro. Otros estudiantes que estaban haciendo prácticas en la Fenice la habían invitado a salir y había tenido una serie de citas, pero nada serio. Hasta aquella noche, en la vinoteca Ai Speci, cuando conoció a un estudiante de cine croata con cara de buena persona que estaba en la ciudad rodando un documental sobre Tommaseo, el famoso ensayista italiano. En una semana Petar Matic había dejado su residencia estudiantil y se había instalado en el apartamento de Nikki. Después de Venecia pasaron un mes visitando París antes de que ella volviera a Boston, para el trimestre de otoño en Northeastern. Entonces Petar la sorprendió presentándose una mañana en el cubículo que ocupaba Nikki en el sindicato de estudiantes y diciéndole que la echaba tanto de menos que se había matriculado también en aquella universidad.

—Dime una cosa, sólo una —dijo en un nuevo intento por distraerle—. ¿Tyler se tomó la molestia de investigar con quién salía yo y entonces te reclutó para que mataras a mi madre?

Aquello sí le hizo reaccionar. Petar resopló y se recostó en una de las columnas.

—¿Así que te gusta hacerte ilusiones? Tú misma.

—No me estoy haciendo ilusiones, sólo estoy intentando saber qué te dijo Wynn: «Hola, joven, ¿te interesa ganarte un dinerito asesinando a la madre de tu novia»?

—¿Ves? Ahí es donde te equivocas. Vamos a ver, Nikki, ¿de verdad crees que nuestra relación fue de verdad en algún momento?

Nikki tuvo que asimilar un nuevo revés emocional, pero siguió adelante con la conversación, siguió presionando a Petar.

—Eso pensaba, desde luego.

Petar rio.

—Es que de eso se trataba precisamente. Venga ya, ¿crees que nos conocimos en Venecia por casualidad? ¿Que fue el destino? Era trabajo. Todo estaba organizado.

—¿También lo de encontrarte «por casualidad» conmigo y con Rook en Boston? ¿Eso fue para enterarte de lo que sabía?

—No, sólo te estaba siguiendo. Por lo menos hasta que ese Rook de las narices me vio. Mi misión en Venecia era llevarte a la cama para acercarme a tu madre.

—¿Para matarla?

—Al principio no. Para enterarnos de algunas cosas.

—Y después matarla. —Nikki apretó los dientes en un intento por ignorar la furia que sentía y concentrarse en lo que estaba haciendo.

—Pues sí. Como te digo, era un trabajo. Y yo soy un buen profesional.

—Excepto por la maleta.

—Sí, eso fue una cagada. La usé para llevarme documentos del escritorio de tu madre y después se me olvidó hasta que la tenía. Oye, pero es que habían pasado diez años. Se me permite un pequeño fallo.

—Ése no fue el único.

—¿Qué estás diciendo?

—El High Line. Tú eras el francotirador, ¿verdad?

—¿Y?

—Pues que fallaste el tiro.

—No fallé. Hubo un terremoto.

—Pero también fallaste el segundo.

—De eso nada.

—Y el que podías haber disparado desde el final del paseo. Vi el punto rojo del láser. Pero en lugar de eso saltaste.

—Estás loca.

—De eso puedes estar segura. —Nikki dio un paso hacia él.

—Quédate donde estás.

Nikki dio un paso más.

—Pégame un tiro.

—¿Qué? —La iluminó con la linterna y levantó el arma, pero Nikki dio un paso más—. Estate quieta, te lo advierto.

Nikki siguió acercándose.

—Pareces todo un experto en apuñalar a mujeres por la espalda. ¿Y a mí eres capaz de pegarme un tiro? No, no lo eres. Venga ya, Pet. Un cara a cara, aquí mismo. Dispárame de una vez. Nunca vas a tenerlo tan fácil.

Pero Petar dio un paso atrás y chocó con la columna en la que había estado apoyado. Del túnel llegó un estruendo como el mar en un día de tormenta. Llegaba el tren. Justo a tiempo. Petar movió el arma haciéndole gestos a Nikki para que se situara en el borde del andén.

Nikki se quedó donde estaba.

—Vamos. No me lo pongas más difícil.

—¿Difícil para quién, Petar? —Se acercó un paso más a él. Ahora estaba a sólo unos centímetros y, por primera vez, podía mirarle a los ojos. Y él a los de ella.

—¡Muévete ya! —gritó.

—¿De verdad crees que voy a colaborar? ¿Que voy a ponerme de espaldas para que puedas darme el empujón?

Los ojos de Petar miraron de reojo las vías. El rumor se convirtió en estruendo. El suelo de cemento del andén empezó a vibrar.

—Mataste a mi madre. Me hiciste creer que me querías. ¡Pégame un tiro de una vez, hijo de puta!

—Muy bien —dijo Petar.

Nikki sonrió y abrió los brazos, desafiándole.

Entonces escuchó el quejido de una herramienta eléctrica cortando metal. De la rejilla de ventilación situada al final de las escaleras empezaron a salir chispas que caían en el túnel como luciérnagas.

Petar se volvió a mirarlas.

Nikki aprovechó para actuar.

Se lanzó hacia él entrando en la peligrosa circunferencia del arma que llevaba en la mano derecha. Tenía los brazos en alto en el gesto de «adelante, pégame un tiro» y, mientras se acercaba a Petar, usó uno de ellos para inmovilizarle la muñeca y desviar la pistola. Después levantó el codo izquierdo y le golpeó en la nariz.

Petar chilló, pero no soltó la pistola. Entonces Nikki le dio un fuerte rodillazo en el cuádriceps. Mantuvo la mano derecha todavía asiéndole la muñeca y con la izquierda agarró el cañón de la pistola y comenzó a girarlo de manera que apuntara a Petar.

Pero éste también debía de haber aprendido combate cuerpo a cuerpo, porque sorprendió a Nikki dejándose caer al suelo de improviso y haciéndole perder el equilibrio. Tropezó hacia delante y cayó sobre Petar, con una mano todavía en la muñeca pero ya sin la pistola.

Llamó a Rook, pero con el ruido éste no la oía.

Se puso en pie de un salto y, sin soltar la muñeca de Petar, le tiró del brazo y lo golpeó, en un intento por romperle el codo. Pero Petar logró esquivar el golpe y Nikki sólo logró alcanzarle en la parte inferior del brazo. No le había partido la articulación, pero sí le había obligado a soltar la Glock, que cayó al suelo.

Heat se lanzó hacia ella, pero había caído justo fuera de su alcance, desplazándose por el suelo. Llegó al borde del andén en el momento exacto en que la pistola caía a las vías.

Estuvo a punto de tirarse a por ella, pero entonces se encendió una luz verde en el túnel y vio un tren que avanzaba hacia ella a gran velocidad a sólo unos segundos de distancia.

Gritó de nuevo llamando a Rook.

Seguían cayendo chispas.

Petar se levantó y echó mano de la Sig Sauer de Nikki.

Ésta inspeccionó el andén iluminado por los faros del tren. No había donde ponerse a cubierto.

Petar sacó la Sig.

El tren entró en la estación.

Petar apuntó el arma.

Nikki tomó una determinación.

Saltó.

Se tumbó cuan larga era y lo más pegada al suelo que pudo en la zanja de tierra entre las dos vías. En los escasos segundos antes de que la cabecera del tren se acercara, le vinieron a la cabeza historias que había leído de usuarios del metro que se habían caído a la vía y sobrevivido haciendo lo mismo que ella. Todo dependía de lo profundo que estuviera el suelo.

Nunca había visto un tornado, pero aquello fue lo que le pareció estar viviendo. Un ciclón de diez vagones de viento huracanado y estridente acero. La tierra tembló, su cuerpo experimentó una intensa sacudida. Gritó y nadie la oyó gritar.

De camino a la estación había maldecido la inclinación del suelo que había convertido el recorrido en una carrera de obstáculos, obligándola a trepar y a pasar por encima de las traviesas. Ahora confiaba en que aquel desnivel le salvara la vida. Apretó fuerte la cara contra el suelo y vació los pulmones para hacer su torso más pequeño. La única pequeña inspiración que hizo le llenó la boca de un sabor a agua estancada y óxido.

Era incapaz de contar los vagones, pero parecían no terminar nunca. Más que diez, eran cientos. ¿Cuál de ellos —se preguntó— sería el que tendría un saliente que la rajaría en dos? ¿O un gancho en la parte trasera que la arrastraría y la decapitaría?

De repente, silencio total. A excepción del chirrido de la herramienta de Rook, arriba.

Nikki no esperó. Rodó hasta el borde del andén y buscó la Glock bajo la pálida luz de la linterna de Petar. No veía la pistola. sólo botellas de plástico y latas de pintura usadas.

El haz de la linterna iluminó las vías. Petar buscaba su cadáver.

Nikki no volvió a llamar a Rook, sino que se acurrucó todavía más contra la pared del andén y esperó sin hacer ruido. El cemento estaba frío al contacto con la piel desnuda de su espalda. Uno de los vagones debía de haberle rasgado la chaqueta y la blusa.

La luz creció en intensidad justo delante de ella. Eso quería decir que tenía a Petar justo encima.

—¿Nikki? —llamó este tímidamente. Nunca antes había odiado Nikki el sonido de su propio nombre como entonces, salido de la boca de Petar. Se preparó. Se aseguró de que no perdería el equilibrio. Esperó al siguiente «Nikki» y entonces saltó.

Se colocó frente a Petar en el preciso instante en que éste se inclinaba sobre las vías de tren y le roció los ojos con pintura. Petar gritó y se llevó la mano a la cara, dejando caer la linterna pero no la Sig. Nikki tiró el frasco de pintura y le atacó con las dos manos. Agarrándole de la pechera de la camisa, tiró de él hacia un lado y luego lo dejó caer. Petar aterrizó sobre un hombro en las vías y gritó de nuevo.

Nikki fue hacia él mientras sacaba las esposas, pero Petar rodó hasta quedarse de espaldas y le tiró una botella, que le acertó en plena mandíbula y le hizo ver las estrellas. Se tambaleó hacia atrás, desconcertada y cayó torpemente de espaldas. sólo tuvo reflejos para sacar una mano y así frenar un poco la caída.

Petar se levantó. Tenía las manos vacías. Quería la Sig. Nikki la había oído caer al suelo con él, pero tampoco la veía en la penumbra.

Petar intentó darse impulso para subir al andén y coger la linterna, pero estaba demasiado alto. Había llegado hasta la escalerilla metálica, pero sólo había subido dos peldaños cuando Nikki tiró otra vez de él, obligándole a volver al suelo. Petar no se resistió. En lugar de eso intentó hacerle perder el equilibro, dejando que Nikki tirara de él de manera que los dos cayeran al suelo, él encima.

Una vez allí no intentó volver a la escalerilla, sino que echó a correr hacia la estación de la calle 96.

Debido a la falta de luz, calculó mal la altura de las traviesas y tropezó, cayendo una vez más entre las vías. Se puso en pie, pero no lo bastante rápido. Nikki saltó sobre él atacándole por sorpresa. Petar cayó girando como una peonza y aterrizando sobre Nikki, dejándola sin respiración. Ésta necesitaba aire para poder perseguirle. Pero Petar ya no corría, sino que la sujetaba por la solapas de la chaqueta. Estaba tirando de ella. Cuando Nikki pudo volver la cabeza y ver adónde la llevaba, se encontraba a pocos centímetros del tercer carril.

En pocos segundos Petar la dejaría caer y recibiría una descarga de seiscientos voltios.

Le dio una patada en la entrepierna. Estaban demasiado juntos el uno del otro para que esta fuera del todo efectiva, pero le dolió lo bastante como para hacerle gemir y soltar un poco a Nikki. La cabeza de ésta aterrizó en el suelo, a un milímetro de la vía electrificada.

Petar se alejó tambaleándose.

Por la vía central venía un tren expreso en dirección sur y Petar se dirigió hacia allí. Quería cruzarla antes de que pasara y después aprovechar para huir. Nikki le detuvo antes de que pudiera hacerlo.

Le dio un puñetazo detrás de la oreja que le hizo doblar las rodillas. Petar se agarró a una viga de metal con una mano para sujetarse y tomar impulso para devolverle el golpe a Nikki. Pero entonces recibió un segundo puñetazo, junto a la sien. Parpadeó y empezó a perder el equilibrio.

El tren expreso se acercaba a gran velocidad. Nikki tiró de Petar y después lo lanzó contra la viga de metal. Éste intentó golpearla, pero Nikki inclinó la cabeza para esquivarle y aprovechó para darle un puñetazo en la nariz. Y luego otro. La sangre que brotaba de las fosas nasales de Petar se mezcló con la pintura azul.

Cuando el inconfundible viento que anunciaba el tren fue llenando la estación, Petar giró la cabeza en dirección norte, miró con ojos inexpresivos a la luz que se acercaba y después a Nikki con resignación. La suya era la mirada de un hombre preparado para enfrentarse a su destino. Ambos sabían que no había testigos.

Era el momento perfecto para que Nikki vengara la muerte de su madre. Su sueño, pero también su pesadilla hechos realidad.

Le cogió por las axilas y lo alejó de la viga ayudándole a ponerse en pie en el momento exacto en el que el primer vagón entraba en la estación fantasma.

Petar cerró los ojos y se preparó para recibir el golpe. Pero cuando llegó el tren Nikki le tiró al suelo lejos de él. Mientras yacía bocabajo con la cara en un charco del suelo, le puso las esposas. Dijo:

—Petar Matic. —Y entonces la detective Heat hizo una pausa antes de pronunciar las palabras que llevaba diez años esperando a decir—. Quedas detenido por el asesinato de Cynthia Heat. —Tragó saliva con fuerza y añadió—: También por el asesinato de Nicole Bernardin.

Después de esposar al prisionero y leerle sus derechos, levantó la vista esforzándose por no llorar y vio que Rook seguía serrando. Se tomó un momento para secarse los ojos y luego se puso a mirar las chispas.

A pesar de lo tarde que era, cuando Nikki pasó por el cuarto de observación de camino a la sala de interrogatorios número 1, vio que, además de Rook, varios detectives se habían acercado a la comisaría. Los Roach estaban allí, además de Rhymer y Feller. Malcolm y Reynolds habrían ido también, seguro, pero seguían en Staten Island, trabajando con la policía científica en la furgoneta de Carter Damon. Todos los ojos estaban fijos en ella. Sabían lo que aquel arresto significaba para Nikki. También sabían por todo lo que había pasado aquella noche y por eso todos se habían volcado con ella. Pero los policías son policías y estar allí era su manera de demostrar su apoyo. No habría declaración alguna de sentimientos.

Para asegurarse de que así fuera, Ochoa dijo:

—Todo un detalle por tu parte arreglarte así esta noche para nosotros, detective. Se nota que es una ocasión especial.

Heat parecía un personaje de la carátula de uno de esos videojuegos de combate. No se había cambiado de ropa y tenía la cara y las manos sucias y llenas de rasguños. Por el pasillo, de camino al despacho, se había quitado una bola de chicle de uva del pelo.

—He estado un pelín liada.

Nikki se acercó a la ventana mágica para mirar a Petar Matic, sentado al otro lado, solo y esposado en la mesa de la sala de interrogatorios.

—Me sorprende que no te lo cargaras cuando tuviste ocasión —dijo el detective Feller—. Estando los dos solos, nadie lo habría sabido.

—Pero yo sí. Además, nos interesa vivo. Quiero saberlo todo. Lo que hizo. Las personas para las que trabajó. A quién más ha podido matar.

—Y dónde está Tyler Wynn —añadió Rook.

—Eso sobre todo.

Cuando Heat entró en la sala y se sentó frente a Petar vio que también él mostraba secuelas de la pelea. La única diferencia era que llevaba puesto el uniforme de la cárcel. Pero tenía sus buenos cardenales y cortes, así como manchas de barro y sangre reseca. Incluso seguía teñido de la pintura azul con que Nikki le había rociado la cara. Con el mono naranja, se diría que lo hubieran expulsado de un partido de fútbol americano de los Gators de Florida.

Los dos se miraron en gélido silencio. A Nikki no le gustó lo que veía. No era solo que se encontrara frente al hombre que había apuñalado a su madre hasta matarla y asesinado al menos a otra mujer. Ni que fuera el ex amante que se había referido a su relación con ella como «trabajo», como el medio para conseguir un fin. Lo que no le gustaba a Nikki era la expresión de sus ojos. La mirada dócil, resignada, derrotada de cuando se había impuesto a él en el metro había desaparecido. Petar Matic siempre había sido un estratega y sus ojos le decían a Nikki que desde que lo habían llevado esposado a la comisaría había estado pensando.

—Deberías haberme matado cuando tuviste la ocasión —dijo.

—Hay muchos por aquí que piensan igual.

—¿Y por qué no lo hiciste?

—Yo no soy jurado, sólo policía. Al final del día tengo que rendir cuentas. Como tú. Los dos sabemos lo que es eso.

—Nikki Heat siempre con su superioridad moral. Santa y guerrera. —Se inclinó sobre la mesa y sonrió—. Qué pena que seas tan mala amante.

Cuando notó que se ponía colorada, Nikki se recordó a sí misma que debía tomar distancia. Petar iba a intentar aprovecharse de cualquier ventaja a su alcance, sobre todo iba a intentar jugar con sus sentimientos. Intentó ignorar la bofetada emocional y el hecho de que, si bien sus compañeros de brigada se habían ido a cumplir con las tareas que acababa de encomendarles, Rook seguía al otro lado del espejo. Tomó aire despacio para recuperar la concentración.

—Dime exactamente cuándo te contrataron para que mataras a Cynthia Heat.

—Muy bien, nos ponemos en plan profesional. Tu especialidad cuando las cosas se ponen íntimas.

—¿Quién te lo encargó?

—¿Ves? sólo te importa el trabajo, como siempre.

—Quiero respuestas.

Petar sonrió.

—Y yo quiero un trato.

—No tienes con qué negociar. Ya sé que mataste a mi madre y a Nicole Bernardin.

—¿Y eso quién lo dice?

—Tú.

—¿Cuándo?

—Esta noche, en el metro.

—Demuéstralo.

Petar sonrió de nuevo, sólo que esta vez era una sonrisa más ancha y más arrogante. Era la misma actitud que Nikki le había leído en los ojos antes, cuando le había quitado la pistola. Ésa misma arrogancia que le había hecho tomar la decisión de matarle. Por un momento se preguntó —y volvería a hacerlo muchas veces a partir de entonces— si no debería haberlo hecho.

Los dos sabían que aquel interrogatorio no era un simple trámite. Como detective de homicidios, Heat era consciente de que para acusar a Petar harían falta pruebas concluyentes que presentar a la oficina fiscal. Por esa razón había enviado a los miembros de su brigada a registrar su apartamento, así como el despacho en la cadena de televisión para la que trabajaba. Además, estaban repasando su vida con lupa en busca de cualquier indicio de prueba que pudiera servirles. Y aquello sólo era el principio.

Pero Petar estaba intentando hacerla dudar. Nadie más le había oído confesarse autor de los asesinatos, lo mismo que nadie se habría enterado si Nikki lo hubiera arrojado delante de aquel tren. Si no encontraba pruebas físicas que llevar a juicio, cabía la posibilidad de que Petar quedara en libertad. Muy consciente de lo que se jugaba, el detenido sacó el as que llevaba en la manga.

—Tengo algo que te interesa.

Si Nikki parpadeaba o demostraba interés, perdería terreno, y aquello podría arruinar la resolución de aquel caso. Así que permaneció estoica. No expresó reacción alguna y siguió callada.

—Y a lo mejor no es sólo información sobre el asesinato de tu madre. O sobre el otro. —Hablaba de las muertas como si fueran entradas de un inventario con las que no merecía perder el tiempo—. Algo está a punto de pasar. Algo gordo y muy feo. Lleva preparándose durante diez años… No sé si lo de los diez años te dice algo.

La alusión a la década cuyo principio y fin habían marcado los dos apuñalamientos era su manera de despertar el interés de Nikki, pero sin admitir su culpabilidad. Petar era listo, así que Nikki, tenía que serlo aún más.

Sin morder el anzuelo del trato, dijo:

—Si tienes información sobre un delito que se va a cometer, estás obligado a compartirla.

—Un sabio consejo, detective. Quizá lo siga. —Sonrió de nuevo con arrogancia y dijo—: Supongo que depende del trato que hagamos.

Irons estaba en el cuarto de observación con Rook cuando entró Nikki desde la sala de interrogatorios. El capitán corrió a su encuentro.

—No pensarás hacer un trato con ese tipejo, ¿verdad?

Heat miró el reloj de la pared.

—¿Qué hace usted aquí a esta hora, capitán? Es más de medianoche.

—Me enteré de que habías cogido a nuestro hombre y quería estar aquí. —Nikki reparó en que estaba recién afeitado y con su uniforme, con la camisa perfectamente almidonada. Wally se había tomado su tiempo para estar presentable ante las cámaras—. Le has leído sus derechos, ¿verdad?

—No es tan sencillo. Me confesó haber matado a las dos víctimas, pero es mi palabra contra la suya a no ser que encontremos pruebas. E incluso con eso, hay cosas que necesitamos saber para las que hace falta su cooperación.

Irons resopló.

—Sí, claro, y ya que le dejas llevar la voz cantante, ¿por qué no le sueltas, de paso? —Entonces recordó quién más estaba en la habitación y le dijo a Rook—: Eso no lo escribas.

—No he oído nada, capitán.

—Petar Matic no se va a ninguna parte, señor. Pero creo que lo más prudente es respirar, tomarnos nuestro tiempo y hablar con la oficina del fiscal a primera hora de la mañana.

Irons dijo:

—Quieres alargar esto para satisfacer tu curiosidad personal por todos los detalles y cabos sueltos sobre tu madre.

Heat dijo:

—Escúcheme, capitán, nadie tiene más interés que yo en encerrar a este tipo para el resto de su vida. Pero eso significa que hay que hacer las cosas bien, que no pueda quedar en libertad porque nosotros no hemos hecho nuestro trabajo. Le tenemos. Ahora necesitamos probar que es culpable. —Irons hizo ademán de interrumpirla, pero Nikki no le dio ocasión—. ¿Qué pasa si no va de farol? ¿Y si sabe algo que nos ayude a arrestar a los conspiradores y evitar más muertes? ¿A eso lo llama usted cabos sueltos?

Sin esperar a que Irons le diera permiso, Nikki abrió la puerta del pasillo, donde estaban apostados dos agentes de uniforme.

—Llevad a mi detenido al calabozo.

Parecía un día cualquiera de trabajo en la comisaría, excepto porque eran las dos de la madrugada en la noche más importante de la carrera de Nikki como detective. Había puesto a Ochoa a hacer llamadas, extendiendo la orden de busca y captura de Tyler Wynn a la CIA, el departamento de Seguridad Nacional y la Interpol, aparte de asegurarse de que el nombre y la fotografía del espía estuvieran en todos los controles de aeropuertos, además de hacerlos llegar a la policía encargada de los ferrocarriles y a las autoridades portuarias. Mandó a Feller y a Rhymer a que registraran el apartamento de Petar con instrucciones concretas de que buscaran documentos, recibos, fotografías y datos informáticos. La detective Hinesburg estaba otra vez desaparecida. Así que Heat le encargó a Raley que revisara las grabaciones de las cámaras de seguridad del Departamento Forense a ver si habían recogido alguna imagen del conductor del camión de reparto de gas que había saboteado el análisis toxicológico de Bernardin. Todos los detalles del caso estaban ahora conectados y todo lo que pudieran encontrar relacionado con Petar serviría para condenarlo.

Rook se acercó a la mesa de Nikki cuando ésta colgó el teléfono.

—Han llamado Malcolm y Reynolds mientras estabas hablando, así que te he cogido el mensaje. A ver si lo he apuntado todo. Se alegran de que sigas viva… Al menos creo que eso es lo que han dicho. —Se encogió de hombros—. Yo qué sé. Y también me han puesto al día del trabajo de los de la científica en el trastero de Carter Damon. ¿Lo he hecho bien?

—Con ese culo, te contrataría de secretaria en cuanto me lo pidieras. ¿Qué pasa con la furgoneta?

—Han encontrado una botas de goma negras. Del cuarenta y cinco, el mismo número que calzaba quien registró el apartamento de Bernardin. En el laboratorio van a examinarlas a ver si encuentran fibras de alfombra.

Nikki fue hasta las pizarras blancas e hizo una anotación sobre las botas junto a otros datos sobre el apartamento de Bernardin.

—¿Qué más?

—Restos de sangre dentro de la furgoneta, en la zona de carga. Malcolm dijo que ya sabía lo que ibas a decir y que DeJesus se está ocupando personalmente. —Esperó mientras Nikki escribía «Sangre/ADN» en la pizarra y continuó—: Y por último, que han encontrado huellas en todas las superficies y los picaportes. Las están comprobando ahora.

Cuando Nikki le hubo puesto la tapa al rotulador, Rook le preguntó:

—¿Con quién has estado hablando tanto rato?

—Con la prefectura de policía de París (Francia).

—Eso es una llamada internacional, supongo que lo sabes.

—Un dinero muy bien empleado. —Rook la siguió de vuelta a su mesa y Nikki cogió sus notas—. Escucha esto. No hay informe alguno de un ataque a Tyler Wynn. Ni registro de su muerte. Tampoco de que estuviera ingresado en el Hôpital du Canard. Y no tienen constancia de que haya salido del país.

Rook se acarició el mentón.

—¿Y de que nosotros estuviéramos en el hospital?

—No según los informes del hospital y de la policía de Boulogne-Billancourt. Nunca han hablado con nosotros y jamás hemos estado allí. —Dejó caer los apuntes sobre la mesa.

—¿Cómo lo llevas?

—Pues es como un episodio de Correcaminos y el coyote. Mientras no me pare y mire al precipicio… —Le tocó un brazo—. ¿Y tú qué? ¿No te duele la muñeca después de haber estado media noche intentando cortar esa rejilla?

—Oye, cinco minutos más y lo habría conseguido. No entiendo cómo parece tan fácil en La casa de tu vida.

—La vida real nunca es como la televisión.

—Y menos en los reality shows.

El teléfono de Nikki sonó y ella contestó:

—Homicidios. Detective Heat.

Se puso pálida, dejó caer el auricular sobre la mesa y corrió hacia la puerta. Rook fue detrás de ella:

—¿Qué pasa?

—De todo.

No se detuvo en la consigna y se limitó a darle la Sig al guardia antes de entrar en el calabozo. Corrió dejando atrás a borrachos, ladrones de casas y detenidos por orinar en la vía pública y llegó al fondo del pasillo, donde la puerta de la celda de aislamiento estaba abierta y dos agentes con guantes azules estaban arrodillados sobre Petar.

Éste se había caído de la litera y yacía de espaldas con una gran herida abierta en la frente, donde se había golpeado contra el suelo de cemento. Los ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas y tenía la piel morada oscura y surcada de capilares rotos color carmesí. La lengua estaba muy azul, casi negra, y le sobresalía de la boca abierta rodeada de un charco de espuma, mientras que un reguero de vómito sanguinolento y de olor acre le recorría el cuello hasta llegar al suelo. El mono naranja estaba empapado de orina a la altura de la entrepierna y la muerte le había soltado los esfínteres.

Los agentes se levantaron. Uno de ellos salió a toda prisa tapándose la boca. Nikki dio un paso atrás sin darse cuenta y chocó contra Rook. Uno de los agentes dijo:

—Hemos intentado reanimarlo, pero para cuando abrimos la celda ya estaba muerto.

—¿Ha visto alguien lo que ha pasado? —preguntó Heat.

Les hablaba a los agentes, pero uno de los prisioneros dijo:

—Cuando acabó de cenar empezó a vomitar como una bestia.

El prisionero hizo una demostración, pero Nikki le dio la espalda para inspeccionar la celda.

En el suelo había una bandeja de comida con una botella de zumo de plástico vacía y caída. El resto estaba sin tocar.

—Que nadie le toque hasta que no llegue el forense —dijo Nikki—. Y que nadie coma ni beba nada hasta que no sepamos qué es lo que le ha envenenado.

—Y quién —dijo Rook.