Los dos agujeros de bala de Carter Damon llevaban escrito el nombre de Nikki Heat. La forense ya había cortado la camisa al cadáver y los dos orificios de entrada de la mitad superior del cuerpo coincidían con los disparos que Nikki había hecho la noche en que mataron a Don.
Lauren Parry estaba acuclillada en el muelle como un catcher de beisbol, en el lugar donde la guardia costera había dejado el cuerpo. Señaló las heridas con la punta de su rotulador, empezando por la del lado izquierdo del cuello, donde éste se juntaba con el hombro.
—Empecemos por ésta.
—Ésa es del disparo mío que atravesó la ventanilla del copiloto en el taxi.
—Cuando haga la autopsia me apuesto lo que quieras a que veremos que esta bala casi fue letal. Tú estabas en la acera, si no recuerdo mal tu informe, así que la dispararías en diagonal; probablemente haya llegado muy cerca de la vena subclavia o de la yugular, o de las dos. Si le hubieras dado de pleno habría muerto en cuestión de minutos. Así que debió de ser una herida superficial, pero imagino que habrá estado sangrando lentamente durante varios días. Aunque lo sabré mejor cuando estemos en el B-23 —dijo, refiriéndose al número de la sala de autopsias.
Heat hincó una rodilla en el suelo al lado de Lauren y señaló la segunda herida, la del pecho.
—¿Qué son esas marcas alrededor del orificio de entrada?
—Bien visto. Esas marcas son de puntos de sutura. Deben de haberse abierto cuando el cuerpo chocó contra el agua. —Pegó la cara a la herida—. Sí, veo fragmentos de hilo.
—Pero comprobamos todos los servicios de urgencias —dijo Nikki— y en ninguno le habían dado de alta.
Rook dijo:
—¿Estás diciendo que este tío se cosió él mismo? Eso sí que es ser un machote. Chúpate ésa, Chuck Norris.
Lauren dijo:
—Dudo mucho que esto se lo hiciera él mismo. Tiene pinta de haberlo cosido un profesional. —Cuando vio a Nikki inclinarse sobre la otra herida de bala, añadió—: En esa otra herida no hay indicios de sutura.
—¿Por qué en una sí y en la otra no? —preguntó el detective Feller.
—Es que ésa es de alto riesgo por su proximidad a venas y arterias. Quien le atendió sabía que era mejor no intentar coser nada.
—Así que —dijo Nikki— a Damon le atendió alguien, pero no de manera oficial. —Se levantó y estiró la espalda—. ¿Y no estaba muerto cuando cayó al río?
—Lo dudo. ¿Ves todos esos cardenales? —Lauren pasó un dedo por unas manchas en la cara y el pecho de Damon—. Parecen resultado del impacto cuando llegó al agua. Y también he visto indicios de coágulos donde se rompieron las suturas, en la herida número dos. Eso no habría pasado si hubiera estado muerto cuando saltó. Cuando tenga el microscopio podré comprobar si hay mastocitos. Y en la autopsia también examinaré los pulmones. Si estaba vivo, tiene que haber agua en ellos.
Mientras los detectives y Rook se dirigían a sus coches, Lauren retuvo a Nikki para hablar un momento a solas.
—Todavía estoy estresada por la metedura de pata con el análisis toxicológico de Bernardin.
—Pues es obvio que no fue culpa tuya, Lauren. Y ahora se está ocupando Irons de ello.
—¿En serio? Yo les dije a los de seguridad que conservaran las cintas, pero cuando llamé al capitán Irons para que las recogiera me dijo que hablaría con la detective Hinesburg, y todavía estoy esperando a que me devuelva la llamada.
—Típico —dijo Nikki—. Se lo voy a encargar a Raley, el rey de las cámaras de vigilancia, ya sabes.
—¿Y qué pasa con Irons? ¿No se va a cabrear?
—Si te digo la verdad, doctora, mientras no me moleste, me importa un pimiento.
La atmósfera en el despacho abierto de la comisaría estaba de lo más animada cuando entró Nikki, quien aprovechó para convocar una reunión y poner cosas en marcha. Pero primero tenía que ocuparse de unos asuntillos. Lon King le había dejado un mensaje recordándole que tenían pendiente una nueva sesión. Hizo una bola con la hoja donde estaba escrito el mensaje y la tiró a la papelera. Lo de Iron Man no iba a ser tan fácil.
El capitán la encontró en la cocina mientras se servía un café.
—Detective Heat, supongo que ahora que ha aparecido Carter Damon podemos cerrar el caso y olvidarnos de las horas extra.
—¿Cómo va a estar cerrado el caso? Tal y como yo lo veo, Damon sólo es uno entre varios.
—Pero fue él quien mató a su amigo el marine, ¿no? Lo más probable es que también sea el asesino de la maleta.
—Probable no es lo mismo que probado. Y además queda lo de mi madre.
—¿No le parece mucha casualidad que fuera el detective a cargo de la investigación?
—Buena pregunta —dijo Nikki—. Y ahora, si me lo permite, capitán, voy a ponerme a hacer mi trabajo para intentar contestarla.
Y lo dejó plantado en la cocina sin ni siquiera volverse para mirarlo.
Nikki tenía un montón de cosas que la preocupaban. Con la detective Hinesburg desaparecida quién sabía dónde y Irons en la cocina preparándose unos gofres, tuvo ocasión de compartirlas con su equipo, reunido alrededor de las pizarras. En el cuadrado verde que había dibujado para el caso de Don, pegó «Carter Damon» en letras mayúsculas y dijo:
—Bueno, pues hemos resuelto el asesinato de Don.
—¿Cómo que hemos? Mas bien tú y la señora Sauer —dijo el detective Malcolm, provocando una pequeña ronda de aplausos a los que Nikki puso fin con una sola mirada.
—Pero —continuó— resolver este caso nos plantea un montón de preguntas para las que no tenemos respuesta.
Raley dijo:
—Claro, porque el objetivo no era matar a Don, sino a ti.
—Correcto. Así que volvemos a la pregunta: ¿por qué van a por mí?
—Eso es fácil —dijo Raley—: porque estás investigando el asesinato de tu madre.
—Pero siempre lo he estado investigando. ¿Acaso pensáis que ha habido una sola semana en que no comprobara si había alguna novedad?
Nadie lo pensaba. Nikki se volvió y escribió debajo del nombre de Carter Damon: «¿Móvil de los asesinatos?».
—Yo sé por qué fue a por ti —dijo Rook—. Porque disparaste las alarmas. No sólo investigando el caso de tu madre, sino hurgando en el pasado de tu madre. Eso le preocupa a alguien. Si no a Carter Damon directamente, sí a alguien con quien él trabajaba.
—O para quien trabajaba —dijo Feller, que por una vez estaba de acuerdo con el escritor—. A ver, es evidente que Damon no era más que el brazo ejecutor. Los tipos como él se limitan a seguir instrucciones, cobrar su parte y dedicarse a sacar brillo al coche los sábados.
Ochoa dijo:
—Estoy de acuerdo. Esto no puede ser el trabajo de un solo tío. Y no hay duda de que Carter Damon no fue el que te disparó desde el High Line.
El detective Rhymer volvió de interrogar al testigo ocular del puente de Brooklyn.
—¿Qué te ha dicho? —le preguntó Heat antes incluso de que le diera tiempo a sentarse.
—Pues la cosa no está clara. El doctor Arar circulaba por allí viniendo desde Park Slope a las cuatro treinta de la mañana. Iba por la mitad del puente cuando le pareció ver a alguien más adelante tirando una bolsa de basura al agua. Entonces, al acercarse, se dio cuenta de que la bolsa de basura tenía brazos y piernas. Así que frenó justo cuando la estaban tirando al agua. Dice que paró el coche y tocó el claxon a quien la estaba tirando, y que entonces ella echó a correr en dirección opuesta.
—Un momento —dijo Heat—. ¿El testigo dice que la otra persona era una mujer?
—No tiene ninguna duda.
—¿Qué descripción te ha dado?
—Uno setenta o uno setenta y cinco de altura, constitución atlética, ropa oscura, sombrero.
—¿Le vio la cara? ¿Podemos hacer un retrato robot?
—Ésa es la parte mala. Dice que estaba demasiado oscuro y que la mujer no se volvió para mirarle. Se limitó a bajar la cabeza y largarse.
Malcolm preguntó:
—¿Y entonces cómo está seguro de que era una mujer?
—Lo mismo le pregunté yo. Dijo que, como es médico, reconoce a una mujer cuando la ve.
—Yo siempre les miro la nuez —dijo Feller—. Te evita sorpresas desagradables al llegar a casa.
Cuando terminaron de reírse, Raley preguntó a Heat:
—¿Y qué hay de tu francotirador de anoche? ¿Es posible que estuvieras persiguiendo a una mujer en lugar de a un hombre?
Nikki dijo:
—No lo sé, no le vi la nuez.
Y empezó a asignar nuevas tareas. A Malcolm y a Reynolds los mandó a Staten Island para ayudar a los de la comisaría 122 a registrar la casa de Carter Damon. Al resto de miembros de la brigada les encargó comprobar sus llamadas de teléfono y el estado de sus finanzas. Para no dejar ningún cabo suelto, le pidió a Feller que comprobara que las cuatro personas de la lista que le había dado Joe Flynn de los clientes de su madre tenían coartada para el momento en el que ella había sufrido el ataque en el High Line. A Rhymer le correspondió volver a preguntar en los servicios de urgencias y en las farmacias ahora que sabían que Carter Damon había obtenido alguna clase de asistencia médica.
—Yo encantado —dijo Opie—, pero ¿eso no lo hicimos ya la semana pasada?
—Sí y ahora lo vamos a hacer otra vez, pero mandando por correo electrónico una foto de Damon. —Nikki le puso la tapa al rotulador y dijo al grupo—: Es una buena ocasión para recordaros a todos que no os durmáis en los laureles. Ya sé que parece que por fin empezamos a resolver alguna cosa, pero todo puede estropearse si no seguimos atentos o no trabajamos con meticulosidad. Ésa es la única manera de resolver este caso.
Después de dar por terminada la reunión, Heat mandó a un agente uniformado a la Primera Avenida para que recogiera la cinta de la cámara de seguridad que Lauren tenía guardada. Nikki decidió que Raley podría estar presente en la autopsia cuando hubiera terminado de comprobar las finanzas de Damon. O quizá se lo encargara a la detective Hinesburg, si es que tenía a bien presentarse a trabajar en algún momento.
Llamó por teléfono a Lauren para decirle que iban a recoger el vídeo.
—Ah. O sea, ¿que no me llamas para meterme prisa con la autopsia?
—Para nada. —Nikki hizo una pausa y luego dijo—: Pero, puesto que has sacado el tema…
Su amiga rio y le dijo a Nikki que llamaba en el momento oportuno, porque acababa de terminarla.
—Lo primero: sí al agua en los pulmones. Carter Damon respiraba cuando cayó al agua. Y respecto a lo de los puntos que se habían soltado, he encontrado mastocitos, leucocitos y linfocitos. Son los indicadores de que un organismo está intentando curarse. —Nikki escuchó ruido de papeles y la forense continuó—: Aquí hay un detalle interesante. No sólo le habían suturado la herida del pecho, sino que también le habían sacado la bala. Un trabajo poco fino, pero aceptable. Así que estamos hablando de alguien con cierto grado de profesionalidad.
—¿Y qué hay del cuello?
—Rasguño en la yugular, como te dije. ¿A que soy la mejor?
Nikki dijo:
—Me parece que necesitas salir más y ver gente. A ser posible que esté viva.
—Tengo demasiado trabajo. Bueno, el caso es que esa bala sigue ahí. La he mandado a balística, pero estoy segura de que coincidirá con el calibre de tu arma.
Cuando colgó, Rook se acercó a su mesa.
—Hay algo que no se me quita de la cabeza desde que estuvimos en el muelle esta mañana. Parece una tontería, pero te la voy a decir. ¿Cuál era el calcetín desparejado en el cadáver de Carter Damon?
—Maldigo el día en que te hablé de la teoría del calcetín desparejado.
Rook la ignoró y dijo:
—¿Te rindes? Pues te lo voy a decir: no había una sola cicatriz de su época de novato en la policía. ¿Te acuerdas que nos contó que le habían disparado cuando comimos con él?
—A lo mejor es que no la viste.
—No la vi porque no estaba.
—Bueno, pues da la casualidad de que todavía está en una camilla en el Departamento Forense. ¿Quieres que vuelva a llamar a Lauren para que lo compruebe?
—No hace falta. Le he pedido a una de las auxiliares administrativas que llamara a la oficina de dirección del Departamento Forense.
—Rook, ¿has usado a uno de nuestros auxiliares administrativos para que te hiciera una llamada?
—No he tenido más remedio, puesto que en el Departamento Forense tienen una política absurda de no revelar sus informes a personal civil. Bueno, el caso es que a Carter Damon jamás le dispararon. ¿Por qué mentiría por una cosa así?
Rook tenía razón, parecía algo sin importancia, pero Nikki sabía que esos detalles a menudo eran la clave para resolver el rompecabezas, así que lo anotó en la pizarra, aunque Rook se quejó porque lo escribió con letra demasiado pequeña.
Aquella tarde, después del habitual runrún de fondo de los detectives haciendo sus llamadas y de pedir comida por teléfono porque nadie quería perder tiempo saliendo a la calle, Rhymer dio una voz desde su mesa.
—¡Lo tengo!
Opie gritaba como si hubiera pescado un pez de los gordos. Y en cierto modo así era.
Heat condujo hasta el Bronx acompañada de Raley y de Rook lo más rápido que pudo. Después de pasarse todos los semáforos en ámbar, pisando el acelerador justo cuando iban a cambiar a rojo, aparcó en doble fila delante de un Price It Drugs y entró a toda prisa.
La farmacia estaba a tres manzanas de donde Carter Damon había dejado el taxi robado la noche en que Nikki le disparó. Además de enviar por correo electrónico la foto del ex policía a todos los servicios de urgencias y farmacias de Nueva York, el detective Rhymer había elaborado un mapa y realizado las llamadas en círculos concéntricos a partir del punto donde estaba el coche abandonado. El primer ambulatorio al que llamó, nada. Su segundo intento fue una pequeña farmacia en Southern Boulevard, cerca de Prospect. El propietario, que era ya mayor y no demasiado amigo de las nuevas tecnologías, no había visto el correo, pero reconoció a Damon por la descripción que le dio Rhymer y lo confirmó cuando éste le mandó la fotografía por fax.
Tan diligente como siempre por muy ansiosa que estuviera, Nikki le enseñó una copia de la fotografía de Carter Damon en persona al dueño de la farmacia.
—Sí, es él —dijo Hugo Plana, quien confirmó también que había entrado herido justo antes de la hora de cierre, a medianoche, la noche del tiroteo—. Vino solo, no sé cómo pudo —dijo el anciano. Se quitó las gafas bifocales y le devolvió la fotografía a Nikki—. Estaba hecho una pena. Con sangre por todas partes. —Señaló las dos heridas de bala que Nikki le había hecho al ex policía—. Le pregunté si quería que llamara a una ambulancia y me gritó: «¡No!». Así, tal cual. Después me dijo que necesitaba gasas, unas tijeras y un antiséptico para curarse las heridas. Estaba a punto de desmayarse, así que le ayudé a sentarse en una de esas sillas de la sala de espera.
—¿Por qué no llamó usted a la policía? —preguntó Rook—. Si un tío llega a mi casa en ese estado, yo llamaría, por mucho que él me dijera lo contrario.
El anciano sonrió y asintió.
—Sí, lo entiendo. Pero, verá, nosotros somos una farmacia pequeña e independiente. Un negocio familiar. En este vecindario se ven muchas cosas así. Madre mía, es que es increíble. A veces es por una pelea, otras son disputas entre traficantes. Otras… es mejor no saberlo. Cuando vienen aquí en busca de ayuda se la doy. Mi función no es hacerles demasiadas preguntas ni denunciarles. Confían en mí, son mis vecinos.
Heat preguntó:
—¿Le dio lo que necesitaba?
—Sí, se lo metí todo en una bolsa y cuando la tuvo se marchó. No hacía más que cabecear, así que le ofrecí de nuevo llamar a una ambulancia, pero no quiso. Después le sonó el teléfono móvil y me preguntó si había algún hotel cerca, le dije que el Cayo Largo está en la esquina y me pidió que le ayudara a ponerse de pie. Luego me pagó en metálico, cogió la bolsa y se fue.
—¿Sabe quién le llamó?
Plana negó con la cabeza.
—Me dio la impresión de que iba a verse con alguien y necesitaba un sitio donde hacerlo.
El vestíbulo del hotel Cayo Largo estaba oscuro y apestaba igual que todos los hoteles de mala muerte que Nikki había visitado en el curso de sus investigaciones, una mezcla de moho rancio, desinfectante y humo revenido. El suelo de madera crujía bajo la alfombra que llevaba a la recepción. No había nadie, y un cartel plastificado con un reloj al que le faltaban las manillas móviles decía: «Vuelvo en…».
Nikki dijo «hola» en voz alta, pero nadie respondió. Rook dijo:
—Vaya, la elegancia y el encanto de Cayo Largo recreados aquí en el Bronx. Me siento como Humphrey Bogart y tú eres la Bacall. —Tocó el timbre de la recepción con la palma de la mano, pero no funcionaba. Después, para diversión de Rhymer, se miró la mano con el ceño fruncido y se la limpió en los pantalones. Heat estaba a punto de llamar otra vez cuando le vibró el móvil. Era Malcolm desde Staten Island.
—Tengo algo que te va a gustar, detective. —Nikki se alejó de la recepción y empezó a caminar por el vestíbulo—. La brigada de Staten Island todavía no ha terminado de registrar la casa de Damon, pero Reynolds y yo hemos descubierto que tenía alquilado un trastero en Castleton Corners. Y adivina lo que hay dentro.
—Díselo de una vez, tío —se oyó decir a Reynolds de fondo. Heat se mostró de acuerdo.
—Una furgoneta —dijo, y a Nikki se le aceleró el pulso.
—¿Marrón? —preguntó.
—Afirmativo. ¿Y qué nombre lleva en el lateral? Righty-O Carpet Cleaners.
—Sois geniales. —Pero Nikki enseguida contuvo su entusiasmo y adoptó una actitud práctica—. Ahora, por favor, decidme que los dos os habéis puesto guantes.
—Sí, señora. Somos del club de los manos azules.
—Perfecto. ¿Habéis tocado algo?
—No, sólo hemos echado un vistazo con la linterna por la ventanilla de atrás para asegurarnos de que no había nadie dentro, ni vivo ni muerto. No hay nadie.
—Esto es lo que tenéis que hacer ahora: salid de ahí y quedaos fuera. Dejad la puerta abierta tal como está, no toquéis otra vez el picaporte. Quedaos vigilando y que los de la científica lo revisen todo al milímetro. Y cuando digo la policía científica, me refiero a Benigno DeJesus y sólo a él. No quiero más cagadas.
—Hecho.
—Y oye, Malcolm, Reynolds y tú sois la bomba.
Heat acababa de contarles a Rook y a Rhymer las novedades cuando la recepcionista, una mujer blanca y corpulenta de mediana edad peinada con trencitas rubias, salió de la parte de atrás seguida de una estela de humo de cigarrillo.
—¿Quieren una triple? Son cincuenta dólares de fianza. —Quitó el letrero de la mesa de recepción y cogió unas llaves de un compartimento de un mueble a su espalda. Cuando se dio la vuelta se encontró con la placa de Heat.
La recepcionista se llamaba DD y la siguieron por un pasillo cuya alfombra estaba llena de trozos de cinta adhesiva tapando agujeros.
—Intente recordar, DD —dijo Nikki—. ¿Está usted segura de que no vio a nadie más venir a verle?
—Yo nunca veo nada. La gente va y viene.
Rook le preguntó:
—¿Y qué me dice de si había alguien más quedándose con él en la habitación? Eso tendría que saberlo, ¿verdad?
—Técnicamente sí, pero… venga ya. —Se detuvo en mitad del pasillo e hizo un gesto que abarcaba el hotel justo en el momento en que una mujer con pantalones amarillos muy estrechos y camiseta de escote halter pasaba junto a ellos camino del ascensor. La imagen lo decía todo.
—El tipo pagó dos semanas por adelantado en metálico. Eso es lo único que me importó.
Se detuvieron ante una puerta al final del pasillo de cuyo picaporte colgaba un letrero de «No molestar». Preocupada por la contaminación de la escena del crimen y el trabajo del equipo forense, Nikki preguntó:
—¿Han limpiado la habitación?
—Sí, claro —resopló DD— y han dejado unas chocolatinas encima de la almohada. —Después llamó dos veces a la puerta—. ¡Dirección! —Cuando metió la llave en la cerradura Nikki le hizo un gesto para que se echara atrás. Ella y Rhymer se llevaron la mano a las fundas de las pistolas y entraron primero.
—Joder —dijo DD resumiendo lo que todos pensaban. Se apartó y dijo—: Voy a tener que llamar al dueño.
Y salió a toda velocidad.
Había sangre por todas partes. La cama, en especial la almohada y el embozo de la sábana encimera, era un verdadero charco de sangre seca. En el suelo había un montón de toallas también teñidas de rojo. La mesa, que había sido trasladada al centro de la habitación, estaba tapada con la cortina de la ducha y en uno de los extremos de vinilo de ésta había otro charco de sangre que debía de haberse separado del resto, ámbar en los bordes y marrón en el centro. De los lados de la cortina colgaban, como estalactitas, gotas secas color rojo canela y en la alfombra de debajo también había coágulos. Por el suelo había repartidos trozos de gasa ensangrentados junto con los sobres esterilizados abiertos.
Rook dijo:
—No había visto tanta sangre en un hotel desde El resplandor.
—Me parece que ya he encontrado el servicio de urgencias que estaba buscando —dijo Opie.
—Y también una UCI improvisada —dijo Heat.
Dejó a Rhymer a cargo del escenario con la esperanza de que, entre todo aquel caos, los de la científica pudieran encontrar las huellas de quien fuera que había atendido a Carter Damon.
Cuando volvió del Bronx con Rook, los Roach la estaban esperando a la entrada del despacho de la brigada. La llevaron hasta sus mesas, que estaban la una pegada a la otra, donde habían preparado una pequeña exposición.
—Primero el banco —dijo el detective Raley—. Resulta que Carter Damon tenía una fuente alternativa de ingresos. —Abrió una carpeta de su ordenador y fue pasando extractos bancarios mientras seguía hablando—. Mira aquí. Un ingreso de trescientos mil dólares el lunes después de que mataran a tu madre. ¿Y ves esto? Cantidades más pequeñas (veinticinco de los grandes) cada seis meses a partir de entonces.
La asombrosa conclusión era demasiado obvia, al saber, que un miembro de la hermandad, un policía de Nueva York, podía haber matado a su madre por dinero y después haber sido puesto a cargo de la investigación para asegurar que ésta no prosperara. Fuera o no obvia, Nikki se resistió a la tentación de contemplar sólo esa explicación y preguntó:
—¿Durante cuánto tiempo estuvo cobrando?
—Hasta el mes pasado. Entonces todo cambia de repente. —Raley pasó al siguiente extracto—. Otro ingreso de trescientos mil, hace dos semanas.
Nikki miró la fecha.
—Es el día que encontramos a Nicole Bernardin dentro de la maleta.
—Y el mismo que quedamos con el ex detective de homicidios Carter Damon para comer —añadió Rook—. ¿Sería ése el pago por cargarse a Bernardin o por intentar matarte a ti?
—¿O por las dos cosas? —dijo Ochoa—. El registro de llamadas telefónicas también es muy significativo. —Le dio a Heat una copia de las hojas que había impreso. Rook leyó por encima de su hombro—. He marcado las tres llamadas más interesantes. Al final de la página uno tenemos que Damon hizo dos llamadas internacionales a un móvil desechable de París. Una la noche en que mataron a Bernardin (para que os situéis, fue dos noches antes de que encontráramos la maleta) y la segunda a París, al mismo teléfono, justo después de comer contigo y con Rook.
Nikki se tomó un momento para ordenar sus pensamientos y luego dijo:
—Vale, vamos a suponer una cosa. Digamos, por ejemplo, que la primera llamada a París fue referente a Nicole Bernardin. Para recibir instrucciones o para confirmar que la había matado. ¿Para qué creéis que fue la segunda?
Rook dijo:
—Igual llamó al sicario que disparó a Tyler Wynn. Que puede ser el francotirador de anoche.
—Sí, pero hemos comprobado todos los pasajeros que pasaron por el control de pasaportes llegados de París, ¿te acuerdas? —dijo Ochoa—. Y no hemos encontrado ninguno que esté en busca y captura.
—¿Y qué? —dijo Rook—. Igual entró en el país por otra ciudad, como Boston o Filadelfia. O no está en busca y captura.
—Hay que seguir dándole vueltas a esto —dijo Nikki.
—¿Hizo Damon alguna llamada a los Bernardin en París? —preguntó Rook—. ¿Hay alguna posibilidad de que sea nuestro misterioso señor Seagal?
El detective Ochoa se encogió de hombros.
—No sale nada. Pero es que esa llamada fue hecha desde un móvil desechable. ¿No te acuerdas?
Heat pasó a la siguiente página que había impreso Ochoa.
—Y esta llamada de aquí, ¿qué es?
—No es la llamada lo que importa, sino la hora en que fue hecha. Fíjate, Carter Damon llamó a este número justo después de colgar con París, nada más comer contigo.
Raley dijo:
—Es lo que dice Feller, Damon era sólo el brazo ejecutor. Tengo la impresión de que recibía instrucciones y se limitaba a obedecer.
—Miguel, supongo que has comprobado este número —dijo Nikki.
—Supones bien. La persona a la que llamó no está en ninguna lista de busca y captura. Corresponde a una tal Salena Kaye, en la Segunda Avenida.
Heat y Rook se miraron y Rook dijo:
—¡Salena! ¡Mi enfermera picarona!
El luminoso del techo del coche de los Roach se reflejaba en el espejo retrovisor de Nikki mientras circulaban en convoy, código 2, cruzando Central Park en dirección al norte de la ciudad, al apartamento de Salena Kaye, en la Segunda Avenida a la altura de la 96. Nikki hizo sonar su sirena al llegar al cruce con la Quinta Avenida. Cuando enfilaba la calle 86 comprobó el retrovisor para asegurarse de que Raley la seguía y Rook dijo:
—Bueno, ahora ya sé por qué Carter Damon me mintió acerca de las heridas de bala. Quería que intercambiáramos batallitas de rehabilitación para que así le diera el nombre de Joe Guantánamo. Debió de localizarlo a través de mi agencia y consiguió que lo sustituyeran por su chica, Salena.
—Estoy de acuerdo. —Nikki tocó el claxon y dio un volantazo para adelantar a un camión de reparto que estaba taponando el carril. Giró en dirección norte y siguió hablando—: Damon te la colocó para estar al tanto de la investigación. Piénsalo, Rook, vio la pizarra, nuestras notas sobre los casos y todo lo demás antes de irse. —No pudo resistirse y añadió—: Y todo el rato sonriéndote y poniéndote ojitos.
Rook recogió el guante y contraatacó:
—Pero hay que admitir que daba unos masajes estupendos.
Nikki detuvo el coche junto a la acera al llegar a la calle 98.
—Es hora de hacerle una visita a tu enfermera picarona. —Pero cuando Rook salió le dijo—: Ah, no, tú te quedas aquí.
—¿Por qué? ¿Es tu venganza por lo que he dicho de los masajes? Te juro que estaba pensando en ti todo el tiempo.
Nikki se juntó con Raley y Ochoa frente a las escaleras de entrada del edificio de apartamentos.
—No pienso discutir. Quédate en el coche. Hablo en serio.
—¿Cuántos años tiene? ¿Seis? —preguntó Ochoa mientras entraban.
—Huy, eso es muy mayor —dijo Raley.
Ya en el rellano de la quinta planta, Raley se arrodilló junto a la cerradura, con la llave que le había dado el portero en la mano y preparado. Heat y Ochoa lo flanqueaban con las pistolas desenfundadas.
—¡Salena Kaye! Policía, abra la puerta —dijo.
No hubo respuesta. Heat le hizo a Raley un gesto con la cabeza y éste metió la llave en la cerradura. Nikki giró el pomo y empujó, pero la puerta chocó contra algo, un mueble, y se detuvo.
—Déjame —dijo Ochoa. Retrocedió un poco y después le dio una patada a la puerta, que se abrió sólo unos centímetros—. Los dos a la vez, tío. —Entonces Raley y él empujaron la puerta con los hombros y entraron.
—Nada en el dormitorio —dijo Ochoa.
—Nada en la cocina —dijo Heat.
Raley salió del cuarto de baño y gritó:
—Tampoco en el baño.
Ochoa dijo:
—Se ha largado de aquí a toda prisa, los cajones están abiertos y hay una bolsa de viaje a medio hacer encima de la cama.
Nikki se fijó en la ventana abierta. Salió y gritó:
—Salida de incendios. Subid uno de los dos. Yo me voy a la calle.
Bajó disparada al portal y corrió hasta la acera. Rook estaba de pie junto al Crown Victoria señalando con el dedo.
—Se ha ido en un coche con chófer.
—Entra —dijo Nikki.
—Han girado a la izquierda por la 97.
—Ponte el cinturón —dijo Nikki y encendió la sirena.
Al doblar la esquina Rook sacó su móvil.
—También tengo el número de licencia del coche. —Llamó a la centralita de la compañía de coches—. Esto es una emergencia policial. Necesito saber la ruta solicitada para el coche número K-B-41319. —Al llegar a Lexington gesticuló a Nikki para que torciera a la izquierda, cosa que esta hizo. Pidió el número de matrícula y lo apuntó—. Muchas gracias por su ayuda —dijo y colgó—. Al JFK por el túnel de Midtown.
—Qué fácil te ha salido —dijo Nikki mientras encendía el radiotransmisor.
—Oye, los periodistas de investigación también tenemos nuestros trucos.
Nikki dio la alerta a las unidades de guardia en la entrada del túnel para que detuvieran un coche con chófer Lincoln color negro y en cuanto hubieron cruzado la calle 42, Rook dijo:
—¡Ahí! En el carril derecho, después del Pret A Manger.
Un alarido de sirena y el sedán se echó a un lado de la carretera y se detuvo. Nikki pidió refuerzos por radio y le dijo a Rook:
—Quédate aquí.
Los cristales no estaban tintados y el asiento trasero parecía vacío. Nikki se acercó al coche con el arma en alto y abrió la puerta de atrás.
En el asiento no había nadie.
Abrió la puerta del copiloto y vio que también estaba vacío. El chófer seguía con las manos en alto mientras Nikki enfundaba la pistola.
—¿Dónde está su pasajero?
—La señora me dijo que parara nada más recogerla. La he dejado en la 66, cerca del Armory. —Nikki miró en dirección norte impotente—. Le dije que había pagado una carrera al aeropuerto, y me dijo que siguiera yo solo.
—Hágame un favor, señor, abra el maletero —dijo Nikki sabiendo que no encontraría nada.
Ésta vez dejó que Rook subiera con ella al apartamento de Salena Kaye. Raley y Ochoa ya se habían puesto los guantes y estaban registrando el salón cuando entró. Le pasó a Rook un par de guantes que sacó de su maletín. Raley dijo:
—Acaba de llamar el detective Rhymer desde el hotel de mala muerte. Le hemos mandado una fotografía de Kaye que hemos sacado de ésa de ahí. —Señaló un marco que estaba en una estantería junto al televisor—. Nos ha dicho que te diga que DD (dice que tú sabes quién es) la ha identificado como la mujer que fue a ver a Carter Damon al hotel.
La satisfacción que debería haber sentido Nikki al descubrir la relación de aquella mujer con Carter Damon se evaporó ante la decepción de haber perdido a la sospechosa. Debió de notársele en la cara.
—Qué tía más lista. ¡Darte esquinazo así! —dijo Ochoa.
—A mí me lo vas a decir —dijo Nikki—. Estaba convencida de que la teníamos.
Raley carraspeó.
—Igual podríamos seguir el aroma de aceites esenciales.
—Muy gracioso —dijo Rook—. ¿Qué ha sido de la solidaridad entre los hermanos de sangre Roach?
—Lo hemos estado hablando y queremos que nos devuelvas nuestra sangre.
Nikki les dejó con sus tonterías y recorrió el resto del apartamento. Haber perdido a Salena no quería decir que aquel día no hubieran progresado en el caso, pero desde luego dejaba mal sabor de boca. Antes de dejarse dominar por el desánimo, decidió ponerse a trabajar.
—¿Habéis registrado ya el dormitorio, chicos?
—Todavía no —dijeron los Roach.
La bolsa de viaje seguía abierta a los pies de la cama, así que Nikki empezó por allí, imaginando que Kaye habría metido en ella las cosas que más le importara conservar. En los bolsillos de fuera había cosméticos y artículos de aseo del tamaño permitido para llevar en cabina. En un compartimento grande con cremallera había un secador de pelo y también cepillos. El compartimento principal estaba a medio llenar, con un par de sandalias, un biquini, conjuntos más bien atrevidos de ropa interior de Victoria’s Secret —menuda sorpresa— y unos vaqueros. Lo sacó todo con cuidado, lo dejó encima de la colcha y soltó un «¡Sí!» que resonó en la habitación vacía.
Debajo de la ropa estaba la caja robada con las fotografías.