16

La taza de loza le estalló en la mano. De inmediato se puso a cubierto detrás de la jardinera junto a su mesa y echó mano a la pistola. Al hacerlo se dio cuenta de que seguía sujetando el asa de la taza rota y la dejó caer al suelo. Se notaba caliente y mojada por delante, así que se palpó buscando una herida, pero el líquido era café con leche, no sangre. Se preguntó: «¿Cómo ha podido fallar con un punto de mira láser?».

La respuesta le llegó cuando se volvió para asegurarse de que a su espalda nadie había recibido el tiro. Los clientes del interior del café no la miraban, sino que estaban pendientes de otra cosa: una nueva réplica del terremoto lo bastante fuerte como para sacudir las lámparas del techo y hacer añicos los vasos de cristal apilados detrás de la barra. Lo bastante fuerte también como para hacer que el francotirador errara el disparo.

Asomó la cabeza para hacer una rápida inspección del terreno y en cuanto lo hizo, la luz roja recorrió la jardinera y se acercó hacia ella. Se agachó en el momento exacto en que la bala levantaba una nube de polvo en el suelo. Pero le había dado tiempo a ver de dónde venía el láser.

—Tío, ¿has oído eso? —dijo el camarero saliendo a la puerta.

—¡Métase dentro! —le gritó Nikki. El camarero dejó de sonreír en cuanto vio la Sig Sauer que empuñaba—. Que todo el mundo se tire al suelo, lejos de la ventana. —El camarero empezó a recular—. Y llamen a la policía. Digan que hay un francotirador en el High Line, que ha habido disparos y que un agente necesita ayuda. —El hombre vaciló—. ¡Ya!

Se arriesgó a echar otra ojeada y vio una silueta oscura salir de entre las hierbas altas y correr en dirección norte por el paso elevado. Heat salió de detrás de la jardinera, corrió a la calzada y se puso a perseguirle sorteando el tráfico de la calle 10.

Mientras corría miraba de vez en cuando hacia arriba para asegurarse de que el hombre no se detenía para dispararle otra vez. Corrió por la acera dejando atrás un aparcamiento público y llegó a la escalera por la que se accedía al High Line a la altura de la calle 18. Subió a toda prisa los cuatro tramos de escalera en zigzag y al llegar arriba se acuclilló jadeando con el arma preparada.

Entonces lo vio, a lo lejos.

El francotirador le llevaba una buena ventaja y ya estaba cruzando la calle 19 Oeste. Mientras le seguía, Nikki tuvo una extraña sensación de déjà vu —la persecución nocturna, el rifle que llevaba el hombre— que la devolvió a cuando corría detrás del asesino de Don. Apretó el paso y corrió con todas sus fuerzas, decidida a no dejar escapar a éste.

Perdió unos instantes esquivando a una pareja que estaba de pie en el paseo junto a un banco. Cuando se alejaba a toda prisa, la mujer le dijo a su novio:

—¿Qué pasa? ¿Ésta también va armada?

Nikki les gritó que llamaran a la policía, con la esperanza de que pudieran rastrear por dónde iba. Quizá al final del parque elevado, una manzana más adelante, cuando el francotirador tuviera que bajar las escaleras, habría ya refuerzos esperándola.

Pero es que no bajó por las escaleras.

Cuando Nikki dobló una esquina vio su silueta trepar por la barandilla hasta la zona en obras, donde estaban haciendo la prolongación del paseo. El hombre también la vio a ella y nada más bajarse de la barandilla se preparó para disparar. Pero apuntar con un rifle lleva tiempo. Nikki se detuvo y se apoyó en una farola para apuntar ella también.

El hombre se tiró al suelo detrás de un montón de grava y desapareció. Unos segundos más tarde, Nikki le vio con el rifle a la espalda colarse por una abertura de una red de contención de escombros que colgaba de una grúa.

Seguirle hasta allí era demasiado peligroso. Si la estaba esperando al otro lado le sería fácil dar en el blanco. Así que cuando hubo saltado la barandilla, optó por perder unos segundos y rodear la red en lugar de entrar por la abertura.

Asomó la cabeza por el borde y se detuvo. ¿Dónde se había metido?

Entonces escuchó ruido de pisadas que se alejaban corriendo sobre los escombros.

Incluso a la luz del día, la zona de obras de la prolongación de la High Line habría sido difícil de atravesar, una verdadera carrera de obstáculos de suelo irregular, barras de hierro apiladas y traviesas de madera viejas que habían sido arrancadas y apiladas en montones para tirarlas. Pero por la noche era directamente una trampa mortal. La única luz provenía de la calle de abajo. Arriba, todo entre lo que corría Nikki eran sombras y formas, oscuridad y siluetas, incluida la de su perseguido.

Cuando los ojos se le habituaron un poco a la oscuridad, apretó el pasó y lo pagó caro. Tropezó con un bache gigantesco que había en el cemento y metió el pie hasta el fondo. Una barra de hierro situada a un lado del agujero evitó que cayera directamente a la calle.

Odiaba tener que ir más despacio, pero decidió que no le quedaba más remedio y dejó de correr. Esquivando piedras sueltas y trozos de metal afilado, se acercó al nuevo tramo del paso, en la calle 38, el final. Dejó de trotar y se limitó a caminar. Fue entonces cuando vio el punto rojo cruzar la traviesa que tenía al lado y subir por la pernera de su pantalón.

Se agachó detrás de un contenedor grande de plástico que decía: «Tierra limpia» y esperó el disparo. Nunca llegó.

Nikki rodó por el suelo. Cuando llegó al otro lado del contenedor se levantó en posición de alerta. Entonces le vio.

Estaba demasiado lejos de ella para acertar. Pero es que además había dejado de apuntarla. Él se colocó de nuevo el rifle al hombro, se subió a la barandilla art déco y después empezó a balancearse sobre sus talones. Nikki echó a correr hacia él.

—¡Alto, policía!

El hombre se giró, la miró y a continuación le dio la espalda y saltó.

Nikki llegó hasta el lugar desde donde había saltado y miró, asombrada. Justo debajo estaba la Escuela de Trapecistas de Nueva York, cuya sede era una enorme carpa inflable de color blanco. El francotirador había aterrizado en ella como si fuera un castillo hinchable infantil.

Y después huyó.

Heat sacó una pierna por la barandilla para seguirle, pero se detuvo cuando le vio desaparecer dentro de un taxi, al otro lado de la calle. Intentó ver el número de licencia, pero estaba demasiado lejos e iba demasiado deprisa.

De vuelta en el lugar donde se había apostado el francotirador frente al Café Gretchen, el técnico de la policía científica se agachó para mostrarle a Heat la tierra aplastada y las hierbas pisoteadas en el lugar exacto desde donde le había disparado.

—Sacad los mejores moldes que podáis de esas huellas —dijo Nikki recordando las marcas de botas de quienquiera que hubiera registrado el apartamento de Nicole Bernardin—. Comprobad si son del número cuarenta y cinco.

Se levantó y arqueó la espalda.

—¿Estás bien? —le preguntó el detective Ochoa.

—Sí, sólo un poco dolorida. Pisé un bache ahí arriba, durante la persecución.

—Tienes suerte de estar sólo dolorida. —Ochoa le enseñó dos bolsas de plástico, en cada una de las cuales había un casquillo de bala—. Desde luego por falta de municiones no ha sido.

Heat enroscó la mano derecha hasta formar un círculo, guiñó un ojo y miró hacia el café como si fuera el objetivo del francotirador. Otro técnico de la policía científica estaba ocupado dentro de la zona acordonada sacando otra bala de la jardinera situada junto a la silla. Nikki sintió un escalofrío y se volvió hacia Ochoa.

—No quiero que con estos casquillos pase lo mismo que con el guante.

—Estoy en ello. Me llevo las huellas al laboratorio yo mismo y me voy a quedar allí toda la noche, si hace falta. —Hizo ademán de irse pero entonces dio un paso atrás—. Ándate con ojo, ¿vale?

—Lo intentaré, pero mientras tanto no pienso volver a quejarme de los terremotos.

De vuelta a la calle, se encontró a su camarero en la parte de atrás del café. Cuando le pagó el café con leche y le dio una propina, éste le dijo:

—Estará usted de broma.

Pero la miró y vio que no era así.

Un Crown Victoria negro reluciente estaba aparcando junto a la acera cuando Nikki salió a la calle. Rook se bajó del asiento del copiloto y la abrazó.

—Ahora que sé que estás viva, quiero agradecerte que interrumpieras mi cena. Te lo digo en serio, eres un ángel.

Wally Irons salió de detrás del volante y rodeó el coche antes de subir a la acera.

—Heat, vas a conseguir que me dé un ataque al corazón.

—No, eso va a ser por la tarta helada, capitán —dijo Rook.

Irons rio y le dijo a Heat:

—Lleva así toda la noche. Qué tío más guasón. —Después frunció el ceño—. Ahora en serio, detective. A la luz de los recientes acontecimientos, me veo en la obligación de preguntarle qué narices hace usted presentándose sola y por la noche a una cita tan peligrosa.

—Agradezco su preocupación, capitán, pero estoy trabajando en un caso y el trabajo no se acaba cuando se pone el sol. Además, da la casualidad de que mi cita era con alguien que conozco y que de hecho es un ex policía, así que no me pareció peligroso acudir.

—¿Y ahora qué le parece?

—Una encerrona.

—¿Quién es el ex policía? —preguntó Irons.

—Carter Damon. Estaba a cargo de la investigación del asesinato de mi madre.

—Ah, sí, me acuerdo de él. De la 13. —Irons miró el cordón policial y la jardinera resquebrajada junto a la silla volcada de Nikki—. Dígame: ¿llegó a presentarse?

—No, señor.

—¿Y no le parece raro? —Ladeó la cabeza hacia Rook y murmuró—: Debería estar tomando notas de esto.

Rook se limitó a guiñar un ojo y llevarse un dedo a la frente. Nikki dijo:

—Lo bastante raro como para llamar a la comisaría 21 de Staten Island y pedir que manden un par de agentes a su casa.

—¿Ya lo ha hecho? Qué rapidez —dijo Irons, lo que sólo sirvió para cabrear más a Nikki. Estaba tan cerca de la insubordinación que fue una suerte que el capitán hablara de nuevo antes de darle ocasión de hacerlo a ella—: ¿Le han encontrado?

—No. Y en la puerta hay un montón de periódicos y cartas sin abrir.

—¿Quiere que ponga una orden de búsqueda?

—Ya lo he hecho, señor.

—Bueno, pues entonces… —El capitán se puso a revolver las monedas que llevaba en el bolsillo y a continuación se subió la manga para ver la hora—. Oiga, Rook, puesto que aquí está todo controlado, igual podríamos…

—Se lo agradezco, capitán, pero ya me ha dado usted mucho en lo que pensar para una sola noche. Y creo que debería quedarme con la detective Heat.

—Pues claro —dijo Irons. Esperó un instante que se hizo de lo más violento y después se metió en el coche. Una vez tuvo el motor en marcha, bajó la ventanilla del asiento del copiloto y dijo—: Avísenme con lo que sea a la hora que sea si se produce algún avance en la investigación.

Y se marchó.

—Pero ¿qué manera de hablar es ésa? —dijo Nikki.

—La de alguien que espera ser citado.

A la mañana siguiente le costó dejar a Rook, su cuerpo caliente y desnudo bajo las sábanas, para levantarse. Éste no se lo puso fácil tampoco.

—Adelante, tú utilízame y luego vete a trabajar. Me siento un hombre objeto. —Y a continuación añadió—: En la cómoda tienes un billete de veinte. Tómate algo a mi salud.

Fue entonces cuando una almohada le aterrizó en la cara.

Antes de meterse en la ducha, Nikki procedió al chequeo electrónico habitual y volvió al dormitorio con el teléfono móvil en la mano.

—Rook, escucha esto. Me ha llegado un mensaje de Carter Damon a las cuatro y cuarto de la madrugada. Dice: «Heat, lo siento mucho».

—¿Siente tenderte una trampa para que te mataran? —Rook leyó el mensaje y le devolvió el teléfono—. Para que luego digan que se han perdido los buenos modales.

Nikki ya llevaba dos horas trabajando cuando, a las nueve, Rook llegó a la comisaría.

—Acabo de hablar con el detective Malcolm sobre la incineración de Nicole Bernardin —dijo Nikki—. La orden llegó de una funeraria que cerró el año pasado.

—Déjame adivinar. ¿Funeraria Seagal?

—No, pero ya sé por dónde vas. Mira si estará fea la cosa que tus descerebradas teorías de la conspiración me parecen de lo más lógicas en este caso.

—Entonces creo que tengo que descerebrarme todavía más. —Le ofreció un vaso de Starbucks—. Toma, a ver si también consigues que le peguen un tiro a éste.

—Ya sabes que no me gusta hacer cortes de mangas a nadie, ni siquiera en broma, pero estoy considerando hacer una excepción. Por ser tú, claro… —Nikki cogió el vaso e hizo un gesto de brindis—. ¿Cómo va la cosa en Tribeca?

—Cuando me fui los de la científica todavía estaban buscando huellas. Van a estar casi toda la mañana, pero básicamente lo que me han dicho es que no me haga ilusiones. Excepto las tuyas de cuando lo abriste, no parece haber huellas en el cajón.

—¿Las han borrado?

—Digamos que han extremado las precauciones. Una frase que viene que ni al pelo. Y lo mismo con el picaporte de la entrada y el de la puerta del despacho. Ni una sola huella.

—Estoy tratando de recordar las fotografías de la caja para saber qué podía estar buscando quien las cogió, pero no se me ocurre nada. Debería haberlas guardado en una caja fuerte.

—¡Como si eso hubiera servido de algo con esos tipos! —Rook se sentó en la mesa de Nikki y ésta tuvo que tirar para sacar una hoja de debajo de su trasero—. ¿Te ha llamado Carter Damon? —Nikki negó con la cabeza—. ¿Tampoco te ha mandado flores? ¿Una cesta de fruta? ¿Un bala con tu nombre grabado? —Ésta vez Nikki sí que le hizo un corte de mangas. Rook sonrió—. Todavía hay esperanza para ti, Nikki Heat.

—He intentado llamarle. No lo coge y tiene el contestador lleno. He mandado a Malcolm y a Reynolds para que pregunten en su gimnasio, el peluquero…, lo típico. También han comprobado su cajero y sus tarjetas de crédito para ver si había alguna actividad. Nada. Está desaparecido.

—¿Crees que pudo tenderte él la trampa? ¿O incluso que te disparó él?

—Llegado este punto, cualquier cosa me parece posible. Pero ¿por qué? ¿Tanto le cabreé cuando quedamos a comer en P. J. Clarke’s? ¿Y a qué viene lo de disculparse por SMS?

Sonó su teléfono. Era el detective Ochoa.

—No me digas que el laboratorio ha perdido los casquillos de bala.

—No. Raley y yo hemos pasado allí la noche para asegurarnos de que no pasara. De hecho te llamo porque hemos encontrado unas huellas de lo más jugosas y además hemos encontrado a su dueño.

—Eso es genial —dijo Nikki—. Traedlo aquí.

—No creo que sea nuestro hombre.

Nikki se hundió en la silla.

—Cuéntame.

—Raley, ¿estás ahí?

Su compañero se unió a la llamada.

—Sí. Os cuento. He estado con el tipo a quien corresponden las huellas. Tiene un campo de tiro cubierto en el Bronx. Es un veterano de guerra con un historial de condecoraciones. Y bastante majo.

—Nada de eso lo descarta como nuestro francotirador.

—Ya, pero esto sí: un IED en Irak lo dejó paralítico y está en una silla de ruedas.

—Entonces, ¿cómo han llegado sus huellas a esos casquillos de bala? —Nikki meditó un momento—. A veces en los campos de tiro se reciclan las balas. ¿Vuestro amigo el veterano de guerra vende balas recicladas?

—Sí, de hecho creo que vi un letrero. ¿Crees que el francotirador le compró la munición?

—Eso espero, Raley. Y también que su nombre esté en el recibo de compra.

Poco después de que Rook se mudara a la mesa en la que estaba de okupa para pasar a limpio algunas de las notas que había tomado durante las entrevistas del día anterior, Sharon Hinesburg llegó y encendió su ordenador. Al principio Nikki trató de ignorarla, pero el aroma a esmalte de uñas fresco le hizo cambiar de opinión.

—Buenos días, detective —dijo.

—Lo de buenos está por ver. —Hinesburg abrió el cajón de su mesa con cuidado de no estropearse la manicura.

—Escucha, todo el mundo está ocupado, así que necesito que me hagas una comprobación. —Le pasó una hoja—. Se llama Mamuka Leonidze. Puede que esté fuera del país. Está todo ahí apuntado.

Hinesburg le dirigió una breve sonrisa condescendiente.

—Lo siento, pero ya tengo un encargo que me ha llegado directamente del jefe de la comisaría. Lo del camión del gas.

—¿Y cómo va ese tema, detective?

—Lento. —Le devolvió la hoja con las anotaciones—. Dáselo a Rook, no está haciendo nada más que escribir.

Una secretaria llamó a Nikki desde la otra punta del despacho.

—Detective Heat, la llama Feller. Dice que es importante.

Heat renunció momentáneamente al duelo con Hinesburg y descolgó el teléfono.

—¿Estás de broma? —dijo lo bastante alto como para que Rook se apresurara a acercarse mientras ella garabateaba una dirección—. Llego en quince minutos. Colgó, arrancó la hoja de la libreta y le dijo: —Han encontrado a Carter Damon.

—¿Dónde?

—Flotando en el East River.

Lauren Parry ya se había puesto manos a la obra en el muelle del East River a la altura de la autovía FDR. El agente de tráfico retiró las borriquetas y les hizo un gesto para que pasaran, y Nikki aparcó su Crown Victoria entre el de Randall Feller y la furgoneta del Departamento Forense. El detective Feller, que estaba a unos metros de distancia, en el recodo del muelle en forma de ele con Lauren y el cadáver, vio a Heat y echó a andar hacia el aparcamiento para recibirla. Cuando llegó se quitó las gafas de sol y se las enganchó en la uve de su camiseta. Su indumentaria era sobria, nada que ver con las pintas de macarra que solía llevar en las escenas del crimen. Heat reparó enseguida en el cambio.

—Cuéntame qué tenemos.

Con su experiencia de años en las calles y su mente ordenada, Feller no necesitó consultar sus notas.

—Los de la guardia costera lo sacaron del agua hace alrededor de una hora. Un piloto del servicio de helicópteros que tiene este muelle alquilado lo vio y lo comunicó por radio. —Nikki miró hacia el helicóptero azul de pequeño tamaño en la pista de aterrizaje situada al final del muelle, río abajo—. Los de la guardia costera dicen que estaban buscando un cuerpo flotando porque un conductor había llamado en mitad de la noche a la Oficina de Túneles y Puertos para decir que había visto a alguien saltar del puente de Brooklyn.

—¡Chof! —dijo Rook ganándose una mirada reprobatoria de Nikki.

—El testigo dice que no estaba solo, que había alguien con él.

—¿Dijo si fue un forcejeo o si Damon Carter se tiró y alguien intentaba impedírselo?

—No está claro. El detective Rhymer ha ido ahora mismo a tomar declaración al testigo. Pero lo más probable es que sea de fiar. Es un cardiólogo que tenía una operación a primera hora en el Downtown Hospital. Opie hablará con él en cuanto salga del quirófano.

Al igual que Nikki, Rook debía de estar pensando en la posibilidad de un suicidio, y recordando el SMS que había recibido Heat a las cuatro y cuarto de la madrugada pidiendo disculpas.

—¿A qué hora fue esto? —preguntó.

—Sobre las cuatro treinta.

—Vamos a hablar con Lauren —dijo Heat y echó a andar hacia el muelle. Feller y Rook la alcanzaron y entonces preguntó—: ¿Llevaba encima alguna nota?

—No, pero hay algo que tienes que saber y es gordo: le habían disparado.

Nikki frenó en seco y los otros dos hicieron lo mismo. Rook dijo:

—Igual fue el francotirador que intentó matarte anoche.

El detective Feller dijo:

—Eso fijo que no.

—Pareces muy seguro —dijo Nikki.

—Es que lo estoy, detective. Sé quién le disparó.

—¿Sabes quién disparó a Carter Damon? —Feller asintió—. ¿Quién?

—Tú.