El detective Ochoa acudió a Heat para agradecerle que no le hubiera asignado la investigación del asunto de las bombonas de gas en el Departamento Forense.
—Aunque Lauren y yo estemos saliendo, que sepas que puedo ocuparme yo, si quieres. Pero mi chica se toma su trabajo muy en serio y ahora mismo tiene un disgusto de tres pares de narices. Así que prefiero que se ocupen Feller y Opie y yo hacer de paño de lágrimas. Me entiendes, ¿no?
—Lo entiendo, Miguel. Te recuerdo que yo estoy investigando el asesinato de mi madre. Me parece que los dos sabemos mantener los sentimientos a un lado.
Ochoa frunció el ceño.
—Yo no he dicho que sepa hacer eso. Pero te felicito. —Antes de marcharse añadió—: Supongo.
Nikki reunió a su equipo para dar nuevas instrucciones. La brigada andaba algo coja, con Hinesburg en Larchmont y los detectives Feller y Rhymer en el laboratorio, pero estaba deseando aprovechar el tiempo en su primer día de vuelta al trabajo y no quiso esperar a que estuvieran todos.
Mientras se acercaba desde su mesa, el detective Raley levantó la mano y dijo:
—Me acabo de enterar de algo que creo que os interesará. —A Nikki le dio un vuelco el corazón, temiendo que Raley pudiera meter la pata y se pusiera a informar sobre la cuenta bancaria que le había pedido que investigara en secreto. Pero Sean Raley era demasiado listo para eso—. En los últimos días he estado revisando grabaciones de cámaras de tráfico de la calle 23 Este y por fin he encontrado algo. —Le pasó una fotografía en papel—. Esto es en la tercera avenida, justo después de que aquella furgoneta marrón intentara aplastaros a ti a y Rook.
—Sí que lo es. —Notaba como Rook alargaba el cuello para ver, así que Nikki sostuvo la fotografía en alto.
Rook dijo:
—Claro que es. Qué pena que la cámara no grabara al conductor.
—Ya lo sé —dijo el rey de las cámaras de vigilancia—. Y la matrícula es robada, pero mirad en el lateral de la furgoneta: Righty-O Carpet Cleaners. No os emocionéis, el nombre es falso. Y el teléfono también. —Consultó sus notas—. En la guía telefónica corresponde a un negocio llamado Fantasía de Amor.
Rook dijo:
—Ah, sí, es una línea caliente donde diosas del sexo hacen realidad tus fantasías más salvajes. Siempre que tengas tarjeta de crédito, claro. —Vio que Nikki le estaba mirando y añadió—: Al menos eso es lo que he oído.
Raley golpeó la foto con su bolígrafo.
—Me apuesto a que es la misma furgoneta que estaba aparcada a la puerta de la casa de Nicole Bernardin cuando la pusieron patas arriba.
—Habrá que comprobarlo —dijo Nikki—. Cuando vuelvan Rhymer y Feller que se acerquen a Inwood y se pongan a enseñar la foto por todas partes. Si coincide, mandadla a todas las comisarías. Buen trabajo, Sean. —Sonrió y añadió—: Es verdad que eres el rey.
Luego, mientras pegaba la fotografía en la pizarra dijo:
—Malcolm y Reynolds…
—Sí, ya estamos viendo nuestras iniciales al lado de «incineración» —dijo Reynolds.
—Quiero que averigüéis de dónde salió esa orden. Y no hace falta que os diga lo serio que es eso. No sólo porque alguien esté saboteando nuestra investigación, también es una profanación que ha causado muchísimo dolor a la familia de la fallecida.
Los detectives se daban cuenta de lo afectada que estaba Nikki por aquello y se las arreglaron para comprometerse a trabajar sin hacer los chistes tétricos de siempre. Aunque la buena voluntad duró poco.
Los detectives Rhymer y Feller hicieron su entrada procedentes del Departamento Forense y Malcolm dijo:
—Mirad quién ha vuelto: los reyes de los gases.
Reynolds enseguida saltó:
—Pues sí que habéis tardado poco. ¿Qué pasa, que habéis venido a propulsión?
Y así estuvieron un rato. Nikki sabía que no había nada que hacer cuando un puñado de hombres entraba en aquella espiral de humor adolescente de vestuario, así que esperó a que hubieran terminado y contó un minuto en su reloj.
—Muy bien, ahora, si no os importa, que nos cuenten lo que han averiguado.
Ochoa dijo:
—Oíd, chicos, me parece que la jefa quiere cambiar de tema. Es decir, si habéis terminado de soltar todo el «gas».
Después de un coro de abucheos, Feller y Ryner contaron que el gas contaminado no había llegado por casualidad al Departamento Forense. Explicaron que el laboratorio encargado de la toxicología recibía periódicamente bombonas de gas a presión de un suministrador externo. Pero la mañana en que se hicieron las pruebas de Bernardin el camión de reparto fue robado y usado por los ladrones para entregar una tanda de bombonas contaminadas.
—¿Cómo puede ser que nadie denunciara el robo del camión? —preguntó Rook.
—Porque apareció en el aparcamiento con la carga original sólo una hora más tarde —dijo Rhymer—. Así que supusieron que alguien lo había cogido sólo para dar una vuelta.
Feller añadió:
—Y cuando el conductor de verdad hizo su entrega, en el Departamento Forense habían cambiado el turno, así que cogieron las bombonas y las guardaron como repuesto. Nadie dijo nada —dijo encogiéndose de hombros—. Un fallo en el sistema.
—Que alguien aprovechó para sabotear el análisis toxicológico de Bernardin —añadió Nikki.
Rhymer preguntó:
—¿Para qué querría nadie tomarse tantas molestias?
—Por la misma razón por la que hicieron incinerar el cuerpo —dijo Rook—. Para ocultar algo de los resultados. —Vio que los demás, por una vez, no le estaban mirando como si estuviera loco, así que continuó—: La cuestión es el qué.
—Y quién —dijo Nikki—. Quiero averiguarlo.
—Lógico.
Todos los detectives se volvieron a mirar al capitán Irons, de pie en la puerta. —Heat, tu equipo está desbordado, así que de esto voy a ocuparme yo personalmente.
Y se marchó, sin dar lugar a discusiones. Feller dijo:
—Imagino que después de la cagada con Hank Spooner, gordito relleno Wally quiere demostrar de lo que es capaz.
—O hacer valer su autoridad —dijo Ochoa—. Lo lleva claro.
Aunque no sentía ningún respeto por Irons como superior, Nikki no permitía comentarios despectivos sobre el capitán en público.
—Un poquito de respeto, ¿de acuerdo?
No necesitó decir nada más para que todo el mundo cerrara la boca. El detective Rhymer le preguntó:
—¿Qué piensas que está pasando aquí, detective Heat? Primero el guante que desaparece, luego el gas en mal estado y ahora incineran el cadáver.
—No son coincidencias, de eso estoy segura. —Nikki intercambió una mirada con Rook y ambos estaban pensando lo mismo: que la mano de la CIA, del departamento de Seguridad Nacional o incluso de alguna agencia extranjera clandestina podía estar detrás de todo aquello. Se preguntó si no habría llegado el momento de compartir lo que había averiguado en París con el resto del grupo. Entonces habló Raley y éste le evitó tomar la decisión.
—¿A nadie le parece raro que no encontráramos ninguna coincidencia para las huellas dactilares de Nicole Bernardin? Vamos a ver, era una extranjera residiendo en Estados Unidos y ¿no existe un registro de sus huellas?
Malcolm añadió.
—Desde luego que es raro. Sobre todo teniendo en cuenta que en el 2004 los federales cambiaron el reglamento de inmigración de manera que hasta los ilegales tienen que dar sus huellas. ¿Cómo pudo Bernardin librarse de esa obligación?
—Y tampoco tiene un número de identificación de extranjeros —dijo Raley—. Con todos los años que estuvo viviendo en este país, ¿cómo podía no tener un documento de identidad? Estoy seguro de que sabes lo que quiere decir eso, detective Heat.
Ésta trató de tomar una decisión: atajar aquella hipótesis o contar la verdad. Lo segundo permitiría a aquellas personas tan inteligentes y tan deseosas de ayudar echarle una mano. Atajar la discusión sería más seguro, pero perjudicial a medio plazo. En un intento por ganar tiempo, tiró por la calle de en medio.
—Tengo algunas ideas, pero no estoy segura de que merezca la pena explorarlas.
—¿Por qué no? —preguntó Reynolds.
Rook dijo:
—Es que es top secret. sólo para sus ojos.
—¿Nicole Bernardin era una espía? —preguntó Raley, aunque en realidad no era una pregunta.
Nikki se volvió hacia Rook y negó con la cabeza. Éste dijo:
—¿Cómo lo han sabido?
—Déjame pensar…, ¿por lo de sólo para sus ojos?
—Lo siento, jefa.
Heat levantó las palmas de las manos separadas sólo por unos milímetros.
—Estaba a puntito de contároslo. Y ahora me falta sólo esto —juntó las manos—. Pero con todas las filtraciones que ha habido últimamente, necesito que me juréis que lo que se diga aquí no puede salir del grupo y que no vais a contárselo a nadie.
Todos, sin excepción, levantaron la mano derecha. Así que Nikki dio un salto de fe.
En ocasiones los riesgos salen a cuenta. Si Heat no se hubiera sincerado con los miembros de su brigada, no habría estado en el Midtown con Rook una hora después esperando al ascensor en el vestíbulo del prestigioso edificio Sole, emocionada por lo que podía ser la primera pista importante desde que vio a Nicole Bernardin en el vídeo del recital de piano de su madre.
Les había dado a los detectives una versión editada de los hechos, omitiendo lo del secuestro ruso, el encuentro con los de Seguridad Nacional y otros detalles íntimos. No estaba preparada para revelar secretos familiares, y mucho menos el feo rumor de que su madre había acabado por traicionar a su país. Era posible que los Roach lo dedujeran si sacaban algo en claro de la cuenta corriente secreta, pero ya cruzaría ese puente cuando llegara a él. Mientras tanto, con lo de la red de niñeras, Tyler Wynn y la CIA, la brigada ya tenía bastante que digerir. Nikki había terminado recordándoles de nuevo que no debían hablar con nadie de aquello y que tenían que decirle si alguien se ponía en contacto con ellos sobre algo referido a la investigación. Feller preguntó:
—¿Te refieres a la CIA? ¿Al FBI? ¿Los del cuartel general?
—Me refiero a cualquiera.
Nikki no dio más explicaciones y, como le había ocurrido cuando imitó el gesto de su madre en el kilómetro cero de París, se encontró de nuevo pareciéndose a ella: cada vez más hermética y calculadora, en lugar de franca.
Una de las ventajas prácticas de haber puesto al día a su equipo era que ahora podía asignar nuevas tareas, como, por ejemplo, que Rhymer comprobara la coartada del mayordomo del reality televisivo, Eugene Summers. Pero, más allá de la mecánica de trabajo, le permitía escuchar sus opiniones, aunque sólo fuera para confirmar las ideas que ella ya tenía. Reynolds había dicho:
—Lo primero que hay que hacer es encontrar a la gente a la que tu madre espiaba.
—Pero ¿por dónde empezamos? —dijo Nikki.
Rook había abierto su Moleskine por una página con la esquina doblada.
—He investigado a la familia norvietnamita que salía en las fotos de la caja, aquélla a cuyo hijo tu madre estaba dando clase antes de la Conferencia de París. El padre era conocido, así que sale en Wikipedia. Él y la madre murieron en los ochenta, y desde entonces el hijo está en un monasterio.
—Rook, ya sé que la Wikipedia es la mejor amiga de un periodista de investigación —había dicho Randall Feller, no sin retranca—, pero mi instinto me dice que deberíamos centrarnos en la actividad de su madre justo antes de que fuera asesinada.
—Estoy de acuerdo. —El detective Malcolm había apoyado una de sus botas reglamentarias en el respaldo de una silla—. Yo digo que pasemos de lo viejo y nos centremos en su trabajo de espía en Estados Unidos. Lo de Europa va a ser difícil de rastrear y retroceder cuarenta años puede hacernos perder mucho tiempo.
Su compañero Reynolds había añadido:
—Eso es verdad. Los datos muy antiguos son más difíciles de comprobar y es poco probable que en ellos esté el móvil, a no ser que se trate de una vieja rencilla.
Heat, que ya se encontraba más animada gracias a aquellas aportaciones, había dicho:
—Sí, pero ¿cómo lo hacemos si no sabemos quiénes eran sus clientes entonces?
Entonces Rook había puesto cara de que se le había encendido la bombilla y saltó:
—Yo lo sé.
Y era verdad.
El ascensor les dejó en el piso cuarenta y seis, donde estaban las oficinas de Quantum Retrieval. La recepcionista les estaba esperando y les hizo pasar a un despacho situado en la esquina con tal rapidez que todavía tenían los oídos taponados de subir en el ascensor cuando les presentó al consejero delegado.
—Joe Flynn —dijo con una amplia sonrisa a la vez que les estrechaba la mano. Después de que Heat y Rook declinaran una botella de agua, Flynn les invitó a que se sentaran en una zona decorada en estilo colonial apartada de su mesa de trabajo.
Antes de sentarse, Rook echó un vistazo al Rockefeller Center, abajo. La pista de patinar hacía tiempo que se había descongelado y la sustituían mesas de café que los camareros preparaban para servir cenas.
—Bonita vista. El negocio debe de ir bien.
—Lo mejor que he hecho en mi vida fue dejar de seguir a parejas adúlteras en moteles siniestros y pasarme al recobro de seguros. Aquél fue mi verdadero salto cuántico. —Hizo una pausa para permitirles que establecieran la relación entre la metáfora y el nombre de la compañía. Flynn era un hombre de aspecto bronceado, saludable y rico, como el médico de una serie de televisión. A Rook no le gustó la manera en que aquel sexy investigador de seguros miraba a Nikki, así que se sentó cerca de ella en el sofá.
—Me llevó una semana recuperar la primera obra de arte robada y con ello gané lo mismo que en tres años de pisarles los talones a cónyuges errantes… Por no hablar de los que no estaban teniendo ninguna aventura —dijo apuntando a Nikki con el dedo. Después le dirigió una sonrisa de dientes blancos que Rook estuvo seguro de que eran cortesía de Brite Smile, la clínica dental de los famosos en la Quinta Avenida.
Nikki dijo:
—Así que se acuerda de que mi padre le contrató en una ocasión.
—Fue hace diez años, pero Heat no es un nombre tan común. Además, usted es igual que su madre. Y eso es un gran cumplido, en mi humilde opinión.
Rook, que no había previsto aquello cuando se le ocurrió lo de ir a ver a Joe Flynn en busca de información, trató de atajar el flirteo descarado de éste yendo al grano:
—La investigación del asesinato de Cynthia Heat sigue abierta.
—Lo vi en el Ledger —dijo Flynn— y anoche en la televisión. Pensaba que habían cogido al asesino.
—Por el momento no hemos llegado a ninguna conclusión —dijo Heat—. Necesitamos investigar más a fondo.
—Investigar a fondo es lo mío —dijo Flynn haciendo que Rook se acercara aún más a Nikki, algo que no pareció desanimarle—. ¿Necesita que le investigue algo, Nikki?
—Eso espero. ¿Conserva todavía los informes de cuando la estuvo siguiendo y cualquier otra comprobación que hiciera sobre la gente con la que pasaba tiempo mi madre?
—Pues vamos a ver. —Flynn cogió un iPad de la mesa que tenía al lado y empezó a pulsar la pantalla. Vio que Rook le observaba y dijo—: Le recomiendo comprarse uno. Es genial. A mí éste me lo regalaron los fabricantes antes de que lo comercializaran, cuando les recuperé un prototipo robado. Algún imbécil se lo había dejado olvidado en un bar. Increíble. —Pulsó la pantalla y dijo—: Aquí está. Verano-otoño de 1999. Profesora de piano, ¿verdad?
—Sí —dijo Nikki.
—Aquí está. —La miró—. Normalmente pediría una orden judicial, pero como este caso es un poco delicado, nos saltaremos las formalidades. ¿Le parece bien, detective?
—Muy bien.
Tocó de nuevo la pantalla.
—Le estoy imprimiendo una copia ahora mismo. Si me da su email, se la mando adjunta también.
Nikki le dio una tarjeta.
—También viene mi número de teléfono.
—Pero sólo necesita el correo electrónico, ¿verdad? —dijo Rook—. Para adjuntar el archivo.
—Sí —dijo Flynn—. Entonces, ¿creen que estas personas pudieron matarla?
—Es difícil saberlo. Déjeme hacerle una última pregunta. A usted le contrataron para que averiguara si estaba siendo infiel. ¿Observó alguna cosa más? ¿Discusiones? ¿Alguien amenazando a mi madre? ¿Hizo alguna cosa o fue a alguna parte fuera de lo normal que usted no registrara porque no formaba parte estrictamente de lo que le habían pedido?
Flynn se tiró de la oreja mientras pensaba.
—No que yo recuerde. Han pasado bastantes años, pero seguiré pensando. Si se me ocurre algo, la llamaré, desde luego.
—Estupendo.
—¿Puedo hacer algo más? —preguntó Flynn—. Lo que sea.
—Sí —dijo Rook interponiéndose entre los dos—. ¿Validan los tickets de aparcamiento?
Cuando volvieron a la comisaría, Rook todavía estaba picado por cómo Joe Flynn había intentado ligar con Nikki.
—Es evidente que ese tío ha estado demasiado tiempo persiguiendo a mujeriegos y degenerados. Si pasas mucho tiempo en moteles de mala muerte las chinches acaban por picarte. —Heat ignoró sus quejas y se dedicó a hacer una lista de nombres sacados del archivo de Flynn sobre su madre, y encargó a distintos miembros de la brigada que los investigaran. La lista no la pegó, sin embargo, en la pizarra, pues no era para que la viera todo el mundo.
Mientras tanto empezaba a haber resultados. Se confirmó la coartada de Eugene Summers. Aduanas tenía constancia de que había estado en Europa en noviembre de 1999. Y la noche de la muerte de Nicole Bernardin, el mayordomo más famoso de la televisión estaba en Los Ángeles, rodando en la mansión Playboy. Malcolm y Reynolds también habían averiguado el paradero exacto de Hank Spooner dentro del área del crimen. En el momento en que, según había confesado, estaba apuñalando a Bernardin en Larchmont (Nueva York), su tarjeta de crédito lo situaba en Providence (Rhode Island), en una sala de juegos de la cadena Dave & Buster’s hasta medianoche. Los detectives mandaron la fotografía de Spooner al encargado de la sala, quien confirmó que había estado allí hasta la hora de cierre acosando a las camareras.
Armados con la lista de Flynn y dosieres sobre alguno de los nombres que figuraban en ella para leerlos por la noche y así poder empezar los interrogatorios al día siguiente, Heat y Rook apagaron las luces del despacho abierto de la comisaría y se dirigieron al loft de éste, donde pensaban encargar comida y dedicarse a estudiar un rato.
A aquella hora de la noche, cuando faltaban treinta minutos para que empezaran los espectáculos en Broadway, resultaba imposible encontrar un taxi en dirección sur, así que desistieron y cogieron el metro. Cuando su tren se detuvo en la 66, ambos se giraron en sus asientos para ver qué tal iban las reparaciones de los azulejos dañados por el terremoto. Las obras habían terminado aquel día, pero, mientras se alejaban, detrás del cordón de seguridad y de las borriquetas, vieron que el mosaico de los acróbatas y las divas ya estaba siendo restaurado. Fue entonces cuando Nikki, al darse la vuelta, reparó en que un hombre la miraba. Lo que le delató fueron sus ojos, que apartó rápidamente en cuanto Nikki le vio.
No le dijo nada a Rook y, en lugar de ello, dos paradas después, sin quitarle ojo al hombre al final del vagón, sacó con la mayor naturalidad su teléfono móvil, escribió una nota y lo apoyó en el regazo de manera que Rook pudiera leerla: «No mires. Al fondo del vagón. Traje gris, camisa blanca, barba negra. Nos está vigilando». Rook, cuya especialidad no era seguir instrucciones, la sorprendió al no mirar. En lugar de ello, acercó un muslo al de Nikki mientras musitaba:
—Vale.
El hombre permaneció como estaba durante muchas paradas. En Christopher Street, Nikki aprovechó el bullicio de pasajeros entrando y saliendo para echarle un vistazo rápido, y reparó en que a la altura de la cadera el abrigo estaba abultado. Tecleó: «Va armado», lo que provocó que Rook le mirara inmediatamente. En cuanto esto ocurrió, el hombre se puso en pie.
Heat le observó sin mirarle directamente, sólo de reojo, al tiempo que apoyaba la mano en el regazo, preparada para desenfundar.
En la estación de Houston, el hombre salió sin mirarles.
—¿Qué opinas? —dijo Rook.
—Igual no era nada. Podía ser un policía de la secreta vigilándome porque también llevo un arma.
—Entonces, ¿por qué se ha bajado?
—Supongo que nunca lo sabremos —dijo Nikki levantándose mientras el tren se detenía en Canal Street—. Ésta es la nuestra.
Subieron las escaleras hasta la acera y caminaron sin dejar de lanzar miradas a su alrededor. En la intersección, donde convergen Broadway Oeste y la Sexta Avenida, había mucha gente, como de costumbre, pero la acera estaba despejada. Entonces Rook dijo:
—Heat, el Impala azul.
Nikki miró hacia donde Rook le indicaba, al otro lado de la Sexta Avenida, y vio al hombre del metro en el asiento del copiloto de un Chevy azul que se detenía en aquel momento.
—Por aquí —dijo y los dos giraron en dirección opuesta, sin correr, pero caminando a buen paso para ponerse a cubierto detrás de la fila de furgonetas de reparto aparcadas frente a la oficina de correos. Al pasar junto a la furgoneta aparcada en tercer lugar, un segundo hombre salió de detrás, bloqueando la acera. Nikki hizo ademán de sacar el arma.
—Yo no lo haría —dijo el hombre. Abrió las manos para que vieran que estaban vacías, pero sabían que no estaba solo. Otros dos hombres los flanquearon en la acera con las manos metidas en los bolsillos de sus abrigos. Unas pisadas a su espalda les confirmaron que estaban rodeados. El lugar era perfecto para una emboscada, una calle oscura sin ventanas, y Heat se maldijo por haber caído en la trampa. Seguía con la mano apoyada en la pistola, pero no desenfundó.
—Me ha estado usted investigando, detective, y quiero saber por qué. —Dejó caer las manos a ambos lados de su traje a medida y se acercó. Con su cabeza rapada y su perilla se parecía a Ben Kingsley. Pero no al Ben Kingsley de Gandhi. Más bien al Ben Kingsley amenazador de Sexy Beast.
Fue entonces cuando Nikki reconoció a Fariq Kuzbari, encargado de seguridad de la delegación siria en Naciones Unidas, de pie delante de ella.
—Tengo algunas preguntas que hacerle, señor Kuzbari. ¿Por qué no se pasa por mi comisaría mañana en horas de oficina en lugar de hablar aquí, en una calle, por la noche? Supongo que tiene la dirección.
El hombre rio.
—Eso me resultaría un poco complicado. Tengo inmunidad diplomática, como sabe, y de esta manera le ahorro una decepción.
—Conque inmunidad, ¿eh? ¿Qué le parecería a su embajador tener que explicar que el encargado de su policía secreta y su cuerpo de seguridad han abordado a una agente de policía de Nueva York en una calle de Estados Unidos?
—Mire que es usted chula.
—No sabe cuánto —dijo Rook.
Kuzbari dijo algo en árabe a su séquito y los miembros de éste apartaron las manos de las armas.
—¿Mejor así?
Heat evaluó la situación y apartó la mano de su Sig. Kuzbari frunció el ceño.
—Entonces, ¿qué preguntas quería hacerme?
Pensó en insistir en lo de la comisaría, pero se dio cuenta de que al sirio no le faltaba razón. Si no le daba respuestas o, peor aún, si no se presentaba a la cita, no ayudaría en nada.
—Son sobre un homicidio que estoy investigando.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
—Una mujer fue asesinada en 1999. Era la profesora particular de piano de sus hijos. Y también mi madre.
Si Kuzbari cayó en la cuenta del parecido físico entre Cynthia y Nikki, no lo demostró.
—Mi más sentido pésame. Sin embargo, me temo que tengo que preguntarle otra vez qué tiene que ver esto conmigo.
—Estuvo en dos ocasiones en su casa el verano antes de que la mataran. Pasó con ustedes cinco días en un complejo vacacional en Berkshires, señor Kuzbari.
—Todo eso es verdad, por lo que recuerdo. Sin embargo, si lo que está insinuando es que yo mantuve alguna clase de relación con su madre, está usted perdiendo el tiempo y haciéndomelo perder también a mí.
Nikki no estaba sugiriendo nada de eso, puesto que Joe Flynn había descartado la posibilidad de que su madre hubiera tenido una aventura, pero su experiencia interrogando a gente le decía que era mejor callarse, para ver hasta dónde llegaba Kuzbari.
—En cuanto a aquella semana en Berkshires (en Lenox, creo recordar) fue cualquier cosa menos una escapada romántica. Yo estaba allí para ocuparme de la seguridad del embajador en un simposio y pasé todo el tiempo con él. Su madre estaba en un bungalow aparte con mi mujer y mis hijos y otra familia que también había ido a las reuniones.
—¿Puedo preguntarle quiénes eran?
—¿Para que pueda acosarles también a ellos? Detective Heat, entiendo su interés por resolver este caso, pero estoy seguro de que no puedo serle de ayuda. Así que, si no quiere nada más, terminemos esta reunión y sigamos con nuestras vidas.
Antes de que Nikki pudiera decir nada, se volvió y desapareció entre las furgonetas de correos. Oyeron cerrarse la portezuela de un coche y después el resto de los hombres desaparecieron, dejando a Heat y a Rook solos en la acera. Éste dijo:
—Por lo menos esta vez no nos han puesto un saco en la cabeza.
A la mañana siguiente fueron caminando por Fulton hacia South Street Seaport para visitar a otro de los clientes de la madre de Nikki. En esta ocasión, y para evitar emboscadas por sorpresa, habían concertado una cita. Cuando Rook se detuvo a leer la placa del monumento conmemorativo al Titanic, Nikki dijo:
—He estado pensando en nuestro encuentro con Fariq Kuzbari. Si yo tengo la sensación de estar metiéndome en arenas movedizas en esta investigación, imagina cómo debió de sentirse Carter Damon.
Siguieron andando y Rook dijo:
—No estarás justificando a ese inútil, ¿verdad?
—Para nada. Lo que pasa es que ahora me doy cuenta de que, con el investigador tan mediocre que era, no es extraño que se sintiera superado y abandonara.
—¿Y qué me dices de Kuzbari? Después de su alarde de chulería, ¿le vas a tachar de la lista?
—No, eso lo decido yo y no él. Pero tengo la corazonada de que Kuzbari no merece que le prestemos tanta atención, así que voy a concentrarme en otros nombres de la lista de Flynn, de momento. Siempre puedo volver a él más tarde, si hace falta.
—¿He oído bien? ¿Has dicho que tienes una corazonada? Detective Heat, ¿no se le estarán pegando las malas costumbres de quien yo me sé? ¿No estará usted empezando a pensar como un escritor?
—Pégame un tiro, anda. Olvida lo de la corazonada. ¿Quieres oír mi deducción? Muy bien. Aunque Kuzbari estuviera implicado, no es probable que él sea personalmente el asesino. Tiene todo un equipo de matones trajeados para hacerle el trabajo sucio y estoy segura de que tiene coartada. Además, sería complicado investigarle por su inmunidad diplomática. No imposible, pero nos quitaría tiempo y energía. Y mientras tanto tengo otros tres que investigar y los dos sabemos que no nos queda demasiado tiempo antes de que el capitán Irons saque otra vez su varita mágica. No, Rook, esto es pensar por eliminación, no lo llames corazonada. Digamos que estoy… haciendo uso de instintos nacidos de la experiencia.
—Un escritor no lo habría expresado mejor.
Un empleado de la limpieza que estaba regando el empedrado del centro comercial cerró el grifo para dejarlos pasar cuando llegaron a la entrada principal de Brewery Boz. El famoso edificio de ladrillo no solo había sido restaurado y convertido en la principal sede estadounidense de la compañía de cerveza británica, además ofrecía a los turistas un pub inspirado en la Inglaterra de Dickens. El propietario y maestro cervecero Carey Maggs los recibió en el vestíbulo y la legendaria flema británica desapareció de su rostro en cuanto vio a Nikki.
—Madre mía —dijo con acento de Mayfair—. Eres igualita que tu madre.
Maggs tenía buenas razones para no dar crédito a lo que veía. En 1976, en Londres, cuando sólo tenía ocho años, su padre, el magnate cervecero, había contratado a la madre de Nikki para que le diera clases de piano. Después de emigrar a Estados Unidos en 1999, Carey Maggs había recogido la antorcha de su padre contratándola para que enseñara a su hijo.
—El círculo de la vida —dijo Rook.
—No hace falta que me digan que la historia siempre se repite. Aquí me tienen, haciendo cerveza, lo mismo que mi padre en Inglaterra —dijo Maggs mientras les hacía una visita guiada por la fábrica. El aire húmedo de las gigantescas instalaciones estaba tan impregnado de levadura y de malta que casi se podían masticar y atraía y repugnaba al mismo tiempo, dado lo temprano de la hora. Mientras dejaban atrás enormes tinas y contenedores de los que brotaban tubos y cañerías enroscadas, Carey Maggs les describió sucintamente el proceso de fabricación y les explicó cómo todo se hacía allí mismo: el malteado, el volcado en contenedores, la fermentación, la preparación y el filtrado.
Rook dijo:
—No sé por qué pensaba que todos estos contenedores serían de cobre.
—Acero inoxidable. No afecta al sabor de la cerveza y es fácil de limpiar y esterilizar, lo que resulta fundamental. Esas tinas de ahí tienen revestimiento exterior de cobre, pero el motivo es solo estético, porque se ven desde el pub.
—Impresionante. Su padre debe de sentirse orgulloso de que haya continuado con su legado —dijo Nikki.
—Pues no tanto. Estamos en desacuerdo respecto al modelo de negocio. Mi padre bautizó su marca de cerveza igual que el personaje borracho de una novela de Dickens, El misterio de Edwin Drood.
—Durdles —dijo Nikki recordando la afición de su padre a dicha cerveza.
—Eso mismo. Bien, pues mi querido padre parecía olvidarse de que las novelas de Charles Dickens denuncian la injusticia social y la avaricia de las corporaciones. Así que ahora que yo dirijo la compañía, no sólo he expandido la marca a pubs y cervecerías, sino que también dono la mitad de los beneficios a Mercator Watch. Es una fundación que se dedica a combatir la explotación laboral infantil. Yo la llamo Contra la Avaricia sin Fronteras. ¿Han oído hablar de ella?
—No —dijo Rook, aunque le encantó el nombre—. Pero con ese título ya tengo un artículo para Rolling Stone.
—Tal y como yo lo veo, ¿cuántos millones hace falta ganar cuando la mitad del mundo se muere de hambre o no dispone de agua potable? Claro que estas ideas son demasiado radicales y socialistas para mi anciano padre, que por otro lado es un auténtico Scrooge. Irónico, ¿no? —Carey rio y se peinó con el dedo un rizo rebelde que le había caído sobre la frente—. Siento la charla. Supongo que no han venido hasta aquí para oír mi discurso.
Los tres se sentaron en unos taburetes de cuero rojo en la barra del pub vacío y Nikki dijo:
—De hecho, tengo algunas cosas importantes de las que quiero hablar con usted. Estoy investigando el asesinato de mi madre y, puesto que usted la trató durante muchos años, igual puede darme algo de información.
—Claro. Ahora me siento todavía peor por haberles dado la charla. Me encantará ayudar. —Abrió mucho los ojos—. Pero no soy sospechoso, ¿verdad? Porque sería un verdadero asco, sobre todo teniendo en cuenta lo que sentía por ella. Quiero decir que Cynthia era maravillosa.
Nikki no le dijo si era o no sospechoso porque aún no lo sabía. En vez de eso, procedió a hacer sus preguntas. Las había preparado con cuidado, consciente de que una entrevista como aquella podía ser delicada porque tenía que evitar contar que su madre había sido espía. Así que decidió que procedería como cada vez que interrogaba a un testigo o a alguna persona relacionada con el caso, y esperaría a ver cuál era su reacción: nerviosismo, inconsistencias, mentiras o incluso pistas nuevas.
—Si puede, haga memoria hasta el mes anterior a que la mataran —empezó—. Noviembre del 99. ¿Observó algún cambio en el comportamiento de mi madre?
Maggs pensó unos instantes y dijo:
—No, que yo recuerde.
—¿Le contó si tenía alguna preocupación? ¿Parecía alterada? ¿Mencionó si alguien la estaba molestando, amenazándola?
—No.
—¿Dijo si alguien la estaba siguiendo?
Maggs pensó de nuevo y negó con la cabeza.
—Nada de eso tampoco.
Entonces Nikki trató de averiguar si su madre había estado espiando en aquella casa.
—Durante el último mes que trabajó para ustedes, ¿notaron su esposa o usted que algo cambiara en la casa?
Carey Maggs parecía confuso.
—¿Que cambiara en qué sentido?
—En cualquiera. Cosas fuera de su sitio. Cosas que faltaran.
Maggs cambió de postura en el taburete.
—No entiendo nada, detective.
—No tiene que hacerlo, sólo intente recordar. ¿Entró alguna vez en una habitación y tuvo la impresión de que alguien había cambiado alguna cosa de lugar? ¿O que se habían llevado algo?
—Pero ¿por qué iba a pasar algo así? Me ha preguntado si Cynthia parecía alterada. ¿Es que tenía alguna clase de enfermedad mental? ¿Se había vuelto cleptómana?
—No estoy diciendo eso. Sólo le pregunto si había alguna cosa cambiada en la casa. ¿Recuerda algo así?
—No —dijo—. Para nada.
—¿Y qué hay de las otras personas que vivían en su casa entonces?
—Se da cuenta de que estamos hablando de hace diez años.
—Sí, pero no me refiero a fontaneros o a mensajeros. Invitados. ¿Tenían algún invitado en su casa por aquel entonces?
—Vamos a ver, ¿me está diciendo que igual la mató algún conocido nuestro?
—Señor Maggs, me resultaría de gran ayuda si dejara de intentar adivinar cosas y se centrara en lo que le estoy preguntando.
—Muy bien. Siga.
—sólo quiero saber si entonces tenían algún invitado. Que se quedara a dormir. O a pasar el fin de semana. —Nikki había rodeado con un círculo una nota del informe de Flynn que decía que un hombre de unos treinta años había estado en la residencia de los Maggs la semana inmediatamente anterior a que el padre de Nikki le diera instrucciones de abandonar la investigación—. ¿Había alguien alojado en su casa en el tiempo en que mi madre estuvo allí dando clases?
Cragg movió la cabeza despacio.
—No. Me parece que no.
Rook dijo:
—Fue más o menos en Acción de Gracias ¿No vinieron a verles amigos o parientes la semana antes de Acción de Gracias?
—Es que en Inglaterra no celebramos esa fiesta, así que tendría que hacer memoria. —Formó una uve con dos dedos y se los llevó a los labios—. A ver, ahora que lo pienso, me parece que un compañero mío de la universidad estuvo con nosotros aquella semana. Lo de Acción de Gracias me ha hecho recordar, porque los niños estaban de vacaciones. Teníamos pensado irnos ese fin de semana a Londres y mi amigo nos iba a cuidar el apartamento mientras estuviésemos fuera. —Se dio cuenta de las implicaciones de lo que estaba diciendo y se puso nervioso—. Pero si están pensando que él tuvo algo que ver, no me lo creería; es imposible.
Nikki pasó página en su cuaderno de espiral.
—¿Puede darme el nombre de su amigo? —Carey cerró los ojos despacio y puso cara de abatimiento—. Señor Maggs, por favor, necesito que me dé el nombre.
Con un tono de voz extrañamente neutro, Carey Maggs dijo:
—Ari. Ari Weiss. —Después abrió los ojos. Daba la impresión de que contar aquello le había despojado de algo.
Nikki habló, serena pero con tono insistente:
—¿Me dice cómo puedo ponerme en contacto con él?
—No puede —dijo.
—Tengo que hacerlo.
—Pero es que no puede. Ari Weiss está muerto.
—Confirmado —dijo Rook encorvado frente a la pantalla de su mesa, de vuelta en la comisaría. Heat se acercó a él mientras leía en voz alta—: Necrológica del doctor Ari Weiss. Dice que se licenció en la Facultad de Medicina de Yale, que tuvo una beca Rhodes (ahí debió de ser cuando conoció a Carey Maggs, en Oxford) y que murió de una enfermedad rara de la circulación sanguínea llamada babesiosis. Dice aquí que es una enfermedad parasitaria parecida a la malaria que, igual que la de Lyme, por lo general la produce una garrapata, aunque también puede contagiarse durante una transfusión, bla, bla, bla.
—Rook, este hombre está muerto ¿y todo lo que se te ocurre decir es bla, bla, bla?
—No tengo nada contra él. Lo que pasa que en cuanto oigo hablar de enfermedades raras que tengan que ver con garrapatas, me empieza a picar todo el cuerpo y tengo que tomarme la temperatura cada cinco minutos.
—Desde luego contigo me ha tocado el premio gordo, Rook. —Nikki pulsó el dedo pulgar sobre la necrológica en la pantalla—. Pero, bueno, el caso es que esta nueva pista nos conduce a otra persona muerta. ¿Cuándo fue?
—En el 2000. —Rook cerró la página web—. Eso lo elimina como sospechoso del asesinato de Bernardin.
Nikki trató de no desanimarse ante este nuevo punto muerto en la investigación. Estaba pensando en que luego investigaría un poco más por su cuenta a Ari Weiss, cuando los Roach… la sobresaltaron:
—Detective Heat…
Se volvió y vio a la pareja de pie delante de ella, con aspecto abatido.
—Contadme —dijo.
—Mejor te lo enseñamos —dijo Ochoa.
Mientras Nikki y Rook seguían a los Roach por el despacho abierto, Raley dijo:
—Esto lo he encontrado hace unos minutos, pero he esperado a que Sharon Hinesburg se cogiera su descanso de dos horas para comer. —Se sentó a su mesa y pulsó algunas teclas en el ordenador.
Ochoa dijo:
—Es el extracto de noviembre de 1999 de la cuenta particular de tu madre en el New Amsterdam Bank and Trust.
En el monitor apareció un documento en PDF lleno de cifras. Raley echó su silla hacia atrás para que Nikki pudiera leerlo. Como confirmación de sus peores sospechas, el detective Raley susurró:
—Según esto, a tu madre le ingresaron doscientos mil dólares el día antes de que la mataran.
—¿Tienes alguna idea de qué puede ser esto? —le preguntó Ochoa.
Nikki no contestó. Porque de hacerlo habría tenido que decir que todo indicaba que su madre había vendido su país por dinero.
La cabeza le daba vueltas. Se volvió para mirar de nuevo el documento con la esperanza de haberse equivocado, pero la imagen se borró ante sus ojos. Pequeños escalofríos le provocaban temblores en las manos, y cuando cruzó los brazos sobre el pecho para disimularlos, todo el cuerpo empezó a experimentar sacudidas que le irradiaban desde las articulaciones. Mientras le fallaban las piernas oyó la voz de Rook, que parecía venir del otro lado de un túnel, preguntándole si estaba bien. Nikki se volvió para dirigirse a su mesa, pero cambió de opinión y en lugar de eso salió tambaleándose del despacho, y chocó con una silla, o quizá fuera una mesa, por el camino.
Cuando salió a la calle el aire fresco no hizo que se sintiera mejor. La cabeza todavía le daba vueltas en un verdadero torbellino de pánico. Incluso en la soleada luz de la mañana seguía teniendo la vista nublada por una niebla azul e intensa, como cuando el vapor se condensa en una mampara de ducha. Se frotó los ojos, pero cuando volvió a abrirlos delante tenía una pantalla de hielo azulado. Detrás de ella había siluetas moviéndose que le resultaban familiares pero irreconocibles. Una cara la miró a través de la escarcha. Parecía la suya propia reflejada en un espejo sucio. Pero podía ser la de su madre.
No lo sabía.
En algún lugar a su espalda oyó que la llamaban por su nombre.
No sabía desde dónde.
Unos neumáticos chirriaron y aulló un claxon. En un gesto instintivo para protegerse, levantó las palmas de las manos y éstas chocaron contra una rejilla metálica recalentada mientras unas ruedas frenaban en seco. No se cayó, pero el susto hizo que la capa de hielo que le obstruía la visión se abriera lo suficiente para ver que había estado a punto de ser atropellada por un camión.
Se volvió y corrió sorteando el tráfico de la avenida Columbus. Corría hacia algún lugar, cualquiera.
El caso era huir.