Parece que París además de la ciudad de la luz es la ciudad del adiós —dijo Rook mientras cogían un taxi a la puerta del hospital.
—Muy bonito. Tú, como siempre, tan considerado.
—¿Qué pasa? Yo no le he matado, le has matado tú.
—¿Te importaría no decir eso?
—Es que es verdad. Has matado al tito Tyler. —Rook enarcó una ceja—. Estarás contenta.
Nikki le dio la espalda y se puso a mirar por la ventanilla al bosque de castaños en flor al otro lado de la autopista, en el Bois de Boulogne. La suave aceleración del Mercedes para incorporarse a la A-13 de vuelta a París creaba la ilusión de que no era el coche lo que se movía, sino el jardín de árboles en flor que parecían discurrir a su lado como radiantes nubes de primavera.
Pues claro que no había matado a Tyler Wynn.
Pues claro que parte de ella pensaba que lo había hecho. No se quitaba de encima la sensación de culpa. Imaginó que una de las gárgolas de Notre Dame cobraba vida y podía oír su voz diabólica rugiendo: «Ha muerto porque has ido a verle. Tu visita era más de lo que podía soportar». El detective de paisano que había llegado al Hôpital Canard para hablar con ella después de la muerte había descartado esa posibilidad. Naturalmente le había preguntado qué había ocurrido justo antes de la parada cardiaca y Nikki, evitando darle detalles sobre su madre, había compartido con él un resumen de los hecho de colega a colega: Tyler Wynn conocía a las víctimas de dos de los asesinatos que estaba investigando. Había hablado con ella voluntariamente, algo que el agente de guardia había corroborado. Cuando Wynn empezó a mostrar signos de agitación, Nikki había intentado interrumpir la conversación, pero aquello le había disgustado más, así que pensó que lo mejor sería darle la información que le pedía y terminar la entrevista lo antes posible.
—¿Quién iba a saberlo? —dijo el inspector francés encogiéndose de hombros mientras le devolvía sus credenciales—. Ya he hablado con el médico, que dice que no ha sido su visita, sino los tres balazos y algo llamado estenosis aórtica los que le han matado.
Pero Rook no la dejaba tranquila. ¿Quizá porque conocía a Nikki lo bastante bien como para saber que era mejor quitarle el sentimiento de culpa mediante falsas burlas? Una de las primeras cosas que había aprendido el verano anterior, cuando salió a hacer rondas con ella, era que los policías se enfrentan a las emociones mediante el sarcasmo. Lo primero que le había dicho al salir del coma en el que había estado hacía poco fue lo cabreado que estaba por no haber parado la bala con los dientes, algo propio del superhéroe que era, y después habérsela escupido de vuelta al malo. Ahora, en el asiento trasero del E-320, Rook estaba intentando animar a Nikki acusándola de lo ocurrido con toda la ironía del mundo.
En la Avenue de New York pasaron junto al túnel del puente del Alma, y mientras Nikki miraba los perennes ramos de flores depositados en el suelo y las velas consumidas, ofrendas a la memoria de la princesa que falleció allí, se puso a pensar en los secretos, en especial en aquéllos que morían con quienes los escondían. Aquella reflexión le trajo a la cabeza la necesidad de tener presente que en este mundo cada acontecimiento tiene una causa y que las coincidencias son sólo causa y efecto, pero ocultas.
Hasta que ella las descubría.
La muerte de Tyler Wynn era, ante todo, una tragedia para él mismo y, para ella, otra muerte más en una semana en la que ya había visto demasiadas. Aparte de eso, el momento tan inoportuno en que se había producido cerraba una puerta que sólo se había abierto a medias. Haciendo realidad el sentido más cruel —y más exacto— de la palabra tormento. Nikki había descubierto lo suficiente como para atormentarse por todo lo demás que seguía siendo un misterio.
Rook dijo:
—Supongo que ahora mis descabelladas teorías conspiratorias no resultan tan descabelladas.
—Escucha, colega, antes de que te emociones y me hagas el baile de la victoria, permíteme que te diga que pareces un reloj estropeado.
—¿Por qué? ¿Porque doy la hora exacta dos veces al día?
—Por favor…
—Venga ya, detective, admítelo. Yo tenía razón, lo he clavado. El tito Tyler era un espía. —Los ojos del taxista aparecieron de repente en el espejo retrovisor. Rook se inclinó hacia delante, tomándole el pelo lo mismo que hacía con los taxistas de Nueva York—. Dígale que lo admita. —El taxista apartó la mirada y recolocó el espejo de manera que todo lo que pudieran ver de él fuera el pico de viuda de su pelo negro oscuro.
Rook se echó hacia atrás y cambió de postura para mirar a Nikki.
—No entiendo por qué estás tan triste, sobre todo ahora. Éste es sin duda un ejemplo de vaso medio lleno, a no ser, claro, que uno sea Tyler Wynn. —Hizo una breve pausa en señal de respeto hacia el difunto, pero luego continuó—: Fíjate en todas las respuestas que has encontrado esta mañana. Tendrías que estar feliz no sólo de saber que tu madre sí llevaba esa doble vida que tú le suponías, pero no porque estuviera teniendo una aventura amorosa. Y no me digas que no mola: era la espía de la familia, igual que Arnold en Mentiras arriesgadas. No, espera, todavía mejor: Cindy Heat era como Julia Child en la Segunda Guerra Mundial cuando espiaba para los servicios de inteligencia estadounidenses.
—Vale, reconozco que eso es algo.
—Vaya si lo es. Tal y como yo lo veo, hasta hemos superado a Dickens. París nos ha dado Historia de dos Cynthias.
Esta vez fue Nikki quien se dirigió al taxista:
—¿Qué me dice?, ¿le hacemos bajarse aquí mismo?
Al otro lado del Atlántico, en Nueva York, ya era de día para cuando volvieron al hotel. Nikki se puso a hacer llamadas y Rook se echó a la calle a la caza de algo para comer. El detective Ochoa contestó solo a la llamada, su compañero estaba ocupado comprobando una de las docenas de pistas anónimas que la brigada había recibido desde que Hinesburg filtrara información al Ledger.
—Esto es una mierda, te lo digo en serio —dijo—. Ya tenemos bastantes cosas de verdad que comprobar, pero es que desde que el caso salió en los medios de comunicación estamos hasta el cuello de pistas malas. Ese artículo ha paralizado la investigación.
—A mí me lo vas a decir, Miguel.
—Lo sé, pero tú estás en París con Rook y quiero hacer todo lo posible por estropearte las vacaciones. Oye, igual consigo que Irons me aparte del caso y entonces Lauren y yo podemos largarnos a alguna parte. Hay una convención de Elvis en Atlantic City, podría hacer mi numerito pélvico.
—Pues antes de que te pongas el chándal de lamé dorado, necesito que me hagas una comprobación. —Le hizo jurar que no diría nada y le contó una versión abreviada de la conexión de Tyler Wynn con su madre y con Nicole. Después del tercer «joooder» de Ochoa, Nikki dijo—: A Wynn lo dispararon la noche antes del asesinato de Nicole. Quiero que contactes con control de aduanas y con las compañías aéreas para que te den los nombres de los pasajeros que llegaron a aeropuertos de París desde el JFK o el Newark el miércoles de la semana pasada. No te olvides de los vuelos con escala en Londres, Fráncfort o donde sea. Después mete los nombres en las bases de datos para ver si alguno está en la lista de sospechosos bajo vigilancia o tiene antecedentes de delitos de asalto o con armas de fuego. Haz lo mismo con la Interpol.
—¿Crees que puede ser el mismo asesino?
—No sé lo que creo, pero si hay alguna posibilidad merece la pena investigarla. No me gusta lo de que los modus operandi sean distintos, pero es posible que con Nicole usara un cuchillo porque no podía viajar con un arma de fuego.
—Sí, claro, como en Nueva York es tan difícil encontrar una pistola… —dijo el detective Ochoa—. Pero me pongo con ello. —Se aclaró la garganta y dijo—: Supongo que ahora me toca a mí darte la mala noticia.
—A ver.
—Es el guante.
—¿No han aparecido huellas?
—Peor todavía, lo que no aparece es el guante.
—¿Cómo?
—Acaba de llamar el capitán Irons desde el laboratorio. Ha ido esta mañana a presionarles para que le dieran los resultados y, no saben cómo, lo han perdido. —El silencio al otro extremo de la línea era tal que dijo—: Detective Heat, ¿estás ahí?
Todo lo que Nikki contestó fue:
—¿No saben cómo?
Rook dijo:
—¿No saben cómo? —Empleó el mismo tono de incredulidad cuando Nikki volvió al hotel y le contó lo ocurrido—. No creo que esa sea la explicación. Me pega más que lo haya perdido alguien.
—Ya estamos otra vez…
—¿Por qué dices eso?
—Porque ya te has puesto en modo «conspiración mundial». ¿Por una vez no podrías intentar hacer lo mismo que yo y atenerte a los hechos probados en lugar de imaginarte cosas?
—¿Quieres que hablemos de hechos probados, Nikki? Muy bien, perfecto. ¿Exactamente cuántas veces desaparece una prueba clave en una investigación de asesinato? —Nikki se limitó a mirarle—. Vale, olvida la pregunta. Pero es que esto es distinto. Esto apesta a juego sucio.
—O a incompetencia.
—Cada vez que oigo esa palabra pienso en una persona: Iron Man, el capitán de hierro.
—Supongo que tendremos que esperar a volver para comprobar si eso es así.
Nikki le quitó el envoltorio a una de las baguettes de jamón y queso que había traído Rook. Éste sin embargo tenía demasiadas cosas en la cabeza como para comer. Dejó el bocadillo después de darle sólo un mordisco y se puso a caminar por la habitación. Cuando Nikki le vio tocar con ímpetu la pantalla de su iPhone dijo:
—Espero que estés jugando a Apalabrados con Alec Baldwin, porque si sigues emperrado en desenmascarar a las fuerzas malignas del universo que han hecho desaparecer el guante, más vale que lo dejes.
—Paso del guante… por ahora. Estoy buscando en mis contactos.
—¿A quién?
—Igual a ti te gusta atenerte a los hechos probados —dijo Rook buscando provocarla con el empleo de sus propias palabras—, pero, como periodista de investigación que soy con no uno, sino dos premios Pulitzer en la repisa de mi chimenea…
—¿Dos, has dicho? —Nikki le dio otro mordisco a su bocadillo.
—… Me gusta verificar los hechos por mi cuenta —Rook dejó de pasar el dedo por la pantalla de su teléfono—. Ah, aquí está.
—Muy bien, señor Woodward. ¿O te gusta más Bernstein? ¿Qué es lo que estás planeando?
—Quiero confirmar lo que Tyler Wynn nos contó sobre que era de la CIA y que había reclutado a tu madre para la red de niñeras. Todo lo que nos dijo me parece que tiene sentido. Es más, su historia vendría a aclarar muchas cosas. No sé si tú piensas igual.
—Más bien sí. Pero ¿con quién vas a comprobarlo?
—Con un antiguo informador mío, de cuando estaba investigando para mi reportaje sobre Chechenia para First Press. Se llama Anatoly Kijé. Es increíble el tío, parece un personaje salido de El topo. Un espía de la vieja escuela al servicio de la SVR, que es como se llaman ahora los servicios de inteligencia rusos, es decir, la KGB. Todo el mundo está cambiando su nombre de marca: la KGB, el KFC…
—Rook…
—Perdón. Bueno, el caso es que mi colega Anatoly vive aquí, en París, y si hay alguien que pueda saber algo sobre Tyler, tu madre y más cosas de la red aquélla de espías, es él. De hecho, es posible que pueda iluminarnos sobre cuestiones con las que Tyler Wynn fue tan maleducado como para morirse antes de que le diera tiempo de contárnoslas. Descanse en paz.
—Vale. Supongamos que este tipo de la KGB…
—SVR.
—… Sepa alguna cosa, ¿por qué iba a contártela?
—Porque en la época en que estuve investigando aquí, à Paris, digamos que Anatoly y servidor cerramos unos cuantos bares. Nos hicimos íntimos. —Juntó dos dedos y después pulsó el icono de la pantalla de su teléfono—. No hay un día que tenga resaca y no me acuerde de él. —Levantó una mano pidiéndole a Nikki que guardara silencio, como si no fuera él quien no dejaba de hablar—. ¿Hola? ¿Es Imports International? —Le hizo a Nikki un guiño cómplice—. Sí, hola. Quería hablar con el jefe de la sucursal, por favor. El señor Anatoly Kijé. Sí, espero. —Le susurró a Nikki—: Me van a pasar con su asistente. —Después habló al auricular—: ¿Hola? ¿Eres Mishka? Ah ¿no? Entonces es que eres nueva. Hace tiempo que no llamo. Me llamo Jameson Rook y soy un viejo amigo de Anatoly. Resulta que estoy en París y quería saber si… Rook, Jameson Rook, eso es. Sí, espero.
Rook estuvo en espera lo suficiente para que Nikki se terminara su baguette. Lo suficiente para que Rook se cansara de dar vueltas y se sentara en una silla de la esquina de la habitación. Después, de repente, se puso en pie.
—¿Hola? ¿Sí? —Y frunció el ceño—. ¿De verdad? ¿Está seguro? Lo siento muchísimo. Sí, adiós.
Colgó y se dejó caer de nuevo en la silla.
Nikki dijo:
—No me digas que también le han pegado un tiro.
—Peor. Ha dicho que no conoce a ningún Jameson Rook.
Con respuestas que resolvían, al menos en parte, el misterio de la vida de su madre y sin nuevas pistas que seguir en París, Heat y Rook reservaron plazas en un vuelo que salía para Nueva York a la mañana siguiente. El caos y la incompetencia que habían hecho presa de su brigada de élite eran en gran parte la explicación a la prisa de Nikki por volver a casa. El capitán Irons encarnaba lo peor de los funcionarios públicos. Siempre había sido un burócrata con placa de policía, pero ahora que no estaba Nikki para frenarlo, sus chapuzas parecían no tener fin. Sí, por supuesto que en ocasiones hay pruebas, como un guante, que se pierden. Y también hay filtraciones a los medios de comunicación que entorpecen las investigaciones. Y, de vez en cuando, la peor detective de una brigada recurre a los favores sexuales para ascender en el escalafón a un puesto para el que no está capacitada. Lo raro es que estas cosas sucedieran todas a la vez en una sucesión perfecta de descomunales meteduras de pata. Incluso si seguía de permiso forzoso, Nikki decidió que estar más cerca de la comisaría le daría al menos la oportunidad de controlar los daños antes de que la investigación entera se fuera al garete.
Como no podía ser menos, Rook sugirió aprovechar su última noche en París para desconectar del caso. Nikki le preguntó:
—¿Te refieres a ignorar el hecho de que esta misma mañana hemos visto morir delante de nuestras narices a uno de los principales testigos del caso?
—Eso mismo —dijo Rook—. Y sí, lo siento, pero voy a decirlo: creo que al viejo Tyler le habría gustado vernos felices. A juzgar por las fotografías de esa caja, no era de los que desprecian una buena juerga.
Nikki accedió a la noche libre mentalmente. De hecho la agradecía, pero sólo si Rook se dejaba invitar a cenar en la que iba a ser su VRMNTEUC (Velada Romántica Mientras No Trabajamos En Un Caso).
—Cada vez me cuesta más entender esas siglas y eso que me las he inventado yo —dijo Rook—. Pero, por supuesto.
Le llevó a Le Papillon Bleu, una joya escondida en una callecita de Le Marais donde se podía cenar a la luz de las velas a base de mejillones y almejas frescas traídas del Port du Belon y escuchar jazz americano en vivo cantado con fuerte acento francés. Una asombrosa reencarnación francesa de Billie Holiday cantó I Can’t Give You Anything But Love con una voz que casi hacía olvidar la versión de Louis Armstrong. Casi.
Pidieron aperitifs y después de que Rook echara un vistazo a la carta y declarara que aquel lugar era todo un descubrimiento, Nikki le aseguró, sin que tuviera que preguntárselo, que era la primera vez que iba allí.
—¿Quieres decir que no traías aquí a tus novios?
—Pues no —dijo Nikki—. Claro que había oído hablar de Le Papillon Bleu, pero hace diez años, cuando era estudiante, no tenía dinero para comer en un sitio así.
Rook le cogió la mano por encima del mantel de lino recién planchado.
—Así que ésta es una ocasión especial.
—Eso desde luego.
Después de cenar pasearon de la mano dejando atrás los pintorescos comercios de Le Marais. Con las melodías de Our Love Is Here to Stay y Body and Soul todavía en la cabeza, terminaron en la Place des Vosges, una plaza inmaculadamente limpia rodeada por sus cuatro lados de casas de fachadas históricas con tejados de pizarra azul.
—Este sitio parece el tío rico de Gramercy Park —dijo Nikki mientras tomaban el sendero que conducía al jardín.
—Sí, pero sin los ataques por sorpresa de policías armadas con alfombras.
No había terminado de pronunciar esas palabras cuando escucharon un crujido de pisadas en la grava a su espalda y Nikki se volvió enseguida. Un hombre solitario renqueaba por la calle, fuera del parque, silbando para sí. Rook dijo:
—Tienes que tranquilizarte. Nadie va a venir a por nosotros. No en nuestra ROTA.
—¿ROTA?
—Vale, lo reconozco: estoy diciendo siglas al tuntún.
Estaban solos en el parque y Nikki le llevó hasta un banco bajo los árboles, donde se sentaron juntos entre las sombras, reclinados el uno en el otro. El tráfico de la ciudad flotaba en la distancia como un ruido de fondo, a sólo unas manzanas de allí pero amortiguado por la hilera uniforme de majestuosos edificios que rodeaban la plaza y por el suave rumor de las fuentes. Como hacían a menudo sin una palabra o una señal previa, se acercaron y se besaron. El vino y la cálida noche de abril perfumada por los árboles en flor liberaron a Nikki del peso de sus preocupaciones y se apretó contra Rook. Éste la rodeó con sus brazos y el beso creció en intensidad hasta que sus labios se separaron como si de repente hubieran recordado que también necesitaban respirar.
—Igual deberíamos volver al hotel —sugirió Rook.
—Pues sí. Pero es que no quiero moverme. Quiero congelar este momento.
Se besaron de nuevo y, mientras lo hacían, Rook le desabrochó a Nikki el primer botón de la blusa. Ésta alargó una mano y le tocó en la entrepierna. Al oírle gemir dijo:
—No creo que mi placa de policía de Nueva York nos libre de una multa por comportamiento poco decoroso.
—O por escándalo público —dijo Rook deslizándole una mano dentro del sujetador.
—Muy bien. Creo que esto puede ser mucho más interesante si lo hacemos en una cama. Vámonos.
Cruzaron el parque en silencio, entrelazados por la cintura. Mientras caminaban Rook notó cómo los hombros y los bíceps de Nikki se tensaban ligeramente. Dijo:
—Puesto que sigues dándole vueltas al caso, ¿por qué no me dices lo que estás pensando? Igual se nos ocurre una manera de incorporarlo a los preliminares y así darle emoción a la cosa. Con esposas, claro.
—¿Tanto se me nota?
—Por favor, quiero pensar que soy algo más para ti que un ingenioso hombre objeto. Pero no pasa nada si estás preocupada. Es un caso gordo.
—Lo siento, pero es que hay algo de hoy que tengo la sensación de haber pasado por alto y no consigo quitármelo de la cabeza, aunque no logro dar con ello. Y eso no suele pasarme. —La respuesta de Nikki era sólo una verdad a medias. Tenía la sensación de haberse saltado algo y eso la estaba volviendo loca. Pero lo estaba usando como excusa para no hablar de un problema de índole más profunda y personal al que llevaba dando vueltas todo el día.
Rook le tiró de la cadera de manera que chocara con la suya y así zarandearla un poco.
—Date un descanso, han sido muchas cosas juntas —Nikki asintió en la oscuridad de una manera que Rook no encontró muy convincente, así que mientras paseaban prosiguió hablando—: Lo que quiero decir es que, aparte del evidente torbellino por el que has pasado esta semana, algunas de las cosas que has descubierto sobre tu madre… Vas a necesitar un tiempo para digerirlas.
—Ya lo sé. —Sentía una opresión en la garganta y tragó saliva con fuerza, algo que no pareció servir de mucho. ¿Cómo podía Rook conocerla tan bien?, ¿cómo podían estar tan compenetrados que siempre lograba ver lo que escondía tras su coraza? A saber, que no era realmente la investigación de asesinato por sí misma lo que la tenía obsesionada. Lo que no sabía Rook, sin embargo, era hasta qué punto. No podía saber que, en aquel momento, Nikki no estaba paseando por un parque de cuento de hadas frente a la casa de Victor Hugo, abrazada a él mientras tarareaba Stardust desafinando en todas las notas. Mentalmente estaba todavía en aquella habitación de hospital aliviada por haber descubierto que su madre había sido una espía al servicio de su país y al mismo tiempo anonadada por aquellas palabras que no conseguía quitarse de la cabeza.
Aún podía ver a Tyler mirándola desde la cama. El antiguo agente de la CIA diciéndole que su madre había sido una espía de primera. Y cómo «la sensación de estar cumpliendo una misión la llenaba más que cualquier otra cosa. Más que la música, incluso».
Nikki completó mentalmente aquella afirmación: «Más que yo».
Oyó ruido de neumáticos derrapando. Una luz la cegó y la sacó de sus ensoñaciones. Les habían tendido una emboscada, estaban arrinconados en la esquina de una calle, atrapados entre dos Peugeot 508 oscuros, con cristales tintados y los faros alumbrándoles a la cara.
Rook se movió deprisa y con un gesto instintivo se colocó delante de ella. Pero había pisadas que se acercaban también por detrás. Nikki se giró y vio al hombre de antes, al que silbaba, correr hacia ellos; su cojera había desaparecido como por arte de magia. Otros cuatro —dos parejas de matones que salieron cada una de un coche— convergieron a ambos lados de Rook y Nikki e hicieron ademán de agarrarles. Nikki se llevó la mano a la cadera en un acto reflejo. Pero se había dejado la pistola en Nueva York.
En un santiamén dos de los hombres sujetaron a Rook y lo arrastraron a uno de los vehículos mientras que un tercero salió del asiento del copiloto y le cubrió la cabeza con una capucha negra. Heat logró esquivar al primero de los otros dos hombres, pero el que se acercó a ella por detrás, el silbador, le dio un golpe en la cabeza. Desorientada y sorprendida, notó los poderosos brazos de los otros dos matones envolverla en un abrazo de oso y levantarla en volandas. Pataleó, se revolvió y gritó, pero los hombres estaban en clara situación de superioridad.
La empujaron al asiento trasero del otro coche y, después de entrar ellos también, la encajaron entre los dos con sus anchas espaldas. Los gritos de Nikki se confundieron con el chirrido de neumáticos sobre la calzada conforme el Peugeot aceleraba. El coche circulaba a gran velocidad calle arriba cuando notó un intenso pinchazo en la parte superior del brazo.