El taxista conocía la dirección, el hospital Canard, en el barrio residencial de Boulogne-Billancourt, situado al oeste y uno de los más ricos de la ciudad. Echó un vistazo a la pareja sentada en el asiento trasero y les preguntó si se trataba de una emergencia. Los dos contestaron al mismo tiempo. Ella dijo que no, él que sí. Rook le preguntó entonces:
—¿Cómo dices que te ha descrito el ama de llaves de Wynn su estado?
Él se colocó una mano detrás de la oreja.
—Herida de bala de extrema gravedad.
—¿Y eso no es una emergencia?
Nikki estuvo de acuerdo y le dijo al taxista:
—Vaya lo más deprisa que pueda.
Pero el tráfico tenía otra idea del asunto. Además del romanticismo y el encanto, París tenía una hora punta matinal. El taxista no hacía más que pulsar el dial de la radio, como si sufriera un trastorno de déficit de atención e hiperactividad, sintonizando fundamentalmente emisoras de hip-hop francés y de música dance. Pero lo cierto es que el frenético chunda, chunda no se correspondía con la velocidad del taxi circulando paralelo al Sena. Cuando el coche se acercaba a un letrero que decía «Bois de Boulogne, 10 km» bajó el volumen de la música y preguntó:
—¿Han estado en el Bois de Boulogne? Es muy bonito, para pasear en plan romántico. Como Central Park en Nueva York.
Y de nuevo subió el chunda… chunda.
Rook le dijo a Nikki:
—Me encanta ese nombre. De hecho, voy a titular mi próxima novela romántica de Victoria St. Clair Le Chateau du Bois de Boulogne, que (corrígeme si me equivoco) podría traducirse más o menos como «El castillo del bosque de pasta boloñesa». Ya lo estoy viendo, va a ser un superventas en el extranjero.
El hospital estaba justo saliendo de la A-13 en un tranquilo vecindario lleno de consultas médicas y dentistas. Un edificio sorprendentemente pequeño, de cuatro plantas, el Canard tenía más aspecto de clínica privada de lujo que de gran hospital público.
—Es lo bueno de tener dinero —dijo Rook mientras dejaban atrás los primorosos setos y las jardineras con palmeras de camino a la entrada—. Verás como aquí no vemos a indigentes expirando en los pasillos de urgencias. Me apuesto algo a que incluso calientan los orinales.
Nikki señaló que las flores parecían haber funcionado el día anterior con los Bernardin, de manera que hicieron una parada en la pequeña tienda que había en el vestíbulo. Minutos después, armados con un ramo de peonías envuelto en celofán, rodearon la recepción y cogieron el ascensor hasta la segunda planta. Mientras subían Nikki dijo:
—No es que me queje, pero me sorprende que nos hayan dejado pasar sin más.
—Es por las peonías. Mi experiencia como periodista de investigación me dice que se puede pasar prácticamente cualquier control de seguridad siempre que lleves algo en la mano. Flores, un cartapacio… Y no te digo ya si estás comiendo algo, sobre todo si es de un plato desechable.
—Habitación 203 —dijo Nikki tras consultar lo que había apuntado en el hotel. Doblaron una esquina y a la puerta de la habitación 203 un policier de uniforme se levantó de su silla plegable y les cerró el paso. Heat le dio un codazo a Rook.
—No llevarás por causalidad un plato de alubias, ¿verdad?
El policía les dijo en francés que no estaban permitidas las visitas y Nikki le contestó, también en francés, que había hablado con el ama de llaves del señor Wynn, quien le había asegurado que podían verle.
—Hemos venido desde muy lejos —dijo Rook— y nos encanta su país.
El agente le miró despectivamente.
—Allez —dijo con expresión de que no le importaba tener un poco de acción y así romper la monotonía. Heat le enseñó su placa del Departamento de Policía de Nueva York, algo que nunca fallaba. El agente autóctono de la prefectura de extrarradio estudió la identificación extranjera con cuidado, comparando la fotografía con la cara de Nikki, moviendo rápido los ojos debajo de la visera de su gorra. En un francés fluido y perfecto como el de un nativo, Nikki le explicó que su madre, Cynthia Heat, había sido muy amiga de oncle Tyler y que el ataque a este podía estar relacionado con un caso de homicidio en el que estaba trabajando en Nueva York. El gendarme pareció intrigado, pero no cedió. Hasta que escuchó la débil voz del anciano por la puerta abierta de la habitación.
—¿Ha dicho… que es la hija de Cindy Heat?
—Sí, señor Wynn —dijo Nikki en dirección a la cortina amarilla pálida que separaba la cama—. Soy Nikki Heat y he venido a verle.
Tras una pausa seguida de un profuso carraspeo acompañado de flemas, la voz incorpórea dijo:
—Déjela pasar.
Los ojos del agente parpadearon, desconcertado ante la situación. Por fin, miró la identificación de Nikki una vez más, se la devolvió y dio un paso atrás para dejarles pasar. Mientras los dos entraban en la habitación le oyeron hablar por su walkie-talkie para cubrirse las espaldas.
A Nikki la escena que la aguardaba detrás de la cortina la retrotrajo directamente al febrero pasado en el hospital de Saint Luke’s Roosevelt, donde Rook se había debatido entre la vida y la muerte después de recibir un disparo. Tyler Wynn, con aspecto frágil y tumbado de costado para mantener la mitad de su espalda separada del colchón, la miró con ojos confusos y entreabiertos. Después consiguió esbozar una sonrisa con labios resecos.
—Dios mío —dijo—, mírate. Es como si me hubiera muerto e ido al cielo a encontrarme con mi querida Cindy. —Después asomó en sus ojos un brillo travieso—. Pero sigo vivo, ¿verdad? —Rio, lo que provocó de nuevo la dolorosa tos. Cuando el ataque cedió, inspiró oxígeno del tubo transparente que tenía debajo de la nariz—. Siéntense, por favor.
sólo había una silla y Rook la colocó junto a la cama para Nikki, con cuidado de no tocar el montón de cables que salían como serpientes de debajo de las sábanas de Wynn hacia una serie de monitores. Nikki explicó quién era mientras él se abría paso hacia los pies de la cama y el alféizar de la ventana, donde se apoyó.
—El periodista —dijo Wynn—. Ya sé quién es. Perdone que no me levante. —Alzó durante un instante los dos brazos, que tenía conectados a múltiples goteos intravenosos—. Disparos de bala y un corazón débil, una mala combinación.
—¿Me promete que cuando quiera que nos marchemos nos lo dirá? —preguntó Nikki.
Tyler Wynn se limitó a sonreír y dijo:
—Mira todas estas máquinas. Los franceses sí que saben hacer las cosas a lo grande, ¿no te parece? Gastronomía, cine, escándalos sexuales, les hôpitaux. Este país ha perfeccionado la medicina moderna, pero antes de eso, según me cuentan, operaban sin anestesia. Ni siquiera se lavaban las manos. Así que supongo que he tenido suerte, después de todo. —Acercó la cabeza apoyada en la almohada hacia Nikki y la miró fijamente—. ¿Todo el mundo te dice lo mucho que te pareces a tu madre?
—Todo el rato. Me lo tomo como un cumplido.
—Porque lo es. —La miró unos instantes más y añadió—: Le he oído decir al gendarme encargado de protegerme que estás investigando un homicidio.
—Sí, estoy en el Departamento de Policía de Nueva York.
—Leí el artículo. —Enarcó una ceja mientras miraba a Rook—. No sé por qué, pero me parece que aquel reportaje que escribió le salió a cuenta.
—No puedo quejarme —dijo Rook.
Eran tantas las cosas de las que Nikki quería hablar con Wynn, tantas las preguntas para las que necesitaba respuestas y así poder llenar las lagunas que había en la relación de aquel hombre con su madre… Pero una mirada le bastó para darse cuenta de que aquélla no iba a ser una visita larga, así que tomó la decisión de priorizar y empezar con los datos básicos del caso. Por desconsiderado que pareciera, lo primero y más importante era seguir con la investigación. Heat era una experta en dejar de lado lo personal. Eso podría esperar a la siguiente visita.
—Señor Wynn —empezó a decir, pero éste la interrumpió.
—Llámame Tyler, tío Tyler. Así es como me llamaba tu madre.
—De acuerdo, Tyler. Deduzco que puesto que tiene un agente protegiéndole, no han cogido a quien le disparó. ¿Tiene alguna idea de quién ha podido ser?
—Es un mundo de locos. Incluso en Europa la gente empieza a llevar armas.
—¿Le atracaron?
—No, sigo teniendo mi Rolex de oro. Si es que la enfermera del turno de noche no se lo ha llevado.
—¿Vio a quien le disparó?
Negó con la cabeza y después dijo:
—La expresión de tu cara es la misma que la del inspector que me entrevistó. Lo siento.
Desde la ventana Rook preguntó:
—¿Cuándo ocurrió eso?
El anciano miró al techo.
—Deme un minuto. He estado cuatro días inconsciente, así que no tengo muy claros los días. —Rook asintió—. El martes de la semana pasada, por la tarde. ¿Por qué?
Heat y Rook intercambiaron una mirada en la que reconocían la importancia de aquella información. Al margen de la diferencia horaria, había sido la noche anterior a que asesinaran a Nicole Bernardin.
—Estamos completando la información que tenemos —se limitó a decir Nikki—. ¿Cómo fue?
—No hay mucho que describir. Acababa de volver a mi apartamento de ver la última sesión de Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres en el Gaumont Pathé. Estaba saliendo del coche en el garaje y oí tres disparos a mi espalda y alguien que se marchaba corriendo mientras yo caía al suelo. Me desperté aquí.
Nikki había sacado su bloc de espiral lo más discretamente posible y había tomado algunas notas. Le hizo las preguntas que llevaba tanto tiempo haciendo en estos casos. ¿Había recibido amenazas recientemente? No. ¿Algún problema de negocios? No. ¿Celos de pareja?
—Ya me gustaría —dijo Wynn.
Tras agotar todas las posibilidades habituales, Nikki se llevó el capuchón del bolígrafo a los labios.
—Después del cine estuve tomando unas copas. Es posible que condujera mal y que alguien quisiera ajustar cuentas conmigo.
Aquello sonaba sospechoso. No sólo no se lo creyeron ninguno de los dos, sino que además olía a intento de dar esquinazo, como si Wynn quisiera dar por zanjado aquel asunto.
—¿Y un encargo? —preguntó Rook. Al principio a Nikki le pareció mal lo abrupto de la pregunta, pero al ver cómo cambiaba la expresión de Tyler Wynn se abstuvo de hacer ningún comentario.
—¿Perdón?
—Un asesinato por encargo. Es la impresión que me da a mí. ¿Quién puede tener motivos para neutralizarlo? Previo pago de su importe.
Empleaba la jerga de las operaciones clandestinas de los servicios secretos para resultar más impactante. Nikki tenía que reconocerlo, Rook sabía muy bien lo que hacía, sin retroceder pero tampoco atosigando a Wynn. Insinuando antes que afirmando nada. Como diciendo: yo lo sé y tú lo sabes, pero sin pronunciar esas palabras.
—Eso sería algo extraordinario, señor Rook —dijo Wynn sin negar nada.
—Para un banquero de inversiones internacional, sí —contraatacó Rook.
En ese momento Wynn había cedido terreno hasta llegar a un término medio, y allí fue donde Rook decidió quedarse, de momento. Dijo:
—Sería extraordinario querer asesinar a un simple banquero de inversiones. —Los dos hombres se sostuvieron la mirada en un auténtico pulso para ver quién cedía antes. Wynn fue el primero en parpadear.
—Agente Bergeron —dijo y cuando el policía se asomó por detrás de la cortina amarilla añadió—: Quisiera hablar en privado con mis amigos. ¿Podría, por favor, ir a buscar agua para estas flores y cerrar la puerta al salir?
El agente vaciló y después hizo lo que se le había pedido. Tyler Wynn cerró los ojos y permaneció tanto rato pensativo y en silencio, sin otro ruido de fondo que el pitido intermitente de su monitor cardiaco, que Nikki y Rook pensaron que se había quedado dormido. Pero entonces tosió para aclarar la congestión que tenía en el pecho y empezó su relato:
—Voy a contarte esto porque no sólo tiene que ver conmigo, sino que también está relacionado con tu madre.
Al oír aquellas palabras a Nikki le dio un vuelco el corazón. No se atrevió a interrumpir y se limitó a asentir con la cabeza, animándole a seguir.
—Y no es solo que después de haber pasado unos minutos contigo, Nikki, ya sepa que vas a ser discreta, también es que llegado este momento de mi vida, solo y claramente sin… infraestructura… para protegerme, no puedo seguir engañándome sobre las falsas lealtades.
Al escuchar la alusión a su discreción, Nikki tapó el bolígrafo y cruzó las manos sobre el bloc de notas. Rook siguió quieto, con los brazos cruzados, contando los pitidos del monitor.
—Durante muchos años, cuando era joven y más útil a la sociedad… —hizo una pausa y después reunió fuerzas para seguir adelante—, fui reclutado para servir a mi país como agente secreto. Dicho sin miramientos: fui un espía. Para la CIA. —Rook tomó aire y cambió de postura, cruzando las piernas a la altura de los tobillos mientras seguía apoyado. Wynn ladeó la cabeza en su dirección y dijo—: Claro que eso ya lo sabía el señor Rook. Otra razón más para no seguir con la farsa, porque el espionaje es eso precisamente, una farsa. Más ruido que nueces. Nos inventamos historias y luego actuamos como si fueran ciertas. Y tiene razón, enviarme a Europa como banquero de inversiones me proporcionaba un camuflaje perfecto. Mejor todavía, me daba acceso a sitios donde podía obtener información. Nada como hacer rica a la gente, nada como abrirles unas cuantas puertas para que no te hagan demasiadas preguntas sobre uno mismo.
Se volvió hacia Nikki.
—Estaba a cargo de lo que en el cuartel general llamaban la «red de niñeras». La llamaban así porque se me ocurrió algo ingenioso. Con tantos contactos influyentes como había conseguido mediante el negocio que me hacía de tapadera, empecé a reclutar y a colocar a niñeras en casas de diplomáticos y otros sujetos de interés previamente seleccionados para que les espiaran y luego me informaran. La sencillez de la idea la superaba sólo el éxito de los resultados. Una vez las niñeras se integraban en la familia, no sólo escuchaban, también ponían micrófonos ocultos y, en algunos casos, sacaban fotografías fuera con información interesante o, sí, también para hacer chantaje con ellas. —Sonrió a Nikki—. Veo que no te sorprende. Sospechabas algo así, ¿verdad?
Nikki notaba perlas de sudor en el pecho y también en la zona lumbar, donde su espalda estaba en contacto con la silla de plástico.
—Me parece que sí. —Su voz le sonaba como si fuera de otra persona.
—El director estaba tan encantado con los secretos que estaba descubriendo que me ordenaron ampliar mis operaciones. No olvidemos que estamos hablando de la década de 1970. La Guerra Fría no había terminado. Estaba la guerra de Vietnam. El IRA. El Muro de Berlín. Carlos el Chacal estaba secuestrando a ministros de la OPEP en Viena. En Moscú se firmaban los acuerdos SALT. La monarquía griega había sido derrocada, las células rojas durmientes de China empezaban a integrarse dentro de Estados Unidos. Y la mayoría de los que participaban en todas estas cosas tarde o temprano pasaban por París.
Lo genial de la red de niñeras era que podía expandirla sólo con reclutar más niñeras y au pairs. Añadí un mayordomo, después algunos cocineros, luego profesores de inglés y, sí, también a Cindy Heat, profesora de música. Una de las compañeras de clase de tu madre, Nicole Bernardin, me había hecho algunas labores de espionaje excelentes y me ayudó a reclutar a Cynthia un verano que vino de visita.
Heat y Rook se volvieron lentamente el uno hacia el otro. Ninguno quería hacer perder a Wynn el hilo de la conversación hablando y ambos se volvieron de nuevo hacia el anciano. Nikki escuchó voces procedentes del pasillo y confió en tener algo de tiempo antes de que la versión francesa de la enfermera de Alguien voló sobre el nido del cuco los echara de allí a patadas.
—La primera misión de tu madre era importante y la cumplió de maravilla. En el verano de 1971 empezó una ronda de negociaciones secretas para poner fin a la guerra de Vietnam.
—La Conferencia de París —dijo Rook, incapaz de contenerse.
—Exacto. Me enteré de que el embajador de cierto país del bloque soviético, un comunista de boquilla para el que había hecho algunas inversiones en secreto, iba a recibir en su casa a la familia de uno de los negociadores de Vietnam del Norte. Los norvietnamitas tenían un hijo que quería perfeccionar sus estudios de piano. —Nikki recordó la caja de su madre y la fotografía de ésta con una familia asiática a la puerta del Bolshoi—. Mandé a Cindy a la casa del embajador para que diera clases de piano al chico durante el verano. El muchacho dio un recital excelente y tu madre nos pasó una información crucial que ayudó a Kissinger a hacerse valer en la mesa de negociaciones. Deberías estar orgullosa.
—Lo estoy —dijo Nikki—, y además me ayuda a comprender el cambio que sufrió mi madre cuando vino aquí.
—¿Te refieres a que renunció a su carrera como concertista de piano? Después de unas cuantas misiones no había quien la parara. No sólo aceptó empleos como profesora de música aquí, en París, sino que durante años estuvo viajando por Europa, escuchando e informando, escuchando e informando —repitió—. Ya fuera por patriotismo o porque el trabajo le resultaba emocionante, el caso es que era una espía extraordinaria. Me decía que la sensación de estar cumpliendo una misión la llenaba más que cualquier otra cosa. Más que la música, incluso.
Después de procesar esta información, Nikki dijo:
—Debió de pasar por muchas situaciones de peligro.
—A veces sí. Pero también disfrutaba con esa parte. Cynthia era valiente, pero tenía más cosas. Dedicación. Una determinación singular que le hacía destacar en todo. En la preparación, en el cálculo de los riesgos y en la ejecución. Cubría todos los campos y no dejaba nada al azar.
Alargó la mano para coger el vaso de papel. Nikki se levantó y le ayudó a beber con una pajita.
—Gracias. —Wynn esperó a que Nikki estuviera sentada—. Claro que todas las cosas buenas se acaban. Conoció a tu padre, se casó y nos dejó para irse a Estados Unidos a criarte.
Sus labios, humedecidos por el agua, esbozaron una sonrisa sarcástica.
—¿Qué? —preguntó Nikki.
—Pues que éste es un trabajo del que nunca puedes retirarte del todo. En los años ochenta el mundo seguía siendo un polvorín. Al igual que París, Nueva York era terreno abonado para tareas de inteligencia. En 1985 viajé a Manhattan y volví a reclutarla.
En 1985… Nikki ladeó la cabeza y miró detenidamente a Wynn, buscando la misma conexión que había intentado establecer sin éxito la primera vez que había visto su fotografía, el día anterior.
El anciano sonrió de nuevo, pero esta vez sin sarcasmo. Solo nostalgia.
—También me acuerdo de ti, Nikki. Tenías cinco años cuando visité a tu madre y me tocaste el allegro de la sonata número 15 de Mozart. Incluso te grabé en vídeo.
—Precisamente vimos ese vídeo la otra noche —dijo Rook.
Nikki asintió, no tanto para transmitir que estaba de acuerdo con Rook como para permitirse el consuelo que le producía tender un nuevo puente a su pasado.
—Todavía me parece estar viéndote —dijo el anciano.
—¿Así que dice que volvió a fichar a su madre para que se infiltrara en las casas de personas de Nueva York? —preguntó Rook.
—Y alrededores, sí.
—Pero usted estaba en la CIA. ¿No es ilegal el espionaje en terreno nacional?
—No lo es si lo haces bien. —Wynn se rio de su propio chiste hasta que la risa le provocó una mueca de dolor. Buscó entre las mantas el botón de la morfina conectado a un goteo intravenoso y lo presionó dos veces con el pulgar—. Ya no sé si me hace efecto —dijo, y se concentró en respirar profundamente. Luego, cuando se tranquilizó, terminó lo que estaba diciendo—: He de decir que cuando volvió tu madre resultó igual de eficiente.
Nikki, al haber llegado por fin adonde tanto había deseado, le preguntó:
—Tyler, ¿estuvo haciendo de espía para usted hasta el último momento? Quiero decir, ¿hasta que fue asesinada?
Su cara se ensombreció por el recuerdo.
—Sí.
—¿Puede darme más detalles? ¿Algo que me ayude a encontrar a quien la mató?
—Por entonces Cindy estaba trabajando en varios proyectos. —Wynn levantó un brazo y con él las vías intravenosas, a continuación se llevo el dedo índice a la sien y sonrió travieso—. Todavía los tengo todos aquí. Llevo muchos años fuera del negocio, pero no se me ha olvidado nada. No debería contarte en lo que andaba metida, pero lo voy a hacer. En primer lugar, porque no me queda mucho tiempo y quizá sea de las pocas personas que pueden ayudarte. Este negocio ha perdido el factor humano. Nadie aprecia ya los talentos de un hombre como yo, no cuando tienes aviones no tripulados. Pero sobre todo te lo voy a contar porque se trata de mi Cynthia. No tengo ni idea de quién es ese hijo de perra, pero quiero que lo cojáis de una puñetera vez. —La emoción pareció animarle, pero no sin cobrarse un precio. Se acercó el tubo de oxígeno a la nariz y aspiró mientras Nikki y Rook esperaban impacientes—. Creo que lo que pasó es que tu madre descubrió algo delicado y alguien la quitó de en medio antes de que pudiera informar de ello.
—¿Algo cómo qué? —preguntó Nikki.
—Eso no lo sé. ¿No te fijaste en si se comportaba de manera distinta? Si cambió algo de su rutina, por ejemplo, si empezó a tener reuniones a horas que no eran normales.
—Justo antes no lo sé, porque yo estaba en la universidad. Pero sí tenía muchas reuniones a horas raras. De hecho aquello se había convertido en un asunto incómodo en casa.
—Gajes del oficio, me temo. —Wynn la miró pensativo y preguntó—: ¿La viste intentando esconder algo o encontraste alguna llave que no abriera nada? ¿Se compró una cajonera nueva o algo así?
—No, lo siento. No me fijé.
Rook intervino:
—Cuándo dice que alguien decidió quitarla de en medio, ¿se refiere a uno de sus clientes, a la familia a la que estaba espiando o a otro espía que quería lo que ella tenía?
—A todos. Cuando ocurre algo así pueden venir a por ti de todas partes.
La posible conexión a la que Nikki había estado dando vueltas ya no podía esperar más.
—Ha mencionado a Nicole Bernardin. ¿Es posible que fuera ella quien se volvió en su contra y la matara?
Wynn movió la cabeza con vehemencia.
—No, eso está fuera de toda duda. Nicole quería a Cindy. Eran como hermanas. Nicole Bernardin habría dado la vida por tu madre. Habla con ella, ya verás. —Entonces leyó algo en sus caras—. ¿Qué?
—Tyler, siento tener que decirle esto —dijo Nikki—: Nicole está muerta.
Los ojos se le abrieron de par en par y se quedó boquiabierto.
—¿Nicole? ¿Muerta?
—También la han asesinado.
—No.
Nikki se alarmó al ver lo alterado que estaba.
—Quizá deberíamos hablar de esto en otro momento.
Hizo ademán de levantarse.
—No, cuéntamelo, cuéntamelo ahora. —Con gran esfuerzo, se incorporó sobre un hombro—. No os vayáis. Por favor, necesito saberlo.
—Muy bien, pero, por favor, tranquilícese.
No lo hizo. La conmoción y la incredulidad dieron paso a la ira.
—¿Quién la mató? ¿Cómo? ¿Cuándo?
—Tyler, por favor —dijo Nikki. Se acercó más a la cama y apoyó una mano sobre él mientras Rook iba por el otro lado para ayudarle a recostarse de nuevo en las almohadas. Wynn se dejó hacer y pareció tranquilizarse, al menos en apariencia, aunque su respiración seguía siendo entrecortada.
—Contádmelo, estoy bien. ¿Veis? —Forzó una sonrisa y luego se puso serio—. Es lo justo. Yo he confiado en vosotros.
Nikki dijo:
—A Nicole la apuñalaron la semana pasada en Nueva York. El día después de que lo atacaran a usted.
Tyler Wynn cerró con fuerza los ojos y su cara se contrajo en una mueca.
—No… —dijo con voz ronca mientras ladeaba la cabeza de un lado a otro como delirando. Entonces abrió los ojos y empezó a toser. Entre toses dijo—: No…, todavía siguen…
—Tiene que intentar calmarse —dijo Rook y a continuación le preguntó a Nikki—: ¿Dónde está el botón para llamar a la enfermera?
—¡No, a Nicole también no! —aulló Wynn incorporándose de nuevo sobre un hombro y jadeando, mientras el blanco de sus ojos resaltaba contra las pupilas descontroladas. El ritmo del monitor cardiaco empezó a descender.
—Voy a buscar al agente —dijo Nikki, pero, cuando se estaba girando, la cortina se ahuecó por la puerta que se abría y entró una enfermera.
Al ver al paciente corrió hacia él. Nikki y Rook se apartaron para dejarle hacer su trabajo, pero incluso mientras la enfermera le atendía, Wynn gemía con voz ronca y se retorcía con las manos en el pecho. Una alarma se disparó en el monitor y los gráficos verdes que reflejaban su ritmo cardiaco empezaron a subir y a bajar al tiempo que los pitidos se hacían más seguidos. La enfermera pulsó un botón.
—Code bleu, salle deux-zero-trois, rapidement. Code bleu, salle deux-zero-trois.
Voces apremiantes y el sonido de ruedas de goma arañando el suelo de linóleo se oían cada vez más cerca. Un brazo apartó la cortina separadora. Entró el equipo cardiaco, un médico y una enfermera con un desfibrilador. La enfermera hizo un gesto a Nikki y a Rook indicándoles que se retiraran hacia la ventana:
—Reculez-vous, s’éloigner.
Los dos se quedaron pegados a la pared mientras el equipo médico respondía a la situación de emergencia. El médico comprobó las constantes vitales.
—Vingt joules —dijo.
La enfermera con el desfibrilador sacó los electrodos y giró un dial. Oyeron un tono ascendente y apenas audible que indicaba que las palas se estaban cargando. Con voz serena, el médico dijo:
—Au loin.
Todos se separaron del paciente mientras se le aplicaba la descarga en el pecho. El cuerpo entero de Tyler sufrió una sacudida.
La cara de Rook era una mueca de dolor, pues recordaba lo cerca que había estado también él de la muerte. A su lado Nikki susurró:
—Vamos. —Y luego, cuando la pantalla se quedó plana y la señal monótona de ausencia de actividad cardiaca llenó la habitación, le apremió de nuevo—. Vamos, Tyler, vamos.
Pero la asistolia en el monitor persistía. El médico ordenó aumentar la descarga:
—Au loin.
El equipo se apartó. Tyler se agitó de nuevo en la cama. Nikki escrutó la pequeña pantalla en busca de un pico ascendente en la línea color verde. Nada.
Le dieron otra descarga en el pecho. El equipo médico no decía nada, pero en sus ojos se leía la falta de esperanza. Nikki reparó en que tenía las uñas clavadas en las palmas de las manos y relajó los puños. El médico aumentó de nuevo el voltaje, pero la siguiente descarga no tuvo ningún efecto. Lo mismo que la siguiente.
Nikki y Rook miraron con tristeza e impotencia mientras aquel hombre al que acababan de conocer y con el que empezaban a encariñarse seguía sin responder, con las respuestas clave a las preguntas más trascendentes de Nikki encerradas en aquella cabeza que se había tocado de forma traviesa solo unos minutos antes.
Después de múltiples intentos, primero el médico y a continuación su equipo consultaron el reloj de la pared. El médico escribió la hora exacta. Una enfermera desenchufó el desfibrilador y enrolló los cables de las palas. La otra alargó la mano hasta el monitor cardiaco y apagó un interruptor.
El pitido penetrante cesó y la línea plana desapareció, dejando un rastro verde horizontal y efímero en la pantalla. La enfermera miró con simpatía a Nikki y a Rook sin que fuera necesaria traducción alguna. Después se volvió para cubrir el cadáver de Tyler Wynn.
Despacio y con delicadeza fue tapándole con una sábana. Para Nikki aquello fue como si la puerta de acero a la cámara secreta se le cerrara en las narices.