Mujer congelada arroja nuevas pistas sobre caso abierto
Exclusiva de Ledger
Por Tam Svejda, redacción de Nueva York
Como si la noticia del descubrimiento la semana pasada del cadáver congelado de una mujer en el interior de un camión de refrigeración en el Upper West Side no fuera suficientemente estremecedora, ahora se ha producido en este escabroso caso una nueva vuelta de tuerca. Fuentes exclusivas a las que ha tenido acceso Ledger y que están al tanto de la investigación policial confirman que la víctima apuñalada y desconocida no sólo ha sido identificada como Nicole Aimée Bernardin, ciudadana francesa con domicilio en Inwood, sino que la maleta en cuyo interior la encontró la policía perteneció en otro tiempo a una víctima apuñalada en circunstancias similares en un caso de 1999 que continúa sin resolver. Los dos asesinatos dieron ayer un giro insólito cuando los investigadores descubrieron que madame Bernardin conocía a la primera víctima, Cynthia Trope Heat, apuñalada en su apartamento de Gramercy Park la víspera de Acción de Gracias hace diez años. La hija de la señora Heat, la detective de homicidios de la Policía de Nueva York Nikki Heat, atractiva agente convertida recientemente en modelo de portada de revista en un reportaje dedicado a «lo mejor de Nueva York», ha sido designada para dirigir la investigación por el capitán de comisaría Wallace Wally Irons, cuyo acierto a la hora de elegir a Heat ya ha dado sus frutos. ¿Son estas dos muertes mera coincidencia u obra de un asesino en serie? No hemos podido contactar con el capitán Wallace para conocer sus impresiones, pero esta periodista se atreve a formular una hipótesis: los casos abiertos, mejor cerrarlos de dos en dos.
Heat dobló el periódico y lo dejó en el asiento con violencia. Rook raras veces la había oído decir palabrotas, pero quizá había llegado el momento.
—Qué asco —dijo. Los músculos de su barbilla se contrajeron y los labios palidecieron de tanto como los apretaba.
Rook debería haber mantenido la boca callada, pero no lo hizo.
—Por lo menos lo que dice es verdad.
—Ni se te ocurra —empezó a decir Nikki, pero entonces le vino algo a la cabeza y le miró pensativa. Rook sabía por qué. No era la primera vez que se las veían con aquella periodista.
—No, yo no soy la fuente de Tam Svejda. —Pero Nikki siguió mirándole fijamente y Rook se sintió igual que aquellos criminales reincidentes a los que había visto quedarse pegados a la silla en la sala de interrogatorios—. En primer lugar, ¿cuándo iba a hacerlo?
—Durante tu sesión de Google esta madrugada.
—Sí, ya. —Le cogió el Ledger y miró la parte superior de la portada—. Para entonces esta edición ya estaba cerrada. —Se lo devolvió—. Además, ¿qué motivos iba a tener?
Aquello pareció frenar a Nikki, pero no logró hacerla desistir.
—Bueno, tú y esta Tam Svejda, la checa despampanante…
—… Somos viejos conocidos, sí. Pero sólo que me acostara con ella un par de veces no me convierte en fuente de todas sus exclusivas.
—Me dijiste que una vez lo fuiste.
—Tú lo has dicho —sonrió—. Una vez, en una galaxia muy, muy lejana. —Cuando Nikki pareció ablandarse un poco añadió—: ¿Quieres que la llame?
—No. —Sin embargo, después de pensárselo rectificó—: Sí.
Pero su mirada decía no.
La ciudad aún no había recuperado el ritmo normal desde el terremoto y un nuevo problema de infraestructuras obligó al coche a desviarse por el puente de Queensborough para cruzar el East River porque las autoridades habían cerrado el que llevaba al centro de la ciudad. El conductor sintonizó la emisora 10-10 WINS, que informaba de que el cierre se debía a una acumulación de agua en el interior del túnel producto de una fuga de procedencia misteriosa.
—Fugas. De agua, de información… Esta mañana las tenemos todas —dijo Rook, pero a Nikki no pareció hacerle gracia.
Después de dejar a Rook en la acera frente a las oficinas de The New York Ledger, en el centro de la ciudad, Heat continuó hasta la comisaría 20, donde la recibió el runrún de los miembros de su brigada trabajando en las tareas asignadas. Vio a Sharon Hinesburg cerrando a toda prisa la ventana de la tienda online de botas UGG en su ordenador y pulsando el botón que oculta las pestañas abiertas en Internet para volver a la página de la base de datos de huellas dactilares.
—Ayer te echamos de menos, detective Hinesburg.
—Eso he oído. Es lo que me pasa por no tener el teléfono encendido el sábado por la noche.
—No, perdona. Es lo que me pasa a mí cuando uno de mis detectives está ilocalizable, y eso no puede ser. ¿Queda claro? —Hinesburg contestó con un saludo militar exagerado que, como casi todo lo que hacía, cabreó sobremanera a Nikki. Sin embargo lo dejó pasar, puesto que ya le había dicho lo que tenía que decirle. La puso a trabajar en la comprobación de las lecturas de teléfono de Nicole Bernardin para ver si encontraba algo y siguió hasta su mesa.
Para su decepción, la única novedad en la sala era que el trabajo seguía en marcha. Todos los informes —sobre huellas dactilares en la casa de Inwood, la investigación de las actividades como headhunter de Bernardin para acceder a sus datos fiscales, los extractos de sus tarjetas de crédito— o bien no traían nada, o bien estaban retrasados o carecían de pistas que resultaran útiles. En cualquier otro caso, echaría mano de su inteligencia y su experiencia acumulada a lo largo de los años para tener presente que es imposible encontrar el hilo conductor hasta que este asoma. Se diría que los casos se resuelven a base de trabajo duro y paciencia. Pero aquélla no era una investigación cualquiera. Aunque había logrado no sólo identificar a la víctima, sino encontrar una conexión decisiva entre aquel caso y el de su madre, Nikki quería avanzar más e inmediatamente, a ser posible. Ya llevaba diez años siendo paciente.
Rook entró con una sonrisa y un café con leche.
—¿Te has enterado de quién le ha filtrado la información a Tam? —le preguntó Nikki en voz baja mientras la conducía hacia la cocina.
—Sí. Y ni siquiera he tenido que acostarme con ella. Simplemente la engañé haciéndole pensar que ya lo sabía. No sé si te has dado cuenta, pero Tam Svejda no suele ser la más lista de la habitación, ni siquiera cuando está sola.
—Muy agudo, Rook. Guárdate el ingenio para tu próximo artículo. Lo único que quiero saber es quién. —Heat inspeccionó la zona para asegurarse de que nadie les oía—. Ha sido Irons, ¿verdad? Está clarísimo.
—Bueno… Ya estás con tus ridículas teorías conspiratorias.
—Muy bien. Tú ríete.
Rook se acarició la barbilla con teatralidad disfrutando de la oportunidad de contestar a la detective con sus propias palabras.
—Prefiero centrarme en los hechos en lugar de perder el tiempo con lo que es una mera corazonada.
—¿Quieres que te ponga el café de sombrero?
—Fue Sharon Hinesburg.
Heat seguía sopesando qué hacer con aquella información cuando Irons la convocó a su despacho acristalado para que le pusiera al día. Aunque Nikki sabía que la capacidad de prestar atención de su superior era limitada y por eso se limitó a exponer el caso a grandes rasgos, el capitán no tardó en cambiar de tema.
—Desde que le llamé ayer desde Boston para contarle lo que Rook y yo habíamos averiguado sobre la mujer sin identificar y su relación con mi madre, nos hemos centrado en descubrir todo lo posible sobre Nicole Bernardin.
—¿Comieron marisco?
—¿Cómo dice, capitán?
Irons se reclinó en su silla y los muelles rechinaron bajo su peso.
—Cómo me gusta la crema de mariscos que hacen en Boston. Sí, señor, el Legal Seafood es parada obligatoria.
—Sí, es bastante famoso —dijo Nikki, pero sólo para mantenerle entretenido mientras ella seguía con la investigación del doble homicidio—. Así que ahora que hemos identificado a Bernardin, tenemos nuevas posibilidades que explorar. Las pruebas forenses que hemos obtenido de su casa son limitadas, pero podemos investigar otras facetas suyas a través de sus cuentas bancarias, su trabajo y su vida personal. Todavía no hemos tenido resultados, pero…
—¿Rook ha escrito algo en el viaje?
—¿Perdón?
—¿Hay algún artículo nuevo previsto? —Irons se enderezó en la silla mientras el esqueleto metálico volvía a protestar—. Es que el otro día mencionó que igual escribía una segunda parte del otro. —Después de todo, era posible que la capacidad de atención del capitán no fuera tan limitada. Quizá la dedicaba a otras cosas—. ¿Ha leído lo que decían de mí en el periódico esta mañana?
—Sí. De hecho, señor…
—Debería enseñárselo a Rook. Que vea que hay otros periodistas deseando hincarle el diente a este asunto.
A Nikki no le pasó desapercibido que el principal valor que para Irons tenía el artículo era que lo mencionara a él.
—Rook no sólo conoce el artículo, señor, sino que sabe que la información procede de una filtración. De dentro de nuestra brigada.
—¿Alguien de aquí se ha ido con el cuento al Ledger? —Irons ladeó la cabeza y miró por encima del hombro de Nikki a través del cristal que daba al despacho abierto—. ¿Se sabe quién?
Delante de cualquier otra persona Nikki lo habría negado.
—La detective Hinesburg —dijo.
—¿Sharon? ¿Está segura?
—Sí, señor.
—Vaya. Bueno, tenían que sacarlo de alguna parte. —Se llevó a los labios la taza de café, al parecer sin inmutarse por la filtración y confirmándolo después de tragar de forma ruidosa—. Igual hasta es mejor que se sepa.
—No estoy de acuerdo, capitán. —A Heat no le gustaba la expresión de autocomplacencia que vio en el rostro de Irons una vez hubo pronunciado aquellas palabras, pero aun así siguió hablando—: Este caso está en un punto en el que no nos interesa que se haga público y se convierta en un circo mediático. No antes de que hayamos podido investigar todas las pistas.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué tal va la cosa, detective? —La sonrisa del capitán no hacía más que empeorar el comentario de mal gusto, tal y como Nikki lo veía. No sólo era despectiva, sino que delataba cerrazón mental.
—Como le estaba contando…, hasta el momento va despacio. Pero siendo realistas… —Hizo una pausa para darle énfasis a la cosa, sabedora de que su superior era básicamente un burócrata. De manera que le dio una versión del mismo discurso que se había dado a sí misma minutos antes—, si queremos hacer las cosas bien, tenemos que ser pacientes, trabajar con tesón y comprender que todavía estamos en una fase muy preliminar.
—Ja. Este caso lleva diez años atascado. —Deslizó un ejemplar del Ledger sobre la mesa, en dirección a Nikki—. El artículo dice la verdad. Más nos valdría cerrar los dos casos. —Se levantó dando a entender que la reunión había terminado—. Que la información circule, a ver si la publicidad trae algo bueno.
«Seguro —pensó Nikki—. Como, por ejemplo, quince minutos de fama para el capitán».
El teléfono de Sharon Hinesburg sonó cuando Nikki pasó a su lado. Escuchó a la detective decir que iba enseguida y a continuación desapareció en el cubículo de cristal del capitán cerrando la puerta detrás de ella. Nikki se sentó a su mesa a leer unos documentos, pero no pudo resistir el impulso de darse la vuelta para poder controlar el despacho de Irons por encima de los papeles. Los Roach se acercaron a hablar con ella.
—Sólo para que lo sepas —dijo Ochoa—. No he sacado nada sobre Bernardin ni relativo a denuncias por acoso ni a órdenes de alejamiento. Nada. Su peluquero libra los lunes, pero está encantado de vernos, así que me voy ahora al West Village a ver si tiene algo que nos pueda ser útil.
—Bien, ya me contaréis —dijo Nikki, pero los dos detectives no parecían haber terminado, así que esperó.
Raley carraspeó.
—Ya sé que no te gustan los cotilleos.
—Pues no.
—Pero necesitas saber esto —dijo Ochoa—. Cuéntaselo, colega.
—Se están acostando —susurró Raley lo más bajo que pudo. No se volvió, pero hizo una seña con los ojos en dirección a Irons y Hinesburg. Nikki miró a la pareja en el despacho y vio a Irons agitando un dedo delante de la detective Hinesburg, pero los dos parecían estar pasándolo en grande—. Cuando venía hacia aquí esta mañana vi a Wally dejarla en la esquina con la avenida Amsterdam para que no los vieran llegar juntos.
Heat recordó cómo Rook y ella hacían paripés similares antes de que lo suyo fuera público, pero dijo:
—Eso no quiere decir nada.
—Antes de que ella saliera del coche se dieron un beso. De los de exploración de amígdalas.
Ahora, que Sharon Hinesburg no se hubiera presentado el domingo y que hubiera filtrado a la prensa una información en la que Irons aparecía como un héroe cobraba sentido de una manera que encolerizó a Heat. En primer lugar estaba furiosa por tener que cargar con Hinesburg. También porque Irons se hubiera saltado las reglas y tuviera una aventura con una detective de la brigada. Y también porque, como resultado de ello, se había creado una dinámica perniciosa en la unidad que hacía peligrar la investigación. Pero, sobre todo, estaba furiosa consigo misma, por no haberlo visto venir.
—Ya sabéis lo que opino de los cotilleos. Así que ni una palabra más. —Enseguida añadió—: Pero mantenedme informada.
Mientras los Roach se alejaban, Rook se acercó a su mesa.
—¿Le has dicho que fue Hinesburg? —Nikki asintió—. ¿Crees que le va a echar la bronca?
—Sí, vamos, una cosa mala…
—Escucha, Nikki. Otra cosa que te quiero decir sobre la filtración. —Y le habló de la misma preocupación que tenía ella desde que había leído el artículo en el coche—: Supongo que tu padre lee los periódicos y ve las noticias, ¿no?
Nikki asintió muy seria, se sacó el móvil del bolsillo y después recorrió el despacho abierto con la mirada.
—Si me necesitáis estoy fuera —dijo—. Tengo que hacer una llamada personal.
Heat regresó a la comisaría diez minutos más tarde oliendo a aire fresco y le preguntó a Rook si le apetecía darse una vuelta hasta Scarsdale. Éste se limitó a contestar: «Claro», por miedo a que cambiara de parecer sobre lo de llevarle a conocer a su padre. Pero cuando cruzaban Broadway en el coche sin distintivo policial en dirección a la autopista del West Side se sintió lo bastante seguro como para arriesgarse y dijo:
—¿Puedo decirte que me ha sorprendido que me invitaras a venir?
—No te hagas ilusiones. Te estoy utilizando. —Nikki hizo el comentario sin mirarle porque simulaba prestar gran atención a la carretera en lugar de a él—. Te he traído a modo de distracción, por si la situación se pone incómoda.
—Un gran honor, a fe mía. Gracias. ¿Cómo de incómoda?
—Con un poco de suerte no lo sabrás.
—¿Tan mal os lleváis? —Por toda respuesta, Nikki se encogió de hombros, así que Rook insistió—: ¿Hace cuánto que no le ves?
—Desde Navidad. Nos vemos por nuestros cumpleaños y en las fiestas importantes. —Por una vez Rook dejó que el silencio hiciera su función, aunque estaba claro que había que llenar las pausas embarazosas—. Nuestra relación es más bien a distancia. Ya sabes, regalos electrónicos en lugar de regalos. Yo creo que los dos estamos cómodos. —Nikki se pasó la lengua seca por los labios y se concentró de nuevo en la carretera. O al menos simuló que se concentraba.
—¿No tenías que haber cogido ese desvío? —preguntó Rook. Heat resopló entre dientes y cogió la rotonda para volver a la salida que se había pasado por estar distraída. Rook esperó a que se hubiera incorporado al carril adecuado. Por la ventanilla de Nikki, al oeste, vio nubes de tormenta que se formaban como coliflores gigantes al otro lado del Hudson—. ¿Siempre habéis estado tan distanciados?
—Tanto no. No ayudó mucho que mis padres se divorciaran cuando yo estaba pasando mi semestre en el extranjero en mi época de universitaria. No me lo dijeron hasta que volví y para entonces mi padre ya se había mudado.
—¿Eso fue el verano antes de…? —No terminó la frase.
—Sí. Se fue a uno de esos edificios de apartamentos amueblados, The Oak, en Park Avenue. Después, cuando mataron a mi madre, no pudo superarlo. Dejó el trabajo, se marchó a las afueras y montó un pequeño negocio inmobiliario.
—Tengo muchísimas ganas de conocerle, por fin. Esto es muy importante para mí.
—¿Y eso?
—No sé… Digamos que para las relaciones futuras.
En esta ocasión Nikki sí le miró.
—Echa el freno, madaleno. Esta visita es sólo para contarle en persona las novedades del caso. No es…, no sé lo que no es.
—¿El padre de la novia?
—Cállate ahora mismo.
—Cuarta entrega. Diana Keaton obliga a Steve Martin a hacerse una limpieza de colon justo antes de la boda. Puede pasar cualquier cosa, y así es.
—Mira que te dejo aquí y te vuelves andando…
—Oye, querías distracción, pues aquí la tienes.
Veinte minutos más tarde enfilaron la entrada de un recinto cerrado de apartamentos a unos quinientos metros de la autovía Hutchinson. Nikki pulsó unos cuantos números en el teclado de seguridad y esperó, pasándose las dos manos por el pelo. El auricular del telefonillo emitió un zumbido estridente y, mientras se abría la puerta, retumbó un trueno en la distancia.
—¡Retumbe tu vientre! ¡Escupe, fuego!; ¡revienta, nube!
—De verdad que no me lo puedo creer. Te traigo a ver a mi padre y te pones a recitar El rey Lear.
—¿Sabes lo que te digo? Que no hay peor castigo que un policía leído.
Para Rook, el Jeffrey Heat que les esperaba de pie en la puerta abierta de su casa guardaba sólo un ligero parecido con las fotografías que había visto del álbum familiar. Claro que habían pasado muchos años desde que aquellas instantáneas habían capturado una versión más robusta de un hombre dueño de su propia vida y con un futuro brillante, pero, a sus sesenta y un años, no era el tiempo lo que le había envejecido, sino la vida. Las múltiples embestidas del dolor habían transformado su rostro amable y jovial en una tímida réplica, en el rostro de alguien que ya no conoce la confianza y que vive permanentemente a la defensiva, preparado para el siguiente revés del destino. Cuando alargó la mano para estrechar la de Rook su sonrisa lo expresó muy bien. No era falsa, sino que parecía por completo ajena a cualquier cosa que fuera simplemente agradable. Lo mismo con el abrazo que le dio a su hija. Parecía esforzarse por hacer las cosas lo mejor que era capaz.
Su apartamento tenía un aire beis. No sólo limpio, también ordenado y masculino. Todos los muebles eran de la misma época: en torno al año 2000, incluido el televisor gigante como un elefante marino embarrancado, el típico capricho de un hombre soltero. Les preguntó si querían beber algo y tanto Nikki como Rook tuvieron la impresión de que estaba tan invitado en su propia casa como ellos. Cuando declinaron la oferta, el padre se sentó en la butaca de cuero, situándose en su centro de operaciones, flanqueado por dos mesas laterales donde estaban su teléfono, los mandos a distancia del televisor, una linterna, un escáner portátil, periódicos y unas cuantas novelas en edición de bolsillo de Thomas L. Friedman y Wayne Dyers.
—¿Has venido a comer a casa, papá?
—Todavía no he salido. Supongo que habéis oído hablar de lo mal que está el negocio inmobiliario. Pues la realidad es peor todavía. —Se agachó para subirse los calcetines, uno era negro y el otro azul marino.
Si su padre se había sentido ofendido de alguna manera al leer las últimas novedades sobre el asesinato de su ex mujer en la prensa sensacionalista, no lo dejó traslucir. En lugar de ello escuchó en silencio mientras Nikki le ponía al día de los detalles del caso. Sólo mostró signos de emoción cuando le contó el almuerzo con el detective que había estado encargado de la investigación, Carter Damon.
—Un imbécil —dijo— y un inútil. No habría sido capaz ni de encontrar arena en una playa.
—Dime una cosa, papá. Todo el mundo dice que mamá y esta tal Nicole Bernardin eran amiguísimas. Pero yo nunca había oído hablar de ella. —El padre no se inmutó, así que Nikki siguió hablando—: Es un poco raro, ¿no?
—No tanto. A mí nunca me gustó y tu madre lo sabía. Digamos que era una mala influencia. Cuando volvimos a Estados Unidos en el setenta y ocho, un año más o menos antes de que tú nacieras, Nicole había desaparecido de nuestras vidas. Por fin.
Nikki le contó la visita al Conservatorio de Nueva Inglaterra y le describió el vídeo del recital de su madre.
—Sabía que tocaba bien, pero, madre mía, en mi vida he visto algo semejante, papá.
—Una lástima, ¡con el talento que tenía! Por eso todo el tiempo que estuvimos en Europa no paraba de decirle que estaba desperdiciando su talento.
—¿Así que ya estaban juntos en Europa? —preguntó Rook—. ¿Cuándo se conocieron Cynthia y usted?
—En 1974, en el festival del cine de Cannes.
—¿Trabajaba usted en la industria del cine? Nikki no me lo había dicho.
—No. Cuando terminé la escuela de negocios un grupo inversor me contrató para que les llevara los asuntos en Europa. Mi trabajo consistía en localizar hoteles pequeños y reconvertirlos en establecimientos de lujo, un poco como los de la cadena Relais & Châteaux. ¡Menudo lujo de trabajo! Con veintitantos años, dispuesto a comerme el mundo y viajando por Italia, Francia, Suiza, Alemania Occidental (así es como la llamaban entonces) y con cuenta de gastos pagados por la empresa. ¿De verdad que no os apetece un refresco? ¿Una cerveza, quizá? —preguntó esperanzado.
—No, gracias —dijo Rook. Reparó en un cerco todavía húmedo en un posavasos junto a la silla de Jeff y le entristeció comprobar hasta qué punto estaba deseando apoyar otro vaso en él.
—En fin. El caso es que uno de los inversores también tenía intereses en el mundo del cine y me llevó a una fiesta que daba el famoso director Fellini. Así que ahí estaba yo, con grandes estrellas como Robert Redford y Sophia Loren. Creo que Faye Dunaway también estaba, pero yo sólo tenía ojos para una chica americana espectacular que estaba cerca del bar tocando a Gershwin mientras todo el mundo la ignoraba y se dedicaba a beber champán gratis. Fue un flechazo, pero los dos viajábamos mucho. Luego la cosa se volvió más seria y yo empecé a adaptar mis itinerarios para coincidir con ella donde estuviera tocando.
—¿En fiestas? —preguntó Rook.
—Algunas veces. Lo que más hacía era pasar una semana o un mes en la residencia de vacaciones de alguna familia rica como intérprete particular o dando clases. Como he dicho, un desperdicio de su talento. Todo podía haber sido muy distinto…
Se hizo un silencio sombrío, roto sólo por el redoble de un trueno y el repiqueteo de la lluvia en el alféizar.
Nikki dijo:
—Deberíamos irnos ya. —E hizo ademán de levantarse, pero Rook tenía otros planes.
—¿Igual es que le daba miedo la fama?
—Imposible. Yo creo que la culpa fue de Nicole. Una juerguista. Cada vez que creía haber convencido a Cynthia para dedicarse de nuevo en serio a la música, aparecía ella y se largaban las dos a Saint-Tropez, Mónaco o Chamonix, vendiendo barato su talento para ganarse la vida. —Se volvió a mirar a su hija—. Las cosas mejoraron cuando tú llegaste. Teníamos la casa en Gramercy Park, tu madre se dedicó a criarte y le encantaba. Te quería tanto… —Al decir aquello, una sombra del antiguo Jeffrey Heat asomó en su cara y Rook reparó en que su mandíbula era idéntica a la de Nikki cuando sonreía.
—Fueron buenos tiempos —dijo ésta—. Para todos nosotros. —Se puso a buscar sus llaves.
—Pero esas cosas nunca duran, ¿verdad? Cuando cumpliste cinco años Cynthia regresó a sus antiguos hábitos. Dar clases a hijos de neoyorquinos ricos, a veces hasta se iba a pasar fines de semana con sus familias o salía hasta tarde, o no volvía en toda la noche. Y nunca hablaba de ello. Decía que necesitaba tener independencia y hacía su vida, dejándome fuera. —Vaciló como si estuviera tomando una decisión y después dijo—: Esto nunca te lo he dicho, pero llegó un momento que hasta pensé que estaba teniendo una aventura.
Nikki se pasó las llaves a la mano derecha.
—Vale, me parece que éste no es el momento ni el lugar para hablar de ello.
Rook preguntó:
—¿Le contó alguna vez sus sospechas a la policía? —Nikki le dio un suave codazo que Rook ignoró—. Es la clase de información que podría haberles sido de utilidad.
—No lo mencioné.
—¿Porque ya estaban divorciados? —Esta vez el codazo fue algo más fuerte.
—Porque sabía que no era verdad. —Cerró la boca y hundió los carrillos. Después siguió hablando y le temblaba el labio superior—. Me resulta violento hablar de esto, sobre todo después de lo que pasó. —Nikki se inclinó hacia delante en el sofá y apoyó una mano en la rodilla de su padre—. Ahora me da vergüenza reconocerlo, pero contraté a un detective privado para…, esto…, para que la siguiera. —Pareció recuperar un poco la compostura y añadió—: No encontró nada, gracias a Dios.
Mientras corrían hacia el coche, sonó un relámpago como una gran cañonazo en el bosque detrás del complejo de apartamentos que les hizo apresurarse aún más. Cuando estuvieron dentro, Nikki comprobó su móvil y encontró un mensaje de su entrenador de lucha, Don: «¿Te apetece que te dé una buena paliza esta noche? ¿Sí o no?».
Rook preguntó:
—¿Alguna novedad sobre el caso?
Nikki negó con la cabeza, escribió «No» y metió la llave en el contacto. Rook debió de percibir el cambio en su estado de ánimo porque, por una vez, respetó su silencio durante todo el viaje de regreso a Manhattan.
La brigada trabajaba con tesón en el caso, pero sus esfuerzos seguían sin dar demasiados frutos. Los consulados franceses, tanto en Nueva York como en Boston, no habían tratado recientemente con Nicole Bernardin. No parecía que tuviera línea de teléfono fijo y sus llamadas desde el móvil eran para pedir comida a domicilio o coger cita para hacerse la manicura y pedicura. Ochoa encontró que había cancelado a última hora dos citas para darse tinte y cortarse el pelo. Su estilista, que lamentaba la pérdida de una de sus mejores clientas, había dicho que era una señora muy agradable, aunque reservada, que en los últimos tiempos parecía algo dispersa. Nada que resultara de gran utilidad para el caso. Rook volvió en taxi a su casa y dejó a Heat actualizando las pizarras. Por desgracia, aquella tarea equivalía a poco más que poner una marca junto a cada tarea asignada en lugar de añadir información.
Por la noche, cuando Nikki llegó al apartamento de Rook y se abrieron las puertas del ascensor se encontró con una camilla de masaje con ruedas empujada por Salena, la masajista bombón.
—¡Hola! —dijo ésta agitando la mano que tenía libre a modo de saludo de manera que se le vieran los bíceps—. Es todo suyo.
Para cuando Rook salió de la ducha, Nikki había puesto en un plato los antipasti que había comprado en Citarella y había servido el vino.
—He pensado que hoy podíamos picar algo en casa —dijo.
—Por mí estupendo. —Rook miró la etiqueta de la botella de vino—. Vaya, Pinot Grigio.
—Sí, el acompañamiento perfecto para aceite de masaje y feromonas. —Brindaron—. Me he cruzado con tu enfermera picarona al salir. ¿Qué tal la rehabilitación? Por llamarlo de alguna manera, claro.
—Pues por desgracia era la última sesión, pero la necesitaba después de que me clavaras el codo en las costillas esta tarde.
—No me digas. —Nikki pinchó una loncha de jamón con el tenedor y la enrolló alrededor de un bola de mozarella—. No me pareció que te dieras cuenta. Creo que se te olvidó que habías ido allí para distraer, para que mi padre no desbarrara demasiado.
—Sí. Ha resultado ser un poco al revés, ¿no?
Nikki dejó la comida y se limpió los dedos con una servilleta.
—¿Qué quieres decir exactamente?
—Pues que estaba preparado para interrumpirte, pero es que no estabas haciendo ninguna pregunta. Así que las hice yo.
—Rook, es que no fuimos allí a hacer preguntas. Fuimos como gesto de cortesía hacia mi padre, para informarle del caso después de que saliera publicado en el periódico sensacionalista de tu ex novia.
—Voy a ignorar el comentario celoso de la segunda parte de la frase y me voy a concentrar en la visita a tu padre. —Rook mordisqueó una aceituna y dejó el hueso en la esquina de su plato—. Sí, fuimos allí a algo concreto, pero tu padre no dejaba de contarnos cosas que me hacían querer saber más. Sus sospechas sobre una posible aventura de tu madre eran algo demasiado importante como para dejarlo pasar. Cuando tú no dijiste nada, di por hecho que estabas demasiado ocupada tratando de asimilarlo emocionalmente y cogí el testigo. ¿Nunca te había hablado de eso?
—Ya le oíste. Dijo que no.
—¿Y tú no tenías ni idea?
Nikki dio otro sorbo de vino y observó arrugarse la superficie del líquido en la copa mientras la hacía girar.
—¿Puedo contarte una cosa?
—Lo que quieras, ya lo sabes.
Nikki se detuvo un instante a reflexionar y la expresión torturada de su cara era idéntica a la de su padre horas antes.
—Pues que yo también sospechaba que mi madre tenía una aventura. —Dio otro trago de vino—. No me di cuenta hasta que fui un poco más mayor, en la adolescencia, pero empecé a fijarme en las mismas cosas de las que habló hoy mi padre. Pasaba mucho tiempo fuera. A veces un fin de semana, noches enteras, volvía tarde. Cuando estás en el instituto te crees el centro del mundo y te sientes enfadada y sola. Además la tensión entre mis padres era más que obvia. Incluso empecé a intentar interceptar su correo para ver si le llegaban cartas de hombres o algo así. Es una locura, pero así se pusieron las cosas.
—¿Y tenía una aventura?
—Nunca lo supe.
—¿Y nunca hablaste con ella directamente del tema?
—Sí, claro.
—¿Y ella no te contó nada? ¿Ni siquiera te dio una pista? —Nikki le miró despectiva—. Oye, yo sólo pregunto. Tenía la impresión de que estabais muy unidas.
—En cierta manera, sí. Pero mi madre era muy reservada para sus cosas y eso fue siempre un motivo de discordia entre nosotras. Incluso la noche en que la mataron. ¿Sabes por qué estuve tanto tiempo fuera del apartamento antes de ir al supermercado? Necesitaba dar un paseo porque las cosas se habían puesto tensas entre las dos precisamente por su…, ¿cómo te diría? Por su… retraimiento. No me malinterpretes, mi madre era cariñosa, afectuosa conmigo. Pero a pesar de lo unidas que estábamos, había siempre como un muro que nos separaba.
Al entender ahora por qué Nikki se había resistido siempre a ahondar en el pasado de su madre, Rook dijo:
—Oye, no pasa nada. Todos tenemos nuestros secretos. Hay personas que levantan más muros a su alrededor que otras. ¿Cómo era la canción ésa de Sting, Una fortaleza alrededor de tu corazón? —Se comió una alcachofa marinada con los dedos y añadió—: Eso tú deberías saberlo mejor que nadie.
Nikki frunció el ceño y le miró fijamente.
—¿Qué quieres decir?
Rook tragó mal y el vinagre le hizo toser cuando se dio cuenta de que había metido la pata.
—Nada, olvídalo.
Pero ya estaba dicho.
—Demasiado tarde. ¿Qué es lo que se supone que debería saber? ¿Algo en lo que al parecer tú te has hecho experto de tanto escuchar rock clásico?
—Pues…, bueno, mira, todos heredamos algo de nuestros padres. Yo soy tan teatrero y tan adorablemente impulsivo como mi madre. De mi padre no tengo ni idea de lo que he heredado porque ni siquiera sé quién es.
Confiaba en que saliéndose por la tangente zanjaría el tema de conversación, pero no fue así.
—Suéltalo, Rook. ¿Me estás diciendo que soy inaccesible?
—Por supuesto que no. —Se sentía atrapado en una discusión que no quería tener y sabía que nada de lo que dijera sería bien recibido. Como por ejemplo lo que añadió, estúpidamente—: Por lo menos no siempre.
—¿Y cuándo soy inaccesible?
Intentó esquivar la bala.
—Casi nunca.
—¿Cuándo, Rook?
Al ver que no había escapatoria posible, optó por tirar por la calle de en medio:
—Vale, a veces, últimamente, cada vez que intento tocar ciertos temas, te cierras en banda.
—¿Me estás diciendo que soy cerrada?
—No, pero sabes cómo dejarme fuera.
—O sea, que te dejo fuera, eso es lo que quieres decir. Pues es una ridiculez, porque de hecho eres la primera persona que me dice algo así.
—De hecho…
Nikki se disponía a dar un sorbo de vino cuando palideció y dejó el vaso con fuerza en la encimera de piedra.
—A ver, termina la frase.
Agobiadísimo, Rook buscó con desesperación una escapatoria, pero en todas la puertas encontró el letrero de «No hay salida».
—Te lo digo en serio, Rook. No puedes tirar la piedra y esconder la mano. Termina la frase.
Le dedicó una de sus miradas penetrantes como rayos equis capaz de derretir a los sociópatas más duros en el curso de un interrogatorio.
—Vale. La otra noche en Boston, Petar y yo estuvimos hablando y…
—¿Cómo que Petar? ¿Hablaste con Petar de mí a mis espaldas?
—Solo un momento. Fuiste al baño y yo estaba a lo mío. A ver, ¿de qué tengo yo que hablar con Petar? Bueno, el caso es que fue él quien sacó el tema (él, no yo) de que tiendes a levantar un muro a tu alrededor.
—En primer lugar, me parece muy feo por tu parte cargarle el muerto a Petar.
—Pero ¡si fue él quien sacó el tema!
Nikki le ignoró, llevada por la furia que sentía y la liberación que le provocaba darle rienda suelta.
—Y en segundo, prefiero ser una persona ligeramente cauta, ligeramente controlada, que valora la privacidad y la discreción, antes que un cretino descerebrado, inmaduro y egoísta como tú.
—Oye, de verdad, me estás entendiendo mal.
—De eso nada. Lo que pasa es que por fin te estoy entendiendo.
Cogió la americana del respaldo del taburete.
—¿Adónde vas?
—No estoy segura, pero ahora mismo tengo la necesidad de que haya un muro a mí alrededor.
Y dicho esto, se marchó.
Don fue quien pagó el pato. Buscando una vía de escape a la furia que le corría por las venas, Nikki le había enviado un mensaje a su entrenador de combate cuerpo a cuerpo y, treinta minutos más tarde, el ex marine aterrizaba sin resuello boca abajo en una colchoneta del gimnasio. Se puso a cuatro patas jadeando, pero Nikki se dio cuenta de que fingía. Don saltó hacia ella con sus largos brazos como tentáculos dispuesto a engancharle las piernas para hacerla caer. Nikki se agachó antes de que la alcanzara y le encajó un hombro debajo de la axila, a continuación tomó impulso para ponerse en pie mientras tiraba de Don y le daba media vuelta en el aire. Éste cayó de espaldas con ella encima. Nikki se puso en pie jadeando y resoplando para ahuyentar las gotas de sudor que se le deslizaban por la nariz mientras bailaba de un lado al otro, lista para seguir. Lista no, deseando seguir.
Una hora después, ambos empapados en sudor, se saludaron con la cabeza y se dieron la mano en el centro de la colchoneta.
—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó Don—. Hoy vienes hecha una furia. ¿Estás enfadada conmigo por algo?
—No, no eres tú, es que tengo muchas cosas en la cabeza. Siento haberlo pagado contigo.
—No te preocupes. Me viene bien para mantenerme en forma. —Se limpió el sudor de la cara con la camiseta y dijo—: ¿Te quedan fuerzas para tomar una cerveza u otra cosa?
Nikki dudó. La «otra cosa» era irse a la cama y los dos lo sabían. Don lo dijo como si fuera algo sin importancia porque así era. O lo había sido en otro tiempo. Antes de que Nikki conociera a Rook. Nikki y Don habían estado acostándose de vez en cuando, sin ataduras, durante dos años. Ambos buscaban lo mismo, es decir, una relación full-contact, sin compromiso, física, sin resacas emocionales ni escenas de celos cuando alguno de los dos no estaba disponible. Si ambos lo estaban, perfecto; si no, también. Aquello nunca interfería con sus sesiones de jiu jitsu y Don jamás la había presionado ni le había puesto mala cara en todos los meses transcurridos desde que Nikki había decidido salir sólo con Rook, quien no sabía nada de la naturaleza de su relación con el entrenador.
—Me encantaría tomar una cerveza —dijo llevada por un impulso, notando un cosquilleo en el estómago que bien podía ser culpa. «Es sólo una cerveza», se dijo.
—No me importaría darme una ducha primero —dijo Don tocándose la camiseta empapada en sudor—. Lo malo es que aquí no hay agua caliente. La cortaron después del terremoto y me parece que las inspecciones van con retraso.
El cosquilleo volvió, pero Nikki lo ignoró y dijo:
—Puedes ducharte en casa.
Nikki siguió con su ropa de deporte, pero se puso una camiseta seca mientras Don se daba una ducha. Comprobó el móvil para ver si había novedades sobre el caso y sólo encontró tres mensajes de voz de Rook que no escuchó. De la nevera sacó un pack de seis cervezas y estuvo dudando si beberlas allí, tan cerca del dormitorio, o sugerir bajar a The Magic Bottle una vez Don estuviera presentable.
Se lavó la cara en la pila de la cocina para quitarse la sal del sudor de los ojos. Mientras se secaba con una toalla de papel se preguntó por qué había llevado a Don al apartamento. ¿Acaso buscaba una vía de escape? ¿O sólo la compañía de un amigo? ¿O es que quería volver a probar su vieja independencia para ver qué tal se sentía? Se dijo que si dejaba que aquella noche pasara algo, sería sólo para vengarse de Rook.
Pero entonces ¿por qué había invitado a Don a subir a su casa? ¿Era porque la relación que tenían era tan superficial que sabía que no le haría demasiadas preguntas ni intentaría meterse en honduras cuando ella no estaba de humor? ¿Estaba recurriendo al sexo para no tener que pensar?
Lo que le molestaba de Rook no era tanto que hubiera puesto el dedo en la llaga con lo del muro protector… y después le hubiera echado la culpa a su ex novio. Era que insistiera en meter la nariz en cosas que no eran asunto suyo, haciéndole recordar secretos familiares que Nikki quería dejar atrás, interrogando a su padre como si fuera un sospechoso en la comisaría… y luego, por la noche, obligándola a hablar de su relación con su madre. ¿Cómo podía explicar ella algo como eso —y todo lo que suponía— a él ni a nadie? ¿Y por qué tenía que hacerlo? ¿Es que tenía obligación de contarle a Jameson Rook cómo la consolaba su madre cuando se hacía una herida en la rodilla? ¿O cómo la había iniciado en los placeres de leer a Jane Austen o a Victor Hugo? ¿O que practicar tanto piano como cualquier otro instrumento era un viaje de descubrimiento? No sólo de música, sino de ella misma.
No podía contarle todo eso. O más bien no quería. Ésos y otros miles de recuerdos eran lugares que Nikki rara vez se aventuraba a visitar. Como la tapa del piano al otro lado de la habitación, eran puertas que resultaba demasiado doloroso abrir. Quizá Rook tenía razón. Quizá había levantado una fortaleza a su alrededor a modo de defensa.
¿Igual que había hecho su madre?
Y, si así era, ¿se trataba de un defecto de personalidad o simplemente de una valiosa lección que le había transmitido Cynthia Heat? Como cuando le enseñó que hay que dejar respirar los espacios entre notas, porque también son música.
Oyó cerrarse la ducha y no tuvo más remedio que preguntarse qué estaba haciendo, porque no podía negar que se había puesto a sí misma en una encrucijada. ¿Por qué? Pero mientras se abría la puerta del baño, Nikki supo que aquello no era lo más apremiante. Lo fundamental ahora era saber de qué era ella capaz en aquella noche de impulsos.
Don caminó por el pasillo con la piel brillante y una toalla enrollada en la cintura por toda vestimenta.
—¿Y esa cervecita?
Antes de darle demasiadas vueltas, Nikki tiró de la puerta de la nevera, abrió un par de botellas y las dejó en la barra de la cocina entre ellos dos. Brindaron y cada uno dio un sorbo.
—Mañana tengo agujetas seguro —dijo Don.
Alguien llamó con suavidad a la puerta.
—¿Esperas a alguien? —preguntó Don mientras iba hacia la entrada.
Rook tenía llave, pero igual, por una vez, había decidido ser discreto, así que Nikki susurró:
—No hables. Sólo mira a ver quién es.
Estaba rodeando la barra de la cocina mientras pensaba en cómo haría las presentaciones cuando la toalla de Don se soltó y cayó al suelo antes de que pudiera sujetársela. Se volvió hacia Nikki con un guiño y una sonrisa pícara y después se inclinó para observar por la mirilla.
Sonó un disparo y una bala taladró la puerta y propulsó a Don de espaldas con tal fuerza que cayó a los pies de Nikki. Lo que pareció ser un río interminable de sangre manó de donde antes estaba su cara y trozos de materia gris quedaron pegados en la parte delantera de las piernas y la camiseta de la detective.