5

Mientras el Acela Express discurría a gran velocidad camino de la estación Penn de Nueva York, Rook observaba por la ventana a una garza que pescaba bajo la nieve en la orilla de una marisma de la costa de Connecticut.

—De verdad, podrías decir algo —dijo Heat.

—¿A qué te refieres?

Rook apartó los ojos del paisaje de archipiélago que pespunteaba el horizonte donde se recortaban varias mansiones de gran tamaño, cada una de ellas majestuosa y firmemente anclada en los diminutos islotes rocosos repartidos por la costa. Más de un siglo atrás, millonarios de Nueva York y Filadelfia en busca de paz e intimidad construyeron lo que caprichosamente llamaron casas de verano en aquellos montículos de granito, y convirtieron Long Island en un castillo con foso. Su total aislamiento le hizo recordar a Rook el comentario de Petar la noche anterior sobre la muralla defensiva de Nikki. Rook se volvió a mirarla, separada de él por una mesa.

—No he parado de rajar desde que salimos de Providence. ¿De verdad quieres oír mi teoría sobre por qué el Bolero de Ravel es el arma de seducción perfecta, bragas fuera, vámonos a la cama ahora mismo?

—Rook…

—Te lo digo en serio, es la pieza musical más erótica jamás compuesta. Con la posible excepción de Mueve tu cu-cu.

—Me estás volviendo loca, que lo sepas. Si no me hubieras animado a ir a Boston, nunca nos habríamos encontrado con esta pista. —El teléfono de Nikki vibró, era el detective Ochoa—. Genial —dijo y tomó unas cuantas notas. Después colgó y dijo—: Y hablando del caso, desde que identificamos a Nicole Bernardin como nuestra mujer desconocida esta mañana, los Roach han localizado su apartamento. Está en la avenida Payson, cerca del Inwood Park. Van ahora para allá.

—Estos Roach no saben lo que es cogerse un domingo libre.

—Malcolm y Reynolds tampoco. Se han ofrecido a recogernos en Penn para que podamos ir también para allí. —Nikki consultó su reloj por enésima vez—. De todas maneras, llegaremos antes que si hubiéramos esperado a coger un avión.

Rook sonrió.

—No sabría decirte qué es exactamente, pero hay algo de Malcolm y Reynolds que me gusta.

Heat se puso a mirar de nuevo las fotocopias que la profesora Shimizu le había hecho de los archivos del conservatorio y del libro de antiguos alumnos de la promoción de 1971 de Nicole Aimée Bernardin. Mientras estudiaba el rostro de la estudiante francesa de violín en una de las fotografías, una instantánea tomada sin posar en la que aparecía riendo con su madre y Seiji Ozawa en Tanglewood, se dio cuenta de que Rook la miraba.

—¿Sabes lo que no consigo entender? —dijo éste—. Que tu madre nunca te hablara de ella. Dejemos a un lado lo alucinante del hecho de que la mujer dentro de la maleta de tu madre fuera una compañera suya de clase. Pero es que no eran sólo compañeras de clase. La profesora nos ha dicho que Nicole Bernardin y tu madre eran inseparables por aquella época. Amigas, compañeras de habitación. Joder, si hasta tenían su propio grupo de cámara. ¿Por qué crees que nunca te habló de ella?

Heat se puso a mirar otra fotocopia, también una fotografía del libro de antiguos alumnos donde aparecían su madre y Nicole. Ésta se había hecho en el Festival de Cultura Francesa de 1970 celebrado en el Hatch Shell, en la Charles River Esplanade. Las dos se miraban por el rabillo del ojo mientras tocaban, y el pie de foto decía: «Trope y Bernardin, dos a una». Pero para Nikki aquella foto decía: «Mejores amigas para siempre».

Rook preguntó:

—¿Crees que tuvieron una pelea gorda?

—¿Cómo lo voy a saber si nunca había oído hablar de ella?

—Escucha, tengo una teoría.

—Ya estabas tardando. ¿Seguro que no quieres ponerte el gorro de papel de plata?

—Nicole Bernardin mató a tu madre.

Nikki le miró y se limitó a preguntar:

—¿Y?

—Espera, estoy pensando en voz alta… Por eso tenía la maleta.

—Y después, diez años más tarde, alguien la mató, con el mismo modus operandi, y la metió en la maleta por casualidad, ¿no?

—Bueno… —Rook se revolvió en su asiento—. ¿Y si…, y si el marido de Nicole fuera el asesino de tu madre? Así fue como Nicole terminó en la maleta.

—Bueno, por lo menos eso entra dentro de lo posible.

—¿De verdad?

—Sí. Así que te aconsejo dejarlo antes de que empieces a desbarrar. —Cerró la carpeta y fijó la vista en el paisaje de marismas y bosques que discurría por la ventana sin mirarlo en realidad. En menos de un minuto Rook había vuelto a la carga, como si le hubiera dado al botón de reiniciar:

—Tiene que haber algún motivo por el que tu madre nunca mencionara a una amiga tan cercana.

—Rook, me están entrando ganas de pegarte un tiro.

—¿Estás intentando decirme que me calle?

—Gracias.

Rook se concentró de nuevo en el paisaje, logrando atisbar la última de las rocosas islas solitarias antes de que el tren entrara en un túnel y la pared de cemento le bloqueara la vista.

Aunque tuvieron que dar un rodeo para evitar una zona cortada en Dyckman por un escape de gas resultado del terremoto, llegaron en un tiempo récord al apartamento de Nicole Bernardin, situado en el extremo norte de Manhattan. El edificio, una elegante casa de dos plantas con vistas a Inwood Hill Park, al otro lado de la avenida, estaba construido en lo que un agente inmobiliario habría calificado de atractivo estilo Tudor. El barrio tenía aspecto de ser seguro y parecía bien conservado, una de esas zonas tranquilas donde la gente pone fundas de lona a los coches y las barandillas que encierran los porches relucen recién pintadas. Pero cuando Heat y Rook entraron en la casa, el espectáculo que se encontraron fue muy distinto.

Desde el vestíbulo del piso inferior, miraran en la dirección que miraran, el desorden era espectacular. Armarios y cajones entreabiertos, cuadros y dibujos arrancados de las paredes yacían apoyados de cualquier manera con los marcos rotos en zócalos y quicios de puertas. Un escritorio chino antiguo en el comedor yacía abierto sobre un lado y rodeado de esquirlas de cristal como hielo picado. El suelo estaba cubierto de objetos decorativos, como si algo hubiera sacudido por completo el lugar.

—Dejadme que adivine: esto no es efecto del terremoto —dijo Rook.

La detective Heat se puso unos guantes azules. Raley le pasó unos a Rook y dijo:

—No, a no ser que el terremoto se paseara por la casa aplastándolo todo con unas botas del número 45.

Mientras recorría la casa desmantelada, Nikki tuvo un nuevo y asfixiante déjà vu. Su propio apartamento —que un día fue el escenario del asesinato de su madre— también había sido saqueado, aunque el asalto no había sido tan minucioso. El detective Damon lo había llamado «búsqueda interrumpida». Ésta en cambio había proseguido sin pausa hasta que el culpable encontró lo que buscaba o llegó a la conclusión de que no estaba allí.

Ochoa la recibió a la puerta del dormitorio principal. Mientras daban un rodeo para evitar al agente de la policía científica que estaba aplicando revelador de huellas dactilares a un pomo de cristal roto, Heat le preguntó a su detective:

—¿Hay indicios de sangre en alguna parte?

Ochoa negó con la cabeza y dijo:

—Tampoco de pelea. Aunque no creo que podamos estar seguros al cien por cien, con este caos.

—Yo te lo puedo asegurar al noventa y nueve por ciento, si te sirve de ayuda —dijo el jefe de la brigada de policía científica, Benigno DeJesus, mientras se levantaba de una alfombra detrás de un colchón volcado. En cuanto le vio, Nikki se relajó considerablemente. La escena del crimen no podía estar en mejores manos.

—Detective DeJesus —dijo—, ¿a qué debemos el honor de verle en domingo?

El detective se bajó la mascarilla y sonrió.

—No lo sé. Hoy no pensaba hacer nada especial y cuando el detective me llamó y me habló de este caso… —Hizo una pausa y, con su modestia habitual, prosiguió—: Vamos, que me pareció interesante. Así que aquí estoy.

Nikki dirigió una rápida mirada a Ochoa preguntándose qué favor le habría pedido Miguel, el jefe de la científica, a cambio de enviar al mejor hombre de su departamento en su día libre, pero la expresión estoica de Ochoa era inescrutable.

DeJesus les hizo una breve visita guiada por la casa y les explicó que su hipótesis inicial era registro sin asalto. Señaló un segundo dormitorio, que Nicole Bernardin había destinado a despacho y que era la habitación que más revuelta estaba. Utilizó un puntero luminoso para mostrarle cuatro diminutas marcas circulares donde los apoyos de goma de su ordenador portátil habían estado antes de que alguien se lo llevara. El cable de alimentación, así como el cable USB a un disco duro desaparecido seguían en el lugar en que debían de haber estado conectados al ordenador. Los cajones de la mesa y los archivadores estaban todos abiertos y vacíos, a excepción de algún que otro artículo de papelería.

—El grado de meticulosidad me dice que quien registró la casa centró aquí casi toda su atención —dijo.

De regreso al dormitorio, el detective de la policía científica dijo que la propietaria de la casa no la compartía con un cónyuge. Los artículos de aseo, la ropa, la comida de la cocina y otros detalles sugerían que se trataba de una mujer que vivía sola, aunque guardaba condones en la mesilla de noche y un cepillo de dientes sin usar, crema de afeitar y un paquete de cuchillas desechables en el armario del cuarto de baño. Al oír aquello Nikki y Rook se miraron por el rabillo del ojo mientras cada uno tachaba tácitamente un punto de la lista mental que habían hecho sobre Cynthia Trope Heat y Nicole Aimée Bernardin. Las recetas en el armario de las medicinas llevaban todas el nombre de Nicole y las escasas fotografías con los marcos rotos del suelo mostraban a la víctima a distintas edades acompañada de lo que parecían ser padres y hermanos. Nikki se agachó, curiosa por comprobar si su madre aparecía en alguna de ellas, pero no era así. Se levantó y vio que Rook estaba haciendo lo mismo en la habitación contigua.

Los Roach ya habían informado al detective DeJesus sobre los restos de disolvente de laboratorio y de polvo de ferrocarril encontrados en el cuerpo de la víctima, y éste prometió tenerlo en mente, así como coordinarse con Lauren Parry del Departamento Forense, sobre el informe toxicológico de Bernardin para comprobar si correspondía con los medicamentos encontrados en la casa y enterarse de cualquier otro dato que revelara la autopsia. Heat se quedó tranquila dejando el asunto en manos del capaz detective, pero antes de conducir a la comisaría 20 se dio una vuelta sola por la casa para hacerse su propia idea de lo ocurrido. Una de las cosas que quería comprobar satisfizo su curiosidad cuando la encontró. En el armario del piso inferior descubrió un juego de maletas completo, incluida una de idéntico tamaño a la que le habían robado a su madre. Todas estaban vacías y en el armario no quedaba espacio para aquélla en la que había sido encontrada la víctima. La información no era concluyente, pero disminuía las probabilidades de que Nicole Bernardin hubiera estado en posesión de la American Tourister y, por tanto, la hacía descender varios puestos en la lista de sospechosos del asesinato de su madre. Algo que le despertaba a Nikki sentimientos encontrados, porque lo cierto era que, diez años después, aquella lista seguía vacía.

El silencio en el despacho abierto de la comisaría mientras la detective Heat actualizaba las dos pizarras era tan completo que el único sonido era el chirrido de su rotulador en la superficie blanca conforme escribía en letras mayúsculas: «1. ¿Por qué matar a Nicole Bernardin? 2. ¿Por qué matar a Nicole Bernardin ahora?». No había terminado de escribir cuando dijo:

—Puesto que los dos crímenes parecen cada vez más relacionados, necesitamos pensar no sólo en el porqué, sino en por qué ahora, diez años después.

Se volvió hacia el semicírculo que Rook y su brigada habían formado alrededor. Aunque los había llamado un domingo por la tarde, todos los detectives se habían presentado sin una sola queja. De hecho, más que cumplir con su deber, parecían estar disfrutando de la sensación de tener encomendada una difícil misión para ayudarla. Algunos incluso habían comprado cosas de comer para los compañeros que estaban de camino desde sus casas o desde la residencia de la víctima de Inwood. Las cajas de bagels, galletas y ensaladas estaban sobre la mesa de la única persona que no se había presentado, Sharon Hinesburg, quien tenía su móvil apagado, algo que iba en contra del reglamento. Heat golpeó la pizarra con el rotulador.

—Tened siempre presentes estas dos preguntas, ¿vale? Si resolvemos los casos será porque hemos logrado darles respuesta.

Aunque seguían atentos a Nikki, los ojos de todos estaban fascinados por las nuevas fotografías que ésta había puesto en la pizarra y la profunda —y literalmente gráfica— historia que narraban. En la pizarra de la izquierda, el plano ya familiar del cadáver de la mujer antes sin identificar y que ahora sabían que era Nicole Bernardin. A pocos centímetros, en la pizarra de la derecha, la maleta de la madre de Nikki con las iniciales grabadas por su mano infantil y, además, la instantánea de la actuación de Cynthia y Nicole cuarenta años antes en la Esplanade. Su efecto sobre el grupo no residía sólo en que probaba la relación entre las dos víctimas, sino en que el extraordinario parecido entre Cynthia Trope y su jefa de brigada acentuaba de forma drástica la necesidad que ya sentían de resolver el caso.

—A estas alturas, todos estáis al tanto de lo que descubrimos en Boston —empezó a decir Nikki—. Y también sabéis que han registrado el apartamento de Bernardin y, con toda probabilidad, lo han limpiado para eliminar posibles huellas. Se han llevado documentación, un ordenador portátil, incluso el correo. Ahora bien, los dos registros, el de la casa de mi madre y el de ahora, el de la de Nicole Bernardin, nos dicen que esto —señaló la pizarra dedicada a su madre— fue algo más que un robo frustrado a un domicilio. Alguien estaba muy interesado en encontrar algo en los dos sitios.

Feller levantó la mano.

—¿Damos por hecho que se trata de la misma persona?

—No damos nada por hecho. Y por supuesto no lo sabemos. Tampoco sabemos si en los dos casos buscaban la misma cosa. El único denominador común es el modus operandi. Lo mismo que con los asesinatos.

Rook dijo:

—Yo tengo una teoría. Nicole era francesa. ¿Y si son ladrones internacionales de joyas buscando las dos mitades de un mapa del tesoro?

Malcolm conservó su expresión imperturbable para decir.

—Sí, claro, como en La pantera rosa.

Rook estaba a punto de asentir, pero notó cómo le miraba todo el mundo.

—Bueno, es una posibilidad.

Nikki siguió hablando:

—Otra cosa a tener en cuenta: no parece que falte ninguna de las maletas de Bernardin. Lo mismo con los cuchillos, que están en un portacuchillos de madera. He asignado a un par de agentes uniformados para que inspeccionen el vecindario y al departamento de vigilancia de parques públicos por si detectan alguna clase de actividad inusual o un vehículo extraño. Y nosotros tenemos bastante trabajo que hacer.

Empezó a escribir el nuevo reparto de tareas en la pizarra de Bernardin, con las iniciales de los detectives al lado de cada una:

—Detective Ochoa, quiero que investigues su biografía. Todas las cosas que se te ocurran que puedan salirse de lo normal: novios pasados y presentes; denuncias de acoso; órdenes de alejamiento; peleas familiares. Si no encuentras nada raro, habla con su peluquero. Te sorprenderá la de cosas que pueden llegar a saber.

—Como, por ejemplo, la cura de la alopecia —dijo Reynolds—. Tío, tu calva me está deslumbrando.

—Detective Reynolds, tú ponte otra vez en contacto con los gimnasios y asociaciones de corredores ahora que tenemos una fotografía y enséñasela. También mira en las páginas de contactos de Internet. Comprueba si Bernardin estaba registrada en alguna y si tuvo alguna cita que pudiera salir mal. Comprueba también las agencias matrimoniales más exclusivas. Es posible que una mujer profesional como ella recurriera a sus servicios.

—¿Y qué sabemos de su profesión? —preguntó el detective Malcolm.

—El papel con membrete y las tarjetas de visita encontradas en la casa indican que la víctima tenía su propia empresa, era headhunter corporativa. —Heat leyó de una de las tarjetas—: «Grupo NAB. Búsqueda discreta y confidencial industrial e institucional en todo el mundo». NAB son sus iniciales.

Rhymer preguntó:

—¿Dirección?

—Es un apartado de correos, no figuran oficinas. El teléfono es un 88. He mandado comprobar el número y otras líneas que tuviera contratadas. La de la casa, si es que la tuvo alguna vez, se la habían llevado y, como recordaréis, cuando la encontramos no llevaba móvil.

Rook dijo:

—¿No tenía móvil? Eso es prácticamente como vivir en las cavernas o usar sanguijuelas para curar enfermedades.

Heat pegó la tarjeta en la pizarra.

—Tenía un sitio web, pero es sólo una página con la información que ya os he dado más una línea: «Referencias y recomendaciones bajo solicitud».

Raley dijo:

—Suena a tapadera o a negocio casero.

—Raley, tira de ese hilo a ver qué encuentras. Métete en Internet y busca posibles contratos a directivos, recomendaciones, ya sabes a lo que me refiero. —El detective asintió mientras tomaba nota—. Detective Feller, tú averigua su NIF, tanto el estatal como el federal. Así sabremos si tenía un contable.

—Y si lo encuentro, sólo tendré que seguir la pista al dinero —dijo Feller.

—Como buen sabueso que eres. Eso incluye cuentas bancarias, cajas de seguridad, tarjetas de crédito, préstamos y todo lo demás. Detective Malcolm, ¿tienes un traje?

—Sí, uno de cuero. El que llevaba cuando vino al mundo —la interrumpió su compañero, Reynolds.

—Da igual —dijo Heat—. Nicole Bernardin era ciudadana francesa, así que crúzate Central Park y haz una visita al consulado. A ver si la conocen. También llama al consulado de Boston. —Señaló la fotografía de la Esplanade—. Este evento cultural lo patrocinaron ellos y a lo mejor siguieron en contacto. Entérate.

Rook había levantado la mano.

—¿Puedo decir una cosa?

—A ver —dijo Nikki.

—Se han llevado su portátil, ¿verdad?

—Y su disco duro externo y los pinchos de memoria.

—Exacto —continuó Rook—, pero yo viajo mucho con un portátil y hago copias de seguridad de forma compulsiva, ya sea enviándome documentos adjuntos por correo electrónico a mí mismo o usando las modernas cajas fuertes, es decir, mandándolos a un dispositivo de almacenamiento en la nube tipo Dropbox.

Heat dijo:

—Pues de hecho eso es una buena idea.

—La segunda que he tenido hoy.

Ochoa dijo:

—Ya te digo, este tío es de los elegidos, es de la casta de los Roach.

—Detective Rhymer —dijo Heat—, en cuanto terminemos pásate por la unidad de Informática y Tecnologías de la Información para ver si tienen a algún friki tipo los de la serie The Big Bang Theory que sepa cómo averiguar si Bernardin tenía archivos en la nube.

El detective de hablar suave y oriundo del sur del país hizo de nuevo honor a su apodo, Opie, al preguntar cortésmente:

—¿Y puedo darles el coñazo aunque sea domingo?

—Con mayor motivo —dijo Heat—. Así entenderán lo importante que es este caso.

Después de cenar se encontraron con que el ascensor de Heat seguía con el letrero de «Fuera de servicio» en la puerta. En el rellano del segundo piso, Rook se detuvo un momento para cambiarse de mano la bolsa de viaje que había llevado a Boston.

—Ya podían ponerles un motorcito a estos chismes.

—¿Quieres que te lo lleve?

—De eso nada —dijo Rook haciéndole un gesto para que apartara la mano—. Ésta es mi rehabilitación de hoy.

—No me lo digas, chico Pulitzer. Hoy toca rehabilitación y mañana la enfermera picarona para un masaje. ¿A que sí?

—Es lo que yo llamo un verdadero planazo —dijo Rook, y siguió subiendo escaleras.

Encontró una botella de Hautes-Côtes de Nuits del 2007 en el fondo de la nevera y después de acusar a Nikki de esconderla para bebérsela ella sola, se sentó a su lado en el sofá para ver su álbum de fotos.

—Es lo único que tengo —dijo Nikki señalando una caja de cartón con recuerdos familiares en el suelo, junto a ella—. Ni siquiera sé si falta algo. Quien registrara este apartamento la noche del asesinato se llevó el resto, no debió de darle tiempo a coger estas cosas.

—Nikki, si te resulta demasiado triste…

—Pues claro que es triste. ¿Cómo no iba a serlo? —Después le apoyó una mano en el muslo—. Por eso me alegro de que estés aquí conmigo.

Se besaron, cada uno saboreando el borgoña en la lengua del otro. Después Rook recorrió la habitación con la vista y dijo pensativo:

—Hay una cosa que siempre he querido preguntarte, pero que nunca he sabido muy bien cómo.

—¿Te refieres a cómo he sido capaz de vivir aquí después del asesinato? —Al ver su reacción añadió—: Venga ya, Rook, la manera en que acabas de mirar la habitación es la más ridícula que he visto en la vida. Bueno, exceptuando la última vez que te gané al póquer.

Rook no contestó y se limitó a mirarla. Nikki giró las piernas hacia la mesa baja y pasó los dedos por el álbum de fotos.

—Es difícil de explicar. Entonces todo el mundo me animaba a que me fuera a otro sitio. Pero para mí marcharme de aquí era como abandonar a mi madre. Puede que algún día sí quiera irme, pero hasta ahora vivir aquí me ha resultado lo más natural. Éste ha sido siempre mi hogar; mi vínculo con ella. —Se enderezó y dio dos palmadas para cambiar de estado de ánimo—. ¿Preparado para una aburrida sesión de fotos?

Empezaron despacio, pasando páginas con los retratos de los padres de Nikki en sus escuelas e institutos respectivos así como los bobalicones posados familiares, casi todos de personas bastante mayores. Las fotografías del padre en la universidad George Washington incluían algunas tomadas mientras jugaba al baloncesto con los Colonials o exhibiendo su título de la escuela de negocios en la ceremonia de graduación en el Capitol Mall. Había muchas fotografías de su madre en el Conservatorio de Nueva Inglaterra, casi todas tocando un piano Steinway o de pie delante de uno. Incluso había una de la profesora Shimizu haciéndole entrega de un ramo de flores y un premio, pero ninguna del grupo de cámara, a excepción de una con Leonard Frick. Ni rastro de su amiga del alma Nicole Bernardin. Cuando Nikki cerró el primer álbum de tapas negras, Rook dijo:

—Es como un cruce entre el canal Syfy con Documentos TV en el que un desgarro en la curvatura del espacio tiempo ha borrado cualquier rastro de la mejor amiga.

Nikki le miró fijamente y dijo sin emoción alguna:

—Exactamente eso es lo que es.

Pero no pudo evitar sonreír un poco y Rook dijo:

—¿Sabes lo que deberíamos hacer? Es de cajón: preguntarle a tu padre.

—No.

—Pero él tiene que saber…

—Ni de broma, ¿vale? Así que olvídalo.

Su tono cortante no dejaba réplica posible, a excepción de:

—¿Seguimos?

El segundo álbum hacía una crónica del noviazgo de Jeff y Cynthia Heat, una pareja de anuncio recorriendo Europa, visitando París incluso, pero sin que Nicole apareciera por ninguna parte. Cuando Rook preguntó si no habría ido al banquete de boda, Nikki le dijo que no había habido banquete. Como buenos hijos de los setenta, sus padres habían sucumbido a un brote de rebeldía posthippy y se habían fugado. Las fotografías siguientes eran de Nikki de bebé en Nueva York, incluida una divertidísima en la que todavía casi no andaba y estaba aferrada a las rejas de hierro de Gramercy Park mirando enfadada a la cámara.

—He visto esa expresión en muchos de los detenidos cuando los metéis en el calabozo —dijo Rook. Nikki rio, pero cerró el álbum—. ¿No hay más? Venga ya, si ahora empezaba lo bueno.

—Hemos terminado. El resto son de mi desgarbada adolescencia y no estamos aquí para que te diviertas a mi costa. Ya tuve bastantes humillaciones en séptimo curso. Y desde luego en ninguna de estas fotos aparece Nicole.

—Se me ha ocurrido otra idea descabellada.

—¿A ti? No puede ser —dijo Nikki mientras volvía a llenar las copas.

—De hecho no es tan descabellada. ¿Has pensado, desde que nos enteramos de su nombre esta mañana, que igual tú te llamas así por Nicole? —Observó el efecto de sus palabras en la expresión de Nikki—. ¿A que ya no estoy tan loco?

Nikki pareció darle vueltas unos instantes y luego dijo:

—Pero es que mi nombre no es Nicole.

—¿Y qué? Nikki, Nicole; son parecidos. Y tiene sentido, sobre todo si eran tan amigas… Aunque, a juzgar por esto —señaló los álbumes de fotos—, Nicole tiene más pinta de amiga imaginaria que de otra cosa.

Nikki fue a su escritorio en el dormitorio que hacía las veces de despacho para hacer una ronda de llamadas desde el móvil sobre el caso y cuando volvió encontró a Rook sentado con las piernas cruzadas en mitad del salón.

—¿Se puede saber qué haces?

—Pues ser incorregible, es mi trabajo. —Pulsó el botón de play en el viejo reproductor de vídeo y en la pantalla de televisor apareció Nikki, sentada al piano junto a su madre. La fecha sobreimpresa decía: «16 de julio de 1985».

—Ya vale, Rook. Apágalo.

—¿Cuántos años tenías aquí?

—Cinco. Y ya hemos visto bastante, no hace falta seguir.

Se escuchó un voz masculina y grave en off:

—¿Qué vas a tocar, Nikki?

—¿Es tu padre? —preguntó Rook.

Nikki se encogió de hombros como si no supiera la respuesta a la pregunta y se quedó donde estaba, mirando la pantalla.

En aquel vídeo grabado hacía más de veinticinco años, una Nikki Heat niña, enfundada en un jersey amarillo, balanceaba los pies adelante y atrás en el taburete y sonreía. Después gritaba a la cámara:

—Voy a tocar a Wolfgang Amadeus Mozart.

Rook esperaba escuchar Estrellita del lugar, pero en lugar de eso la niñita miró a quien fuera que sostenía la cámara y anunció con la mayor seguridad:

—Su sonata número 15.

Entonces Cynthia le hacía una seña con la cabeza para que empezara y Nikki apoyaba las manos en el teclado, contaba en silencio y comenzaba a tocar una pieza que Rook enseguida reconoció. Se acercó al televisor, cuando menos impresionado. Era una pieza difícil, pero factible para unas manos pequeñas y Nikki tocaba todas la notas sin fallar ninguna. La cadencia se notaba memorizada, pero ¡es que era una niña de cinco años! Mientras continuaba tocando, su madre se acercaba y le decía:

—Precioso, Nikki, pero no corras. Como Mozart solía decir: «El espacio entre notas también es música».

Heat permitió que Rook disfrutara de su momento voyeur, pero detuvo el vídeo en cuanto se terminó la pieza. Rook aplaudió de corazón. Se volvió al piano situado al otro lado de la habitación. El mismo y en el lugar exacto que aparecía en el vídeo.

—¿Sigues sabiendo tocar esa sonata?

—Ni hablar.

—Venga ya. A petición del público.

—No. Se acabó la función.

—Por favor…

Nikki se sentó en el sofá, de manera que daba la espalda al piano. Transmitía la misma vibración que delante del cuadro de Sargent que había evitado mirar en Boston.

—Tienes que entenderlo, ni siquiera le he quitado la tapa desde que la asesinaron. —Sus facciones se tensaron y su tez adquirió una ligera palidez—. Soy incapaz de tocar. No puedo.

Dos sirenas pasaron aullando bajo su ventana en plena noche y Nikki se despertó. Alguien camino del hospital o de la cárcel, algo que aquella vieja canción de los Eagles describía tan bien. El despertador en la mesilla de noche marcaba las 3.26 de la madrugada. Alargó un brazo para tocar a Rook y solo palpó sábanas frías.

—Por favor, dime que no estás viendo porno por Internet —dijo mientras se ataba el albornoz. Rook estaba sentado en calzoncillos en su mesa del comedor, a oscuras, su cara iluminada siniestramente por la luz lunar de la pantalla de su portátil.

—En cierto modo sí. Es el porno de los escritores. —La miró. Los pelos de punta que siempre tenía al levantarse de la cama acentuaban su aspecto de loco—. ¿Por qué serán tan adictivas las búsquedas en Google? Es como sexo furtivo. Te preguntas: ¿Debería hacerlo? Pero no consigues quitártelo de la cabeza, así que al final dices: A la mierda y antes de que te des cuenta estás jadeando sudoroso por la emoción porque has encontrado justo lo que buscabas.

—Oye, si prefieres que te deje solo…

Giró el MacBook hacia ella para que pudiera ver los resultados de su búsqueda.

—Leonard Frick. ¿Te acuerdas del tipo del chelo en el vídeo de tu madre?

—También conocido como «el violonchelista».

—Y que también tocaba el clarinete en el trío de cámara con Nicole. Un tío de múltiples talentos. —Rook señaló la pantalla con el dedo pulgar—. Leonard Frick, licenciado por el Conservatorio de Nueva Inglaterra y en la actualidad primer clarinetista de la Queens Symphony Orchestra.

—También conocido como «primer clarinete».

—Por eso dejé el fagot. Demasiada terminología. —Rook se puso en pie—. Este tipo tuvo que conocer a tu madre y a Nicole mejor que nadie. Tenemos que ir a verle.

—¿Ahora?

—Claro que no, primero tenemos que vestirnos.

Nikki se apretó contra él y le acarició el culo con las dos manos. Después lo acercó contra sí apretándole los glúteos.

—Pero ¿ahora mismo?

Rook le soltó el albornoz y notó el calor de su piel contra el pecho.

—Supongo que podríamos volver a la cama. Un ratito sólo. Nos dará tiempo a pasarnos a verle de camino a la comisaría.

A las siete y media de la mañana Heat y Rook esperaban en la acera, a la puerta del Starbucks del barrio, con tres cafés. Uno para cada uno y el otro para el conductor del coche que había pedido Rook y que les esperaba apoyado contra el guardabarros del Lincoln negro, en la acera contraria de la 33. El tráfico se detuvo y el semáforo se abrió, pero cuando estaban a mitad de la calle el conductor gritó:

—¡Cuidado!

Entonces escucharon el rugido de un motor y, al volverse, vieron el morro de una furgoneta marrón a escasos centímetros de atropellarlos a los dos. Dieron un salto hacia atrás justo a tiempo y la camioneta enfiló la intersección y siguió su camino a gran velocidad. Todavía impresionados, se apresuraron a terminar de cruzar antes de que se cerrara el semáforo.

—Joder, qué susto me ha dado. ¿Están bien?

Nikki comprobó que tenía una pierna manchada de café con leche, algo normal en ella, y se lo limpió con una servilleta.

—¿Qué estaba haciendo ese tío? —preguntó—. ¿Mandar un mensaje por el móvil?

—No. Debía de estar borracho o drogado —dijo el conductor—. La estaba mirando a usted.

Nikki dejó de limpiarse la mancha y se acercó a la calzada para ver si lograba ver la matrícula del vehículo. Pero éste había desaparecido ya.

—¿Soy sospechoso? —preguntó Leonard Frick.

El otrora chico flacucho vestido de esmoquin con el pelo rizado y vaporoso había ganado peso con los años. Ahora, al verlo sentado frente a ella en la sala de ensayos de la Aaron Copeland School of Music del Queen College, Heat calculó que tendría setenta y dos años, y el único pelo que le quedaba en la cabeza era una perilla enmarcada por unos hoyuelos que cuando sonreía parecían paréntesis.

—No, señor. Es sólo porque estoy intentado reunir información.

Rook dijo:

—Pero usted no las mató, ¿verdad?

—Claro que no. —Y a continuación se dirigió a Nikki—: Éste no es policía, ¿a que no?

—¿Cómo lo ha sabido?

Aquello hizo aparecer de nuevo los hoyuelos del señor Frick mientras reía. Parecía encantado de verles y les explicó cómo su carrera musical había pasado por altos y bajos desde la década de 1970. Primero había trabajado de sustituto en algunas orquestas pequeñas en el noreste del país. Luego rachas de desempleo en las que se había llegado a plantear su vocación hasta que logró trabajo fijo en orquestas de musicales de Broadway, incluidos Phantom, Cats y un reestreno de Thoroughly Modern Millie antes de pasar a formar parte de la Orquesta Sinfónica de Queens.

—Claro que no es la Filarmónica de Filadelfia, pero pagan bien, tengo prestaciones y además una vez al año toco un solo de clarinete en la obertura de Rhapsody in Blue, de Gershwin. Merece la pena sólo por tocar esa nota ascendente y ver sonreír a todos los de la orquesta. Incluso los fagotistas, que están todos como una cabra —Rook sonrió y asintió dándole la razón. Leonard le dio el pésame a Nikki—. Yo quería mucho a tu madre. Las quería a las dos, pero, créeme, tu madre tenía mucho más talento, con diferencia. Y no lo digo porque estuviera enamorado de ella. Todos los chicos lo estábamos. Era muy guapa, como tú. Y tenía ese talento especial, ésa… fuerza que la hacía competitiva y la impulsaba a sobresalir, pero también era muy cariñosa con sus compañeros. Maternal, incluso. Algo muy raro en un conservatorio de música, donde la competencia es salvaje.

—Sobre eso quería preguntarle precisamente —dijo Rook—. ¿Es posible que hubiera rivalidades que se prolongaran en el tiempo?

—No que yo sepa. Además, Cindy estaba demasiado centrada en su música como para hacerse enemigos o perder el tiempo en tonterías. Trabajaba muy duro. Se estudiaba todas la grandes grabaciones de piano, Horowitz, Gould; todas. Era la primera en llegar a la sala de ensayos por la mañana y la última en salir por la noche —dijo riendo—. Una noche de domingo la vi en Cappy’s Pizza y estuve a punto de ir hasta su mesa a gastarle una broma, preguntarle cómo podía perdonarse a sí misma no estar ensayando, sobre todo teniendo un recital de Chopin al día siguiente. Pero entonces me fijé y vi que estaba moviendo los dedos sobre el mantel, como si fuera un teclado.

—Señor Frick —dijo Nikki—, ¿se le ocurre alguien de aquella época que pudiera tener una razón para matarlas? ¿A mi madre, a Nicole o a las dos? —La respuesta de Frick fue de nuevo negativa—. ¿Se ha puesto en contacto con usted alguien que las estuviera buscando?

Otra vez no. Rook entonces decidió llevar la conversación por el camino del calcetín desparejado.

—No es usted el primero que nos habla del talento y la determinación de Cynthia.

—Y de su talento.

—¿Qué pasó?

—Ni idea. Ocurrió así —chasqueó los dedos—. Fue después de que Nicole la invitara a pasar un par de semanas con su familia en París, cuando nos licenciamos. —Se volvió hacia Nikki para explicarle—: La familia de Bernardin era rica. Los padres de Nicole se ofrecieron a pagarle el viaje y el plan era que tu madre volvería a tiempo para presentarse a las pruebas de admisión de las orquestas sinfónicas que ya la habían preseleccionado. Se suponía que iba a estar fuera dos o tres semanas. Estamos hablando de junio de 1971. No volvió hasta 1979.

—Puede que le ofrecieran trabajo en alguna orquesta europea —sugirió Nikki.

Frick negó con la cabeza.

—Qué va. Cindy no llegó a hacer pruebas para ninguna orquesta. Ni allí ni aquí. Jamás firmó un contrato de grabación. Lo dejó todo.

—¿Qué cree que la hizo cambiar? —preguntó Rook—. ¿Pudo ser Nicole?

—Quizá. Pero no porque tuvieran una relación. A las dos les gustaban los hombres. —Hizo una pausa—. Excepto uno, yo. —Sonrió y después sus hoyuelos desaparecieron—. Algo pasó allí aquel verano. Cindy se marchó llena de energía y se desinfló por completo.

Los miembros de la orquesta empezaban a llegar para el ensayo. Leonard se levantó y cogió la chaqueta que decía «Sólo miembros de la orquesta» del respaldo de la silla.

—¡Lo que daría por un décima parte del talento de tu madre!

Rook marcó el teléfono del chófer del servicio de coches de alquiler que había contratado para la mañana y el vehículo negro se detuvo en la puerta número 3 del campus en el momento preciso en que Nikki y él llegaban de su corto paseo de la escuela Copeland.

—Una cosa me ha quedado clara —dijo Rook mientras se incorporaban a la autovía de Long Island de camino a la comisaría—. La forma en que ha descrito a tu madre: ambiciosa, competitiva…, pero ¿maternal? La profesora Shimizu se equivocaba con lo del palo y la astilla.

—Rook, ¿te importa dejarlo? —Nikki bajó la ventanilla y cerró los ojos dejando que el viento le diera en la cara mientras pensaba.

Después de un kilómetro en silencio el conductor dijo:

—Señor Rook, puesto que ha sido tan amable de invitarme a un café le he comprado el periódico, por si le apetece echarle un vistazo.

—Claro, ¿por qué no?

El conductor le alargó el Ledger. Rook había esperado que se tratara del New York Times, pero un poco de sensacionalismo de vez en cuando no le hace mal a nadie. Por lo menos eso fue lo que pensó al leer el titular de portada.

—Me cago en la…

Heat se giró.

—¿Qué?

Entonces vio el periódico, se lo quitó de las manos y se puso a leerlo, muda de rabia.