Rook desapareció detrás de la mesa desvencijada donde solía instalarse en sus días de acompañante de la brigada arrastrando con él la misma silla huérfana con la rueda chunga que siempre le tocaba. Heat se fue directamente a su ordenador para asegurarse los refuerzos antes de que el capitán Irons se diera cuenta de que le habían llevado al huerto. Como equipo, Malcolm y Reynolds —también de la división antirrobo— eran casi tan formidables como los Roach. Nikki había oído que el dúo ya había sido prestado a Vigilancia y Detención para trabajar como infiltrados, pero aun así envió un correo electrónico a su capitán pidiendo que le fueran asignados y dejando entrever que se trataba de un favor personal.
Randall Feller volvió a la mesa de Heat sin dar muestra alguna de estar molesto porque Rook le hubiera pasado por encima unos minutos antes. El detective, como todas las personas en aquella sala, tenía la cabeza puesta en la investigación. Le dio la fotocopia que había hecho de la ruta del conductor del camión de reparto para que la examinara.
—Voy a darme una vuelta con esto y a hacer unas cuantas preguntas antes de que cambien los turnos y la gente empiece a perder la memoria. Para que lo sepas, voy a separar a Raley de su pareja de hecho y obligarle a que venga conmigo para que eche un ojo a las cámaras de seguridad.
—Ochoa lo entenderá; es sólo un día y su relación es demasiado sólida para resentirse por algo así —le dijo Heat sarcástica a modo de despedida.
Una de las auxiliares administrativas gritó desde el otro lado de la oficina que Lauren Parry, del Departamento Forense, estaba al teléfono. Heat descolgó su aparato antes de que le diera tiempo a terminar la frase.
—En tu email me decías que te diera la brasa en cualquier momento —dijo la forense.
—Tú nunca das la brasa, Lauren. Sobre todo si tienes buenas noticias.
—Las tengo.
—¿Has identificado a la mujer?
—Todavía no.
—Entonces no son buenas noticias, amiga. —Heat hablaba con cierta despreocupación, pero la realidad no habría podido ser más distinta.
—¿Qué me dirías si te cuento que he empezado a conseguir algo de flexibilidad en la articulaciones?
Heat cogió un bolígrafo y se sentó delante de su mesa.
—Esto ya son mejores noticias, Lauren. Cuéntame.
—En primer lugar, eso quiere decir que la mujer no está congelada del todo. —La detective se imaginó un pavo de Acción de Gracias recién salido del congelador duro como una piedra, pero enseguida ahuyentó semejante pensamiento—. Esto nos puede ser de muchísima ayuda, Nikki. La he colocado delante de varios ventiladores giratorios para conseguir que alcance poco a poco la temperatura ambiente sin destruir tejidos, y la movilidad de las articulaciones indica que pronto podremos examinar algunos.
—¿Pronto?, ¿cuándo?
—Esta tarde. —Y la forense añadió—: Pero aparte de eso, su estado de semicongelación nos dice que no la metieron en la cámara a medianoche. Todas esas horas dentro de un contenedor aislado a una temperatura bajo cero la habrían solidificado, así que (al menos por el momento) podemos manejar la hipótesis de que la subieron en algún punto de la ruta después de que el camión saliera de su origen a primera hora de la mañana. —Heat consideró retirar a la detective Hinesburg de la tarea que tenía encomendada en el muelle de carga y después la rechazó. Mejor dejar que Sharon jugara un rato a la peonza a que se dedicara a hacer estropicios en otra parte—. También significa que hay una posibilidad de que pueda darte una aproximación más precisa de la hora de la muerte, ya que a lo mejor no ha habido ruptura de paredes celulares por efecto de los cristales de hielo. Si tenemos suerte, podré obtener una estimación de la melatonina a partir de muestras de la glándula pineal y de la orina para darte una hora de la muerte aproximada.
La detective Heat había participado en suficientes autopsias como para asimilar toda la jerga y hacer las preguntas adecuadas.
—¿Indicios de hipotermia?
—No.
—¿Entonces podemos suponer que ya estaba muerta cuando la expusieron a bajas temperaturas?
—Yo diría que sí —dijo la doctora Parry—. Y una cosa más. Es probable que pronto los dedos estén lo bastante flexibles como para sacar huellas dactilares, pero no quiero precipitarme y arriesgarme a romper tejidos.
—Entonces ¿cuándo?
—Esta chica siempre con prisas.
—¿Cuándo?
—Antes de una hora, eso desde luego.
—Oye, Lauren.
—Dime.
—Esto son buenas noticias —dijo Nikki—. Te agradezco que me des la brasa.
Rook se acercó a ella después de que colgara y dijo:
—Supongo que sabes que si no estuviéramos en tu lugar de trabajo te daría un apretón de hombros, un abrazo o las dos cosas.
—Gracias por no hacerlo.
—En serio, eres mi heroína. Ni siquiera sé cómo eres capaz de soportarlo.
—No lo hagas —dijo Nikki—. Por favor, aquí no.
—Fin de la conversación. —Rook levantó ambas manos dando a entender que se rendía. Conocía a Nikki lo bastante bien como para saber que, a pesar de todas las emociones que ahora mismo debía de estar sintiendo, venía equipada de fábrica con una coraza protectora. Sus sentimientos eran profundos e intensos y dedicaba un gran esfuerzo a guardarlos en compartimentos estancos. Jameson Rook había obtenido de forma inesperada la llave de algunos de esos compartimentos y sabiamente decidió dejar el tema. Cambió de tercio y se puso a pasear la vista por la sala, que bullía de actividad como nunca antes.
—Parece que se te da bien lo de capataz, detective Heat. ¿O es capataza? Últimamente no me aclaro con esas cosas.
—Bueno, por algo hay que empezar.
—¿Y qué planes tienes?
—¿Yo? Seguir jaleando al rebaño. Suplicar, pedir prestados y robar unos cuantos agentes para salir por ahí a mostrar la fotografía de la mujer desconocida en cuanto tengamos alguna pista de por dónde podemos empezar a enseñarla. Igual me paso por la calle 30 para ver la autopsia, cuando se descongele.
—Creo que tú y yo tenemos algo más importante que hacer.
Nikki le dedicó aquella mirada desconfiada con ojos entrecerrados que ya le resultaba familiar.
—¿Por qué será que eso no me suena bien?
—Me encanta —dijo—. Siempre reaccionas igual al principio. Hasta que te das cuenta de que tengo razón.
Fue hasta las pizarras y, tras vacilar un instante, Nikki se rindió y le siguió. Cuando llegó allí Rook se situó frente a las dos pizarras y colocó las manos imitando una balanza.
—¿Es impresión mía o aquí hay algo que está ligeramente desequilibrado?
—En primer lugar, diez puntos por hablar tan fino.
—Ya sabes, armas de escritor —dijo Rook.
—Y en segundo, sí, he centrado mi exposición en el asesinato nuevo. Los detalles del asesinato de mi madre son demasiados para que quepan en una pizarra. —Se dio un golpecito en la sien—. Pero créeme, está todo aquí.
—Por eso precisamente —dijo imitando su gesto con un golpecito en la pizarra casi en blanco— tenemos que concentrar los esfuerzos aquí.
—Rook, ya lo he hecho. Llevo casi diez años haciéndolo.
—Conmigo no.
—Pero no puedo desatender el caso nuevo.
—Venga ya. Lo has dicho tú misma. Si se resuelve uno, se resuelve el otro también. —Hizo un gesto abarcando la ajetreada comisaría—. Ya has puesto en marcha una de las dos investigaciones. ¿Qué pierdes repasando el caso abierto con tu experiencia y mis ojos nuevos?
—Pero eso significa retroceder en el tiempo. Diez años.
Rook sonrió y asintió.
—Con el permiso de Prince, nos vamos a 1999.
—Prince te dará permiso, pero yo no. —Rook se mantuvo firme defendiendo la lógica de su idea y dejando que el silencio insolente y el batir de pestañas hicieran su efecto. Por fin, Heat dijo—: No tenemos tiempo de repasar todo el caso.
—¿Qué tal si empezamos por hablar con el detective que lo llevó?
—Está retirado —dijo, y la prisa que se dio en contestar dejaba claro no sólo que estaba al día de los detalles del caso, sino también que no se trataba de una empresa fácil—. ¿Quién sabe dónde estará ahora?
—Ahora mismo no lo sé, pero a mediodía Carter Damon, agente retirado del cuerpo de policía de Nueva York, estará en P. J. Clarke’s en la calle 63 Oeste comiendo con nosotros.
—Rook, no tienes arreglo.
—Lo sé. Hubo un tiempo en que intenté tenerlo. Me duró un verano antes de la pubertad. Tener arreglo resultaba bastante aburrido. No tenerlo en cambio es mucho más divertido y me servía para ligar. Lo que también es divertido. —Consultó su reloj—. Vaya, las doce menos cuarto. ¿Cogemos el metro o conduces tú?
Rook no dijo gran cosa durante el corto paseo hasta la estación de metro de la calle 79. Caminó a paso ligero para evitar que Nikki pudiera cambiar de opinión y decidiera quedarse en la comisaría investigando las nuevas pistas en lugar de viajar en el tiempo con él. De pie en el pasillo del vagón, mientras realizaban el recorrido de dos paradas, ésta le preguntó:
—¿Sabías el nombre del investigador principal y dónde encontrarlo?
—Digamos que durante mi convalecencia necesitaba un pasatiempo. Un hombre no puede vivir solo de telenovelas latinoamericanas.
Las puertas se abrieron y Nikki le siguió hasta el andén. La estación de la calle 66 Oeste siempre estaba concurrida a la hora del almuerzo, pero los daños producidos por el terremoto hacían que la multitud fuera especialmente densa aquel día. Los ingenieros de la MTA, la empresa municipal de transportes, habían dado el visto bueno a las vías y a las estructuras subterráneas, pero faltaba reparar los daños superficiales y los andenes estaban reducidos a la mitad de su superficie con un precinto para evitar que los viajeros pisaran los azulejos que se habían desprendido de las paredes. Muchas de las estaciones de metro de la ciudad contaban con instalaciones de arte públicas inspiradas en el vecindario en que se encontraban y ésta, que correspondía al Lincoln Center de Artes Escénicas, tenía un impresionante mosaico que ocupaba toda la pared de la estación. Pedazos enteros de la obra de arte habían resultado fracturados en el temblor y fragmentos de cristal con guerreros disfrazados, cantantes de ópera y gimnastas realizando piruetas yacían por el suelo. El ascensor que llevaba a la calle también estaba fuera de servicio y Heat y Rook se encontraron bloqueados por una mujer mayor que se esforzaba por subir las escaleras con su andador. Se presentaron por sus nombres de pila y cada uno le ofreció un brazo a Sylvia para que pudiera subir los cinco escalones restantes. Un extraño que iba detrás de ellos, un pandillero del Bronx con aspecto de tipo duro y el cuello y los brazos cubiertos de temibles dibujos tatuados, le tocó a Heat en el hombro y a continuación se ofreció a llevar el andador de la anciana. Bienvenidos a Nueva York en situaciones de emergencia.
Una vez en la calle, Sylvia los dejó para dirigirse a Barnes & Noble salmodiando sus gracias a Heat, Rook y al pandillero, quien silenciosamente había emprendido camino en dirección contraria, hacia la escuela de música Julliard. Nikki reparó en que llevaba una caja de clarinete al hombro.
Cuando atravesaban Dante Park a la altura en que Broadway se cruza con Columbus, un pequeño grupo de manifestantes congregados junto a la Timesculpture de Philip Johnson les gritaron oscuras profecías inspiradas por el terremoto. Uno de ellos agitó un letrero casero delante de Nikki cuando ésta pasó a su lado. Decía: «¡El fin está cerca!». Después de cruzar la calle hacia el restaurante, se detuvo, volvió la vista hacia el letrero y pensó que ojalá fuera así. Después Rook la tomó del hombro y la escoltó de vuelta a la realidad.
El restaurante P. J. Clarke’s en Lincoln Square sólo llevaba abierto dos años, pero ya tenía atmósfera de local típicamente neoyorquino, el tipo de sitio donde tomar una excelente hamburguesa y una cerveza o pedir algo de verdad fresco del bar de ensaladas sin tener que ir luego a urgencias del hospital. El restaurante original, inaugurado en el East Side más de un siglo atrás, era el que frecuentaban Don Draper y sus colegas de Mad Men, y lo mismo hicieron en la vida real famosos como Frank Sinatra, Jackie Onassis y Buddy Holly, quien le propuso matrimonio a su mujer allí en su primera cita. Cuando Nikki siguió a Rook por el desgastado suelo de madera hasta su mesa, sólo identificó una cara conocida. No era un famoso, pero las rodillas le temblaron.
Era posible que Carter Damon estuviera retirado, pero las costumbres de un policía son de hondo arraigo y estaba sentado de espaldas a la pared, de forma que podía inspeccionar todo el local mientras disfrutaba de su Bloody Mary. Se levantó para estrechar la mano a los dos, pero mantuvo la vista fija en Nikki en todo momento. Ésta vio algo roto en aquella mirada, algo que, para ella, se traducía en tristeza, incomodidad o, quizá, vodka. O las tres cosas.
—Has crecido —dijo Damon mientras todos tomaban asiento—. Yo en cambio sólo me he hecho mayor.
Era cierto, había más sal que pimienta en su corte a cepillo y en su bigote de policía, y bajo sus ojos empezaban a sobresalir bolsas, pero a sus cincuenta años Damon seguía teniendo el cuerpo delgado de un tipo que se mantiene en forma. Encajaba a la perfección en la imagen que Nikki conservaba congelada en su cabeza de la primera vez que lo vio en la peor noche de su vida.
«Lo siento mucho» habían sido sus primeras palabras. Nikki, que entonces tenía diecinueve años, había levantado la vista hacia la cabeza flotante desde la silla del cuarto de estar donde estaba sentada, junto al piano. Ni siquiera le había oído acercarse. Perdida en una neblina, se había quedado paralizada por la visión de la sangre de su madre, todavía fresca, pero fría en la pernera de sus pantalones vaqueros, de cuando había acunado su cadáver en el suelo de la cocina hasta que los paramédicos y la mujer policía la convencieron de que se apartara. Mientras el detective Damon se presentaba, los flashes de las cámaras de fotografía procedentes de la cocina emitían fogonazos a su espalda y hacían parpadear a Nikki. Cuando le dijo que iba a ser el detective encargado de investigar el crimen, la palabra decisiva, crimen, vino subrayada, como si fuera una cadena de relámpagos, por un doble fogonazo que la sobresaltó, obligándola a apartar la vista y situándola en un estado de alerta, de extrema lucidez, que le permitió registrar cada detalle, cada minuto, como en una grabación digital. Había reparado en la placa dorada sujeta al bolsillo de la pechera de su chaqueta de sport. Pero en lugar de una camisa, debajo llevaba un camiseta vieja y manchada de los Jets con el cuello raído, como si hubiera tenido que salir de casa a toda prisa, su cena de Acción de Gracias echada a perder por una llamada de teléfono para que acudiera a un aviso en un apartamento de Gramercy Park en el Distrito 13. Aviso a todas las unidades. Posible homicidio. Sospechoso o sospechosos huidos antes de encontrarse el cuerpo.
Cuando todo ocurrió Nikki se encontraba a dos manzanas, en el pasillo de las especias del supermercado Morton Williams. Visto ahora se le antojaba algo de lo más trivial, banal, estar allí pasando el dedo por los frascos ordenados alfabéticamente preocupada sólo por encontrar la canela en rama —en rama, no molida— mientras su madre exhalaba su último suspiro. Feliz de haberla encontrado por fin, la había llamado por el teléfono móvil para entonar el canto de la victoria y preguntarle si necesitaba alguna cosa más. Después de seis tonos había saltado el contestador: «Hola, soy Cynthia Heat. En este momento no puedo…». Y a continuación el chasquido de su madre descolgando el teléfono. Estaba amasando los pasteles para la cena y había tenido que limpiarse la mantequilla de las manos antes de contestar. Y, como de costumbre, no sabía apagar el contestador sin desconectarlo, así que lo dejó funcionando, grabándolo todo mientras Nikki escuchaba.
—Igual necesito leche condensada. Tengo una lata abierta en la nevera, déjame ver cuánto queda.
Luego, ruido de cristales seguido de los gritos de su madre. Nikki la había llamado lo bastante alto como para que la gente del supermercado se volviera a mirarla. Su madre no le había contestado, tan sólo había vuelto a gritar y después el teléfono se había caído, estrellado contra el suelo. Para entonces Nikki había salido disparada del supermercado, abriendo las puertas con todas sus fuerzas, esquivando coches en Park Avenue South, llamando a su madre, suplicándole que le dijera algo. De fondo escuchó la voz ahogada de un hombre y una breve refriega. Después a su madre gemir y su cuerpo desplomándose junto al teléfono, seguido del ruido metálico de un cuchillo también cayendo al suelo. A continuación oyó un ruido de succión conforme se abría la puerta de la nevera. Las botellas de vino, puestas a enfriar en la puerta para la fiesta de Acción de Gracias, habían tintineado. Después había oído el chasquido y el silbido de una lata de refresco al abrirse. Una pausa y después pasos alejándose seguidos de silencio. Todavía le faltaba una manzana por recorrer cuando escuchó el débil gemido de su madre y su última palabra: «Nikki…».
—Gracias por acceder a vernos tan pronto —dijo Rook.
—¿Estás de broma? Cualquier cosa que pueda hacer… —Miró de nuevo a Nikki—. Aunque tengo que admitir que esto es duro para mí. —Dio otro trago de su cóctel mientras la miraba por encima del borde del vaso. Nikki se preguntó si Carter no estaría probando el sabor del fracaso.
—Para mí también —dijo.
Damon dejó el vaso.
—Seguro que para ti es diez veces peor, pero, ahora que eres policía, sabrás que este tipo de cosas no se te van de la cabeza. Los casos que no llegaste a resolver no te dejan dormir.
Nikki le dedicó la mejor sonrisa que fue capaz de esbozar.
—Es verdad —dijo permitiendo que lo neutro de su respuesta fuera un reconocimiento cortés a la preocupación de un colega por la justicia, pero sin llegar a perdonarle por haber dejado su trabajo sin terminar.
Su reacción surtió efecto. Damon palideció y dirigió su atención a Rook:
—¿Queríais verme por un reportaje? ¿Vas a escribir sobre este caso? Porque me parece que ya lo cubriste en el que publicaste hace un par de meses.
Ya estaban otra vez. Cómo odiaba Nikki aquel artículo. Aunque la retrataba muy favorablemente, como una de las mejores investigadoras de homicidios de la ciudad, «la ola de crímenes se topa con la ola de calor», el artículo de Rook para una de las revistas más importantes del país, le había proporcionado a Heat quince minutos de fama que daría cualquier cosa por borrar de su vida. Damon debió de reparar en la expresión desdeñosa en su cara y se puso de su parte.
—Aunque no es que haya gran cosa que añadir.
—En realidad sí —dijo Rook.
Los hombros del ex policía se enderezaron e irguió un poco la cabeza mientras sopesaba la credibilidad que debía conceder al escritor. Era demasiado experimentado, demasiado desconfiado como para creerse todo lo que dice un periodista. Pero cuando vio que la detective Heat asentía, dijo:
—Venga ya. ¿En serio? —Sonrió para sí—. Bueno, ya sabéis lo que dicen: nunca hay que tirar la toalla, darse por vencido…
Las palabras de Carter Damon le sonaban huecas a Nikki, porque tirar la toalla y darse por vencido era precisamente lo que él había hecho; pero no estaban allí para repartir culpas. La estrategia de Rook de repasar la historia con ojos nuevos le parecía digna de ser tenida en cuenta. Así que puso al día al ex detective con las nuevas pistas encontradas aquella mañana, la mujer desconocida apuñalada y encontrada en la maleta de su madre. Éste atendió a cada detalle, asintiendo con todo el cuerpo. Cuando hubo terminado, dijo:
—Me acuerdo de haber anotado el robo de la maleta en el informe. —Hizo una pausa mientras el camarero tomaba nota de las bebidas. Nikki pidió una botella de Pellegrino y Rook, una Coca-Cola light. Damon deslizó su Bloody Mary sin terminar por el mantel de cuadros blancos y rojos y dijo—: Café solo. —En cuanto el camarero se hubo alejado, inclinó la cabeza hacia atrás hasta quedarse mirando al techo y recitó de memoria—: «Maleta marca American Tourister tamaño grande, modelo de finales de los setenta. Rígida, gris azulada con asa extraíble de cromo y dos ruedas». —Se dirigió a Rook, pues suponía que Nikki conocía el resto de la información—: Supusimos que la usaron para transportar el botín.
Rook preguntó:
—¿Así quedó la cosa? ¿Como robo con homicidio?
Damon se encogió de hombros.
—Era lo único que tenía sentido. —Pero cuando Rook le quitó la banda elástica a su Moleskine negra para tomar notas, el ex detective se puso tenso y dijo—: Esto no es para un artículo, ¿verdad? —Cuando ambos negaron con la cabeza, carraspeó, sin duda aliviado al saber que no iba a aparecer en la prensa como el policía incapaz de resolver un caso—. El hecho es que hubo un robo.
—¿Cuándo? —preguntó Rook—. Nikki llegó al apartamento unos minutos después del asesinato.
—Quienquiera que perpetrara el robo, lo hizo antes. Se produjo en la parte de atrás del apartamento, en el dormitorio principal y en el segundo dormitorio, usado como oficina. Incluso pudo cometerse mientras las dos mujeres estaban en la cocina. Tenían la batidora y la televisión encendidas, estaban distraídas hablando, qué sé yo. Pero yo personalmente creo que fue durante el lapso de tiempo, bastante largo, en que ella estuvo fuera, cuando se fue al supermercado.
Rook se volvió hacia Nikki, era la primera vez que oía aquello.
—Estuve dando un paseo. —Se le tensaron los músculos del cuello—. Nada más. Hacía muy buena noche. No hacía nada de frío para esa época del año, así que estuve caminando una media hora. —Cruzó los brazos y se colocó de perfil, dando el tema por zanjado.
—¿Qué se llevaron?
—Está todo en el informe —dijo Damon—. Ella tiene una copia.
—Pero más o menos —dijo Rook.
—Pues algunas joyas y objetos de decoración, ya sabes, antigüedades de oro y plata. Dinero en metálico. Y también dieron un buen repaso a la mesa y a las carpetas.
Rook preguntó:
—¿Y eso es normal? ¿Robar joyas, oro y documentos?
—Es distinto, pero no insólito. Podría haberse tratado de un ladrón de identidad a la busca de papeles, pasaportes, cosas por el estilo. O, simplemente, de un aficionado que arrambló con lo primero que encontró. —Interceptó la mirada escéptica de Rook a Nikki y dijo—: Oye, tuvimos que descartar todo lo demás.
—Cuéntame —dijo Rook.
Carter Damon le dijo a Nikki:
—Tú todo esto ya lo tienes.
Al ex detective no le faltaba razón, pero el valor de aquella información empezaba y terminaba con Rook escuchándola de boca del investigador oficial del caso, no de su novia, que fue víctima del mismo.
—Es nuevo —dijo Nikki—. Dale el gusto.
Llegaron las bebidas, pero no quisieron pedir aún nada de comer. Damon sopló su café, dio un sorbo y empezó a contar con los dedos.
—Uno, descartamos a Nikki. Era evidente que no estaba en el lugar del crimen, teníamos su coartada en el contestador automático y en la grabación de la cámara de seguridad del supermercado, así que fin de la historia. Dos, no hubo agresión sexual.
—Pero eso no quiere decir que no pudiera ser el móvil, aunque no llegara a cometerse, ¿no? —apuntó Rook.
El ex poli hizo una mueca y movió la cabeza a ambos lados.
—No me convence. No quiero decir que no se produzcan robos con agresión sexual, porque sí se producen. Pero en un margen de tiempo tan pequeño como éste (y estoy dando por hecho que todo pasó en la media hora en que ella estuvo dando el paseo) la experiencia me dice que es o lo uno o lo otro. Creo que la señora Heat descubrió al ladrón y eso fue todo.
—Tres —dijo Rook, esperando.
—Tres, descartamos al padre. Un asunto delicado, pero los maridos siempre están los primeros de la lista, sobre todo cuando son ex maridos. El divorcio de los Heat había sido reciente pero, a todos los efectos, amistoso. Y, para facilitar aún más las cosas, Jeffrey Heat tenía coartada. Estaba de vacaciones jugando al golf en las Bermudas, donde las autoridades locales le comunicaron lo sucedido. —Rook miró de reojo a Nikki, quien permanecía estoica de perfil, igual que antes. Al menos hasta que Damon le preguntó—: ¿Qué tal está tu padre? —Entonces una cuerda invisible tensó los músculos de su cara—. ¿Estáis en contacto?
—¿Qué tal si nos damos un poco de prisa? —dijo Heat—. Tengo que volver a la comisaría.
—Lo siento, ¿he tocado un tema delicado? —Nikki no contestó, así que Dalton sacó otro dedo y siguió hablando con Rook—. Cuatro, su madre no había empezado todavía a salir con otros hombres, así que no había pretendientes que investigar. —Nikki emitió un suspiro de impaciencia y dio un largo trago de agua mineral—. Problemas en el trabajo —señaló con el dedo meñique—, nada de nada. Cynthia Heat era profesora de piano y todos sus alumnos estaban encantados con ella. Excepto quizá un par de niños de once años que odiaban hacer escalas. —Empezó a contar de nuevo con el dedo índice—. ¿Enemigos? A ese respecto, la respuesta era: ninguno, en principio. En el edificio no había disputas entre vecinos y tampoco tenía ningún litigio pendiente.
Nikki intervino, interrogándole por vez primera:
—¿Conseguisteis averiguar algo de aquel Cherokee azul con el raspón que se saltó el límite de velocidad al final de nuestra calle aquella noche?
—Hum. No, di el aviso, pero ya sabes cómo son estas cosas. Nunca me llegó nada. Era dar palos de ciego, sin tener la matrícula ni nada en una ciudad tan grande como ésta.
Entonces Nikki le preguntó:
—¿Te importa decirme cuándo fue la última vez que hablaste con los del archivo policial para ver si alguna de las joyas o de las antigüedades había sido vendida o empeñada?
—Oye, que yo llevo tres años jubilado. —Una familia sentada en la mesa contigua se volvió a mirarlos. Damon bajó la voz—: Mira, hicimos todo lo que pudimos. Yo me esforcé al máximo, lo mismo que tu antiguo capitán.
—¿Montrose? —La familia les miró de nuevo y esta vez le tocó a Nikki bajar la voz—: ¿Estás hablando del capitán Montrose?
—¿No lo sabías? Se puso en contacto conmigo justo después de que entraras en su comisaría. Me pidió todos los detalles de la investigación, pero tampoco él encontró nada. Debía de tenerte en mucha estima para tomarse tantas molestias.
—El capitán Montrose era un hombre muy especial —se limitó a decir Nikki mientras asimilaba la noticia.
—Supongo que tú tampoco te portaste mal con él. —Dio un sorbo a su café—. Ya sé que te esforzaste mucho para limpiar su nombre.
—Son cosas que se hacen.
Damon asintió con la cabeza hacia Nikki mientras le hablaba a Rook:
—Y ya vi en las noticias que tú te llevaste un balazo en el pecho por salvar aquí a la amiga.
—Son cosas que se hacen.
—Yo hice lo mismo en mi primer año como agente uniformado. —Se llevó las puntas de dos dedos al hombro derecho—. Lo del disparo fue una tontería comparado con la rehabilitación. ¿A que sí?
—Una verdadera tortura —dijo Rook.
—Un infierno —rio Damon.
—Con breves intervalos de purgatorio. Tengo un fisio sádico que se llama Joe Guantánamo.
—¿De verdad se llama así?
—No, así es como le llamo yo. En realidad es Joe Gittman.
—Me encanta —dijo Damon—. Joe Guantánamo. ¿Usa la bañera?
—Pues no me extrañaría. Viene un día sí y otro no y me dan ganas de tener una célula terrorista que activar y así pararle los pies.
Damon se echó a reír hasta que reparó en que Nikki le estaba mirando fijamente y entonces paró.
—El 2003 —dijo ésta—. La última vez que preguntaste en el archivo por esos artículos fue el 2003. Hace siete años.
—¿Cómo lo sabes?
—Cuatro años antes de que te jubilaras.
—Si tú lo dices…
—El 13 de febrero del 2003 fue la última vez.
El silencio que se instaló entre los tres bastó para que el camarero se marchara sin decir palabra. Por fin Carter Damon se inclinó hacia delante con algo parecido a una súplica en sus ojos enrojecidos:
—Nikki… Detective… A veces las pistas se enfrían, lo sabes. No es culpa de nadie. Y hay que seguir adelante —como Nikki no respondió, continuó hablando, ahora con voz ronca—: Yo me esforcé mucho en tu caso. Me esforcé. Mucho.
—Hasta que dejaste de hacerlo.
—¿Tengo que recordarte cuánta gente muere asesinada cada día en esta ciudad?
—¿A cuántas de mis madres han asesinado?
Damon movió la cabeza y se atrincheró. Su momento de vulnerabilidad se esfumó y se puso a la defensiva.
—Ah, no. Por ahí no paso. Eso es muy fácil de decir. Para ti es el caso. Para mí terminó siendo uno más de una larga lista. No puedes evitarlo, el trabajo acaba por desbordarte.
—Señor Damon —dijo Nikki, evitando deliberadamente dirigirse a él por su rango en la policía—, está usted hablando como si de verdad hubiera hecho el trabajo, cuando me da la impresión de que dejó de hacerlo cuatro años antes de jubilarse.
—Eso no es justo.
—Qué gracioso —dijo Nikki—. Porque eso es exactamente lo que pienso yo.
—Escucha, bruja. Si te crees capaz de resolver esto, adelante.
Heat se levantó.
—Espera y verás.
Rook dejó algunas monedas sobre la mesa y salió con ella.
Decidieron tirar la casa por la ventana y coger un taxi para recorrer las veinte manzanas hasta la comisaría para que así Heat pudiera trabajar desde su móvil por el camino, lo que habría sido imposible de ir en metro. Después de dar la dirección al taxista, Rook le dijo:
—Supongo que eres consciente de que el médico me aconsejó que recuperara algo de peso y que no me estás ayudando demasiado.
Heat siguió consultando sus mensajes en el teléfono y dijo:
—¿Por qué lloriqueas, Rook?
—Esta mañana nos saltamos el desayuno, pero supongo que no pasa nada porque fue a cambio de sexo salvaje —Rook atisbó un fugaz arqueo de cejas en el espejo retrovisor y se inclinó hacia delante, asomando la cabeza por la ventanilla de plexiglas para dirigirse al taxista—: No pasa nada. Somos primos, pero no primos hermanos. —Nikki se hundió en el asiento aguantando la risa, porque esas cosas que hacía Rook (en especial cuando todo se ponía triste y negro a su alrededor) la ayudaban a conservar el buen humor y a seguir adelante. Rook se volvió de nuevo hacia ella y continuó hablando—: Y ahora ¿qué? Quedamos para comer con el señor (que no detective) Carter Damon (no creas que no percibí el matiz en el cambio de apelativo) y la ingesta nutricional total que obtengo de semejante ágape se reduce a un refresco sin azúcar.
—¿Ágape?
—Soy un artesano de las palabras que delira por efecto de la hipoglucemia.
Nikki levantó una mano.
—Voy a llamar a Lauren Parry.
—Estupendo, a la forense. Si sigo sin comer no tardaré en tener una cita con ella yo también.
Rook dejó a Nikki en la comisaría y siguió camino a su loft en Tribeca, donde quería hacer algunas investigaciones por su cuenta y leer el archivo del caso que Nikki había prometido enviarle por correo electrónico. Después de hacerlo, ésta reunió a su brigada para una puesta en común de mediodía junto a las pizarras y empezó con las noticias de Lauren:
—Me acaba de informar la forense de que ya tenemos hora de la muerte aproximada para nuestra mujer desconocida. Sería anoche, entre las diez y las dos de la madrugada. —Hizo una pausa para permitir que su equipo tomara notas y luego continuó—: También han logrado sacar algunas huellas que el detective Ochoa ya ha introducido en la base de datos. Hasta el momento no ha habido coincidencias, pero no perdamos la esperanza. Más noticias de los de la científica. Han encontrado restos en la piel de un disolvente que por lo general se usa en laboratorios. —Nikki empleó un rotulador rojo tapado para señalar la mancha en los pantalones de la víctima a la altura de la rodilla—. También los análisis de este barro y de otro similar encontrado en los zapatos han revelado elementos que lo relacionan con el tipo de tierra que hay en las inmediaciones de una estación de tren.
Hizo una pausa para mirar al grupo.
—Me alegra comprobar que el detective Rhymer ya juega otra vez en el patio de los mayores.
El detective Ochoa lideró el tradicional coro de «bienvenido a Homicidios» usando el apodo con que se referían al detective natural del sur del país: Opie.
—Rhymer, estarás con Feller cuando vuelva de repasar las cámaras de seguridad con Raley. ¿Por qué no haces una comprobación de farmacéuticos, técnicos de laboratorio, profesionales de la medicina, etcétera, desaparecidos? Cualquier profesión que se te ocurra donde usen disolventes de laboratorio.
—Como, por ejemplo, la tintorería donde va Ochoa —dijo el detective Reynolds, dando comienzo a la inevitable ristra de pullas dirigidas a los Roach.
—Claro que sí —dijo Heat—. Con nosotros, los imparables detectives Malcolm y Reynolds. Os vais a poner con los trenes y el metro, a ver si trabajaba allí. Así que enseñad su foto en las oficinas de la empresa municipal de transportes, los ferrocarriles de Long Island, en PATH y también en MetroNorth. Como podéis ver —dijo Nikki señalando el plano aéreo de la víctima dentro de la maleta—, iba vestida como una directiva o una ejecutiva, así que empezad por ahí, aunque sin descartar revisores o trabajadores de las estaciones.
—Muy bien —dijo el detective Malcolm.
—Y pedid a los de seguridad de ferrocarriles que revisen las cámaras. La mujer puede no ser una empleada, sino una viajera que intentaba escapar de su asesino en tren.
Raley y Feller entraron por el fondo de la comisaría con gran alboroto, pero se detuvieron en seco al ver que la reunión no había terminado. Heat reparó en su nerviosismo y dijo:
—Hemos terminado.
Mientras Heat cerraba la puerta de un armario al que llamaban despacho situado pasillo arriba, donde Raley visionaba sin fin vídeos de seguridad, Feller dijo:
—Hiciste bien en decirnos que comprobáramos las cámaras cerca de las tiendas de la ruta de reparto. —Cogió la hoja de reparto del conductor del camión y enseñó a Nikki las marcas que había hecho y que conducían a la dirección de una deli rodeada con un círculo hecho a rotulador—. Estas imágenes son de una cámara situada a tres portales de distancia de la última parada del conductor en un sitio de comida griega en Queens, antes de dejar Manhattan.
—Northern Boulevard cerca de Francis Lewis y la avenida 44 —añadió Raley mientras pulsaba comandos en el ordenador—. Ha habido suerte. Esto lo saqué de una joyería que ha tenido tantos robos y atracos que acaban de cambiar su cámara de vídeo por una de alta definición.
Se aseguró de que estaba preparada y le dio al play.
El vídeo mostró el terciopelo azul del escaparate vacío de la tienda. La hora sobreimpresa en la pantalla decía que eran las cinco y media de la madrugada y el tráfico era escaso, tan sólo unos faros ocasionales deslizándose en la oscuridad. La acera seguía vacía hasta que aparecía la silueta de un hombre procedente del aparcamiento situado detrás de la tienda de electrónica PC Richards, al otro lado de la calle. Llevaba la cabeza gacha y un mechón de pelo le caía sobre la cara, ocultándosela. Sin embargo la atención de Heat se centró en la maleta American Touriste azul grisáceo que arrastraba tirando del asa extraíble por la acera en dirección a la joyería. El hombre dio la espalda a la cámara mientras usaba ambas manos para tirar de la pesada maleta por la rampa que iba de la calzada a la acera. Por el camino la maleta se balanceó y se habría volcado de no ser por que el hombre alargó un brazo y la sujetó antes de que se cayera. Las sombras definieron entonces fuertes músculos enfundados en una camiseta ajustada. Con la maleta ya equilibrada sobre sus dos ruedas, el hombre continuó avanzando y pasó delante del escaparate, donde una luz brillante debió de llamar su atención, pues se volvió para mirar. Raley congeló la imagen y obtuvo un plano vívido y a alta definición de la cara del hombre. Sus ojos hundidos casi parecían mirar a la cámara. La imagen congelada dejó a Nikki temporalmente muda, al darse cuenta de que estaba viendo la cara del asesino de su madre.
—¿Estás bien? —preguntó Feller.
Nikki se limitó a decir:
—¿Qué deducimos de este plano?
Raley consultó sus notas.
—Calculo que tendrá unos cuarenta y cinco años, más o menos. Yo diría que mide entre uno sesenta y uno ochenta y pesará unos noventa, noventa y cinco kilos, teniendo en cuenta lo mazas que está. Por el cuello de la camiseta parecía que se veía alguna clase de tatuaje. Nariz rota hace años y, en general, aspecto de tipo duro.
—Me apuesto a que ha estado en la trena —dijo Feller—. Reconozco la carne de trullo cuando la veo.
—Igual ahí es donde ha estado metido estos diez años —añadió el detective Raley.
—No adelantemos acontecimientos —dijo Nikki, y la advertencia iba dirigida hacia sí misma tanto como a los otros dos—. Haced la descripción física para acompañar a la orden de busca y captura. Sacad un primer plano del tatuaje y llevádselo a los de la base de datos de tinta y cicatrices de los de Crímenes en Tiempo Real. Aunque sea parcial, han hecho maravillas con menos. Y sí, hay que comprobar su fotografía con los registros de prisiones en cuanto empecemos y la pongamos en circulación. Cosa que deberíamos hacer ya.
—Ya está creado el archivo —dijo Raley—. ¿Algo más?
—Sí. Decirte que eres el rey de las cámaras de vigilancia.
Un aroma a hierbas la saludó al abrir la puerta del apartamento de Rook. La entrada y la cocina estaban a oscuras y reparó en cómo la cálida luz de las velas proyectaba sombras danzarinas en las paredes y en los apliques de metal. La luz parpadeante procedía del salón, situado al otro lado de la cocina americana, donde también sonaba una agradable música New Age. Nikki dejó sin hacer ruido las llaves en el gancho confiando en que Rook no se sintiera decepcionado cuando le pidiera que pospusieran la velada romántica. Después de aquel día tan duro, el cuerpo le pedía pizza, CNN, baño caliente y cama. Ya puestos, hasta podía saltarse la comida y la televisión.
—Estoy aquí. —La voz de Rook sonaba algo gutural y desapegada, como si hubiera empezado a dar cuenta él solo de la botella de Sancerre. Nikki fue hasta la cocina y al otro lado de la misma vio a Rook tumbado boca abajo en la penumbra sobre una camilla de masaje. Tenía una toalla cubriéndole el trasero y una mujer espectacular vestida de enfermera le pasaba los nudillos por uno de los isquiotibiales, sus largos dedos un poquito demasiado cerca del glúteo redondo y perfecto. Rook hizo las presentaciones sin levantar la cara de la rosquilla de gomaespuma.
—Nikki, ésta es Salena. Salena, Nikki.
Salena levantó la vista un momento, lo justo para mostrar una sonrisa de dientes perfectos. Susurró un «hola» y volvió a centrar su interés en el punto donde el muslo de Rook se juntaba con el borde de la toalla.
—Hum —dijo éste.
Salena dijo:
—Lo tienes muy tenso.
—Hum. Sí…
—Si me perdonáis… —dijo Nikki, y subió a oscuras hasta el piso superior del loft y se encerró en el dormitorio.
Cuando más tarde Rook entró vestido con un albornoz, la encontró cruzada de piernas encima de la cama y trabajando con su portátil.
—No tenías por qué esconderte aquí.
—Bueno, no me iba a quedar ahí plantada mientras disfrutabas de tu momento «porque yo lo valgo» con tu masajista.
—En realidad es una fisioterapeuta titulada. Me la ha enviado la agencia para sustituir a Joe Guantánamo. ¿Qué te parece?
Nikki cerró su MacBook.
—¿Sigue enfermo?
—No, se ha ido. Así que para lo que me queda de rehabilitación me toca la enfermera Salena. No tengo objeción. —Giró y se dobló unas cuantas veces—. De hecho, ya me siento mejor.
—¿Y Joe se ha ido así, sin más?
—Creo que sabía que no me gustaba. El tío era un sádico. Seguramente tampoco le hacía gracia que yo le contestara y me resistiera.
—Con Salena en cambio no has tenido ese problema, por lo poco que he visto.
—¿Estás celosa? Era una sesión de fisioterapia con una profesional titulada.
Nikki rio.
—Con sus aceites esenciales y su música de Enya. Venga ya, Rook, ha sido como entrar en el rodaje de una película porno.
—En las películas porno no ponen música de Enya.
Sonó el timbre de la puerta.
—Voy yo —dijo Nikki—. He pedido pizza.
Rook la siguió fuera de la habitación.
—Guau, pizza a domicilio. Esto sí que es porno y del duro.
Se la comieron en plan picnic, directamente de la caja, mientras Nikki le ponía al día de las imágenes que había sacado Raley con la cámara de seguridad de la joyería, y las novedades del laboratorio forense sobre el disolvente y los residuos de tren en el cuerpo de la mujer desconocida. Cuando terminaron de comer Rook se ofreció a lavar los platos, y así fue, puesto que tiró la caja de pizza en el cubo de reciclaje.
—Buena idea lo de la pizza —dijo—. Aunque no consigo decidir cuál me gusta más, si la Ray original, la Auténticamente original de Ray o la Os lo juro por Dios, tíos, ésta es la genuina pizza de Ray.
De la cocina americana pasaron a la mesa del comedor, donde por la tarde Rook había desplegado las hojas impresas del pdf que Nikki le había mandado junto con sus notas pasadas a ordenador de la reunión con Carter Damon.
—Por si te lo estás preguntando, detective Heat, sentarme a hablar con ese tío me ha resultado de lo más útil.
—Me alegra que alguien sacara algo útil del encuentro. Yo lo único que conseguí fue cabrearme.
—Pues no me di cuenta.
Nikki repasó las notas y dijo:
—No veo que tengas nada nuevo. Damon tenía razón, toda la información estaba ya en mi carpeta.
—Me sirvió para darme cuenta de su falta de rigor. A lo mejor no era así cuando empezó con el caso, pero tiró la toalla cuando se puso difícil y hacía falta un poco de perseverancia al más viejo estilo. En mi opinión Damon Carter es como Sharon Hinesburg, pero sin las uñas postizas y el Wonderbra. Tengo claro que tenemos que volver a principio y escarbar más hondo.
—No estoy de acuerdo. Por poco que me guste la mentalidad poco rigurosa de Damon…
—Muy de escaquearse…
—Estamos en un callejón sin salida. El capitán Montrose siempre nos enseñó a seguir la pista más fresca. Así que debemos centrarnos en la maleta.
—Podemos hacer las dos cosas.
Nikki le ignoró y siguió con lo suyo:
—Y cuando logremos identificar a la mujer estaremos aún más cerca.
—¿Por qué te resistes tanto?
—¿Quieres una cerveza? —preguntó Nikki, y se alejó en dirección a la nevera. Acababa de servir para los dos una Widmer Hefeweizen perfectamente turbia cuando sonó su teléfono móvil. Después de escuchar brevemente, dijo—: Muy bien. Nos vemos en el portal de Rook en cinco minutos. —Y colgó—. Eran los Roach. Si quieres venir, será mejor que te pongas algo que no sea un albornoz.
—¿Dónde vamos?
—A Queens. Han encontrado al tipo de la maleta.