Nikki Heat entró en el espacio diáfano que hacía las veces de despacho del Departamento de Homicidios de la comisaría 20 con un paso decidido que dejaba pocas dudas a los detectives que se esforzaban por seguirle el ritmo de que se había recuperado, y de sobra, de la sorpresa de su descubrimiento.
—Reunión a las diez —les dijo a los miembros de su brigada mientras cruzaba la puerta. De camino a su mesa añadió—: Detective Ochoa, manda los datos de la mujer sin identificar con disparo en la cabeza a Personas Desaparecidas. Y ya de paso, incluye a los cuerpos de policía de Westchester, Long Island, Nueva Jersey y Faifield County. Detective Raley, limpia la pizarra blanca ésa y saca otra más para que podamos trabajar con las dos a la vez. —Apartó un montón de papeles con mensajes y limpió el polvo procedente de los paneles de aislamiento acústico del techo que el terremoto de 5,8 había hecho caer como si fueran copos de nieve en su escritorio. Después tecleó en su ordenador y envió un correo a Lauren Parry, del Departamento Forense, con el mismo mensaje que le había dado de palabra quince minutos antes en la escena del crimen, a saber, que la interrumpiera en cuanto tuviera alguna información, por nimia que fuera, sobre el caso.
Nada más enviarlo, una taza de café apareció como por ensalmo sobre su calendario de sobremesa. Se giró en la silla y se encontró con el detective Feller enfrente.
—En vez de flores, acepta esto como disculpa por mi metedura de pata de esta mañana. Grande, con tres toques de avellana, si no me equivoco, ¿es así?
En realidad el café que Nikki bebía era grande, con leche desnatada y dos dosis de vainilla light, pero se limitó a decir:
—Más o menos —entendía que Feller quería hacer méritos, pero en aquel momento le preocupaban cosas más importantes que las modalidades de café—. Gracias y olvidemos el tema, ¿de acuerdo?
—No volverá a ocurrir.
En cuanto Feller se alejó, Nikki dejó la taza templada en una esquina de la mesa junto a los mensajes sin leer y empezó a hacer una lista de cosas por hacer en un bloc. Cuando había llenado un tercio de la página, escribió «refuerzos» y se detuvo. Eso requeriría aprobación de su superior, un escollo al que no le hacía ilusión enfrentarse. Escudriñó las oficinas hasta el despacho acristalado del capitán, que daba a la zona donde trabajaba la brigada de Heat. El cristal también permitía que la brigada viera el interior del despacho, lo que creaba un efecto a escala real similar al de aquella película, Noche en el museo. El capitán Irons estaba dentro de la vitrina colgando su chaqueta en una percha. Heat sabía que a continuación iniciaría su ritual diario de remeterse la camisa blanca del uniforme, y de hecho lo hizo, como siempre intentando contener el michelín que le sobresalía por encima del cinturón.
—Perdone, capitán —dijo Heat ya en la puerta del despacho de éste—. ¿Tiene un minuto?
Siempre atento a las formas, Wallace Wally Irons hizo una pausa antes de invitarla a entrar, como si estuviera buscando una razón para no hacerlo pero no encontrara ninguna. No le pidió que se sentara y a Nikki no le importó. Cada vez que se sentaba frente a la mesa de Irons no podía evitar recordar al hombre maravilloso que la había ocupado hasta que lo mataron y Irons, un burócrata, fue nombrado para reemplazarlo. El capitán Irons no era el capitán Montrose y Heat estaba segura de que ambos eran conscientes de ello.
Para hacer la situación todavía más incómoda, los altos cargos de Departamento de Policía de Nueva York le habían ofrecido a Heat el puesto de Wally Irons después de que aprobara los exámenes de teniente con honores. Pero Heat se había desencantado con lo peor de la política administrativa que rodeó todo el proceso. Le hizo darse cuenta de cuánto echaría de menos las calles, así que no sólo declinó quedarse con el puesto de Wally, sino que también rechazó la condecoración. Sin embargo, el hecho de que había estado a un pelo de ocupar el otro lado de aquella mesa hacía más que evidente la tácita fricción entre la detective y su superior. Tal y como ella lo veía, Irons era un burócrata superviviente más concentrado en su carrera que en hacer justicia, alguien a quien constantemente tenía que puentear y superar en inteligencia para conseguir hacer su trabajo. Para Irons, Heat era parte del pacto fáustico que había firmado. Era una detective de increíble valía cuyo historial de resolución de casos le daba un aspecto de lo más lucido a las estadísticas que Irons tenía que presentar en la sede central, pero lo cierto es que su competencia también lo dejaba en evidencia. En suma, que Nikki Heat era para Irons un recordatorio diario de todo lo que él mismo no era. Ochoa le había contado hacía poco a Nikki que había oído a Irons susurrarle a la detective Hinesburg en la cocina: «Trabajar con Heat es como tener un equipo de fútbol con dos entrenadores». Nikki le había quitado importancia y le había recordado a Ochoa que no le interesaban los cotilleos. Además, aquello era algo que ya sabía sin necesidad de que se lo contaran. No hacía falta ser un detective genial para darse cuenta de que la situación era absurda. Vamos, que hasta Irons podía darse cuenta.
—Dicen que has hecho todo un descubrimiento esta mañana —dijo Irons, y parecía menos interesado en el descubrimiento en sí que en su red de informadores.
Nikki se limitó a exponerle el caso a grandes rasgos, describiéndolo como un homicidio múltiple que debía ser tratado como prioritario y que, sobre todo, requería de refuerzos desde el principio. El capitán levantó las manos con las palmas hacia ella.
—Eh, un momento, no tan deprisa. Entiendo tu interés personal por asignarle a este caso código rojo, pero esos recursos extra habrá que justificarlos de alguna manera.
—Capitán, conoce las cifras que manejo. Nunca me excedo con las horas extras y…
—¿Cómo que horas extras? —Negó con la cabeza—. ¿Así que no estamos hablando sólo de traer agentes y detectives de otras brigadas, también de horas extras para tu equipo? ¡Madre mía…!
—Sería dinero bien empleado.
—Eso es fácil de decir. No sabes lo que es estar en este puesto. —Se dio cuenta del jardín en el que se estaba metiendo y dio marcha atrás—. Vamos, que para ti es fácil decirlo.
—Capitán, esto es muy gordo. Por primera vez en diez años tengo una pista nueva sobre el asesinato de mi madre. —Nikki había aprendido a nunca dar por sentadas las pocas luces del capitán, así que se lo explicó palabra por palabra—. La maleta robada es un vínculo directo entre los dos casos y estoy convencida de que si puedo encontrar al asesino de esta mujer sin identificar, también encontraré al de mi madre.
La expresión de Irons se suavizó y adoptó una mueca pastosa que quería ser compasiva.
—Mira, ya sé que este caso tiene muchas implicaciones personales para ti.
—Eso no puedo negarlo, señor, pero le aseguro que lo investigaré con el rigor de siempre y con independencia de…
—¡Toc toc! —La detective Hinesburg estaba apoyada en el quicio de la puerta—. ¿Es un mal momento?
El capitán Irons le sonrió radiante y después se volvió de mala gana hacia Nikki, a quien brindó una mirada seria mientras le decía:
—Detective Heat, dejemos esta conversación para más tarde.
—Pero bastaría con un sencillo sí.
Irons rio.
—Tenacidad no le falta, eso desde luego. Pero aún no me ha convencido y ahora mismo tengo a la detective Hinesburg en mi agenda —dijo, e hizo un gesto en su calendario de mesa que zanjó la cuestión.
Al parecer, pensó Heat, ahora Hinesburg se dedicaba a concertar citas formales para su labor de peloteo. Al salir del despacho pasó junto a ella, la detective con peor rendimiento de toda su brigada.
—Reunión en tres minutos, Sharon.
La puerta de cristal se cerró suavemente detrás de ella y escuchó risas ahogadas.
Se guardó la irritación que sentía en el bolsillo. Nikki era demasiado profesional para dejarse succionar por aquellas arenas movedizas y estaba demasiado centrada en las implicaciones de la pista recién descubierta como para permitir que unos agentes de tres al cuarto la distrajeran de su misión. Raley había terminado de colocar las dos pizarras blancas de gran tamaño en un gran ángulo formando una uve contra la pared de ladrillo blanco y Nikki se puso a trabajar de inmediato, preparando primero la dedicada a la mujer sin identificar. En la esquina superior izquierda pegó fotografías a color de 20 X 25 de la víctima tomadas desde distintos ángulos: un primer plano de la cara, una vista lateral de la cabeza, un plano aéreo del cuerpo en posición fetal dentro de la maleta y otro detallado de la herida de arma blanca. Junto a éstas, colocó fotografías del camión de reparto tomadas desde cinco ángulos: delantero, trasero, laterales y uno aéreo que le había pedido al fotógrafo de la policía científica que sacara desde una escalera de incendios. En Nueva York la gente tenía la costumbre de mirar lo que ocurría en la calle desde sus apartamentos y oficinas. La vista aérea del tráiler del camión, incluidas las explícitas pintadas, muy bien podría haber llamado la atención de algún observador y ayudarles a reconstruir el itinerario del vehículo. Cualquier información de esa clase, por insignificante que fuera, podría aclarar cómo y cuándo llegó la maleta al camión. O quién la metió.
Una salva de aplausos la obligó a girarse. Jameson Rook había entrado en las oficinas por primera vez desde que resultara herido salvándole la vida a Nikki, y la brigada en pleno se puso en pie para felicitarle. La intensidad de los aplausos creció conforme agentes de uniforme, de paisano y detectives de otras brigadas de la comisaría se congregaban en la puerta detrás de Rook y se unían a la ovación. Éste parecía sorprendido y miró a Nikki, claramente conmovido por aquella espontánea bienvenida colectiva. Como si la mañana no hubiera sido ya lo bastante emotiva, Nikki se descubrió a sí misma conmovida ante aquella recepción, pues sabía lo que un gesto así significaba procedente de la fraternidad de policías, que no se distinguen precisamente por sus demostraciones de afecto.
Cuando los aplausos se apagaron, Rook se frotó un ojo, tragó saliva, sonrió a los presentes y dijo:
—¿Así es como recibís a todo el que os trae café? —Durante las risas fue hasta Nikki y le alargó un vaso de papel—. Aquí tienes. Café grande con leche desnatada y dos toques de vainilla light.
—Perfecto —dijo Nikki y en cuanto hubo pronunciado esa palabra, la cara de Randall Feller apareció detrás de la del detective Ochoa con expresión ofendida.
Rook reparó en el grupo de gente que seguía allí reunida mirándole.
—Supongo que debería decir unas palabras.
—Si no hay más remedio… —dijo el detective Raley provocando nuevas carcajadas.
—Ahora sí que no os libráis. Pero seré breve… —Hizo un gesto hacia las pizarras de Heat—. He oído que hay casos nuevos en los que trabajar y no quiero retrasaros.
—Demasiado tarde —dijo Nikki, pero estaba sonriendo y los dos rieron.
—Supongo que «gracias» es todo lo que tengo que decir. Gracias por las muestras de apoyo, las tarjetas, las flores… Aunque no me habría importado una enfermera picarona.
—Siempre que no tuviera demasiados pelos en la espalda —dijo Ochoa.
Rook continuó:
—Y lo diré por última vez: gracias a los detectives Raley y Ochoa, los Roach. Gracias por dar sangre para mi transfusión aquella noche. Supongo que eso quiere decir que oficialmente…
—… ¡Dais grima! —gritó el detective Rhymer, que se había acercado desde Robos.
—No tienes que agradecerme nada, tío —dijo Ochoa—. ¿Sabes lo que tienes ahora, Rook? Superpoderes. Tienes la sangre de los Roach.
—Úsala con cabeza —añadió Raley.
Nikki carraspeó.
—¿Ya está?
—Ya está —contestó Rook.
Heat adoptó un tono profesional:
—Los de mi brigada, traed las sillas para la reunión.
Conforme los visitantes se marchaban y su gente empezaba a congregarse alrededor de las pizarras, Rook se acercó y la estudió mientras hablaba con voz suave:
—Eh, ¿estás mejor que cuando hablamos por teléfono?
Nikki se encogió de hombros en un gesto ambiguo.
—Sí, bien, se me está pasando el shock. Ahora estoy en modo «investigar a muerte». Lo malo es que Irons ya me está poniendo pegas. Quiere escaquearse de autorizarme horas extra y más hombres.
—Qué paquete de hombre.
—No sé qué hacer para convencerlo. —Nikki cambió de tema—: Oye, gracias por el café. ¿Crees que podrías acercarte a mi apartamento a ver si le ha pasado algo con el terremoto?
—Ya he ido. Daños mínimos. Todo en orden: los cuadros vuelven a estar rectos, la fruta en el frutero y los chirimbolos inútiles por todas partes. También he olido la cocina por si había un escape de gas. Nada. Bueno, menos el ascensor, que no funciona. Subir tres pisos no es moco de pavo, pero yo soy un chicarrón.
Nikki le dio las gracias, pero en lugar de contestar «de nada», Rook acercó una silla.
—¿Qué haces?
—Esperar a que empiece la reunión. —Leyó la objeción en la cara de Nikki y dijo—: Venga ya, ¡no pensarías que iba a venir hasta aquí sólo para traerte un café!
Heat empezó con los detalles. La información básica no hacía falta ponerla en palabras, no con aquel equipo. Todos en la habitación conocían a la detective y su historia, por lo que estaban al tanto. Y, por si eso no bastara, las pizarras paralelas y sus ademanes reconcentrados lo dejaban más que claro. Se encontraban ante el gran caso. El caso de la vida de Nikki Heat.
Todos estaban muy atentos. Nadie interrumpió, nadie hizo bromas. Nadie quería meter la pata con Nikki. Todos compartían un pensamiento: resolver este caso para la detective Heat.
Tras relatar brevemente el descubrimiento de la maleta con la brigada antibombas, Nikki empleó las fotos de la mujer sin identificar como referencia para su descripción detallada de la víctima, su estado de congelación, la ausencia de documentación y efectos personales y su aparente —aunque sin confirmar— muerte por una sola herida de arma blanca en la espalda ejecutada con profesionalidad. A continuación señaló el conjunto de fotografías del camión.
—El conductor está dispuesto a cooperar en todo, lo mismo que su empleador. Estamos intentando determinar la hora de las distintas entregas para saber cuándo llegó la maleta al camión. Asumimos que lo hizo en algún punto de la ruta de reparto, pero no quiero dar nada por hecho. Nada. Y eso nos lleva a mi primera asignación. Detective Hinesburg.
Nikki la pilló desprevenida cuando ésta se incorporaba con retraso a la reunión recién salida del despacho del capitán.
—¿Qué hay? —dijo mientras buscaba dónde sentarse.
—Quiero una investigación de posibles antecedentes del conductor del camión y de todas las personas del muelle de carga que tuvieran acceso al vehículo antes de que se pusiera en marcha esta mañana. Eso quiere decir cualquiera que lo limpiara, cargara, inspeccionara o que pudiera haber colado dentro una maleta antes de que saliera de allí. —Hinesburg encontró una silla y asintió—. ¿No lo vas a apuntar, Sharon?
—No, no hace falta. —Luego, conforme asimilaba la información, Hinesburg añadió—: Si el conductor fue quien llamó a emergencias, entonces se supone que no es el culpable, ¿verdad? Esto me va a llevar un montón de tiempo, ¿no?
Si los bocadillos con pensamientos que salen en los tebeos fueran visibles en la vida real, el de Heat en ese momento habría sido: «Ya te digo».
Nikki había aprendido que la mejor manera de reducir al mínimo los daños que Sharon Hinesburg podía hacer a un caso era encargarle tareas en las que su pereza e incompetencia resultaran lo más inocuas posible.
—Pero no lo sabremos hasta que no te pongas con ello, detective. —Recorrió la habitación con la vista—. Detective Feller:
—Presente. —Había estado inclinado hacia delante, atento, con los codos apoyados en los muslos de sus pantalones vaqueros. Al oír su nombre se enderezó y preparó el bolígrafo.
—Tú te ocuparás de la ruta de reparto. Con eso me refiero no sólo a comprobar los trabajadores, las delis y las tiendas de bebidas donde estuvo el camión. También si paró a poner gasolina y dónde. ¿Dejó en algún momento el conductor del camión solo para ir al lavabo? ¿Tiene una aventurilla por ahí y aparca de vez en cuando para echar un quiqui? ¿Se está agenciando comida del reparto o dejando la puerta trasera del camión abierta al pasar por delante de la casa de su tío para ver si se cae alguna caja de calamares? Ya sabes a qué me refiero.
—Me pongo con ello.
—Tendrás que coordinarte con Raley. En su calidad de rey de las cámaras de vigilancia, va a localizar todas las que haya en la ruta de reparto. Y otra cosa, Raley. —El detective levantó la barbilla, completamente atento—. Por supuesto, queremos imágenes de la maleta y de la persona o personas que la pusieron en el camión, pero también hay que repasar las grabaciones en busca de testigos oculares. Peatones, quiosqueros, ya sabes a lo que me refiero.
—Cualquiera que viera el camión o lo que ocurría a su alrededor, todos los sitios en los que estuvo —contestó el detective Raley haciendo que la tarea sonara inmensa y al mismo tiempo factible.
—Detective Ochoa, tú te ocuparás de las huellas en cuanto tengamos alguna. También ponte en contacto con el Centro de Crímenes en Tiempo Real. A ver si su base de datos nos da algo sobre llamadas denunciando alteración del orden o mujeres gritando, aunque las hayan clasificado como disputas domésticas.
—¿Franja horaria? —preguntó Ochoa.
—No podremos saber la hora del crimen hasta que la policía científica se haya puesto a trabajar una vez el cadáver se haya descongelado, así que quedémonos de momento con las últimas cuarenta y ocho horas y después lo ampliaremos, si hace falta.
Después de haber apuntado todo lo dicho en la pizarra, Feller preguntó:
—¿Crees que podría ser un asesino en serie? Porque igual puedo meter el modus operandi en la base de datos y ver qué información nos da en cuanto a excarcelaciones y cosas así.
—Buena idea, Randy. Hazlo.
—¿Y qué pasa si es una coincidencia? —preguntó Sharon Hinesburg.
Los otros detectives se revolvieron en sus asientos y Ochoa incluso se tapó la cara con las manos.
—Me parece que ya sabes lo que opino yo de las coincidencias, Sharon —dijo Nikki.
—Pero existen, ¿no?
—Venga ya —dijo Feller, incapaz de disimular su desprecio—. ¿Un mismo asesino con idéntico modus operandi que mete a su cadáver en una maleta que resulta ser la de una víctima anterior? Si esas coincidencias existen, voy a comprarme ahora mismo un billete de lotería.
Cuando las risas despectivas se acallaron, Heat dijo:
—Os voy a decir una cosa. Para estar seguros, vamos a comprobar en eBay y en las tiendas de segunda mano a ver si encontramos alguna pista de la maleta. —Y a continuación, para demostrar hasta qué punto le parecía una pista digna de seguirse, dijo—: Sharon, ocúpate tú también de ello.
A continuación posó la vista en una fotografía que tenía sobre la mesa y la efervescente energía que se había apoderado de ella desde su descubrimiento en la avenida Columbus decayó un tanto. Se enderezó, forzándose a sí misma a sobreponerse y sostuvo la instantánea para que todos la vieran.
—Esto… —dijo y tuvo que callarse por miedo a que la voz se le quebrara. Algo se movía en su visión periférica; era Rook, juntando las manos delante de él y apretándolas en un gesto de fuerza. Aquella seña pequeña y secreta animó a Nikki, quien agradeció por no haberlo echado de allí a patadas, después de todo. Recuperada la compostura, siguió hablando—: Es un primer plano de la parte de abajo de la maleta. Lo pegó en la esquina superior derecha de la pizarra de la mujer sin identificar. En la habitación silenciosa resonó el crujido del cuero de los cinturones reglamentarios mientras todos se inclinaban hacia delante para mirar. El flash aclaraba el color de la maleta, que pasaba de azul grisáceo a azul cielo. En el centro del plano aparecían dos iniciales grabadas de forma rudimentaria: «N H».
Mientras la brigada asimilaba en silencio las asombrosas implicaciones de aquello, a saber, que la niña pequeña cuya mano había grabado su nombre en la maleta estaba ahora de pie ante ellos, la mano adulta pegó un duplicado de la foto con las iniciales en la segunda pizarra.
—Aquí está la relación —dijo la detective Heat haciendo acopio de frialdad y autocontrol para combatir el torbellino de sentimientos que la invadía—. La pista nos conduce hasta el homicidio sin resolver de Cynthia Trope Heat hace diez años. —Trazó un arco invisible dos veces entre las fotografías de las iniciales de las dos pizarras—. Éste nuevo caso va a ayudarnos a resolver el antiguo.
—Y viceversa —dijeron Raley y Ochoa al unísono.
—Desde luego —dijo Nikki.
Mientras el grupo se disolvía y cada uno se disponía a trabajar en las tareas encomendadas, el detective Feller se abrió paso hasta Heat.
—Vamos a arrasar con este caso —dijo—. Para mí tiene prioridad total.
—Gracias, Randy. Muchas gracias.
Feller se quedó esperando como si quisiera añadir algo y Nikki leyó una vez más en su cara sus sentimientos no confesados hacia ella. Los había visto desde el día en que sus caminos se habían cruzado el otoño pasado, cuando el taxi que conducía de incógnito había sido el primero en responder a su llamada de auxilio. Desde entonces, aquel agente rudo y de maneras bruscas se transformaba en un chiquillo tímido el día de su baile de graduación cada vez que estaba a solas con ella.
—Escucha, me preguntaba si no has asignado a nadie para que sea tu pareja… —Dejó la frase sin terminar, poniendo a Nikki en un aprieto.
Entonces intervino Rook:
—De hecho, había pensado que la detective Heat y yo podíamos trabajar juntos en este caso.
Feller miró a Rook de arriba abajo, como si acabara de saltar de un camión del circo.
—No me digas. —Y se volvió hacia Nikki—: Creo que un detective veterano sería más útil que… un escritor como acompañante. Pero, vamos, que igual son sólo impresiones mías.
—¿Te refieres al escritor que le salvó la vida?
Nikki dijo:
—Hum. Vale, una cosa, chicos…
—Me refiero al detective veterano que recibió un disparo por salvarle la vida —dijo Feller enderezando sus anchas espaldas y dando un paso hacia Rook.
—Ya sé cómo arreglar esto —dijo Rook—. A la de tres.
—¡Venga ya! No os lo vais a jugar a piedra, papel, tijera —dijo Nikki.
Rook se inclinó hacia ella y susurró:
—No te preocupes. Conozco el prototipo. Estos machitos siempre sacan piedra. —Y antes de que pudiera decir nada más contó—: Una, dos, tres. —Y sacó la mano plana: papel, que se encontró con las tijeras de Feller.
El detective rio:
—Ja, ja. Un placer jugar contigo, Rook.
—Siento interrumpir esta exhibición de orgullo masculino —dijo Heat—, pero, Randy, tengo planes para ti en los que serás más útil que duplicando esfuerzos conmigo. Y en cuanto a ti, Rook, no te lo tomes a mal, pero éste no es un caso en el que me apetezca estar tropezándome contigo cada vez que me doy la vuelta.
—¿Y por qué iba a tomarme a mal algo así?
Entonces apareció el capitán Irons a su espalda.
—Señor Jameson Rook, bienvenido a la dos cero. —El rostro carnoso del capitán esbozó una sonrisa de funcionario de la Cámara de Comercio. Empujó a un lado a Feller al alargar la mano para estrechar la de Rook en un apretón sudoroso mientras le daba una palmadita en el hombro—. ¿A qué debemos este honor? ¿Un nuevo reportaje, quizá?
Los intentos mal disimulados del capitán de la comisaría por autopromocionarse siempre resultaban bochornosos, aunque aparentemente no para él. Wally Irons, quien en una ocasión había tirado al suelo a una niña pequeña recién rescatada de un secuestro de tanta prisa como tenía por ponerse delante de las cámaras de televisión, carecía del gen del ridículo cuando tocaba hacer la rosca a la prensa. Pero Jameson Rook llevaba toda su carrera de escritor tratando con tipos como él y no movió una pestaña. De hecho aprovechó la oportunidad que se le presentaba.
—Bueno —dijo—, eso depende. ¿Cree usted que de aquí podría salir una buena historia, capitán?
—Rook… —advirtió Heat.
—Más claro, agua —sonrió Irons—. Para mí que este nuevo descubrimiento está pidiendo a gritos una segunda parte del artículo que ya escribió sobre la detective Heat. —Nikki intentó captar la atención de Rook, taladrándolo con la mirada y negando con la cabeza. Rook sabía cuánto había odiado ella el interés que su artículo de portada en First Press había despertado, pero hizo como que no la veía.
—¿Una segunda parte? —preguntó, como si la idea le sorprendiera.
Irons dijo:
—Me parece que salta a la vista.
—Pues usted es el experto —dijo Rook y las «gracias» que el capitán se apresuró a articular fueron la prueba de que la ironía se le había subido a la cabeza—. Podría tener interés. Yo no soy editor, así que no me hagáis mucho caso, pero me gusta la idea. —Se frotó la barbilla y añadió—: Supongo que tendría que ser una narración directa de los hechos, capitán, y no un mero refrito.
—Por supuesto.
—Lo que quiero decir es que ya sé que la detective Heat ahora está muy ocupada, lo mismo que su brigada. Pero me resultaría más fácil venderle la historia al editor cuanto más gorda sea. Supongo que en su calidad de responsable, ya habrá reclutado todas las fuerzas a su disposición. —Se resistió a guiñarle un ojo a Nikki mientras seguía hablando—. Me refiero a aprobar horas extra y…, no sé…, traer más hombres de otras brigadas y comisarías.
Una sombra nubló la expresión de Irons.
—Hemos hablado de ello.
—Esa historia desde luego vendería. Un capitán de comisaría que se enfrenta a la burocracia para reunir los recursos necesarios para sus detectives. Un jefe capaz de resolver de un solo golpe un caso nuevo y otro antiguo —rio—. Eso es un titular seguro.
El capitán asintió igual que un muñeco cabezón y se volvió hacia Nikki:
—Heat, adelante con los refuerzos de los que hemos hablado antes.
—Gracias, señor. —Nikki le regaló media sonrisa a Rook.
—Otra cosa que se me ha ocurrido, capitán Irons.
—¿Sí?
—Ahora que estoy cien por cien recuperado, quizá no sería mala idea repetir lo que hicimos para el primer reportaje e ir de compañero con la detective Heat. Es una manera estupenda de seguir el caso y además me ayudaría a documentar los frutos de su liderazgo a pie de calle, de manera que si al final sale un artículo de todo esto, ya estaría trabajando sobre el terreno.
—Hecho —dijo Irons. Feller sacudió la cabeza y se alejó—. Heat, parece que el dúo dinámico cabalga de nuevo —dijo el capitán mientras se disponía a volver a su despacho.
—¿Puedo hacer algo más por usted, detective? —preguntó Rook.
—Sólo quiero que conste en acta que, después de este alarde manipulador, ya sé que eres un ser retorcido en el que no se puede confiar. Nunca.
Rook se limitó a sonreír.
—De nada.