EPÍLOGO

Era una mañana de primavera cinco años después. Len Christopher, conservador-adjunto del Gran Parque Zoológico de Nueva York, caminaba lentamente a lo largo de la hilera de las jaulas de los grandes felinos. De pronto se detuvo y quedóse mirando a una amplia estructura de barras metálicas que destellaban a los rayos del sol naciente.

—Es raro —murmuró—. Juraría que no estaba la noche pasada. ¿Qué habrá suce…?

Se detuvo. Hizo un valiente esfuerzo para estirar la cabeza y quedóse durante unos instantes con la mirada fija en la pesadilla azul-verde-amarillo-roja que se erguía colosal tras los sólidos barrotes metálicos de varios milímetros de espesor.

Y de pronto echó a correr, gritando, en dirección al despacho del superintendente.

En una pequeña superficie, la… bestia… estaba enjaulada…