30

Pendrake se apoyó y quedóse inclinado y jadeante. Finalmente, al volverle las fuerzas, miró por el borde del risco.

Gran Deforme se estaba poniendo en pie en el césped de la sima, y el maquerodo daba vueltas cautelosamente en su derredor. Gran Deforme comenzó a andar hacia atrás, apartándose de la bestia. Era cosa harto normal.

Pero el maquerodo estaba actuando de manera anormal. El gran tigre gemía con inconfundible perplejidad… y se apartaba del hombre peludo.

Se apartada… no podía ser de miedo. Nada viviente en la Tierra en los pasados cien millones de años podría haber causado un temblor de miedo en su salvaje ser.

Gran Deforme meneaba la cabeza como una persona aturdida, y la atención de Pendrake se concentró en él, hasta cuando desapareció de la vista el feroz animal carnicero.

Vio que el neanderthalense estaba dirigiéndose a la cuerda pendiente, y, con rápido movimiento, Pendrake la apartó con los pies de su alcance.

—¡Pendrake!

El achaparrado cuerpo estaba directamente bajo él, con la deforme cabeza vuelta hacia el lugar donde había desaparecido el tigre.

—Pendrake —repitió la voz, en tono suplicante—. Debe reconocerme como a su alimentador, pero volverá. Pendrake, baje esa cuerda.

Pendrake no sintió ninguna compasión. Su cuerpo estaba frío como el hielo por los pensamientos que le atravesaban la mente. Todo su ser palpitaba.

—Váyase a los infiernos a donde envió a otros hombres—respondió—. Váyase al vientre de la bestia que ha alimentado con los cuerpos de sus víctimas. Que el dios que le hizo a usted le tenga piedad; yo no le tengo ninguna.

—Le prometo todo…

La rabia de Pendrake no cejó, sino que aumentó. Se imaginó los espantados escalofríos de las mujeres ante la vista a solas con aquel monstruo que ahora estaba suplicando con voz humana la compasión que no había tenido él nunca para con nadie. Pensó en Leonor…

Su mente se contrajo a una nueva profundidad de acerada voluntad.

—Promesas—se mofó. Y su carcajada se expandió en ecos sobre aquel antiguo valle de la hacía tiempo muerta Luna.

Y terminó…

Hubo un destellar de amarillo-rojo-azul-verde en la maleza a cien metros a la derecha. Un momento antes, Pendrake había anhelado la vuelta de la poderosa bestia carnicera. Mas ahora… la repugnancia dominó a las crudas emociones. El horror le recorrió los nervios. «Estoy loco», pensó. «Un hombre no puede administrar justicia, dejar que otro ser humano vaya a la muerte de esta manera. Después de todo, no es un verdadero paralelo».

Dio un puntapié a la cuerda, que volvió a quedar suspendida.

—¡Aprisa! —gritó—. ¡Podremos hablar mientras esté usted fuera del alcance de…!

La cuerda se combó con el peso; Pendrake contempló al desesperado hombre en su lucha por la vida. El ser se acercaba salvajemente, mirando con evidente hambre de excitación al cuerpo que se columpiaba sobre él. Siguió mirando arriba con ojos de destellante fulgor amarillo, y rugiendo inquieto al percatarse de que se le escapaba el alimento. De pronto, fuera cual fuese el lazo que le había contenido, la atadura de compañerismo fantásticamente antiguo, se rompió.

Corrió atrás, volvióse hacia el risco de nuevo, y se convirtió en una pincelada de fulgurante color contra las pardigrises paredes. Subió a la carrera treinta metros, cuarenta, cincuenta, por la perpendicular pared. Y falló, pareciendo haberlo hecho sólo por pocos centímetros.

El animal cayó abajo, remolineó al alcanzar el fondo, y con lo que parecía un razonable cálculo corrió al extremo del cerrado recinto y volvió a enorme velocidad, catapultándose de nuevo a la escarpada pared. Esta vez falló sólo por milímetros.

Pero era un fallo.

Al caer abajo por segunda vez no hizo otro esfuerzo, limitándose a quedar posado sobre sus ancas, contemplando cómo su fallida presa se ponía fuera de su alcance.

Desde arriba, Pendrake miró a la sudorosa y columpiante figura en su pugna. Estaba quieto, pero determinado. Al hallarse Gran Deforme a unos cuatro metros, dijo:

—Bien, ya está bastante lejos.

El otro se paró un momento y miró arriba suplicante.

—Pendrake, no me empuje abajo de nuevo. Tendremos una democracia. Liberaremos a las mujeres. Ellas podrán escoger.

—Tire su cuchillo aquí—dijo Pendrake. Un instante después voló por el aire la navaja, cayendo en el piso metálico a unos cinco metros tras él.

—Ahora —dijo Pendrake— descienda unos nueve metros. Necesito ese tiempo para coger la navaja.

Gran Deforme se deslizó con rapidez, pero con cuidado, a doce metros.

—Le digo, Pendrake, que tendrá mi completa cooperación.

Pendrake aseguró la navaja y fue al borde del precipicio. Le llevó varios minutos manipular la hoja con sus manos atadas a fin de cortar las cuerdas. Pero una vez realizada la tarea se sintió mejor, más confiado mas convencido de que todo, a pesar de la gran pesadilla, iba a resultar bien.

Esperó preciosos minutos mientras restablecía la circulación en muñecas y dedos, y luego ordenó al neanderthalense:

—¡Trepe aquí!

Gran Deforme se izó hasta escasos centímetros del borde.

—¡Deténgase! —ordenó Pendrake.

El otro se balanceó inquieto.

—¿Qué va a hacer? —preguntó jadeante.

—Enrolle la cuerda en torno suyo y átela para que soporte su peso sin que necesite asirla.

Gran Deforme hizo cuanto se le decía, quedando firmemente sujeto y equilibrado.

—Y ahora levante las manos; voy a atarlas —dijo Pendrake. Una vez lo hubo hecho, añadió lentamente—: Está bien, Gran Deforme, ahora voy a hacerle la pregunta principal. ¿Qué sucedió a mi mujer?

El monstruo respiró con fuerza.

—Ella está bien, compañero —murmuró—. Devlin la sacó de mi lado el día del ataque. Dicen que alguien la corteja, pero que ella está esperando. Ella dice que nada puede matar a un tipo como usted.

Pendrake sintió que un cálido flujo le recorría todo el cuerpo. «Buena vieja Leonor», pensó. Y en voz alta, añadió:

—Gran Deforme, voy a subirle a usted y luego le llevaré al poblado.

—¿Va usted a entregarme atado así? —exclamó con acento de pánico el neanderthalense.

—No voy a entregarle a nadie—respondió pacientemente Pendrake—. Vamos a derribar su empalizada y darle a usted un lugar en la comunidad como a cualquier otra persona. Tipos muy duros se han convertido en buenos ciudadanos antes de ahora.

Al arrastrar al cautivo al borde del risco, ya a salvo, le asaltó la idea de que el hombre andaba aún por doquier a brazo partido con su primitiva herencia. Como fuera, en la vasta escala de la existencia internacional y en el ruedo del poder nacional resultaba casi imposible enjaular a la bestia salvaje. Pero aquí, en el mundo limitado de una pequeña población, probablemente podría ser efectuado… si fuese dejado abierto el camino a la Tierra, manteniéndose un secreto contacto a través, por ejemplo, del grupo de Aurelia.

Habia varios «si» condicionales. Y debido a que lo dudaba, debido a que el hombre no había solucionado en parte alguna estos problemas y debido a que no deseaba fracasos allí en la Luna, Pendrake hizo una pausa con su prisionero en la estancia de la cueva que contenía la intensa luz azul y el transparente cubo donde el pueblo de la Luna mantenía lo que quedaba de su extraña vida.

—¿Estoy haciendo lo que debo? —habló silenciosamente en el centro de la luz.

—Está haciendo lo que conecta a su cerebro a un universo de ilusiones al que el desorientado no tiene ningún derecho.

—Mas deben haber niveles de justicia. ¿He obrado cuerdamente en el limitado marco en el que operé? —intentó Pendrake de nuevo.

—El universo material —fue la respuesta—es un intento momentáneo —en términos de eternidad—a la diferenciación, pero la verdad fundamental es que todo se iguala a todo.

Confundido, Pendrake exclamó con cabal sorpresa:

—¿Todas las diferencias son ilusiones?

—Por siempre.

Pendrake tragó saliva y repuso obstinado:

—Pero entonces ¿qué es la diversidad que percibo?

—Ilusorias señales débiles y fuertes de energía.

—¿Pero a quién están señalando?

—Mutuamente.

Por un momento, Pendrake se sintió confuso mas aún no estaba satisfecho. Sin embargo, su tono fue más acre al preguntar:

—Si eso es verdad, ¿por qué habéis tomado la forma que ahora tenéis y continuado existiendo?

—La respuesta a esto es el secreto que el hombre debe lenta y penosamente descifrar. Mas ello es tambien transitorio, el resultado de nuestra propia desviación de la verdad eterna. Mucho antes de que podamos volver a lo que es te daremos la bienvenida a la unidad.

—No estaré aquí—dijo Pendrake foscamente—. La vida del hombre es corta, por mucho que anhele la inmortalidad.

—Ninguna señal se ha perdido nunca—fue la tranquila respuesta—, pues todas las señales son una.

Pendrake no pudo hallar respuesta alguna a esto, y resultaba evidente que aquellos análisis metasocráticos no encerraban mensaje alguno para él.

—Adiós —fue todo cuanto dijo. El silencio respondió.

Una hora después los dulces besos de Leonor hicieron perder todo sentido a cuanto dijera el pueblo de la Luna, pues ella estaba en sus brazos y no en los de otro; era hacia él que ella señalaba una intensa emoción de amor…

Otros desarrollos en la comunidad lunar fueron también de naturaleza sumamente individual.

No demasiado sorprendentemente, visto lo que en una ocasión dijera Gran Deforme, una de sus mujeres eligió realmente permanecer casada con él. El neanderthalense parecía resignado a ser un ciudadano corriente. Ello se puso de manifiesto particularmente tras la demolición de la empalizada. Fue entonces que revelo dónde había escondido la munición y otros materiales valiosos.

Tales acciones parecían apuntar un futuro mucho más pacífico.

Como Pendrake lo explicó a Leonor:

—Podemos no descubrir rápidamente lo que es la vida. Acaso nunca sepamos lo que el pueblo de la Luna piensa que descubrió. Pero si instituimos aquí una fuerza policíaca operando bajo un sistema legal, tendremos tiempo para lograr que esas supermáquinas funcionen sin temor de que alguien las emplee contra nosotros. Para ello la gente de Lambton será nuestra mejor colaboradora. Después de todo…, bueno, haremos lo que es racional.

Leonor preguntó estremeciéndose:

—¿Y qué hay sobre la espantosa bestia de la fosa?.

Pendrake sonrió.

—Creo saber exactamente cómo hemos de actuar. Ya lo verás.