Devlin informó al día siguiente de haber hablado con cuatro de sus subjefes, los cuales opinaron asimismo que debía ser forzada la solución. Se mostraron complacidos —así lo dijo Devlin—, con el plan de compromiso. Aprobaron la idea de las dos comunidades. Al oírlo, Pendrake pensó que los hombres se mostraban contentos probablemente por una errada razón: debido a debilidad más bien que a fuerza. Pero lo importante era que hubiesen aceptado ya la idea. Se dio cuenta de hallarse también él satisfecho de que acaso pudiera ser evitada la guerra total.
El plan que convinieron él y Devlin era sencillo. Se apoderarían de la mitad de los manantiales, y los vaqueros que eran adictos a Devlin llevarían la mitad de la manada a las cuevas. Se apoderarían de dos de las cuatro empalizadas, una conteniendo arcos y flechas, y otra armas de fuego, lo cual dejaría la munición escondida e indudablemente unos cuantos fusiles y revólveres en posesión de Gran Deforme. Pendrake percibió que tal pequeña cantidad de armas de fuego podía ser equilibrada con granizadas de flechas, particularmente en el recinto cerrado de la propia ciudad.
Se apostarían guardias en los puntos clave, y mantenidos en alerta grupos de hombres dispuestos a correr en su ayuda, en caso de ser atacado alguno de aquellos puntos. Devlin convino en que era el mejor plan, pero sudó abundantemente al admitirlo, diciendo:
—Es el lío más gordo en el que jamás me metí, pero lo tendré todo preparado y los hombres destinados en uno o dos días, y se lo comunicaré a usted.
Con lo cual se marchó.
Pasó el día siguiente sin noticia alguna.
La mañana posterior llamó a la puerta Morrison quien anunció: «Gran Deforme dice que la mitad de cada grupo ha de ir a la plaza frente a la empalizada. Me encarga que le comunique a usted que desea este alto y que sabe que algo se trama, y quiere adelantarse haciendo la paz antes de que haya cualquier combate. Las mujeres han de ir lo mismo que los hombres. La reunión será a la una».
Pendrake, con Leonor del brazo, se dirigió a la «reunión». Se sentía inquieto, y al aproximarse experimentó alivio al ver que se aproximaba cierto número de hombres de Devlin con sus mujeres. Llevó aparte a un subjefe de Devlin y le dijo:
—Comunique a Devlin que reúna sus fuerzas y esté al tanto.
—Devlin lo está haciendo ya —respondió el hombre—, por lo que creo que las cosas están en orden.
Pendrake se sintió más aliviado aún, pues aquello significaba que se estaba haciendo todo lo posible. Por primera vez le cruzó el pensamiento que quizás ello serviría, en medio de todo, evitando un derramamiento de sangre.
La gente se aglomeraba frente a la empalizada hasta congregarse más de doscientos hombres y casi trescientas mujeres. La mayor parte de las muchachas alemanas era de buen aspecto. No cabía duda de que aquella pandilla de colonos del Antiguo Oeste había adquirido una rara colección de atractivas mujeres, que con tales premios en juego iban todos muy en serio y que el plan de paz de Gran Deforme habría de ser bueno para proporcionar a cada cual una sensación de seguridad.
Hubo un movimiento cerca de la entrada de la empalizada. Abrióse su gran puerta y un momento después apareció bamboleándose el neanderthalense. El semihombre subió a un pequeño estrado y miró en derredor, fijando la vista en Pendrake, y apuntándole con un dedo bramó:
—¡Eh, usted, Pendrake!
Debía haber sido una señal, pues hubo un grito de Leonor:
—¡Jim…, ten cuidado!
Casi en el mismo instante, Pendrake notó que algo duro chocaba con su cabeza y se sintió caer.
Se tendió la oscuridad… Al volver en sí, Devlin se hallaba inclinándose ansioso sobre él. La mayor parte de la gente que antes llenaba la plaza se había ido. Devlin se lamentó diciendo:
—Fuimos tontos. Se apoderó de su mujer y la llevó dentro. Creo que supone que usted es el jefe de una rebelión y que si puede pararle los pies conseguiría detenernos también a los demás. —Y añadió con aire abochornado—: Y quizá lo pueda.
Pendrake se incorporó lanzando un gemido. Luego se puso en pie y restalló rabioso:
—¿Cuánto tiempo tardará en comenzar el ataque?
Devlin sacó un silbato.
—Silbaré dos veces con esto —dijo— y en cinco minutos comenzaremos.
—Ya. —Pendrake se estaba recobrando rápidamente. Tenía los ojos entornados calculando.
—Toque el silbato —dijo luego— tan pronto como se encuentre en el interior de la empalizada.
Devlin tragó saliva y desapareció algo de color de sus mejillas.
—Creo que ya está —murmuró. Sacó una navaja de un bolsillo interior—. Tenga, tome esto.
Pendrake tomó la navaja y la deslizó en su bolsillo.
—¿Cómo logrará entrar? —preguntó Devlin.
—No se preocupe por eso—respondió Pendrake por encima del hombro, diciendo luego a los guardias—. Digan a Gran Deforme que estoy dispuesto a tratar del asunto.
Gran Deforme salió corriendo de la casa del interior de la empalizada.
—Ya supuse que se avendría a razones —dijo, dando luego un respingo cuando la navaja de Pendrake penetró varios centímetros en su enorme pecho. Arrancó de su carne el sangriento objeto y lo arrojó con una mueca al suelo.
—Irá a la fosa de la bestia por esto—bramó—. Le voy a atar y…
Se adelantó y a Pendrake le recorrió un escalofrío la espalda. El monstruo tenía la cabeza baja y extendidos sus animalescos brazos. Su fuerza anormal se mostraba en todo su espantoso poder. Viéndole abalanzarse hacia él, a Pendrake le aturdió la idea de que ningún hombre nacido en los últimos cien mil años podría comenzar a tener la sobrehumana fortaleza necesaria para derrotar a aquella titánica bestia peluda.
Pendrake retrocedió cautelosamente. Desapareció su primer horror al musculoso coloso que iba andando pesadamente hacia él. Pero la convicción de que debía esperar una contingencia favorable era un acuciante apremio que recorría sus nervios, una aguda y constante emoción sin par con cualquier otra que hubiese experimentado jamás. Sin avergonzarse por su renuencia, aunque desesperado por la necesidad de apresurarse, esperó el ataque que habían de lanzar Devlin y sus hombres…, cualquier cosa que distrajera la atención del monstruo.
Al producirse el ataque con brusco rugido de voces humanas, Pendrake se abalanzó en derechura al peludo hombre-mono. Un brazo osuno se tendió para asirle. Lo desvió de un golpe y aprovechó la oportunidad de un fugaz segundo para asestar un puñetazo contra la mandíbula del monstruo, rompiéndose casi la mano. Aun ello hubiese estado bien, de haber logrado su propósito. Mas no fue así. El monstruo, en vez de titubear por aquel instante de respiro con que había contado Pendrake, embistió y sus brazos se cerraron como gruesos cables en torno a los hombros de Pendrake.
El neanderthalense berreó su triunfo. Al efectuar su terrible estrujón el monstruo, Pendrake logró soltar sus aprisionados brazos, metió dos dedos en los cerdosos ojos de Gran Deforme, apretó fuerte… y arrancó su cuerpo del mortal apretón.
Ahora le tocó a él gritar con la salvaje alegría de un hombre en lo álgido de la batalla.
—¡Está vencido, Gran Deforme! ¡Se acabó! Usted…
Con un rugido, el hombre-mono brincó hacia él. Riendo estridentemente, Pendrake retrocedió. Se dio cuenta demasiado tarde del estrado del trono directamente tras él. Su retirada, facilitada por la gravedad de la Luna, fue demasiado rápida para un alto súbito. Y cayó estrepitosamente de espaldas sobre el estrado.
De haber estado en pie podría haber vencido; en aquella prueba de fuerza no había sido aventajado por completo. Pero el contender con Gran Deforme arrodillado sobre él, golpeánaole con machacadores puños, era cuestión muy distinta. En un instante, Pendrake se sintió unido a sus sentidos sólo por el más tenue hilo de conciencia. Vagamente se dio cuenta de ser atado ruda y bruscamente.
Su mente fue asomando lentamente de la oscuridad a la cabal comprensión del desastre que le había acontecido, y finalmente dijo con lengua espesa:
—¡Estúpido! ¿No oye el ruido de la lucha ahí afuera? Eso significa que está usted listo, hágame lo que me haga. Mejor será cerrar un trato, Gran Deforme, mientras que hay aún una oportunidad.
Una mirada a los ojos del monstruo le hizo saber tristemente que había lanzado un guijarro de esperanza a un mundo en sombras. Toda la bestia en el hombre aparecía en ellos, y en los enormes labios contraídos, y en los dientes salientes como colmillos. Gran Deforme lanzó unos gruñidos de furia y finalmente dijo con ronca voz gutural:
—Voy a atrancar la puerta por este lado. Ello hará que mis hombres luchen más duramente porque no podrán retirarse aquí. Y asegurará que usted y yo tengamos nuestra escenita a solas.
Desapareció tambaleante de la línea de visión de Pendrake, quien oyó a poco el ruido del atrancado de la puerta. El peludo reapareció luego sonriendo. Pero al hablar lo hizo con carnicera rabia:
—Voy a vivir aquí un millón de años, Pendrake, y en todo ese tiempo su esposa va a ser una de mis mujeres.
—¡Loco idiota! —replicó Pendrake con dientes rechinantes—. ¡Aun si gana ahora, morirá bastante pronto, cuando vengan los alemanes! Y no piense que no lo harán. Para ellos son ustedes un hatajo de bandidos, un estorbo que van a eliminar por mucho tiempo.
Las palabras no parecieron calar en la mente de Gran Deforme, quien pasmosamente estaba tirando con fuerza del estrado del trono. Bruscamente se alzó la estructura de madera, dejando a la vista la entrada de una cueva.
—Esos imbéciles —dijo Gran Deforme con escarnecedor desprecio— pensaban que tenía este estrado y esta empalizada aquí porque quería jugar a rey. Los hombres azules conocen la verdad, pero no aprenderán otro lenguaje más que el propio, por lo que no pueden siquiera decir lo que quieren o lo que no quieren.
Se estaba inclinando sobre Pendrake al terminar. Con un gruñido se lo cargó al hombro y saltó a la cueva iluminada, la cual tenía una profundidad de siete metros. Echó sin contemplaciones a su prisionero al suelo y volvió a trepar a la superficie.
—No se ponga ansioso—dijo burlonamente, volviendo la cabeza—. Voy sólo a colocar en su sitio el estrado. —Aterrizó de nuevo con sordo ruido un minuto después y cargó otra vez con Pendrake, diciendo con una entre sonrisa y mueca desdeñosa—: Esta cueva conduce a la poza. Voy a bajarle a usted adonde está mi viejo camarada, la bestia diabólica, y contemplaré el espectáculo. ¡Será bien divertido, uh!