Pendrake pasó bajo la arcada de la droguería, salió a la Calle Cincuenta… y se detuvo en seco.
Las torres gemelas de aerogel aparecían a través de la calle, exactamente en el lugar donde Leonor había dicho que estaban emplazadas. Hasta sentía una acusada sensación de familiaridad, como si realmente se hallase desperezándose su memoria. Pero rechazó aquello como una fantasía. Aceptaba que lo que sabía sobre sí mismo era exactamente lo que le habían dicho y nada más.
Sin embargo, al cabo de un momento se dio cuenta de que algo andaba errado. Vio lo que era. Leonor había dicho: «Hay un gran letrero que dice: “Proyecto Cyrus Lambton de Colonización de la Tierra”».
El rótulo no estaba allí.
Frunciendo el entrecejo, Pendrake cruzó la calle y fisgó a través de la ventana. Pero el anuncio más pequeño que ornara su interior, dando precisos detalles a los presuntos emigrantes…, había desaparecido igualmente.
Al otro lado del marco de la ventana, muy allá, se encontraba una mujer sentada ante un escritorio. Estaba de espaldas a él, y sin pensarlo supuso que era Mona Grayson, la hija del inventor de la máquina.
Pendrake empujó la puerta y entró. Había ido allá para sostener una charla con el doctor Grayson y podría tenerla.
—¿Puedo segvigte en algo?
El acusado acento alemán de la muchacha fue como una bofetada. Pendrake se detuvo y fue luego en torno a la mesa, quedándose mirando a la mujer.
Tenía un rostro rechoncho, cabello y ojos oscuros; y al cabo de unos instantes la ordinariez de su aspecto y la tosca calidad de su chapurreado inglés calmaron los tensos nervios de Pendrake.
Hizo un violento esfuerzo para rechazar sus sentimientos críticos. Después de todo, había habido en el país muchos científicos refugiados con sus familias. Evidentemente aquella mujer formaba parte de aquella invasión.
—¿Está el doctor Grayson? —preguntó.
—¿A quién debo anunciag?
—Pendrake —respondió él, parpadeando y de mala gana—. Jim Pendrake.
—¿De dónde?
Pendrake hizo un gesto impaciente en dirección a la puerta cerrada de la otra torre.
—¿Está ahí?
—Pasagué su nombgue si me dise pguimego de dónde viene. Mr. Birdman le esptigagá todo a usted.
—¿Mr. quién?
—¡Un momento, y lo llamagué!
Pendrake volvió a sentirse tenso. Había algo allá que no concordaba, pero no atinaba qué era. Y aquella caricatura de ópera cómica de muchacha de información no era algo que pudiera aclararlo. Por la razón que fuese, probablemente Grayson y los demás habían abandonado aquellas torres como centro de actividad interplanetaria, y un grupo de científicos alemanes se había hecho cargo de ellas. Alzó la mirada con brusca decisión, diciendo:
—No se preocupe en llamar a nadie. Ya veo que me he equivocado. Yo… —Hizo una pausa, cerró los ojos y volvió a abrirlos. El revólver de empuñadura nacarada estaba apuntando aún hacia él desde la esquina del escritorio de la mujer.
—Si hase usted un momimiengto—dijo ella—dispagagué con este agma sitengsiosa.
Apareció un hombre achaparrado y recio, de cabello pajizo y rostro pecoso, quien paseó una rápida mirada por Pendrake, diciendo luego en perfecto y coloquial americano:
—Buen trabajo, Lena. Estaba precisamente empezando a pensar que teníamos todos los hilos, y ahora aparece otro. Lo meteremos en un traje espacial y le embarcaremos por camión para el Campo A. Hay un servicio aéreo dentro de media hora. Ya le examinaremos después. Debe tener probablemente mujer y acaso algunas amistades.
Tras una hora de horrible y traqueteante viaje, fueron quitadas las ataduras que sujetaban a Pendrake, y al ponerse aturdidamente en pie vio una casa y otros edificios, y entre ellos un pequeño avión a chorro.
Uno de los camioneros le apuntó con un arma, conminándole:
_ ¡Vaya allí!
En el avión había tres hombres, quienes llevaban el mismo traje de plástico metálico que vestía Pendrake, y los cuales no dijeron nada cuando fue éste empujado a bordo.
Uno de los hombres le indicó un asiento; el que estaba en los mandos tiró de una palanca, y el aparato comenzó a moverse lentamente… y ascender. El total silencio del inmensamente potente movimiento era lo que Pendrake necesitaba. Leonor había descrito ese fenómeno. Era un motor Grayson.
Con sobrecogedora rapidez, el cielo se tornó azul oscuro. El Sol perdió su redondez y se convirtió en una llama fulgurante en un universo nocturno.
Tras el avión, la Tierra comenzaba a mostrar su forma esférica. Delante brillaba el globo creciente de la Luna.
Las luces del teléfono se empañaron con la conocida señal. Birdman tomó el receptor, notando la sensación de vacío que siempre experimentaba con aquella llamada.
—Birdman al habla, Excelencia.
La fría voz al otro extremo dijo:
—Le alegrará saber que al cabo de sólo tres días tenemos todos los datos necesarios sobre el individuo Pendrake. Como usted no ignora, es imperativo que localicemos para interrogarla a toda persona que pudiera tener algún conocimiento del motor Grayson, y que lo hagamos así sin despertar la más leve sospecha sobre nosotros. Por consiguiente, usted proveerá a que Mrs. Pendrake sea raptada y trasladada a la Luna. Oblíguela a escribir una nota para su servidumbre, por ejemplo diciendo que va a reunirse con su esposo, y puede por ello estar ausente de casa durante algún tiempo.
—¿No quiere usted que se le mate?
—Es innecesario en la Luna. Hay escasez de mujeres allí, como sabe. Dígale que tiene un mes para elegir un marido entre los operarios permanentes que allá se encuentran.
Se apagó la neblinosa luz, y el rechoncho Birdman se sacudió como un animal tras un aguacero. Fue rápidamente a una vitrina situada en una esquina de su despacho, apretó un botón abriéndola y brillaron las botellas de licor de su interior. Casi sin mirar cogió una, se sirvió un vaso de su ambarino contenido y se lo bebió de un trago.
Se estremeció un poco, al riego en su estómago, y volvió lentamente a su escritorio, pensando en cuán chusco era que el sonido de aquella voz le afectara siempre tan intensamente.
Pero tomó las necesarias disposiciones, tal como se le había ordenado.