Capítulo 39

Charles y Tibby se encontraron en Ducie Street, donde se alojaba este último. Su entrevista fue breve y absurda. No tenían nada en común salvo el idioma, e intentaban expresar por medio de este idioma lo que ninguno de los dos entendía. Charles veía en Helen al enemigo de la familia. La había identificado como «la más peligrosa de las Schlegel» y por encima de su cólera ansiaba contar a su esposa lo bien que había estado. Había tomado una súbita decisión: había que quitar de en medio a aquella chica antes de que les causara más desgracias. Si se presentaba la ocasión, podría casársela con un perdido o, a ser posible, con un tonto. Pero esto era una concesión a la moral y no formaba parte de su esquema central. El desagrado de Charles era sincero, de corazón; el pasado se hilvanaba en su mente con mucha claridad: el odio es un hábil compositor. Como si repasara un diario de a bordo, su memoria recorrió las diversas etapas de la campaña de los Schlegel: la tentativa de comprometer a su hermano, el legado de su madre, la boda de su padre, la introducción del mobiliario y su posterior desembalaje. Aún no se había enterado de la petición de pasar una noche en Howards End; éste iba a ser el golpe de gracia y al mismo tiempo, su gran oportunidad. Pero ya entonces presentía que Howards End era el objetivo y aunque no le gustaba la casa, estaba determinado a defenderla.

Tibby, por otra parte, no tenía opiniones. Vivía más allá de las convenciones. Su hermana tenía derecho a hacer lo que considerase conveniente. No es difícil estar por encima de los convencionalismos cuando no se tienen rehenes entre ellos; los hombres pueden ser menos convencionales que las mujeres y un soltero con medios económicos no encuentra dificultades en este sentido. A diferencia de Charles, Tibby tenía dinero suficiente; sus antepasados lo habían ganado por él, y si le molestaba la gente que había en un lugar determinado, no tenía más que trasladarse a otro. Era el Ocio sin afecto: una actitud fatal como la energía que lleva consigo: puede producir una cierta forma de cultura fría, pero nunca el arte. Sus hermanas presintiendo el peligro que corría la familia no habían olvidado la existencia del islote de oro que les mantenía a flote sobre el mar. Tibby se atribuía el mérito a sí mismo y despreciaba la lucha y los náufragos.

De ahí lo absurdo de la entrevista; el golfo que los separaba no sólo era espiritual, sino económico. No obstante, se produjeron varios hechos: Charles presionó para que ocurrieran con una impertinencia que el joven estudiante no pudo resistir. ¿En qué fecha se había ido Helen al extranjero? ¿A ver a quién? —Charles estaba deseoso de relacionar el escándalo con Alemania—. Luego, cambiando de táctica, dijo secamente:

—Supongo que te das cuenta de que eres el protector de tu hermana.

—¿En qué sentido?

—Si un hombre se divirtiera con mi hermana, yo le pegaría un balazo, pero tal vez a ti no te importe eso.

—¡Ya lo creo que me importa! —protestó Tibby.

—En ese caso, dime, ¿de quién sospechas? ¡Habla ya, hombre! Siempre se sospecha de alguien.

—De nadie. No, no creo… —involuntariamente enrojeció. Acababa de recordar la escena que se desarrolló en su habitación de Oxford.

—Estás ocultando algo —dijo Charles. A medida que la entrevista avanzaba, Charles iba sacando ventaja a su oponente—. La última vez que la viste, ¿mencionó el nombre de alguien? ¡Sí o no! —tronó de tal modo que Tibby se asustó.

—En mi habitación mencionó a unos amigos. Los Bast, se llamaban…

—¿Quiénes son los Bast?

—Gente… amigos de Helen en la boda de Evie.

—No recuerdo. ¡Pero, por Júpiter, ya recuerdo! Mi tía me contó algo de una gentuza… ¿Qué actitud, qué sentimientos reveló Helen al hablarte de ellos? ¿Los conoces? ¿Los has tratado?

Tibby guardó silencio. Sin proponérselo había traicionado la confianza de su hermana; no estaba lo suficientemente interesado en la vida humana para calibrar adónde irían a parar las cosas, pero tenía un fuerte sentido de la honradez y siempre hasta ese momento había mantenido la palabra dada. Estaba hondamente humillado, no sólo por el daño que había causado a Helen, sino por la debilidad que había descubierto en sí mismo.

—Ya veo, estás conchabado con ellos. Se ven en tus habitaciones. ¡Qué familia! Que Dios proteja a mi pobre padre.

Y Tibby se encontró solo.