Capítulo 32

Margaret estaba estudiando los planos un día de la primavera siguiente —pues había acabado decidiéndose por ir a vivir a Sussex y edificar una casa— cuando le anunciaron la visita de la mujer de Charles Wilcox.

—¿Te has enterado de la noticia? —gritó Dolly apenas hubo entrado en la habitación—. Charles está fur… Quiero decir que está seguro de que tú estás al corriente o, mejor dicho, de que no te has enterado de nada.

—¡Vaya, Dolly! —dijo Margaret besándola plácidamente—. ¡Qué sorpresa! ¿Cómo están los niños?

Los niños estaban muy bien y describiendo el enorme conflicto que había tenido lugar en el Club de Tenis de Hilton, Dolly olvidó las noticias. Gente inconveniente había intentado ingresar. El rector, como representante de los antiguos habitantes, había dicho que… Charles había dicho que… El recaudador de contribuciones había dicho que… Charles sentía no haber dicho que… Y acabó su relato con:

—¡Qué suerte tienes de tener cuatro pistas para ti en Midhurst!

—Sí, será muy bonito.

—¿Son éstos los planos? ¿Te importa que los vea?

—Por supuesto que no.

—Charles aún no ha visto los planos.

—Acaban de llegar. Esto es la planta baja… no, es un poco difícil. Mira esta perspectiva. Tendremos una fachada muy bonita y una vista pintoresca.

—¿Qué es lo que huele de esta manera tan rara? —dijo Dolly tras una breve inspección. Era incapaz de entender planos y mapas.

—Supongo que es el papel.

—¿Y qué quiere decir «parte superior»?

—Pues… una parte superior como otra cualquiera. Ésta es la vista y la parte que huele más es el cielo.

—Vaya, pasemos a otra cosa. Margaret, esto… ¿qué te iba yo a decir? Ah, sí, ¿cómo está Helen?

—Bien.

—¿No piensa volver a Inglaterra? Todo el mundo dice que es muy raro que no venga.

—Sí que es raro —dijo Margaret intentando ocultar su preocupación. Estaba muy amargada por este asunto—. Helen es muy rara, terriblemente rara. Hace ya ocho meses que se fue.

—¿Y no tiene una dirección fija?

—La poste restante de un lugar de Baviera es su dirección. Escríbele unas letras. Yo se las haré llegar.

—No, no te molestes. ¿Estás segura de que hace ocho meses que se fue?

—Exactamente. Se fue justo después de la boda de Evie. Hará ocho meses.

—O sea, cuando nació el niño.

—Eso es.

Dolly suspiró y recorrió el salón con ojos de envidia. Empezaba a perder su brillantez y su belleza. A la familia de Charles no le iban bien las cosas, porque míster Wilcox había educado a sus hijos para que tuvieran gustos caros y era partidario de dejarles que se espabilaran por sí mismos. Al fin y a la postre no les había tratado con generosidad. Por otra parte, esperaban otro niño, según le dijo Dolly a Margaret e iban a tener que prescindir del coche. Margaret mostró su condolencia de un modo formal y Dolly no pudo imaginarse que la madrastra de su marido estaba incitando al suyo para que diera a sus hijos una asignación más liberal. Dolly volvió a suspirar y por fin recordó la ofensa inicial.

—Ah, sí —gritó—, esto es: miss Avery está desembalando tus pertenencias.

—¿Y eso por qué? ¡Qué cosa más inútil!

—A mí no me lo preguntes. Supongo que tú le ordenaste hacerlo.

—Yo no hice tal cosa. A lo mejor quiere airear los muebles. De vez en cuando le da por entrar en acción.

—Es algo más que airear —dijo Dolly solemnemente—. El suelo está cubierto de libros. Charles me envió a ver qué había hecho, porque está seguro de que tú no sabías nada.

—¡Libros! —exclamó Margaret conmovida por la sagrada palabra—. Dolly, ¿lo dices en serio? ¿Ha estado tocando nuestros libros?

—¡Ya lo creo! El vestíbulo estaba lleno de libros. Charles estaba seguro de que tú lo sabías.

—Te agradezco mucho la información, Dolly. ¿Qué le habrá pasado a miss Avery? Tengo que ir a verlo en seguida. Algunos libros son de mi hermano y muy valiosos. No tiene derecho a abrir las cajas.

—Yo creo que está majareta. Es la que no se casó, ¿sabes? A lo mejor se figura que son regalos de boda para ella. A las solteronas les da por ahí a veces. Miss Avery nos odia a todos nosotros desde la trifulca con Evie.

—No me había enterado de nada —dijo Margaret. Una visita de Dolly siempre tenía su compensación.

—¿No sabías que le había hecho un regalo a Evie el agosto pasado y que Evie se lo devolvió? ¡Madre mía! No te puedes imaginar la carta que le escribió miss Avery.

—Evie no hizo bien en devolvérselo. Es impropio de ella hacer cosas tan crueles.

—Pero el regalo era muy caro.

—¿Y qué, Dolly? Eso no supone ninguna diferencia.

—A pesar de todo, cuando cuesta unas once libras… Yo no lo vi, pero era un precioso broche de esmalte de una tienda de Bond Street. No se pueden aceptar estos regalos de una mujer del campo. ¿No te parece?

—Tú aceptaste un regalo de miss Avery cuando te casaste.

—Bah, el mío era una chuchería de barro que no valía medio penique. Lo de Evie fue distinto. Habrían tenido que invitar a la boda a una persona que había regalado un broche como aquél. El tío Percy, Albert, papá y Charles dijeron que no era posible y cuando cuatro hombres están de acuerdo en una cosa, ¿qué puede hacer una chica? Evie no quería molestar a la pobre vieja, así que le envió una carta chistosa creyendo que sería lo mejor y devolvió el broche directamente a la tienda para evitarle un problema a miss Avery.

—Y miss Avery contestó…

Los ojos de Dolly se agrandaron.

—Una carta espantosa. Charles dijo que era la carta de un loco. Al final recuperó el broche de la tienda y lo arrojó al estanque de los patos.

—¿Dio alguna razón?

—Nosotros creemos que quería ser invitada a Oniton y escalar un puesto en la sociedad.

—Es demasiado vieja para eso —dijo Margaret pensativa—. ¿No será que le envió ese regalo a Evie en recuerdo de su madre?

—Vaya, ésa es una idea. Dar a cada uno lo suyo, ¿eh? Bueno, creo que debería estar paseando. Vamos míster Trasto, quieres un abrigo nuevo y no sé quién te lo va a comprar —dijo dirigiéndose a su vestimenta con triste humor, y salió del aposento.

Margaret la siguió para preguntarle si Henry estaba enterado de la grosería de miss Avery.

—Sí, claro.

—Me extraña, en este caso, que me dejase pedirle que cuidara la casa.

—Bueno, sólo es una mujer del campo —dijo Dolly, y su explicación resultó correcta. Henry sólo censuraba a las clases inferiores cuando le convenía. Soportaba a miss Avery como a Crane: porque podía sacar partido de ambos. «Tengo paciencia con un hombre que sabe hacer su trabajo», solía decir, cuando, en realidad, tenía paciencia con el trabajo, no con el hombre. Aunque pueda parecer paradójico, había algo artístico en todo ello: estaba dispuesto a pasar por alto un insulto a su hija antes que perder una buena criada para su mujer.

Margaret consideró que sería mejor solucionar a su modo aquel pequeño problema. Las partes en litigio estaban demasiado agitadas. Con permiso de Henry escribió una amable carta a miss Avery pidiéndole que dejara intactas las cajas. Luego, a la primera oportunidad que se presentó, fue a Howards End con la intención de embalar sus pertenencias y colocarlas en un almacén local, a la vista de que el plan primitivo había resultado un fracaso. Tibby prometió acompañarla, pero se excusó en el último momento. Y así, por segunda vez en su vida, Margaret entró sola en la casa.