Alexandr se marchó, y Tatiana le escribió una carta todos los días hasta que se le acabó la tinta. Cuando se quedó sin tinta, cruzó la calle para ir al apartamento de Vania Rechnikov. Le habían dicho que tenía estilográficas y que, de vez en cuando, las prestaba. Vania estaba muerto con la cabeza apoyada en la hoja de papel que había estado escribiendo. Tatiana no pudo quitarle la pluma de los dedos rígidos.
Tatiana iba todos los días a la oficina de correos, con la ilusión de encontrar alguna carta de Alexandr. No soportaba el silencio entre carta y carta. Alexandr le escribía como una plácida corriente, pero se convertía en un aluvión por culpa del maldito servicio de correos.
Se quedaba en su habitación cuando no iba al trabajo, y practicaba el inglés. Durante las incursiones aéreas leía el libro de cocina de su madre. Comenzó a prepararle la cena a Inga, que estaba sola y enferma.
Una tarde, el funcionario de la oficina de correos no quiso darle ninguna de las cartas de Alexandr, y le ofreció entregarle las cartas y un saco de patatas si ella a cambio accedía a sus deseos.
Le escribió a Alexandr para informarle de lo sucedido, y preocupada por la posibilidad de que no le entregaran más sus cartas.
Tania:
Por favor, ve al cuartel y pregunta por el teniente Oleg Kashnikov.
Creo que está de servicio de ocho a seis. Tiene tres balas en una pierna y ya no puede seguir combatiendo. Fue él quien me ayudó a sacarte de entre los escombros en Luga. Pídele que te dé comida. Te prometo que no te pedirá nada a cambio. Oh, Tatia.
También dale tus cartas. Él me las traerá en un día. Por favor, no vuelvas más a la oficina de correos.
¿Qué quieres decir con que Inga está sola? ¿Dónde está Stanislav?
¿Por qué sigues trabajando tantas horas? El invierno es cada vez más duro.
Me gustaría que supieras cuánto solaz me produce pensar que no estás lejos de mí. No voy a decir que hiciste bien en regresar a Leningrado, pero… ¿Te he dicho ya que nos han prometido diez días de permiso después de romper el cerco?
¡Diez días, Tania!
Espero que mientras llega el momento encuentres un lugar donde consolarte. Pero aguanta hasta entonces.
No te preocupes por mí; no hacemos otra cosa que transportar tropas y municiones para nuestro ataque a través del Neva que será a principios del Año Nuevo.
¡Espera a leer esto! Ni siquiera sé qué hice para merecerlo, pero no sólo me han dado otra medalla, sino también un ascenso. Quizá Dimitri tenga razón, y siempre me las arreglo para convertir las derrotas en victorias, aunque no sé cómo.
Estábamos probando la resistencia de la capa de hielo del Neva. No parecía muy fuerte. Aguantaría a un soldado, a un fusil, quizás incluso un Katiusha, pero ¿aguantaría un carro de combate?
Dijimos que sí. Después que no. Otra vez sí. Entonces a un general de ingenieros que había diseñado el metro de Leningrado, se le ocurrió la idea de que podríamos mover el carro de combate sobre traviesas clavadas en tableros colocados en el hielo como si fuera una vía ferroviaria de madera, para distribuir el peso del carro en movimiento. Todos estuvimos de acuerdo en que era una buena idea.
Clavamos las traviesas en los tableros.
¿Quién se encargaría de conducir el carro para probarlo en el hielo?
Me levanté sin pensármelo dos veces y dije: «Yo, señor. Me encantará hacerlo».
Al día siguiente, mi comandante no pareció muy complacido cuando se presentaron cinco generales para presenciar nuestra demostración, incluido el nuevo amigo de Dimitri. El comandante me dijo: «No lo estropee».
Así que subí a nuestro más nuevo y mejor carro, el KV-1. ¿Lo recuerdas, Tatia? Conduje el monstruo por el hielo con mi comandante caminando junto a él y los cinco generales detrás, que no dejaban de repetir: «Bien hecho, bien hecho».
Recorrí unos ciento cincuenta metros, y entonces el hielo comenzó a resquebrajarse. Oí el ruido y pensé: «Vaya». Los generales que venían detrás le gritaron a mi comandante: «¡Corra, corra!».
Así que él echó a correr, los generales echaron a correr, mientras el carro abría un boquete en el hielo y se hundía… bueno, como un carro de combate.
Y yo con él.
La torreta estaba abierta, así que salí nadando.
Mi comandante me sacó y me dio vodka para calentarme.
Un general dijo: «Que le den a este hombre la medalla de la Estrella Roja». También me ascendieron a comandante.
Marazov dice que me he convertido en una persona realmente insufrible, que creo que todos deben escucharme sólo a mí. Dímelo tú, ¿crees que puedo ser así?
ALEXANDR
Querido comandante Belov:
Sí, comandante, por supuesto que me lo creo.
Estoy muy orgullosa de ti. A este paso llegarás a general.
Muchas gracias por dejar que le lleve mis cartas a Oleg. Es un hombre muy bondadoso y cortés. Ayer me dio una caja de huevos deshidratados. Me resultó divertido, aunque no sabía muy bien qué hacer con ellos. Mezclé el polvo con agua, y los cociné sin aceite en la cocina de Slavin. Me los comí. Estaban gomosos.
Pero a Slavin le gustaron y dijo que el zar Nicolás se los hubiera comido encantado en Sverdiovsk. Algunas veces no sé qué pensar del «loco» Slavin.
Alexandr, hay un lugar donde me consuelo. Me duermo y me despierto. Allí estoy en paz y me siento amada en tus brazos.
TATIANA