Tatiana regresó a la cabaña, se acostó en la cama y no se levantó.
Durante su duermevela, oía la charla de las cuatro viejas en la habitación. Hablaban en voz baja mientras le arreglaban las mantas, le acomodaban las almohadas debajo de la cabeza, le acariciaban el pelo.
Dusia dijo: «Necesita confiar en Dios Nuestro Señor. Él la sacará de esto».
Naira dijo: «Le advertí que no era una buena idea enamorarse de un soldado; lo único que hacen es romperte el corazón».
Raisa dijo temblorosamente: «Creo que el problema no es que él sea un soldado, sino que ella lo ama demasiado».
Axinia susurró mientras le daba una palmadita en el hombro:
—Eres una chica muy afortunada.
—¿Qué tiene esto de bueno? —protestó Naira, indignada—. Si nos hubiese hecho caso y se hubiera quedado en casa, nada de todo esto hubiese ocurrido.
—Si sólo me hubiera acompañado a la iglesia con más frecuencia… —apuntó Dusia—. El báculo y la vara del Señor la hubieran consolado.
—¿Tú qué opinas, Tanechka? —le preguntó Axinia, que estaba junto a la cama—. ¿Crees que el báculo y la vara del Señor te consolarían en este momento?
Naira dijo: «Esto no sirve para nada. No la estamos ayudando».
Dusia: «Nunca me cayó bien».
Naira: «A mí tampoco. Nunca entenderé qué pudo ver Tania en él».
Raisa: «Es demasiado buena para él».
Naira: «Es demasiado buena para cualquiera».
Dusia: «Podría ser incluso mejor, si se acercara un poco más a Dios».
Naira: «Mi Vova es un chico bueno y cariñoso. Él la quiere».
Raisa: «Estoy segura de que Alexandr no regresará. La ha abandonado para siempre».
Naira: «En eso tienes toda la razón. Se casó con ella…».
Dusia: «La mancilló…».
Raisa: «Y la abandonó».
Dusia: «Siempre sospeché que era un hombre sin Dios».
—La única cosa capaz de impedirle volver es la muerte —le aseguró Axinia al oído.
«Gracias, Axinia —pensó Tatiana. Abrió los párpados, que le pesaban como el plomo, y se levantó de la cama—. Pero eso es exactamente lo que me da más miedo».
A las viejas no les costó mucho convencerla para que volviera a vivir con ellas. Vova la ayudó a llevar el baúl y la máquina de coser a casa de Naira.
Al principio, enfrentarse al día le requería un enorme esfuerzo físico. No había ningún consuelo dentro de ella, y lo sabía. No había ningún lugar dentro de ella misma para abandonar la oscuridad. Ningún grato recuerdo, ni una broma, ni una canción. No había ninguna parte de su cuerpo que pudiera tocar sin estremecerse. Ningún lugar al que dirigir la vista sin ver a Alexandr.
Esta vez no tenía el hambre para amortiguar su pena. No tenía los pulmones enfermos. Su cuerpo sano no tenía más ocupación que la de rechinar los dientes cada mañana, cargar los cubos con agua, ordeñar la cabra, servirle la leche tibia a Raisa que no podía servirse sola, tender la colada y escuchar cómo las ancianas comentaban por la noche lo bien que olían las prendas, gracias a que Tatiana las había tendido al sol.
Tatiana cosía para las viejas, y para ella; leía para las viejas, y para ella; las bañaba, y se bañaba; cuidaba el jardín, se ocupaba de las gallinas, recogía las manzanas de los árboles, y poco a poco, cubo a cubo, camisa a camisa, libro a libro, volvió a sumergirse en las necesidades de los demás y encontró el consuelo.
Lo mismo que antes.