—¿Qué llevas en tus alforjas, grandullón? —preguntó una tarde muy calurosa, mientras estaba sentada en la manta en el claro con su macuto y la caja de mapas entre las piernas, y sacaba las cosas de una en una.
Tatiana estaba sedienta. En Lazarevo hacía muchísimo calor. Las mañanas eran ardientes, las tardes asfixiantes, y sólo por las noches refrescaba un poco. Dormían desnudos tapados con una sábana fina, y con las ventanas abiertas de par en par. Se pasaban el día en el agua. Así y todo, siempre tenían calor.
Alexandr está serrando dos troncos bastante largos.
—Nada que tenga interés —le contestó, sin volverse.
Tatiana sacó la pistola semiautomática, la estilográfica, unas hojas de papel, una baraja, dos cajas de balas, el cuchillo, todos los mapas y dos granadas de mano.
Los mapas fueron la primera cosa que despertó su interés, pero antes de que tuviera la oportunidad de desplegarlos, Alexandr se acercó con el serrucho en una mano y el cigarrillo en la boca, y con mucho cuidado le quitó las granadas.
—¿Por qué no jugamos a algún otro juego donde no necesitemos artefactos explosivos?
—De acuerdo. —Tatiana se levantó de un salto—. Me has enseñado a disparar con tu pistola. ¿Puedes enseñarme ahora a disparar con tu fusil? —Miró los mapas sobre la manta—. ¿Cuántos disparos puede hacer uno tras otro?
—Treinta y cinco. —Alexandr tiró la colilla.
—Podrías enseñarme a disparar con tu mortero, pero no llevas un mortero en el macuto. —Ella sonrió.
Alexandr se echó a reír.
—No, no llevo mi mortero en el macuto.
—Sin embargo, llevas tus mapas. —Tatiana volvió a mirarlos.
—¿Y…?
—Shura, me gustaría mucho que no siguieras en la artillería. —Lo abrazó—. ¿El coronel Stepanov no puede convertirte en correo, o algo así? ¿No puedes decirle que te has casado con una chica que no puede vivir sin su soldado?
—De acuerdo, lo haré.
Tatiana lo llevó a la casa cogido de la mano. Le quitó el serrucho y lo tiró al suelo.
—Todavía no he acabado —protestó él. Le señaló los troncos.
—¿Y qué? Eres mi marido, ¿no?
—Sí. ¿Y…?
—¿Acaso no tengo yo también unos derechos inalienables?
Tatiana estaba sentada desnuda encima de Alexandr, con las manos apoyados en su pecho.
—¿Cómo funciona?
—¿Cómo funciona qué?
—Un mortero. ¿No le dijiste a Vova que estabas a cargo de un mortero? ¿Cómo funciona?
—Un mortero es una de las armas que manejo. ¿Qué quieres saber?
—¿Tiene el cañón corto como los cañones, o el cañón largo?
—Tiene el cañón largo.
—De acuerdo. Así que tienes el cañón largo, y ¿qué haces?
—Lo apuntas en un ángulo de cuarenta y cinco grados.
—¿Y después?
—Metes una granada en el cañón. Cae hasta el fondo, golpea en el percutor, estalla la carga impulsora y…
—Ya sé lo que pasa después. La granada sale disparada a una velocidad de setecientos metros por segundo.
—Algo así.
—A ver si lo he entendido bien. Cañón largo. Apuntas. Cargas. Disparas. Pum.
—Sabía que lo entenderías.
—Otra vez. Largo. Arriba. Cargas. Disparas. Pum. Aprendo rápido.
—Eso no se discute.
—¿Shura?
—¿Sí?
—¿Por qué el cañón tiene que ser tan largo?
—Para aumentar la velocidad de salida. ¿Sabes lo que es?
—Tengo una idea.
De nuevo en el exterior, Tatiana bebió un vaso de agua y volvió a los mapas de Alexandr. Él volvió a sus troncos. La muchacha tenía cada vez más calor; necesitaba darse un baño en el río. Estudió los mapas, fascinada.
—Shura, ¿por qué todos tus mapas son sólo de Escandinavia? Mira, éste es de Finlandia, otro de Suecia, y este otro es del mar del Norte entre Noruega e Inglaterra. ¿Por qué?
—Sólo son mapas de campaña.
—Pero ¿por qué de Escandinavia? —Lo miró—. No estamos en guerra con Escandinavia, ¿verdad?
—Estamos en guerra con Finlandia.
—Ah, y aquí hay un mapa del istmo de Carelia.
—¿Y…?
—¿No combatiste tú en Carelia, cerca de Viborg, en la guerra del invierno de 1940?
Alexandr dejó los troncos y se tendió boca abajo en la manta a su lado. La besó en el hombro.
—Así es.
Tatiana permaneció en silencio unos instantes. Al parecer, intentaba recordar algo.
—El año pasado, cuando estalló la guerra, ¿no enviaste a Dimitri a varias misiones de reconocimiento a la zona de Carelia, a Lisii Nos?
Alexandr recogió todos los mapas.
—¿Alguna vez olvidas algo de lo que te digo?
—Ni una sola palabra.
—Ojalá me lo hubieses avisado antes.
—¿A qué vienen todos estos mapas? —insistió.
—Sólo son mapas de Finlandia, Tania. —Alexandr se levantó y la ayudó a levantarse—. ¿Tienes calor?
—Y Suecia, Shura. Sí, tengo calor.
—Una parte de Suecia. —Le sopló la frente y el cuello.
—También de Noruega e Inglaterra, Shura. —Cerró los ojos y se apoyó en él—. Tu aliento es caliente.
—¿Qué quieres saber?
—Suecia se ha declarado neutral en esta guerra, ¿no?
Alexandr la llevó a la casa.
—Sí, Suecia intenta mantenerse neutral. ¿Alguna cosa más?
—No lo sé. —Tatiana sonrió. Tenía la garganta seca—. ¿Qué más tienes?
—Ya lo has visto y probado todo. —La subió a la cama—. ¿Qué quieres? —Sonrió—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Hummm —ronroneó ella, acariciándolo, consciente de las gotas de sudor que le resbalan por todo el cuerpo—. ¿Puedes hacer aquello con lo que consigues que los dos acabemos juntos?
—Muy bien, Tatiasha. —Alexandr se inclinó sobre ella—. Haré aquello para que los dos acabemos juntos.
Se separaron, saciados y sudorosos. Permanecieron tumbados de espalda mientras recuperaban el aliento, y después se miraron el uno al otro y sonrieron felices.
Alexandr fue a buscar un poco de agua, y al cabo de un rato, cuando Tatiana volvió a respirar normalmente, le suplicó que le contara cómo había conseguido su primera medalla al valor.
El capitán permaneció mudo durante unos minutos. Tatiana esperó. Soplaba una suave brisa que levantaba las cortinas, pero el aire era caliente. El cuerpo de Alexandr chorreaba sudor. Lo mismo le pasaba a Tatiana. Necesitaban con urgencia sumergirse en el agua fresca del Kama. Pero Tatiana no estaba dispuesta a abandonar la cama hasta no conocer la historia de lo ocurrido en Carelia.
Alexandr se encogió de hombros.
—No fue nada del otro mundo. —Su voz era tranquila—. Nos habíamos abierto paso a través de los pantanos cerca del golfo, desde Lisii Nos casi hasta Viborg. Conseguimos que los finlandeses retrocedieran hasta la ciudad, pero entonces nos atascamos en los pantanos del bosque. Ellos estaban bien atrincherados, tenían municiones y suministros, nosotros estábamos metidos en el barro hasta el cuello y no teníamos nada. La batalla en las afueras de Viborg fue una carnicería. Perdimos casi dos tercios de nuestros hombres. Nos vimos forzados a suspender el ataque y emprender la retirada. En realidad fue una estupidez. Era marzo, y sólo faltaban unos días para la firma del armisticio fijada para el día trece, y allí estábamos nosotros, perdiendo centenares de hombres sin ningún motivo aparente. Por aquel entonces, yo estaba en infantería. No teníamos más armas que los fusiles de un solo disparo. —Sonrió—. Y un par de morteros.
Tatiana le devolvió la sonrisa. Tenía una mano apoyada en el pecho del capitán.
—Mi pelotón contaba con treinta hombres cuando salimos. Me quedaban cuatro después de dos días de combate. Cuando salimos de los pantanos para retirarnos a Lisii Nos, nos enterarnos de que uno de los hombres que se habían quedado en los pantanos cerca de la línea defensiva de Viborg era el hijo del coronel Stepanov, Yuri. Tenía dieciocho años y acababa de entrar en el ejército.
Alexandr hizo una pausa.
¿Era una pausa, o el final?
Tatiana esperó, con la mano en el pecho de su marido. Notó cómo se le aceleraban los latidos.
Entonces Alexandr le apartó la mano de su corazón.
Tatiana no volvió a ponerla.
—Así que regresé a los pantanos, lo estuve buscando durante unas horas, y al final lo encontré vivo, pero malherido. Lo trasladamos de vuelta al campamento. —Alexandr apretó los labios por un segundo—. No se salvó —añadió sin mirar a Tatiana.
—Oh, no —exclamó ella, que sí lo miraba.
—Me dieron la medalla al valor por Yuri Stepanov.
Los ojos de Alexandr perdieron el brillo, todo su rostro se endureció. Tatiana sabía lo que estaba haciendo: se blindaba. Volvió a poner la mano sobre su pecho.
—¿El coronel te agradeció que fueras a buscar a su hijo?
—Sí. —La voz de Alexandr tenía un tono impersonal—. El coronel ha sido muy bueno conmigo. Me trasladó del regimiento de fusileros a una división motorizada, y cuando lo nombraron comandante de la guarnición de Leningrado, me llevó con él.
Tatiana permaneció muy quieta, y muy callada. Apenas si respiraba. No quería saber. No quería preguntar. Pero no podía evitarlo.
—No fuiste solo a los pantanos —dijo, y exhaló un suspiro—. ¿A quién te llevaste contigo?
—A Dimitri.
Pasó un buen rato antes de que Tatiana volviera a hablar.
—No sabía que estaba en tu pelotón.
—No estaba. Le pregunté si quería acompañarme en la misión, y aceptó.
—¿Por qué?
—¿A qué te refieres?
—¿Por qué dijo que sí? Me resulta difícil creer que Dimitri aceptara participar en una misión peligrosa cerca de las líneas enemigas para rescatar a un soldado herido.
—Pues es lo que hizo —respondió Alexandr, después de unos segundos.
—A ver si lo entiendo. ¿Tú y Dimitri fuisteis solos a los pantanos para rescatar a Yuri Stepanov? —Tatiana intentó mantener una voz calma, pero no lo sabía hacer tan bien como Alexandr. Su voz tembló.
—Sí.
—¿Esperabas encontrarlo? —Parecía dolida.
—Pues no lo sé. ¿Estás buscando una respuesta específica, Tatia? ¿Algo que no te he dicho?
—¿Hay algo que no me has dicho?
Alexandr siguió sin mirarla. Miraba el techo.
—Fuimos a los pantanos, buscamos durante un par de horas. Lo encontramos. Lo trajimos de vuelta. Eso fue todo.
—¿Fue entonces cuando a Dimitri lo hicieron soldado de primera?
—Sí.
Tatiana comenzó a trazar círculos grandes, medianos y pequeños en la piel de Alexandr, con la cabeza apoyada en su pecho.
—¿Shura?
—Oh, no.
—Después del armisticio de 1940, Viborg estaba en la frontera soviética con Finlandia, ¿no?
—Sí.
—¿Qué distancia hay de Viborg a Helsinki?
—No lo sé.
Tatiana se mordió el labio inferior.
—No parece muy lejos en el mapa.
—Es un mapa. Nada parece lejos en los mapas —replicó él, impaciente—. Quizás unos trescientos kilómetros.
—¿Qué distancia…?
—Tania.
—¿Qué? ¿Qué distancia hay de Helsinki a Estocolmo?
—¡Dios bendito! ¿Estocolmo? —exclamó él, pero sin mirarla—. Quizás otros trescientos. Pero a través del agua. Tienes que cruzar el mar Báltico y el golfo de Bosnia.
—Sí, está el golfo y está el mar. Tengo una pregunta más.
—¿Qué? —El tono del capitán no era muy alentador.
—¿Dónde está ahora la frontera?
Alexandr no le respondió.
—Los finlandeses avanzaron desde Viborg hasta Lisii Nos, ¿verdad? ¿No fue allí donde enviaste a Dimitri en misión de reconocimiento el año pasado?
—Tatiana, ¿hay algún objetivo en tus preguntas? —le preguntó él, con un tono brusco—. Ya está bien de tanto preguntar.
Ella se sentó bruscamente, se apartó e intentó bajarse de la cama.
Alexandr la sujetó por un brazo.
—¿Dónde vas?
—A ninguna parte. Hemos acabado, ¿no? Quiero refrescarme un poco, y después prepararé la cena.
—Ven aquí.
—No, tengo que…
—Ven aquí.
Tatiana cerró los ojos. Alexandr tenía aquella voz. Tenía aquella voz, aquellos ojos, aquellas manos, aquella boca. Tenía todo aquello.
Ella obedeció.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó, mientras la hacía acostar a su lado y la acariciaba—. ¿Qué es lo que quieres averiguar?
—Nada. Sólo estaba pensando.
—Me preguntaste por mi medalla. Te respondí. Me preguntaste por las fronteras. Te respondí. Me preguntaste por Lisii Nos. Te respondí. Ahora, olvídate de tanto pensar. —Le acarició un pezón entre el pulgar y el índice.
Alexandr la besó. Todavía estaban sudorosos de antes, agotados, sedientos y muertos de calor.
—¿Tienes más preguntas, o has acabado?
—No lo sé.
Él volvió a besarla; un beso más largo, más ardiente, más profundo; un beso apasionado, interminable.
—Quizás haya terminado —susurró ella. Esto era lo que él le hacía: besarla hasta que el fuego líquido fundía su carne. Él lo sabía. Todo lo que le hacía a ella, lo hacía incesantemente hasta que la disolvía. Ella se encontraba indefensa, y él lo sabía. Con sus labios pegados a los de ella, Alexandr le separó los muslos y la penetró con dos dedos; los sacó, los volvió a meter—. Creo que ahora sí he terminado.