14

Alexandr, que incluso sin su reloj respetaba el horario militar, se levantó con el alba y fue a lavarse y a fumar, mientras Tatiana le esperaba adormilada, hecha un ovillo como un bollo caliente recién sacado del horno. Cuando él se metió otra vez en la cama, de inmediato pegó su cuerpo helado contra ella. Tatiana lanzó un grito e intentó apartarse, pero fue inútil.

—¡Por favor, no! Esto es una crueldad. Espero que te multen por hacerlo en el cuartel. Estoy segura de que no te atreves a hacerlo con Marazov.

—Ya puedes estar segura. Pero no tengo derechos inalienables con Marazov. Tú eres mi esposa. Ahora vuélvete.

—Me volveré si me sueltas.

—Tania, no necesito que te des la vuelta. —Continuó apretándose contra ella—. No te dejaré ir hasta haberme saciado. Hasta que me hayas calentado de dentro afuera, y de afuera adentro.

Después, Tatiana le preparó el desayuno, doce tortitas de patatas, y luego se sentó a su lado en la manta en el resplandeciente amanecer, cada día más cálido que el anterior. Alexandr, más que comer, devoraba. Ella lo miraba.

—¿Qué?

—Nada. —Sonrió—. ¿Siempre tienes tanta hambre? ¿Cómo hiciste para sobrevivir el invierno pasado?

—¿Que cómo sobreviví el invierno pasado? —repitió el capitán, sorprendido.

Ella le dio el resto de sus tortitas. Alexandr protestó pero no por mucho tiempo, cuando Tatiana se le acercó y comenzó a darle de comer, sin apartar la mirada de su rostro ni por un segundo. Tenía la sensación de que se derretía por dentro.

—¿Qué pasa, Tatia? —le preguntó dulcemente, mientras tomaba el último bocado del tenedor en sus manos. Sonrió—. ¿Hice algo que te gustó?

Tatiana sacudió la cabeza, ruborizada, soltó un gritito de alegría y le besó la mejilla barbuda.

—Ven, marido, te afeitaré.

Mientras le afeitaba, comentó:

—¿Te dije que Axinia ofreció encender la caldera de la banya mañana por la mañana si queremos darnos un baño caliente, y que montará guardia delante de la puerta para que nadie nos moleste?

—Me lo dijiste. Me gusta Axinia, pero sabes que se quedará junto a la puerta para escucharnos.

—Por lo tanto, tendrás que ser un poco más discreto, ¿no? —dijo Tatiana. Le quitó los restos de jabón de la mejilla.

—¿Yo tendré que ser más discreto?

Una vez más el rostro de Tatiana se puso rojo como una amapola, y él sonrió.

—¿Qué haremos hoy? —preguntó Tatiana mientras acababa de afeitarle la otra mejilla y se la secaba—. ¿Podríamos ir más tarde a buscar arándanos para hacer una tarta?

—Iremos. Pero primero quiero arrastrar aquel tronco hasta al agua para tener un lugar donde sentarnos y lavarnos los dientes. Después haré una mesa para limpiar el pescado. Tú te irás a tu maldito círculo de costura con tus mujeres. Y me quedaré aquí la mar de infeliz.

—Regresaré en un par de horas —dijo Tatiana.

—Entonces volveré a ser feliz.

—Tu trabajo consiste en ser feliz.

—Sólo tengo un trabajo en Lazarevo —afirmó Alexandr, que la cogió por la cintura—. Hacerle el amor a mi juvenil esposa.

Tatiana estuvo a punto de soltar un gemido.

—Sí, sí, aquí mucho hablar pero…

—¿Qué tal mi inglés? —le preguntó Tatiana en ese idioma.

—Muy bien —contestó Alexandr también en inglés.

Faltaba poco para el mediodía, y caminaban por el bosque a lo largo de la ribera, con dos cubos para los arándanos. El plan era hablar únicamente en inglés, pero utilizó el ruso cuando dijo:

—Creo que me resulta mucho más fácil leerlo que hablarlo. Ahora John Stuart Mill me resulta sencillamente ilegible en lugar de ininteligible.

—Una distinción muy sutil —opinó Alexandr. Arrancó un par de setas—. Tania, ¿éstas se pueden comer?

Tatiana se las quitó de las manos y las arrojó al suelo.

—Sí, pero sólo las comerás una vez.

Alexandr se echó a reír.

—Tendré que enseñarte a buscar setas, Shura. No puedes arrancarlas del suelo como si tal cosa.

—Tengo que enseñarte a hablar en inglés, Tania.

—Éste es mi nuevo marido, Alexander Barrington —dijo ella, en inglés.

Alexandr le replicó en el mismo idioma y con una sonrisa orgullosa:

—Y ésta es mi joven esposa, Tatiana Metanova. —Le besó las trenzas, y añadió en ruso—: Tatiana, ahora di las otras palabras que te he enseñado.

—No —respondió con firmeza, en inglés, y ruborizada hasta las cejas—. No las diré.

—Por favor.

—No. Busca arándanos. —Siempre en inglés.

Vio que a Alexandr no podían importarle menos los arándanos.

—¿Qué tal más tarde? ¿Me las dirás más tarde? —preguntó él, con un tono insinuante.

—Ni ahora, ni más tarde —replicó Tatiana, valiente. Pero no lo miró.

—Más tarde —continuó Alexandr en inglés, al tiempo que la abrazaba—, insistiré en que me complazcas utilizando tu lengua de habla inglesa en la cama conmigo.

—Está muy bien que no comprenda lo que me dices —señaló Tatiana, que simuló apartarlo.

—Te enseñaré lo que quiero decir. —Alexandr dejó el cubo en el suelo.

—Más tarde, más tarde. Ahora, recoge tu cubo. Coge arándanos.

—De acuerdo —dijo Alexandr, sin soltarla—. Y se dice cubo. Vamos, Tania, di las otras palabras. Tu timidez es como un afrodisíaco para mí. Dilas.

—Muy bien —respondió Tatiana, que comenzó a jadear—. Recoge tu cubo. Volvamos a casa. Practicaré el amor contigo.

—Haré el amor contigo, Tania —le corrigió Alexandr, riéndose—. Haré el amor contigo.

La tarde era calurosa y tranquila. Alexandr estaba cortando un tronco en trozos pequeños. Tatiana no se apartaba de su lado.

—¿Qué?

Ella le empujaba.

—¿Qué? Eres como mi sombra en pequeño. Déjame acabar. Tengo que hacer un banco para que podamos sentarnos y comer.

—¿Quieres jugar?

—No. Tengo que hacer esto.

—Podemos jugar a Alexandr dice. —Sonrió con aire seductor.

—Más tarde.

—¿Jugamos al escondite?

—Más tarde.

—¿Qué? ¿Tienes miedo de perder otra vez, capitán? —Sonrió.

—Serás…

—¿Quieres retozar? —Al ver la mirada de Alexandr, enrojeció—. Me refería a retozar, a jugar en el agua. Quiero que me sostengas en la palma de la mano y me levantes por encima de tu cabeza…

—Sólo si después me dejas que te folle.

—Nunca había escuchado llamarlo de esa manera, pero de acuerdo, ya tienes una compañera de juegos.

Él se echó a reír, sin soltar el serrucho.

—Haremos eso y más, pero, primero, tengo que acabar de cortar esta maldita madera.

Tatiana sólo aguantó un segundo callada.

—¿Quieres enseñarme cómo haces flexiones? —Hizo una pausa—. ¿Cincuenta seguidas?

—Sólo si me das un incentivo.

—Muy bien. ¿Ahora?

—Eres demasiado. Más tarde.

Permaneció callada otro segundo.

—¿Quieres echar un pulso?

—¿Un pulso? —Alexandr la miró con una sonrisa incrédula—. Estás bromeando, ¿no?

—Venga, grandullón. ¿Qué pasa? ¿Eres un gallina? —Le hizo cosquillas.

—Para.

Tatiana volvió a hacerle cosquillas, mientras cacareaba como una gallina.

—Clo, clo, clo.

—Se acabó. —Dejó el serrucho, pero ella ya le había sacado medio prado de ventaja, y seguía corriendo mientras chillaba como una chiquilla. Él echó a correr—. ¡Ruega para que no te pille!

Ella, feliz a más no poder, se dejó alcanzar en cuanto entraron en el bosque.

—No está permitido que me hagas cosquillas cuando tengo un serrucho en las manos —le dijo.

—Pero, Shura, siempre tienes algo en las manos. Si no es un serrucho, es un cigarrillo, un hacha, o…

Él le cogió las nalgas.

—Sí, o…

Él le cogió los pechos.

—¿Ves lo que quiero decir? —añadió Tatiana casi sin aliento—. ¿Quieres tumbarme? —Hizo una pausa—. Como a ti te gusta. —No pudo recuperar el aliento cuando él la abrazó. Alexandr no era consciente de su propia fuerza, o bien tenía miedo de no ser capaz de estrecharla lo suficiente contra su cuerpo. Confió en que sería lo primero—. Estoy aquí, Shura, estoy aquí. —Lo acarició—. Venga, vamos.

Él la soltó, y Tatiana permaneció de pie delante de él por un momento.

—De acuerdo. —Alexandr sonrió—. Ya has conseguido apartarme de mi trabajo. ¿Ahora qué? ¿Flexiones, retozar, qué?

Permanecieron inmóviles. Los ojos de Tatiana brillaron. Los ojos de Alexandr brillaron. Ella se movió a la izquierda, a la derecha…

Pero esta vez él fue más rápido.

—Tendrás que mejorar mucho si quieres pasar —le dijo, al tiempo que la tumbaba en el suelo—. ¿Quieres probar otra vez?

Se movió a la derecha, otra vez a la derecha, a la izquierda…

Seguía sin ser lo bastante rápida.

—¿Otra vez? —Alexandr sonreía.

Tatiana permaneció inmóvil durante unos segundos hasta que hizo el gesto de tirar por la izquierda y salió disparada por la derecha antes de que él pudiera mover una mano.

Se echó en sus brazos dando chillidos de alegría cuando él la persiguió.

—Ahora juguemos a que yo te vendo los ojos, te hago dar varias vueltas, y tú me tienes que encontrar en el claro. —Se echó a reír—. Deja ya de hacerme cosquillas.

—Estoy cansado de que siempre me vendes los ojos —protestó Alexandr, sin dejar de hacerle cosquillas—. ¿Qué te parece si yo te vendo los ojos a ti, te doy de comer, y tú me dices qué te pongo en la boca?

Tatiana se echó a reír incluso antes de que él terminara. Alexandr la miró con una expresión inocente.

—¿Qué pasa?

—¡Shura! —exclamó ella—, qué te parece si te digo antes de que me vendes los ojos lo que me pondrás en la boca.

Alexandr secundó sus risas y la llevó a la casa.

—Pues a jugar se ha dicho. Pero sólo si llamas a lo que tengo en la boca por su nombre en inglés. —Le metió las manos debajo del vestido y la acarició.

—¿Shura?

—¿Sí?

—Suéltame. Tengo que ir a esconderme, y tú tendrás que encontrarme.

—¿Por qué tengo que encontrarte? Ya estás aquí. —Le acarició las nalgas.

—Shura, me sujetas demasiado fuerte. No puedo moverme.

—Lo sé. No quiero que te vayas a ninguna parte.

—¿Qué clase de juego es éste?

—El mismo juego que jugamos todo el día.

—¿Que es…?

—Nos levantamos, hacemos el amor. Nos asearnos, hacemos el amor. Cocinamos, comemos, hacemos el amor. Nadamos, hacemos el amor. Jugamos al fútbol, hacemos el amor; jugamos a la gallina ciega, hacemos el amor.

—Sí, pero ahora vamos directamente a hacer el amor. ¿Qué tiene de divertido?