13

A la tarde siguiente, Alexandr con el torso desnudo y los pies descalzos estaba en cuclillas muy atareado con los dos cubos de metal, mientras Tatiana no dejaba de dar saltitos a su alrededor, y le preguntaba una y otra vez qué estaba haciendo. Estaba convencida de que no le gustaban las sorpresas. Al fin, Alexandr tuvo que levantarse, la sujetó por los hombros y se la llevó en dirección a la cabaña, al tiempo que le pedía que cocinara algo, leyera, practicara sus clases de inglés, que hiciera cualquier cosa menos incordiarlo durante la siguiente media hora.

Tatiana se negó en redondo. Dejó de saltar pero se mantuvo cerca, y de vez en cuando se acercaba para espiar por encima del hombro de su marido.

Alexandr echó leche, crema, azúcar y huevos en el cubo más pequeño y batió los ingredientes con energía.

Tatiana se levantó la camisa y frotó sus pechos contra la espalda desnuda de Alexandr.

—Hummm, no está mal —dijo él—, pero ahora lo que necesito es una taza de arándanos.

Tatiana los fue a buscar, complacida por la oportunidad de colaborar. Alexandr llenó el cubo grande con hielo picado y sal gruesa, después metió el cubo pequeño en el grande, y con una espátula de madera comenzó a darle vueltas al contenido.

—¿Qué estás haciendo? ¿Cuándo me lo dirás?

—Lo sabrás muy pronto.

—¿Cuándo? Dímelo ahora.

—Eres imposible. Lo sabrás en media hora. ¿No puedes esperar media hora?

—¿Treinta minutos? ¿Qué vamos a hacer durante treinta minutos?

Comenzó a dar saltitos otra vez.

—Eres demasiado. —Alexandr se rio—. Mira, tengo que mezclar esto. Vuelve dentro de treinta minutos.

Tatiana comenzó a dar vueltas por el claro, sin perderle de vista.

Se sentía tremendamente feliz. No tenía palabras para describir la infinita felicidad que la hacía estremecer.

—Shura, ¿me estás mirando? ¡Mira! —Dio una voltereta, y se quedó cabeza abajo apoyada en una mano.

—Sí, cariño. Te estoy mirando.

Alexandr la llamó pasados los treinta minutos.

Tatiana se acercó corriendo y echó una ojeada al contenido del cubo pequeño.

—¿Qué es?

Alexandr recogió un poco de la crema que tenía parte del color azul de los arándanos.

—Prueba.

Ella lo probó.

—¿Es helado? —preguntó, incrédula.

—Helado —asintió él, muy ufano.

—¿Me has hecho helado?

—Sí. Feliz cumpleaños. —Hizo una pausa—. ¿Se puede saber por qué lloras? Come. Se derretirá.

Tatiana se sentó en la hierba con el cubo entre las piernas, y se comió el helado, mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas. Alexandr la miró durante unos momentos, perplejo, y después fue a lavarse.

—Te he guardado un poco de helado. Come —dijo Tatiana, llorosa, cuando él regresó.

—No, cómetelo todo.

—Es demasiado para mí. Me he comido más de la mitad. Cómete el resto. Si no, ¿qué vamos a hacer con el resto?

—Estaba pensando —dijo Alexandr, arrodillándose a su lado— que me gustaría desnudarte, desparramar el helado por todo tu cuerpo y lamértelo.

Tatiana dejó caer la cuchara.

—Me parece una forma muy tonta de desperdiciar un buen helado.

Sin embargo, no opinó lo mismo cuando él acabó de lamerla.

Después se fueron a nadar un rato. Luego, Alexandr se sentó en la orilla a fumar un cigarrillo.

—Tatia, enséñame cómo dabas tus volteretas desnuda.

—¿Dónde?, ¿aquí? No, éste no es un buen lugar.

—Si no es aquí, ¿dónde? Venga, hazlas en el río.

Tatiana se puso de pie, en toda su resplandeciente desnudez, y levantó los brazos.

—¿Estás preparado? —le preguntó y luego se lanzó a dar volteretas; las salpicaduras formaban una cortina multicolor con cada una de sus vueltas.

—¿Qué te ha parecido? —le gritó Tatiana desde el agua.

—Espectacular —respondió Alexandr, que fumaba sentado en la orilla sin apartar la vista de su esposa.