11

Regresaron a casa por la carretera a través del bosque, cargados con las compras a la espalda. Alexandr lo llevaba casi todo. Tatiana cargaba con las dos almohadas.

—Tendríamos que ir a casa de Naira Mijailovna —comentó Tatiana—. Estarán muy preocupadas.

—Ya estás otra vez preocupándote por los demás —replicó el capitán, con un tono ligeramente irritado—. Por otras personas que no son yo. ¿Quieres regresar a aquella casa el día de nuestra boda? ¿En nuestra noche de bodas?

Alexandr tenía razón. ¿Por qué era algo que hacía constantemente? ¿En qué estaba pensando? Lo hacía solamente porque no le gustaba que otras personas lo pasaran mal. Se lo explicó.

—Tatia, lo sé. Pero no pasa nada. No puedes pretender que todo el mundo se sienta bien. Te diré lo que haremos. Comienza conmigo. Dame de comer. Cuídame. Ámame. Después iremos a ver a Naira Mijailovna.

Ella caminó a su lado, sin decir palabra, pensativa.

—Tatiasha, iremos a verlas mañana si quieres. ¿De acuerdo? —Alexandr exhaló un suspiro.

Llegaron a la isba en el claro alrededor de las seis de la tarde. Encontraron una nota de Naira Mijailovna clavada en la puerta: «Tania, ¿dónde estás? Estamos muy preocupadas. N. M.».

Alexandr arrancó la nota y la rompió.

—¿No entramos? —preguntó Tatiana.

—Sí, pero… —Él sonrió—. Espérame un momento. Tengo que hacer una cosa, y después entraremos.

—¿Qué?

—Espera un momento, y lo verás.

Alexandr cogió los bultos, las mantas, las almohadas, y desapareció en el interior de la casa. Mientras lo esperaba, Tatiana aprovechó para preparar unos bocadillos con pan blanco, mantequilla, tushonka y queso. Él seguía dentro.

Tatiana comenzó a bailar en círculos por el prado, a la música de una canción que sonaba en su memoria: «Algún día nos encontraremos en Lvov, mi amor y yo». Vio cómo se levantaba la falda y, sonriendo, comenzó a dar vueltas cada vez más rápidamente, con un deleite extravagante, mientras miraba cómo las rosas se levantaban en el aire debajo de sus manos. Cuando levantó la vista, descubrió a Alexandr de pie junto a la puerta de la cabaña, que la devoraba con los ojos.

—Mira —le dijo Tatiana con una sonrisa—. Te he preparado un bocadillo. ¿Tienes hambre?

Alexandr sacudió la cabeza, se acercó y le tendió la mano. Ella corrió hacia el hombre y le echó los brazos al cuello.

—No me puedo creer que estemos casados, Shura.

Él la levantó en brazos y la llevó hasta la puerta.

—Tania, en Estados Unidos tenemos una costumbre. El recién casado cruza el umbral de su nuevo hogar con su esposa en brazos.

Tatiana le dio un beso en la mejilla. Él era más hermoso que el sol de la mañana.

Alexandr la cargó a través del umbral y cerró la puerta de un taconazo. El interior estaba sombrío como un sueño. «Necesitamos una lámpara de petróleo —pensó la muchacha—. Nos hemos olvidado de comprarla. Mañana tendremos que ir a comprar una en Lazarevo».

—¿Y ahora qué? —le preguntó ella. Frotó su mejilla contra la suya. Le había crecido la barba desde la mañana—. Veo que has hecho la cama. Muy considerado de tu parte.

—Hago lo que puedo.

La llevó hasta la cama que había preparado sobre la cocina, se subió al escalón y la sentó en el lecho con las piernas separadas mientras él se ponía entre ellas, con la cabeza apoyada en el pecho de la muchacha. Le levantó el vestido hasta la cintura.

Tatiana quería mirarlo, pero el deseo la obligaba a cerrar los ojos.

—¿No vas a subir aquí conmigo?

—Todavía no. Reclínate. Así. —Alexandr le quitó las bragas y hundió la cabeza entre los muslos de ella.

Tatiana sólo escuchó durante unos momentos la respiración acelerada de su marido. Tendió una mano para tocarle la cabeza.

—¿Shura? —La mirada fija en ella, su respiración contra sus muslos, la debilitaban por momentos. Ahora notó la caricia de sus dedos.

—Todo esto debajo de tu vestido blanco con rosas rojas —murmuró Alexandr—. Mírate. —La besó muy suavemente—. Tania, eres una muchacha tan hermosa…

Sintió el contacto de sus labios húmedos y ardientes. El pelo y la barba rozaron el interior de sus muslos. Era demasiado. El fuego y la erupción fueron prácticamente instantáneos.

No habían desaparecido los temblores cuando Alexandr subió a la cama y apoyó su mano firme sobre su vientre tembloroso.

—Dios mío, Alexandr —susurró ella—. ¿Qué me haces?

—Eres increíble.

—¿Lo soy? —Tatiana lo empujó hacia abajo—. Por favor. Otra vez. —Lo miró y cerró los ojos cuando vio su sonrisa—. ¿Qué? —Le devolvió la sonrisa—. No soy como tú. No necesito un período de descanso.

Sus manos le sujetaron la cabeza.

—Tatia, eres muy rubia. ¿Te he dicho antes lo mucho que me gustas?

Ella gimió; su boca era tan suave, tan exquisitamente excitante…

—Oh, Shura.

—¿Sí?

Tatiana no pudo responder, porque no podía contener su suave exaltación.

—¿Qué pensaste la primera vez que me viste con este vestido?

—¿Qué pensé?

Ella gimió.

—Pensé… ¿me escuchas?

—Oh, sí.

—Pensé…

—Oh, Shura.

—Dios, si existes, pensé, por favor, permite que algún día le haga el amor a esta muchacha cuando lleve el vestido blanco.

—Oh.

—Tatiasha, ¿no es hermoso saber que hay un Dios?

—Oh, sí, Shura, sí.

—Alexandr —dijo ella, tendida de lado, con los párpados entrecerrados, la boca seca, incapaz de llenar los pulmones como es debido—. Necesito que ahora mismo me digas que me has mostrado todo lo que hay. Porque ya no puedo más.

—¿Te puedo sorprender? —Alexandr sonrió.

—¡No! Dime que no hay nada más. —Ella vio aquella mirada en sus ojos.

Alexandr la tumbó de espaldas y se puso encima de ella.

—¿Nada más? —La besó con desesperación; le separó las piernas—. Todavía no he empezado, ¿lo comprendes? Hasta ahora te lo he puesto fácil.

—¿Me lo has puesto fácil? —repitió ella, incrédula.

Lanzó un grito cuando él la penetró. Se aferró al hombre, al tiempo que gemía bajo su peso, y su cuerpo comenzó a fundirse con el fuego de la hoguera que ardía en su interior.

—¿Es demasiado? ¿Me abrazas como si…?

—Sí, es demasiado.

—Tania… —La boca de Alexandr estaba en sus hombros, en su cuello, en sus labios—. Es nuestra noche de bodas. Ten cuidado conmigo porque no quedará nada de ti cuando acabe. Sólo el vestido.

—¿Me lo prometes, Shura?

—En Estados Unidos, cuando dos personas se casan, dicen sus votos —comentó Alexandr, con las manos de ella entre las suyas, y le tocaba el anillo—. ¿Sabes lo que son?

Tatiana apenas si escuchaba. Había estado pensando en Estados Unidos. Quería preguntarle si había pueblos en Estados Unidos, pueblos con cabañas en las orillas de los ríos. En Estados Unidos, donde no había guerra, ni hambre, ni Dimitri.

—¿Me estás escuchando? El sacerdote pregunta: «Tú, Alexandr, tomas a esta mujer como tu legítima esposa…», y después decimos nuestros votos. ¿Quieres que te diga cuáles son?

—¿Cuáles son? —Tatiana se llevó a los labios los dedos de su marido.

—Tienes que repetirlos después de mí: Yo, Tatiana Metanova, tomo a este hombre como mi esposo…

—Yo, Tatiana Metanova, tomo a este gran hombre como mi esposo. —Le besó el pulgar, el índice y medio. Tenía unos dedos preciosos.

—Para vivir juntos en la alianza del matrimonio…

—Para vivir juntos en la alianza del matrimonio. —Le besó el anular.

—Lo amaré, consolaré, honraré, cuidaré…

—Lo amaré, consolaré, honraré, cuidaré. —Le besó el anillo; el meñique.

—Y lo obedeceré.

Tatiana sonrió, con los ojos en blanco.

—Y lo obedeceré.

—Renunciaré a todos los demás, y le seré fiel hasta que la muerte nos separe.

Le besó la palma de la mano. Se enjugó las lágrimas con la palma de su mano.

—Renunciaré a todos los demás, y le seré fiel hasta que la muerte nos separe.

—Yo, Alexander Barrington, tomo a esta mujer como mi esposa.

—No, Shura. —Se sentó sobre las piernas del hombre y le rozó el pecho con el suyo.

—Para vivir juntos en la alianza del matrimonio.

Lo besó en el centro del pecho.

—La amaré… —A Alexandr se le quebró la voz—. La amaré, consolaré, honraré, cuidaré.

Apretó la mejilla contra su pecho y escuchó los latidos de su corazón.

—Renunciaré a todas las demás, y le seré fiel hasta que…

—No lo digas, Shura. —Le había empapado el pecho con sus lágrimas—. Por favor.

—Hay cosas peores que la muerte —afirmó él, con las manos por encima de la cabeza.

Tatiana notó un peso en el corazón. Se sintió abrumada. Recordó el cuerpo de su madre caído sobre la costura. Recordó las últimas palabras de Marina: «No quiero morir sin haber sentido lo que tú sientes». Recordó la risa de Dasha mientras le hacía las trenzas, hacía un siglo.

—¿Ah, sí? ¿Qué?

—Para empezar, la vida en la Unión Soviética.

—También es tu vida. Prefiero tener una mala vida en la Unión Soviética que una buena muerte. ¿Tú no?

—Si es una vida contigo, entonces sí.

—Además, nunca he visto una buena muerte.

—Sí que la has visto. ¿Qué te dijo Dasha antes de morir?

Tatiana se apretó contra él. Quería meterse en su interior, tocarle su corazón magnánimo.

—Dijo que era una buena hermana.

Las manos de Alexandr le sujetaban la cabeza con mucha suavidad contra su cuerpo.

—Tú fuiste una buena hermana. Te dejó bien. —Hizo una pausa—. Tuvo una buena muerte.

Tatiana besó la piel sobre su corazón.

—¿Qué me dirás a mí, Alexander Barrington, cuando me dejes sola en este mundo? —susurró ella—. ¿Qué me dirás para que yo lo sepa, para que pueda escucharlo?

Alexandr la tendió de espaldas y se inclinó sobre ella.

—Tania, te quiero. No existe la muerte, aquí en Lazarevo. No hay muerte, ni guerra, ni comunismo. Sólo estamos tú, yo, la vida. —Sonrió—. La vida de casados. Vamos a vivirla. —Saltó de la cama—. Ven afuera conmigo.

—De acuerdo.

—Ponte el vestido. —Él se puso el pantalón del uniforme—. Sólo el vestido.

Ella le sonrió. Saltó de la cama.

—¿Dónde vamos?

—Vamos a bailar.

—¿A bailar?

—Sí. Siempre se baila en las bodas.

Juntos salieron al claro. La noche era fresca. Tatiana oyó el rumor del agua, el crujir de las ramas de los pinos, olió el aroma de las piñas.

—Mira qué luna, Tatia. —Alexandr señaló el valle distante entre los Urales.

—La estoy mirando —mintió ella, sin apartar la mirada de su marido—. Pero no tenemos música. —Le sonrió, con sus manos en las suyas.

Alexandr la estrechó entre sus brazos.

—A la luz de la luna, bailaré con mi esposa vestida con su traje nupcial.

Él entonó la letra de un vals y comenzaron a bailar en el claro, iluminados por la enorme luna roja que asomaba por encima de las montañas.

Alexandr cantaba en inglés y Tatiana entendió casi todas las palabras.

—Shura, cariño, tienes una voz tan bonita… Conozco la canción. En ruso, la llamamos El Vals del Danubio.

—Me gusta más en inglés.

—A mí también. —Tatiana se apretó contra su pecho desnudo, y levantó la cabeza para mirarle a la cara—. Tienes que enseñármelo, para que te lo pueda cantar.

—Ven, Tatiasha —dijo él. Le cogió la mano.

Aquella noche no durmieron. Los bocadillos quedaron sin probar en el suelo, junto a los árboles, donde ella se había sentado a prepararlos.

Alexandr.

Alexandr.

Alexandr.

Los años en la dacha, su barca, el lago Ilmen, donde una vez había sido la reina, todo cayó para siempre en el abismo de la infancia desaparecida mientras Tatiana, con trémulo asombro y respeto, se entregaba a Alexandr, quien, alternando la voracidad y la ternura, derrochó pródigamente sobre su carne hambrienta milagros que ella ni siquiera podía imaginar… Como si estuvieran imbuidas de su marcha inmortal… todas las materias terrestres —las emociones, la angustia, la pasión— se habían transmutado en materias celestiales.