Tatiana corrió tras él, sin dejar de llamarlo:
—¡Shura, por favor, espera! ¡Por favor!
No pudo alcanzarle. Alexandr desapareció en el bosque. Tatiana fue corriendo hasta la casa. Sus cosas seguían allí, pero no había ni rastro del capitán.
—¿Qué pasa, Tanechka? —le preguntó Naira, cargada con una cesta de tomates.
—Nada —contestó Tatiana, con la respiración entrecortada. Cogió la cesta de Naira.
—¿Dónde está Alexandr?
—Se quedó en la casa de los abuelos. Está quitando las tablas de las ventanas.
—Espero que las vuelva a clavar —dijo Dusia, que leía la Biblia—. Cuando acabe. Por cierto, ¿por qué las está quitando?
—No lo sé. —Tatiana se volvió para que no le vieran el rostro—. ¿Quieres el jarabe, Raisa?
—Sí, por favor.
Tatiana le dio a Raisa el jarabe para los temblores, un jarabe que no servía para nada. Luego plegó las sábanas que había lavado el día anterior, y a continuación —temerosa de que él volviera, dispuesto a recoger sus cosas y marcharse— escondió el fusil y la tienda en el cobertizo detrás de la casa. Hecho esto, fue al río y le lavó los uniformes.
Alexandr aún no había vuelto.
Tatiana se llevó su casco al bosque y recogió arándanos hasta llenarlo. Regresó a la casa y preparó una tarta de arándanos y compota.
Alexandr seguía sin aparecer.
Tatiana peló unas cuantas patatas para un pastel.
Vova entró en la cocina y le preguntó si quería ir a nadar. Rechazó la invitación, y cosió otra camisa para Alexandr una talla más grande.
Sin noticias de Alexandr.
¿Por qué no se había quedado para acabar la pelea? Ella no se iba a ninguna parte; se quedaba hasta el final, ¿por qué no había hecho él lo mismo? Notaba un vacío tremendo en el estómago. No estaba dispuesta a dejarlo marchar hasta que acabaran la pelea. Le daba lo mismo que se enfadara.
Llegó la hora de ir a la banya. Le dejó una nota. «Querido Shura: Si tienes hambre, por favor cómete la sopa y el pastel de patatas. Estamos en los baños. Si quieres esperarnos, cenaremos todos juntos. Encima de la cama tienes una camisa nueva. Espero que te vaya mejor. Tania».
En los baños, se frotó para él hasta que le quedó la piel de un color rosa brillante.
Zoe le preguntó si Alexandr se reuniría con ellos aquella noche alrededor de la hoguera.
—No lo sé. Tendrás que preguntárselo a él.
—Es guapísimo —comentó Zoe, enjuagándose el jabón de los pechos—. ¿Crees que se siente muy mal por lo de Dasha?
—Sí.
—¿Quizá necesita que le consuelen un poco?
Tatiana miró a Zoe directamente a la cara. Como si Zoe tuviera idea de la clase de consuelo que necesitaba Alexandr.
—No sé a qué te refieres —contestó, con un tono desabrido.
—No, ya me lo suponía. No tiene importancia. —Zoe se echó a reír y fue a vestirse.
Tatiana la siguió al cabo de un momento. Se peinó el pelo húmedo y dejó que le cayera sobre los hombros. Después se puso un vestido de algodón azul estampado que se había confeccionado ella misma: sin mangas, muy escotado por la espalda y la falda corta. Cuando salieron de la casa de baños, Alexandr la estaba esperando. Tatiana lo miró con un profundo alivio pero luego, incapaz de comprender su expresión, desvió la mirada.
—¡Aquí estás! —exclamó Naira—. ¿Dónde has estado todo el día?
—¿Cómo has dejado las ventanas de la casa? —preguntó Dusia.
—¿Ventanas? ¿Casa? —repitió él, con un tono áspero.
—La casa de Vasili Metanov. Tania dijo que estabas quitando las tablas de las ventanas.
—Ah. —Alexandr no dejaba de mirar a Tatiana, que intentaba ocultarse detrás de la temblorosa Raisa.
—¿Tienes hambre? ¿Has comido? —le preguntó la muchacha con una vocecita débil. No podía encontrar otra más sonora.
Él sacudió la cabeza como única respuesta.
Emprendieron el camino de regreso a casa, a paso lento. Axinia caminaba cogida del brazo de Alexandr. Zoe se acercó para preguntarle si él iría a sentarse con los jóvenes del pueblo alrededor de la hoguera.
—No —respondió Alexandr, que se apartó de Zoe para acercarse a Tatiana—. ¿Qué has hecho con mis cosas? —le susurró al oído.
—Las escondí —le murmuró ella, con el corazón en un puño. Quería tocarlo, pero tenía miedo de que Alexandr perdiera el control, y comenzara una pelea delante de todo el mundo.
—Tania prepara una sopa de pescado deliciosa —comentó Naira—. ¿Te gusta la sopa de pescado?
—Y su tarta de arándanos es algo extraordinario —afirmó Dusia—. Estoy hambrienta.
—¿Por qué? —preguntó Alexandr.
—¿Por qué, qué? —Quiso saber Dusia.
—No tiene importancia —dijo Alexandr, y se apartó del grupo.
Cuando llegaron a casa, Tatiana se ocupó de poner la mesa. Miró por un momento la cama para ver si él había leído la nota y había recogido la camisa. La nota había desaparecido. La camisa seguía donde la había dejado.
Alexandr entró en la habitación. Las cuatro mujeres mayores se habían instalado en la galería.
—¿Dónde están mis cosas?
—Shura…
—Calla. Dame mis cosas para que pueda marcharme.
—Alexandr, ¿puedes venir un momento? —Naira asomó la cabeza—. Necesitamos tu ayuda para abrir la botella de vodka. La tapa se ha atascado.
El capitán salió a la galería. A Tatiana le temblaban tanto las manos que se le cayó la fuente que sostenía en aquel momento. El ruido del metal contra el suelo se escuchó por toda la casa.
Llegó Vova. En la galería sonaban las voces alegres y las risas.
Alexandr entró una vez más. Se disponía a hablar cuando Tatiana le avisó con un gesto de que tenía a alguien detrás. Era Vova.
—Taniusha, ¿necesitas que te ayude? —preguntó el muchacho—. ¿Quieres que lleve algo a la mesa?
—Sí, Taniusha —dijo Alexandr con un tono agrio—. ¿Vova te puede echar una mano?
—No, gracias. ¿Nos disculpas un minuto?
—Venga —le dijo Vova a Alexandr, que no se había movido—. Ya la has escuchado. Quiere que la disculpes un minuto.
—Sí —replicó el capitán, sin volverse—. Un minuto conmigo.
Vova salió de la habitación con cara de pocos amigos.
—¿Dónde están mis cosas?
—Shura, ¿por qué te marchas?
—¿Por qué? Porque no hay lugar para mí en esta casa. Lo dejaste muy claro. Me cuesta trabajo creer que no me hayas hecho el equipaje para que me vaya cuanto antes. No soy de las personas a las que haya que decirle las cosas dos veces, Tania.
—Quédate y cena con nosotros. —Le temblaban los labios.
—No.
—Por favor, Shura —le rogó ella, con la voz quebrada—. Te he preparado un pastel de patatas.
Tatiana se le acercó.
—No. —Alexandr parpadeó.
—No puedes marcharte. No hemos terminado.
—Sí que hemos terminado.
—¿Qué puedo decir para que quede más claro?
—Ya lo has dicho todo con una claridad meridiana. Lo más apropiado ahora sería decir adiós.
La mesa se interponía entre ellos. Tatiana pasó al otro lado.
—Shura —dijo en voz baja—, por favor, deja que te toque.
—No. —El capitán se apartó.
Naira volvió a asomar la cabeza.
—¿Está la cena preparada?
—Casi, Naira Mijailovna. —Miró a Alexandr—. Dijiste que no te marcharías hasta arreglarme —señaló—. Arréglame, Shura.
—Tú misma me dijiste que nada de lo que hiciera arreglaría lo que está mal dentro de ti. Bueno, me has convencido. ¿Dónde están mis cosas?
—Shura…
Alexandr se acercó a la muchacha.
—¿Qué quieres. Tania? —le preguntó, furioso—. ¿Quieres que monte una escena?
—No. —Tatiana intentó contener las lágrimas.
—¿Una de esas escenas espantosas como las que había en tu casa?
—No —susurró ella, sin mirarlo.
—Pues entonces dame mis cosas, y me marcharé discretamente. No tendrás que explicarle nada a tus amigos ni a tu amante. —Al ver que ella no se movía, el capitán, le ordenó—: ¡Ahora!
Tatiana, avergonzada e inquieta, llevó a Alexandr hasta el cobertizo detrás de la casa, donde quedaban ocultos de las miradas.
—¿Dónde vas, Tanechka? Ya es hora de servir la cena.
—¡Ahora mismo vuelvo! —gritó Tatiana.
En cuanto estuvieron detrás de la casa, intentó coger la mano de Alexandr, pero él la apartó de un manotazo. Se tambaleó por un momento, pero no cedió. Corrió a ponerse delante de él y le rodeó la cintura con los brazos. El oficial intentó apartarla.
—Por favor, no te vayas —le dijo con una mirada de súplica—. Por favor, te lo ruego. Llevo esperándote cada segundo del día desde que salí del hospital. Por favor. —Apoyó la frente en el pecho del hombre.
Alexandr no le respondió. Ella no se atrevió a levantar la vista. Las manos del capitán no se apartaron de sus brazos desnudos.
—¡Por Dios, Alexandr! ¿Cómo puedes ser tan obtuso? ¿No te das cuenta de por qué no te escribí?
—En absoluto. ¿Por qué?
—Temía muchísimo que si te contaba lo de Dasha, decidieras no venir a Lazarevo —respondió con el rostro apretado contra el pecho del soldado. Deseó tener la valentía de mirarlo a la cara, pero no quería verlo enfadado. Le cogió una mano y se la apoyó en la mejilla, y cuando su tibieza le infundió valor, lo miró—. Leningrado casi acabó con todos nosotros. Creía que si tú no sabías nada de la muerte de Dasha y venías aquí, y yo me curaba, como el verano pasado, quizá volverías a sentir por mí lo que sentías antes.
—¿Volver a sentir? —exclamó Alexandr, con voz ronca—. ¿Cómo se te ocurre? —Su mano permaneció sobre la mejilla de Tatiana, pero la otra se deslizó por su espalda desnuda, acariciando su piel al tiempo que la apretaba contra su cuerpo—. No te das cuenta… —Se interrumpió. No podía decir nada más. Tampoco era necesario. Ella lo entendía todo.
Permanecieron en silencio durante un par de minutos. El capitán fue el primero en hablar.
—Tatia, me ganaré tu perdón. Lo arreglaré todo. Haré lo que sea, pero tú tienes que dejarme. No puedes mantenerme apartado como lo has hecho. No es posible.
—Lo siento. Por favor, tienes que comprenderlo. —Lo abrazó todavía más fuerte—. Eran demasiadas mentiras, demasiadas dudas.
—Mírame. —Ella obedeció—. Tania, ¿de qué dudas hablas? Estoy aquí única y exclusivamente por ti.
—Entonces, por favor, quédate. Hazlo por mí.
Alexandr, jadeante, agachó la cabeza, y ella le ofreció su pelo húmedo para que se lo besara. Sus labios permanecieron apoyados en el pelo de la muchacha unos segundos.
—¿Qué es esto? ¿El lago Ladoga? —preguntó.
—Shura, estamos en una casa llena de gente.
Los dedos del capitán le apretaban los omoplatos desnudos de una manera tan rotunda que ella se sentía cada vez más débil.
—Levanta tu cara en este mismo instante.
Ella levantó la cara en aquel mismo instante.
—Tania, ¿podríamos cenar, por favor? —La voz de Naira, enojada y hambrienta, les llegó desde la galería—. ¡Se está quemando la comida!
Alexandr la besó con tanta furia que, por un momento, sólo se aguantó de pie porque él la abrazaba. Sus piernas ya no la sostenían.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? Nos estamos muriendo de hambre. ¡Tatiana!
Por fin consiguieron separarse. Tatiana, como en una nube, recogió las cosas que había ocultado en el cobertizo y volvieron a la casa.
Tatiana le sirvió la sopa primero a Alexandr. Le puso el cuenco delante y le dio la cuchara. Después sirvió a todos los demás mientras el capitán esperaba a que ella se sentara para empezar a comer.
—Dime, Alexandr, ¿qué hace un capitán del Ejército Rojo? —le preguntó Vova.
—No sé qué hace un capitán del Ejército Rojo. Sé lo que yo hago.
—Alexandr, ¿quieres un poco más de crema agria? —le ofreció Tatiana.
—Sí, por favor.
—¿Qué haces tú? —insistió Vova.
—Sí, dinos qué haces —intervino Axinia—. Todo el pueblo se muere por saberlo.
—Estoy en armas pesadas, en una brigada destructora. ¿Sabéis lo que es?
Todos, salvo Tatiana, sacudieron la cabeza.
—Estoy al mando de una compañía acorazada. Damos apoyo a la infantería. —Alexandr engulló un bocado de pastel de patatas—. Al menos, eso es lo que se espera de nosotros.
—¿En qué consiste el apoyo? —preguntó Vova—. ¿Carros de combate?
—Sí. Carros y vehículos blindados. Tania, ¿queda sopa? También nos ocupamos de las baterías antiaéreas, los morteros y demás piezas de artillería de campaña. Cañones, ametralladoras pesadas. Yo me encargo de una batería de lanzacohetes.
—Impresionante —opinó Vova—. O sea, que tienes el mejor trabajo. Mucho menos peligroso que el de los soldados que están en primera línea.
—El mío es mucho más peligroso que cualquier otro. ¿A quién crees que los alemanes intentan eliminar primero? ¿A un pobre recluta con un fusil Nagant de un solo disparo, o a mí que los machaco con quince cohetes por minuto?
—Alexandr, ¿quieres algo más?
—No, Tatiasha… —Se interrumpió. Ella se interrumpió—. Estoy lleno, Tania, muchas gracias.
—Alexandr, nos han dicho que Stalingrado está a punto de caer —comentó Zoe.
—Si cae Stalingrado, habremos perdido la guerra —afirmó el capitán—. ¿Hay más vodka?
Tatiana le sirvió una copa.
—Alexandr, ¿cuántos hombres estamos dispuestos a perder en Stalingrado para detener a Hitler? —preguntó Dusia.
—Todos los que haga falta.
La anciana se persignó.
—Moscú fue un baño de sangre —dijo Vova, arrebolado.
Tatiana oyó cómo Alexandr contenía el aliento. «Oh, no —pensó—. Que no discutan».
—Vova —respondió el capitán, que se inclinó por delante de Tatiana, quien aprovechó para apretarse contra él, para mirar al muchacho con una expresión de furia—. ¿Sabes lo que es un baño de sangre? Moscú tenía una guarnición de ochocientos mil soldados antes de que comenzara la batalla por la capital en octubre. ¿Sabes cuántos quedaban cuando detuvieron a Hitler? Noventa mil. ¿Sabes a cuántos hombres mataron sólo en los primeros seis meses de guerra? ¿A cuántos jóvenes mataron antes de que Tania saliera de Leningrado? Cuatro millones. Tú podrías haber sido uno de esos jóvenes, Vova, así que no hables de baños de sangre, como si se tratara de un juego.
Todos los comensales guardaron silencio. Tatiana, apoyada en Alexandr, le preguntó:
—¿Quieres otra copa?
—No. Ya he bebido bastante.
—Bueno, recogeré la mesa.
Alexandr deslizó una mano por debajo de la mesa y la apoyó en el muslo de Tatiana, para que no se moviera. Sacudió la cabeza.
Tatiana se quedó sentada. Alexandr no apartó la mano. Al principio, el vestido de algodón estaba entre su mano y el muslo de ella, pero evidentemente a Alexandr no le gustaba que fuera así, porque le levantó el vestido lo suficiente para sujetar el muslo desnudo con la mano. La sensación de vacío en el estómago de Tatiana aumentó.
—Tanechka, ¿no recoges los platos, querida? Queremos probar la tarta y tomar el té. —Dijo Naira.
La mano de Alexandr la apretó un poco más y se deslizó un poco más arriba.
Tatiana apretó los labios. En un segundo gemiría en la mesa, delante de las cuatro ancianas.
—Tatiana nos ha preparado una cena deliciosa —comentó Alexandr—. Se ha superado a ella misma. Está cansada. ¿Por qué no dejamos que descanse un rato? Zoe, Vova, ¿quizá vosotros podríais recoger los platos?
—Pero, Alexandr, no comprendes que… —comenzó Naira.
—Lo comprendo perfectamente bien. —La presión de la mano del capitán no cedió.
Tatiana se sujetó al borde de la mesa.
—Shura, por favor —dijo, con voz ronca.
Su mano le apretó el muslo con más fuerza. Ella apretó la mesa con más fuerza.
—No, Tania —añadió Alexandr—. No, es lo menos que pueden hacer. —Miró a Naira—. ¿No crees tú lo mismo, Naira Mijailovna?
—Creía que Tanechka disfrutaba con las pequeñas cosas que hace.
—Sí —asintió Dusia—. Creíamos que disfrutaba.
—Dusia, disfruta muchísimo. No tardará en ponerse de rodillas para lavaros los pies. Pero ¿no crees que de vez en cuando los discípulos deben servir a Jesús?
—¿Qué tiene que ver Jesús con todo esto? —tartamudeó Dusia.
La mano de Alexandr aumentó la presión.
Tatiana abrió la boca y…
—De acuerdo. Nosotros recogeremos los platos —dijo Zoe con un tono desabrido.
Alexandr soltó el muslo de Tatiana y le dio un palmadita.
Tatiana soltó el aliento. Al cabo de unos segundos, separó las manos de la mesa. No sólo no miró a Alexandr, sino que fue incapaz de mirar a los demás.
—Zoe, Vova, muchas gracias. —Alexandr le sonrió a Tatiana, que permaneció inmóvil—. Saldré un momento a fumar un cigarrillo.
En cuanto salió de la habitación, las cuatro ancianas se inclinaron hacia Tatiana.
—Tania, Alexandr es muy agresivo —señaló Naira, en voz baja.
—El problema es que no hay Dios en el Ejército Rojo —opinó Dusia—. La guerra lo ha convertido en un hombre duro. Escuchadme bien, muy duro.
—Sí —admitió Axinia—. Pero fijaos cómo se preocupa por nuestra Tanechka. Es adorable.
Tatiana las miró, desconcertada. ¿De qué estaban hablando? ¿Qué decían? ¿Qué había pasado?
—Tania, ¿nos escuchas?
Tatiana se levantó. Su único defensor en el mundo, su fusilero, su caballero merecía todo su apoyo.
—Alexandr no es duro, Dusia, y tiene toda la razón. No tendría que hacerlo todo yo sola.
Tomaron el té y la tarta, que estaba tan rica que se la acabaron en un santiamén. Después, las cuatro ancianas salieron a fumar a la galería. Zoe cogió un momento el brazo de Alexandr y con una sonrisa coqueta, le preguntó una vez más si iría a sentarse con los demás alrededor de la hoguera. Alexandr le apartó la mano y repitió que no iría.
Tatiana quería que Zoe se marchara de una vez por todas.
—Vamos, ven —insistió Zoe—. Hasta Tania irá. Con Vova.
—No lo creo —susurró Alexandr, con la mirada puesta en Tatiana, que le estaba echando el azúcar en el té.
—Tania, cuéntale a Alexandr aquel chiste tan malo que nos contaste la semana pasada —dijo Vova—. Te ríes de lo malo que es.
—Creía haber escuchado todo los chistes malos de Tatiana —comentó el capitán, en voz baja.
Había algo tan reconfortante y familiar en estar sentada contra su brazo que Tatiana sintió el deseo de apoyar la cabeza en su hombro. No lo hizo.
—Cuéntale el chiste, Tania.
—No sé.
—¡Venga! —Vova le hizo cosquillas—. Le hará gracia.
—Vova, para. —Tatiana miró a Alexandr, que tomaba el té en silencio.
—No se lo contaré —respondió ella.
De pronto le dio vergüenza. Sabía que a Alexandr no le gustaría el chiste. No quería molestarlo y mucho menos con un chiste estúpido.
—No, no. —Alexandr dejó la taza y la miró—. Me encantan tus chistes. —Sonrió—. Quiero escucharlo.
Tatiana exhaló un suspiro y contó el chiste, con la mirada fija en la mesa.
—Chapaiev y Petka están peleando en la guerra civil española. Chapaiev le dice a Petka: «¿Por qué gritan? ¿A quién saludan?». «A una tal Dolores Ibárruri», le responde Petka. «¿Qué les grita ella?», pregunta Chapaiev, y Petka le contesta: «Grita: “Es mejor hacerlo de pie que no de rodillas”».
Vova y Zoe se desternillaron de risa.
Alexandr mostraba una expresión pétrea, mientras golpeaba con la uña la taza de té.
—¿Éstos son los chistes que contáis los sábados por la noche alrededor de la hoguera?
Tatiana no le respondió. Rehuyó su mirada. Sabía que no le gustaría el chiste.
—Tania, iremos allí esta noche, ¿no? —Vova la empujó suavemente.
—No, Vova, esta noche no.
—¿Cómo que no? Si siempre vamos.
Antes de que Tatiana pudiera decir nada más, Alexandr intervino en la conversación, con la taza de té en la mano y la mirada puesta en el muchacho.
—Ya te ha dicho que esta noche no. ¿Cuántas veces más tendrá que repetírtelo para que lo entiendas? Zoe, ¿cuántas veces más tendré que repetírtelo para que me entiendas?
Vova y Zoe miraron a Alexandr y Tatiana.
—¿Qué pasa? —preguntó Vova, desconcertado.
—Venga, largaos los dos de aquí. Id a vuestra hoguera. Ya.
Vova pareció dispuesto a protestar, pero Alexandr se levantó y miró a Vova mientras le repetía con un tono que no admitía réplica:
—He dicho que os vayáis.
Vova y Zoe se marcharon en el acto sin rechistar.
Tatiana sacudió la cabeza. No salía de su asombro.
—¿Qué te ha parecido? —dijo Alexandr. Se inclinó para darle un beso en la cabeza, antes de salir a fumar.
Tatiana se preparó la cama en la galería y después acompañó a las ancianas a sus habitaciones. Cuando acabó, Alexandr seguía sentado en el banco fuera de la casa. El coro de grillos sonaba muy fuerte aquella noche. La muchacha oyó el aullido lejano de un lobo y el ulular de un búho. Comenzó a lavar los platos del postre.
—Tania, ¿quieres dejar de una vez lo que estás haciendo y venir aquí?
Tatiana salió al jardín, nerviosa, con las manos mojadas. El implacable latido en la boca del estómago no se apaciguaba.
—Más cerca —dijo Alexandr, sin apartar la vista de su rostro. Tiró la colilla y la sujetó por las caderas, acercándola entre sus piernas abiertas.
Tatiana apenas si se aguantaba de pie.
Alexandr apoyó el rostro debajo de sus pechos.
La muchacha, que no sabía qué hacer con las manos, las apoyó suavemente en la cabeza del capitán. Tenía el pelo corto, grueso, duro y seco. A Tatiana le gustaba la sensación que le producía tocarlo. Cerró los ojos, mientras intentaba respirar con normalidad.
—¿Está bien? —susurró.
—Muy bien. Tatia, en lugar de pensar en ti misma, ¿no podrías haber pensado en mí por lo menos una vez? ¿No podrías haberte imaginado tan sólo durante cinco segundos lo que pasé durante seis meses?
—Podría haberlo hecho. Lo siento.
—Si lo hubieras hecho, si hubieras pensado en mí y me hubieras escrito, yo hubiera podido responderte y despejar todos y cada uno de tus temores. Y tú hubieses podido despejar los míos.
—Lo sé. Lo lamento.
—Creí sinceramente que sólo podía haber dos explicaciones para tu silencio: una, que estabas muerta, y dos —hizo una pausa— que habías encontrado a otro. Nunca se me pasó por la cabeza que te creyeras ninguna de las mentiras que dije y escribí. Creí que tenías la capacidad de ver claramente la verdad.
—¿Tengo esa capacidad? —replicó ella suavemente, mientras le acariciaba la cabeza—. ¿Cuál es la tuya?
Alexandr acarició con la frente los pechos de Tatiana.
—¿Cómo te llamó Axinia? ¿Un bollo caliente?
Tatiana no podía respirar.
—Sí —murmuró—. Bollo caliente.
Las manos de Alexandr le oprimieron las caderas con una fuerza que aumentaba por momentos.
—Un pequeño bollo caliente —susurró.
Tatiana le acarició el pelo con sus manos temblorosas, muy suavemente. Su respiración era tan débil que no conseguía llevar aire a los pulmones.
—Esto es demasiado apretado, incluso para las normas de Quinto Soviet —opinó el capitán.
—¿Qué? —Tatiana susurraba para no alterar la tranquilidad de la noche—. ¿Nosotros? ¿La casa?
—¿Nosotros? —exclamó él, sorprendido—. No. La casa.
Tatiana se estremeció.
—¿Tienes frío?
Ella asintió, mientras rogaba que él no le tocara la piel ardiente.
—¿Quieres entrar?
Tatiana asintió una vez más, sin mucho entusiasmo. Lo único que quería era que sus manos continuaran sobre ella, bien apretadas a sus caderas, a su cintura, a su espalda, a sus piernas, por todas partes, bien apretadas y permanentemente.
Alexandr levantó la cabeza. Ella entreabrió los labios y…
Tatiana oyó a tiempo el chancleteo de Naira Mijailovna en la galería. Alexandr apartó las manos y bajó la cabeza. La muchacha se apartó de mala gana, en el momento en que Naira bajaba los peldaños.
—Me había olvidado de ir otra vez —rezongó la anciana.
—Por supuesto —dijo Alexandr, sin molestarse en sonreír.
Naira miró a Tatiana por un momento.
—Tanechka, ¿qué haces aquí? Tienes que irte a la cama, cariño. Ya es muy tarde, y sabes que todas nos levantamos muy temprano.
—Ahora iré a acostarme, Naira Mijailovna.
En cuanto Naira desapareció por una de las esquinas de la casa, Tatiana miró a Alexandr, que la contemplaba con una expresión triste. Ella se encogió de hombros, resignada. Entraron en la casa. Tatiana abrió el baúl y sacó su camisón blanco. «¿Dónde me cambiaré?», se preguntó. Alexandr no tenía esos problemas. Se quitó la camisa delante de ella y se metió en la cama sin quitarse los pantalones. Tatiana nunca lo había visto sin el uniforme, la camisa, los calzoncillos largos; nunca había visto a Alexandr desnudo. Era muy musculoso. ¿Recuperaría alguna vez el aliento? Le pareció que no.
No podía quitarse el vestido para ponerse el camisón. Decidió acostarse vestida.
—Buenas noches —dijo. Redujo al mínimo la llama de la lámpara de petróleo. Alexandr no le respondió.
Naira, que volvía del lavabo, cruzó la habitación para ir a su dormitorio y le deseó buenas noches. Tatiana la saludó. Alexandr continuó en silencio.
Tatiana ya se había acostado en el diván de la galería cuando escuchó la voz profunda de Alexandr que la llamaba.
—Tatia.
Se levantó y se detuvo en el umbral, dominada por una súbita timidez.
—Ven aquí. —La voz de Alexandr se quebró un momento.
Lo único que deseaba ella era acercarse. Pero tenía mucho miedo. Rodeó la mesa.
—Súbete al escalón.
Tatiana se subió al escalón, con la cara a la misma altura que la de él, y sin darle tiempo a nada, lo besó, sujetándole la cabeza con las manos.
—Ven aquí —susurró el capitán, mientras la besaba. Intentó levantarla.
—Oh, Shura, no puedo… Montaremos un escándalo. —Ella tampoco podía dejar de besarlo.
—Tania, me importa un pimiento si sale publicado en los periódicos de mañana. Ahora quiero que estés aquí conmigo.
La cogió por los brazos, y en cuanto la tuvo en la cama, la sujetó con todos sus miembros, la engulló con su corpachón mientras se besaban, locos de pasión.
—Dios, Tatia —susurró Alexandr—. Oh, Dios, te he echado tanto de menos…
—Yo también —afirmó ella, con los labios abiertos, y acariciándole la espalda—. Tanto…
Alexandr dejó de besarla por un momento y se apretó contra la muchacha, como si quisiera acogerla en un nido en su pecho. A Tatiana le parecía imposible que le resultara tan delicioso tocar la espalda, los hombros y los brazos desnudos del capitán.
Él la estaba aplastando contra su cuerpo, sus labios cada vez más exigentes, sus manos reclamando cada vez más. ¿Sólo tenía dos? Entonces, ¿cómo era que estaban en todas partes a la vez? Ella se dejó envolver en su cuerpo, incapaz de mantener los ojos abiertos, aunque lo único que deseaba era verlo, no dejar de verlo ni por un segundo. Alexandr le levantó el vestido hasta la cintura y le tocó la pierna desnuda. Ella separó las piernas en un acto inconsciente y gimió en sus labios.
—Tania, gime todo lo que quieras, pero no muy alto —le susurró Alexandr, sonriendo—. Espera, no tan alto.
Ella separó las piernas un poco más. Su mano le acarició la entrepierna.
—No —gimió—. Para, por favor.
Él le lamió los labios.
—Tania, tus muslos… —susurró él. Su mano subió un poco más.
Tatiana intentó apartarse, por no tenía dónde ir.
—Shura, por favor, para.
—No puedo. ¿Tienen el sueño pesado?
—No, en absoluto. Basta el cricrí de un grillo en la casa para que se despierten. Además, se levantan por lo menos cinco veces para ir al lavabo. Por favor. No puedo callarme. Tendrías que amordazarme si no quieres que me escuchen.
Continuaron hablando con las bocas muy juntas.
—Para, para. —No podían parar.
Alexandr apartó la mano de la entrepierna de Tatiana y la apoyó en el vientre de la muchacha por debajo del vestido.
—Me gusta tu vestido.
—No me estás tocando el vestido.
—¿No? Me agrada. Es muy suave, Quítatelo.
—No. —Lo apartó un poco.
Permanecieron quietos unos minutos mientras recuperaban el aliento.
La mano de Alexandr volvió a acariciarle la pierna.
—Deja de acariciarme la pierna —susurró Tatiana. Notaba un latido desde los muslos al ombligo—. Deja de tocarme.
—No puedo. He esperado demasiado tiempo para esto. —Le besó la garganta—. ¿No me deseas, Tania? Dime que no me deseas. —Comenzó a bajarle el vestido de los hombros—. Quítatelo.
—Por favor —jadeó Tatiana—. Venga, Shura, no puedo quedarme callada. Tienes que parar.
Él no quería. Le bajó el vestido de un hombro y después del otro.
Le cogió una mano y se la apoyó en el pecho.
—¡Tania, siente mi corazón! ¿No quieres apoyarte contra mi pecho? —le suplicó—. Tus pechos desnudos contra mi pecho, tu corazón junto al mío. Venga, sólo por un segundo. Después podrás ponerte otra vez el vestido.
Tatiana lo miró en silencio en la penumbra, miró sus ojos brillantes, los labios húmedos. ¿Cómo podía decirle que no a Alexandr? Levantó los brazos y él le deslizó el vestido por encima de la cabeza. Intentó cubrirse los pechos, pero sus manos se lo impidieron.
—Mantén las manos abajo. —Se tendió boca arriba—. Ven, ponte encima de mí.
—¿No quieres ponerte tú encima de mí? —le preguntó ella, con voz dulce.
—No, si quieres que me detenga.
Tatiana se tendió sobre el cuerpo de Alexandr. No dejaba de gemir.
—Oh, Tania —exclamó Alexandr apasionadamente, rodeándola con los brazos—. ¿Notas eso?
—Sí —murmuró ella, convencida de que el corazón le estallaría en cualquier momento.
Sus manos le acariciaron la espalda hasta las nalgas, se las acarició a través de las bragas; se las bajó un poco para acariciarle los glúteos. La apartó un poco para acariciarle los pechos.
—Llevó soñando un año entero con tus preciosos pechos —le dijo, con una sonrisa y la voz ahogada.
Tatiana quería decirle que ella había soñado con sus preciosas manos que la acariciaban durante un año entero, pero no podía hablar. Quería decirle que había soñado con su preciosa boca chupándole los pezones durante un año entero, pero no podía hablar. Lo que deseaba hacer era inclinarse sobre él y meterle un pezón en la boca, pero era demasiado tímida para hacerlo. Todo lo que podía hacer era mirarlo y jadear.
—Tatia, por favor, calla. —Alexandr cerró los ojos—. No puedo esperar más. —Le acarició los pezones. Ella gimió tan fuerte que él se detuvo, pero no por mucho tiempo. Alexandr la apartó para que se pusiera boca arriba—. Mírate. —Le chupó los pezones durante unos segundos. Las manos de la muchacha retorcían las sábanas. Alexandr le tapó la boca con una mano, mientras que con la otra volvía a acariciarle la entrepierna—. Tania, ¿crees que estoy hambriento?
—Ummm… ummm —respondió ella en la palma de su mano.
—No estoy hambriento —susurró Alexandr—. Estoy famélico. Ahora cuidado. No hagas ni un solo ruido. —Se montó sobre la muchacha—. Tania, te taparé la boca, así, y tú me cogerás los brazos, así, mientras yo te… así…
Tatiana gritó tan fuerte que Alexandr se detuvo, se dejó caer sobre la cama, se tapó la cara con el brazo y gimió por lo bajo.
Permanecieron acostados uno al lado del otro, sólo tocándose las piernas, las de él cubiertas con los pantalones, las de ella desnudas. Alexandr no apartó el brazo de la cara.
Tatiana se vistió muy a su pesar.
—Me voy a morir —le dijo él—. Me moriré, Tatiana.
«¿Tú te morirás?», pensó ella, mientras se deslizaba hacia el borde para bajarse. Alexandr la detuvo.
—¿Dónde vas? Duerme conmigo.
—No, Shura.
—¿Por qué? —Alexandr sonrió—. ¿No te fías?
—Ni por un segundo. —Le devolvió la sonrisa.
—Te prometo que me comportaré como un ángel.
—No. La primera que salga para ir al lavabo, nos verá.
—¿Ver qué? ¿Qué pueden hacer? —Él no la soltaba—. Tatia, aquí. —Se dio unas palmaditas en el pecho—. Como lo hicimos en Luga. ¿Lo recuerdas? Tú me llamaste, me dijiste que me acercara a ti. Ahora soy yo quien te pide que vengas.
Tatiana se acercó a él con mucho cuidado y apoyó la cabeza en su pecho. Alexandr la abrigó con las mantas y la abrazó. Ella apoyó una mano sobre su pecho y sintió lo rápido que le latía el corazón.
—Shura, cariño…
—Estaré bien —dijo, aunque su tono lo desmentía.
—Como en Luga. —Le acarició el pecho con mucha ternura.
—¿Quizás un poco más abajo? Era una broma —se apresuró a decir cuando Tatiana dejó de acariciarlo—. Me encanta sentir el roce de tu pelo —susurró. Le acarició el pelo, le dio un beso en la sien—. Me encanta sentir tu cuerpo junto al mío.
—No, Shura, por favor —murmuró Tatiana. Le besó el pecho y cerró los ojos. Estar entre sus brazos le producía una sensación de paz infinita. Las caricias en la cabeza la empujaban al sueño—. Es muy agradable.
Pasaron los minutos. Minutos o…
Quizá segundos.
Momentos.
Abrió los ojos.
—Tania, ¿estás dormida?
—No.
Se miraron el uno al otro y sonrieron. Ella entreabrió los labios dispuesta a besarlo y él sacudió la cabeza.
—Aparta los labios, si quieres mantenerme apartado.
Tatiana le besó el hombro y lo acarició, mientras él la acariciaba.
—Shura, me hace tan feliz que vinieras a buscarme…
—Lo sé. Yo también me siento feliz.
Ella le rozó la piel con los labios.
—Tania, ¿quieres hablar?
—Sí.
—Cuéntamelo todo. Comienza por el principio y no pares hasta el final.
Tatiana comenzó por el principio, pero no pudo ir más allá de cuando llevó el trineo hasta el agujero en el hielo.
Tampoco pudo Alexandr.
Entonces se quedó dormida, y se despertó con el canto del gallo.