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Dasha le escribía a Alexandr todos los días; todos y cada uno de los días le escribía una carta. «Qué suerte que tiene —pensaba Tatiana—. Poder escribirle, comunicarle sus sentimientos, qué suerte».

Ellas también escribían a babushka, que había perdido a su deda en Molotov.

Sólo de cuando en cuando recibían alguna carta de la abuela.

El correo funcionaba muy mal.

Hasta que llegó el momento en que dejó de funcionar del todo.

Cuando el cartero dejó de repartir las cartas, Tatiana comenzó a ir a la oficina de correos en Nevski Viejo, donde un anciano sin dientes le dijo que le entregaría las cartas si ella le daba algo de comer. Tatiana le llevaba restos de las tostadas, y un día el viejo le dio una carta de Alexandr para Dasha.

Mi querida Dasha y todas vosotras:

Lo único bueno de esta guerra es que la mayoría de las mujeres no tienen que verla, sólo las enfermeras que nos atienden, y ellas son inmunes a nuestro dolor.

Estamos al otro lado de Schiisselburg, y nuestra tarea es la de llevar municiones a la isla fortaleza de Oreshek. Un pequeño grupo de soldados defiende la isla desde septiembre, a pesar del intenso bombardeo de la artillería alemana emplazada en la orilla del Ladoga, a sólo doscientos metros de distancia. ¿Recordáis Oreshek? Allí ahorcaron a Alexandr, el hermano de Lenin, en 1887, por participar en el intento de asesinato de Alejandro III.

Ahora que ha comenzado la guerra, los marinos y soldados que vigilan la entrada al Neva son saludados como héroes de la Nueva Rusia, la Rusia después de Hitler. Nos dicen que después de la victoria, todo será muy diferente en la Unión Soviética. Nos prometen una vida mucho mejor, pero para alcanzarla debemos estar dispuestos a morir. «Ofreced vuestras vidas, —nos dicen—, para que vuestros hijos puedan vivir».

«De acuerdo», respondemos. Los combates no cesan, ni siquiera de noche. Tampoco deja de llover. Llevamos empapados día y noche desde hace una semana. No podemos secarnos. Tres de mis hombres han muerto de pulmonía. Parece una injusticia cósmica morir de pulmonía cuando Hitler está tan empeñado en matarnos. Me alegro de no estar en Moscú ahora mismo. ¿Estáis enteradas de lo que pasa allí? Creo que eso nos está salvando. Y os está salvando a vosotras. Hitler ha retirado gran parte de su Grupo de Ejércitos del Norte, incluida la mayoría de los aviones y los tanques, del frente de Leningrado para atacar Moscú. Si Moscú cae, podemos darnos por perdidos, pero por ahora nos ayuda a resistir.

Estoy bien, aunque no me gusta estar empapado. A los oficiales todavía nos dan de comer. Cada vez que hay carne pienso en vosotras.

Cuídate. Dile a Tatiana que camine sin apartarse de los edificios, salvo cuando caigan las bombas. Entonces tiene que detenerse y esperar en un portal. Que no olvide de llevar el casco que le dejé.

Chicas, no se os ocurra repartir vuestra comida, bajo ninguna circunstancia. Manteneos apartadas de la azotea.

Utilizad el jabón que os dejé. Recordad que las cosas siempre nos parecen más llevaderas cuando estás limpio. Me lo dijo mi padre. Aquí es imposible lavarse con tanto frío como hace, pero al mismo tiempo, el frío mata los piojos que transmiten el tifus.

Créeme cuando te digo que pienso en ti cada minuto del día.

Hasta que nos volvamos a ver, permanezco tuyo en la distancia.

ALEXANDR

Tatiana llevaba el casco. Utilizaba el jabón. Esperaba en los portales. Pero por alguna razón en lo único que pensaba con un peculiar y prolongado dolor, mientras no se quitaba las botas forradas, el sombrero de fieltro, y el abrigo a cuadros, que su madre le había hecho cuando tenía máquina de coser, era que Alexandr se pasaba día y noche con el uniforme empapado a las orillas del Ladoga.