Tatiana se encontraba en el vestíbulo cuando oyó que Dasha, Alexandr, Marina, su madre y babushka discutían acaloradamente en la habitación. En el momento en que iba a abrir la puerta y entrar con el té, escuchó la voz de Alexandr que manifestaba:
—No, no se lo podéis decir, ahora no es el momento.
Inmediatamente después sonó la respuesta de Dasha por una abertura de la puerta.
—Pero, Alexandr, habrá que decírselo en algún momento.
—¡Ahora no!
—¿Qué más da? —intervino su madre—. ¿Qué importancia tiene? Díselo.
—Estoy de acuerdo con Alexandr —afirmó babushka—. ¿Por qué debilitarla ahora cuando necesita todas sus fuerzas?
Tatiana abrió la puerta.
—Decirme, ¿qué?
Todos se quedaron mudos.
—Nada, Tanechka —se apresuró a decir Dasha, con una mirada furiosa a Alexandr, que agachó la cabeza y se sentó.
—¿Decirme qué? —insistió Tatiana, sosteniendo la bandeja con el servicio de té.
—Oh, Tania. —Las lágrimas rodaron por las mejillas de Dasha.
—Oh, Tania, ¿qué?
Nadie dijo nada. Nadie la miró.
Tatiana miró sucesivamente a su abuela, a su madre, a su prima, a su hermana y se detuvo en Alexandr, que fumaba con la mirada puesta en el cigarrillo. «Que alguien me mire», pensó la muchacha.
—Alexandr, ¿qué no quieres que me digan?
El capitán por fin se decidió a mirarla.
—Tu abuelo ha muerto, Tania. En septiembre. De neumonía.
La bandeja cayó de las manos de Tatiana. Las tazas se hicieron añicos contra el suelo y el té caliente le salpicó los pies. Se agachó y comenzó a recoger los trozos de loza sin decirle nada a nadie, algo que no importaba demasiado, porque nadie le dijo nada. Cuando acabó de recogerlo todo, cogió la bandeja y se fue a la cocina. En el momento que cerraba la puerta, escuchó la voz de Alexandr.
—¿Ya estáis contentos?
Dasha y Alexandr entraron en la cocina donde Tatiana permanecía sentada junto a la ventana, con las manos aferradas al alféizar. Su hermana se acercó a ella.
—Cariño, lo siento. Ven aquí. —La abrazó con todas sus fuerzas—. Todos lo adorábamos —susurró—. Estamos destrozados.
Tatiana correspondió al abrazo de su hermana.
—Dasha, es una mala señal.
—No, Tanechka, no lo es.
—Es una mala señal —repitió Tatiana—. Es como si deda hubiese muerto porque no podía soportar lo que estaba a punto de ocurrirle a su familia.
Las muchachas miraron a Alexandr, que les devolvió la mirada sin decir palabra.
A la mañana siguiente, Alexandr y Tatiana fueron en silencio hasta la tienda y esperaron en la cola en silencio. Cuando caminaban de regreso a lo largo del canal de Fontanka, el capitán metió la mano en el bolsillo del abrigo y volvió a sacarla, cerrada.
—Mañana vuelvo al frente, Tania. Pero mira, mira lo que te he traído. —Le mostró la pequeña tableta de chocolate. Tatiana cogió el chocolate, y le sonrió débilmente, con lágrimas en los ojos. El capitán la abrazó—. Ven aquí.
Tatiana apretó el rostro contra el pecho de Alexandr, y lloró a lágrima viva.
La herida en la pierna de Antón no mejoraba. Antón no mejoraba.
Tatiana le llevó un trocito del chocolate de Alexandr. Antón se lo comió, ausente. Ella se sentó en el borde de la cama. Permanecieron en silencio durante un rato.
—Tania, ¿recuerdas el verano del año pasado? —Su voz era débil.
—No. —Tatiana sólo recordaba el último verano.
—En agosto, cuando tú regresaste de Luga, tú, yo, Volodia, Petra y Pasha fuimos a jugar al fútbol en el parque de Táuride. Tú deseabas tanto hacerte con la pelota que me diste un puntapié en la espinilla. Creo que fue en la misma pierna. —Una fugaz sonrisa apareció en el rostro del muchacho.
—Creo que tienes razón —asintió Tatiana, con voz queda—. Tranquilo, Antón. —Le cogió de la mano—. Tu pierna se curará y quizás el próximo verano volveremos a jugar al fútbol en el parque.
—Sí. —Antón le apretó la mano, con los ojos cerrados—. Pero no con tu hermano y los míos.
—Sólo tú y yo, Antón.
—Ni siquiera yo, Tania.
«Te están esperando —quiso decirle Tatiana—. Te están esperando para jugar al fútbol contigo una vez más. Y conmigo».