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Al día siguiente, muerta de miedo, sin creer que fuera capaz de hacerlo, Tatiana fue a los cuarteles Pavlov. Le dijo al sargento Petrenko que la recibió con una sonrisa, que quería ver a Alexandr y esperó, apoyada en la pared, porque las piernas amenazaban con no sostenerla.

Al cabo de unos minutos, Alexandr cruzó la verja. Por un momento desapareció la expresión tensa de su rostro, pero sólo por un momento. Se le marcaban las ojeras.

—Hola, Tatiana —dijo con tono cortés y sin acercarse demasiado en el lóbrego y húmedo pasadizo—. ¿Todo va bien?

—Más o menos —replicó Tatiana—. ¿Cómo estás tú? Pareces un…

—Estoy perfectamente —la interrumpió el teniente—. ¿Cómo estás tú?

—No muy bien —admitió Tatiana, y de inmediato tuvo miedo de que Alexandr pensara que se refería a él—. Hay una cosa… —Hizo lo imposible para que no se le quebrara la voz. Estaba el miedo por Pasha, pero había algo más. No quería que Alexandr lo supiera. Intentaría ocultárselo.

—Alexandr, ¿hay alguna manera de que puedas averiguar algo sobre Pasha?

Él la miró con una expresión compasiva.

—Tania, ¿para qué?

—Por favor, ¿podrías hacerlo? Mis padres están desesperados.

—Más vale no saberlo.

—Por favor —insistió ella—. Papá y mamá necesitan saberlo. No pueden seguir viviendo con la duda. —«Yo necesito saberlo —pensó—. Yo tampoco puedo seguir viviendo con la duda».

—¿Crees que les resultaría más fácil si lo supieran?

—Claro que sí. Siempre es mejor saber. Porque entonces podrían enfrentarse a la verdad. —Tatiana desvió la mirada—. Esto los está destrozando, la incertidumbre. —Se mordió el labio inferior al ver que el teniente no le respondía—. Si lo supieran, entonces Dasha y yo, y quizá también mamá, nos iríamos a Molotov con deda y babushka.

Alexandr encendió un cigarrillo.

—¿Lo intentarás, Alexandr? —Se sintió mejor al pronunciar su nombre en voz alta.

Quería tocarle el brazo. Se sentía tan feliz y al mismo tiempo tan desgraciada al ver su rostro… Quería acercarse a él. Sin duda estaba en su habitación cuando lo llamaron, porque llevaba la camisa mal abrochada y por fuera de los pantalones. ¿No podía acercarse a él? No, no podía.

El oficial continuó fumando en silencio, mientras la miraba. Tatiana intentó que no le viera los ojos. Consiguió esbozar una sonrisa.

—¿Irás a Molotov?

—Sí.

—Bien —asintió Alexandr sin ningún énfasis especial o vacilación—. Tania, averigüe o no qué ha sido de Pasha, tienes que tener muy clara una cosa: debes marcharte. Tu abuelo ha tenido mucha suerte al conseguir un trabajo. A la mayoría de la gente ni siquiera la evacuarán.

—Mis padres afirman que ahora mismo la ciudad es el lugar más seguro. Por eso hay tantos miles que vienen a Leningrado desde el campo —replicó Tatiana, muy convencida.

—No hay ningún lugar seguro en la Unión Soviética —señaló Alexandr, con un tono muy significativo.

—Cuidado —le advirtió la muchacha, en voz baja.

Alexandr se inclinó hacia ella, y Tatiana lo miró, no sólo con ansia sino ávidamente.

—¿Qué? ¿Qué? —susurró, pero antes de que él pudiera responderle, Dimitri cruzó la verja.

—Hola —dijo, y miró a Tatiana con el entrecejo fruncido—. ¿Qué haces aquí?

—Venía a verte —contestó ella, en el acto.

—Y yo aprovecho para fumarme un cigarrillo —comentó Alexandr.

—Tendría que dejar de fumar precisamente cuando tú vienes a verme —manifestó Dimitri. Sonrió—. Me alegra que hayas venido a verme. Estoy conmovido. —La cogió del brazo—. Permíteme que te acompañe a casa, Tanechka. ¿Quieres ir a alguna parte? Hace una tarde perfecta.

—Hasta la vista, Tania —oyó que le decía Alexandr.

Tatiana estuvo a punto de desplomarse.

Alexandr fue a ver al coronel Mijail Stepanov.

Había servido a las órdenes del coronel en la guerra contra Finlandia en el invierno de 1940, cuando Stepanov era capitán y Alexandr subteniente. El coronel había tenido muchas oportunidades de ascenso, podría haber ascendido a teniente general, pero lo rechazó para seguir al mando de la guarnición de Leningrado.

El coronel Stepanov era un hombre alto, casi tanto como Alexandr, delgado, de movimientos suaves, y una mirada triste en los ojos azules que no desapareció mientras le sonreía a su subordinado.

—Buenos días, señor. —Alexandr le saludó en posición de firmes.

—Buenos días, teniente —respondió Stepanov. Se levantó para acercarse a Alexandr—. Descanse. —Se estrecharon las manos. Luego el coronel volvió a sentarse—. ¿Cómo está usted?

—Muy bien, señor.

—¿Qué pasa? ¿Qué tal le trata el comandante Orlov?

—Todo va bien, señor. Gracias.

—¿Qué puedo hacer por usted?

Alexandr carraspeó.

—Venía a pedir una información.

—Le he dicho que descanse.

El teniente separó los pies y cruzó las manos a la espalda.

—Se trata de los voluntarios, señor, ¿qué pasa con ellos?

—¿Los voluntarios? Usted ya lo sabe, teniente Belov. Es usted el encargado de entrenarlos.

—En Luga, en Novgorod.

—¿Novgorod? —El coronel meneó la cabeza—. Los voluntarios se han visto envueltos en algunos combates en la zona. La situación en Novgorod no es buena.

—Vaya.

—Mujeres soviéticas sin ninguna preparación militar tirándoles granadas a los tanques panzer. Las que no tenían granadas les tiraban piedras. —Stepanov miró atentamente el rostro del joven—. ¿A qué viene su interés en todo esto?

—Coronel —respondió Alexandr, con un sonoro taconazo—. Intento averiguar lo que sea de un chico que se encontraba en un campamento cerca de Tolmashevo. En el campamento no atienden al teléfono y la familia se teme lo peor. —El teniente hizo una pausa con la mirada puesta en el rostro de su superior—. Tiene diecisiete años, señor. Se llama Pavel Metanov. Está en un campamento en Dohotino.

El coronel observó a Alexandr durante unos momentos.

—Vuelva a sus ocupaciones, teniente. Veré lo que puedo averiguar, pero no le prometo nada.

—Muchas gracias, señor.

Aquella misma tarde, Dimitri entró en la habitación que Alexandr compartía con otros tres oficiales. Jugaban a las cartas. Un cigarrillo colgaba lánguidamente de los labios de Alexandr mientras barajaba los naipes. Apenas si volvió un poco la cabeza para mirar a Dimitri, que se puso en cuclillas a su lado.

—Salude a su oficial, Chernenko —dijo el subteniente Anatoli Marazov, sin desviar la mirada de sus cartas.

Dimitri se irguió en el acto y saludó al oficial.

—Señor.

—Descanse, soldado.

—¿Qué pasa, Dima? —preguntó Alexandr.

—Poca cosa —respondió Dimitri en voz baja, mientras volvía a agacharse—. ¿No podemos hablar en otra parte?

—Habla aquí. ¿Todo va bien?

—Bien, bien. Los rumores dicen que nos quedaremos quietos.

—No nos quedaremos quietos, Chernenko —intervino Marazov—. Nos quedamos para defender Leningrado.

—Los finlandeses se han declarado beligerantes. —Dimitri resopló despectivamente—. Si se alían con los alemanes, ya nos podemos dar por muertos. ¿Para qué empuñar las armas?

—Ése es el espíritu que me gusta —proclamó Marazov—. Belov, ¿fuiste tú quien me traspasó a este soldado?

—Marazov tiene razón, Dima —manifestó Alexandr, con un tono seco—. Me sorprende tu actitud. Francamente, no es propia de ti.

—Alexandr —replicó Dimitri, con una sonrisa taimada—. No es precisamente lo que esperábamos cuando nos incorporamos al ejército, ¿verdad? —Ante el silencio del oficial, añadió—: Me refiero a la guerra.

—No, la guerra no era lo que esperábamos. ¿Es que hay alguien que la desee? ¿Es lo que tú esperabas?

—En absoluto, como tú bien sabes. Pero también tenía menos opciones donde elegir.

—¿Tú tienes opciones, Belov? —preguntó Marazov.

Alexandr dejó sus cartas encima de la mesa, apagó el cigarrillo y se levantó.

—Enseguida vuelvo —dijo a los otros oficiales, y salió al pasillo.

Dima lo siguió muy de cerca. Había demasiados oficiales en el pasillo, así que bajaron las escaleras y salieron al patio de armas. Era más de la una de la madrugada. El cielo estaba encapotado.

A unos pocos pasos de ellos, había tres soldados que fumaban. Pero aquella era toda la privacidad que podían conseguir.

—Dima, tienes que acabar con todas estas tonterías. Yo no tengo opciones. Deja de inventarte cosas. ¿Qué elecciones tengo?

—La elección de estar en alguna otra parte.

El teniente no respondió. Deseó estar en cualquier otra parte que no fuera delante de Dimitri.

—Finlandia se ha convertido ahora en un lugar demasiado peligroso para nosotros —comentó Dimitri.

—Lo sé. —Alexandr no quería hablar de Finlandia.

—Hay demasiada vigilancia a ambos lados de la frontera. Los guardias del NKVD están por todas partes. La zona de Lisii Nos está llena de tropas, suyas y nuestras, y hay alambradas y campos minados. No es segura. No sé qué podemos hacer. ¿Estás seguro de que los finlandeses atacarán Lisii Nos desde Viborg?

Alexandr encendió un cigarrillo y fumó en silencio mientras pensaba.

—Sí, creo que lo harán —afirmó, finalmente—. Querrán recuperar las viejas fronteras. Atacarán Lisii Nos.

—¿Qué otra cosa podemos hacer? Tendremos que esperar a que vengan tiempos mejores. —Una vez más el teniente permaneció callado—. ¿Crees que vendrán tiempos mejores, Alexandr?

—No lo sé, Dima. Tendremos que esperar y ver qué pasa.

—Mientras esperamos —preguntó Dimitri, con un tono de resignación—, ¿crees que podrás sacarme del primer regimiento de fusileros?

—Dima, ya te he sacado del segundo batallón de infantería.

—Lo sé, pero todavía estoy demasiado cerca de una posible zona de combate. Los hombres de Marazov ocupan la segunda línea de defensa. Preferiría estar en intendencia, en el transporte de suministros, o cualquier cosa por el estilo. Creo que la división de transportes no estaría mal.

—¿Quieres estar en el transporte de suministros? ¿Llevar municiones a las tropas en el frente? —preguntó Alexandr, sorprendido.

—Pensaba más en el reparto de correo y de cigarrillos para las unidades en la retaguardia.

—Veré lo que puedo hacer, ¿de acuerdo? —Alexandr sonrió.

—Venga, intenta estar un poco más alegre —manifestó Dimitri, mientras aplastaba la colilla con el tacón de la bota—. ¿Qué pasa contigo estos días? De momento todo está en orden. Los alemanes no han llegado aquí y estamos disfrutando de un verano delicioso. —Alexandr no respondió—. Alex, quería hablar contigo de un asunto. Tania es una chica encantadora, y muy decente.

—¿Qué?

—Tania. Es una chica encantadora.

—Sí.

—Pues yo quiero que lo siga siendo —afirmó Dimitri, después de un silencio—. La verdad es que no tendría que aparecer por aquí, y mucho menos hablar contigo.

—Estoy de acuerdo…

—Sé que somos buenos amigos, y que ella es la hermana pequeña de tu novia pero, francamente, no quiero que tu reputación afecte a mi chica. Después de todo, ella no es como una de esas que tú te ligas por ahí.

—Ya está bien. —Alexandr se acercó a Dimitri, con no muy buen talante.

—Sólo bromeaba. —Dimitri se rio—. ¿Dasha todavía viene a verte? Hace tiempo que no voy por la casa. Tania tiene unos horarios de lo más raros. Dasha sí que viene, ¿no?

—Sí. —Dasha se presentaba todas las noches, y lo intentaba todo para conseguir que volviera con ella. Pero él no estaba dispuesto a contarle a Dimitri sus asuntos con Dasha.

—Pues entonces más razón para que Tania no venga por aquí. Dasha se molestaría si lo descubriera, ¿no te parece?

—Tienes toda la razón. —Alexandr miró a Dimitri, que le devolvió la mirada sin pestañear—. ¿Tienes un cigarrillo?

Dimitri metió la mano inmediatamente en el bolsillo del pantalón y sacó un paquete.

—Encantado. Un teniente primero pidiéndole un cigarrillo a un pobre soldado raso. Me encanta cuando me pides que haga algo por ti.

El teniente fumó en silencio.

—Si no te conociera tan bien diría que sientes algo por la pequeña Tanechka —dijo Dimitri.

—Pero tú me conoces, ¿verdad?

—Supongo. —Dimitri se encogió de hombros—. Pero es que la mirabas de una manera…

—Olvídalo —le interrumpió Alexandr. Dio una larga chupada al cigarrillo—. Son imaginaciones tuyas.

—Lo sé, lo sé. —Dimitri exhaló un suspiro—. ¿Qué puedo decir? La verdad es que estoy colado por esa chica.

—¿Lo estás? —preguntó Alexandr, sin hacer caso del cigarrillo que estaba a punto de quemarle los dedos.

—Sí. ¿Por qué te sorprende tanto? —Dimitri rio de buena gana—. ¿Crees que un tipo como yo es demasiado poco para una chica como Tania?

—No, en absoluto, pero por lo que me han dicho, no has dejado de ir por Sadko.

—¿Qué tiene eso que ver con todo esto? —Antes de que Alexandr pudiera replicar, el soldado se le acercó, para añadir en voz baja—: Tania es joven y me ha pedido que vaya poco a poco. Tengo mucha paciencia con ella y respeto sus deseos. —Enarcó las cejas—. Sin embargo, ya la voy haciendo mía.

Alexandr arrojó la colilla y la aplastó con la bota.

—De acuerdo. Ya no hay nada más que hablar. —Se volvió, dispuesto a volver a su partida de cartas.

Dimitri lo cogió por el brazo. Alexandr se giró con la velocidad del rayo y apartó la mano de Dimitri sin problemas.

—No me sujetes, Dimitri —dijo con una mirada furiosa. El cielo se oscureció un poco más—. Yo no soy Tatiana.

Dimitri se alejó unos cuantos pasos antes de responderle.

—De acuerdo, de acuerdo, no pasa nada. —Se alejó otro paso más—. La verdad es que tendrías que hacer algo con ese temperamento tan endiablado que tienes, Alexandr Barrington. —Pronunció cada una de las sílabas.

Volvió a sonreír cuando se alejó todavía más. En la penumbra parecía más bajo, sus dientes más amarillos y afilados, el pelo más grasiento y los ojos más pequeños.