El lunes siguiente a la excursión a Peterhof, cuando un Alexandr sonriente se encontró con una Tatiana seria a la salida de la Kirov, ella le dijo antes de saludarle siquiera:
—Alexandr, no puedes venir aquí nunca más.
La sonrisa desapareció del rostro del teniente, que permaneció delante de ella sin decir ni una palabra, hasta que por fin le hizo un gesto como invitándola a moverse.
—Venga, caminemos.
Caminaron la larga manzana hasta Govorova.
—¿Qué ocurre? —preguntó Alexandr, con la mirada baja.
—Alexandr, no puedo seguir con esto. Simplemente no puedo.
Él no le respondió.
—No puedo hacerlo —insistió Tatiana, fortalecida por la acera de cemento debajo de sus pies. Se alegró de que estuvieran caminando, porque así no tenía que mirarlo a la cara—. Me resulta demasiado duro.
—¿Por qué?
—¿Por qué? —Pasmada por la pregunta, guardó silencio. No podía decir en voz alta ninguna de sus respuestas.
—Sólo somos amigos, Tania, ¿no es así? —manifestó el oficial, en voz baja—. Buenos amigos. Vengo porque sé que estás cansada. Has tenido un día muy largo, el camino hasta tu casa también es muy largo y todavía te queda por delante una larga velada. Vengo porque algunas veces sonríes cuando estás conmigo, y creo que eres feliz. Por eso vengo. No es para tanto.
—¡Alexandr! —exclamó Tatiana—. Hacemos ver que no es para tanto. Pero, por favor. —Respiró profundamente—. ¿Por qué entonces no le decimos a Dasha que me acompañas a casa desde la fábrica? ¿Por qué nos separarnos cada día cuando faltan todavía tres manzanas hasta mi edificio?
—Dasha no lo comprendería —manifestó él, con voz pausada—. Lastimaría sus sentimientos.
—Por supuesto que sí. ¡Es lo lógico!
—Tania, esto no tiene nada que ver con Dasha.
Los esfuerzos de Tatiana por conservar la calma hicieron que sus manos se quedaran sin sangre de tanto apretar los puños.
—Alexandr, esto tiene mucho que ver con Dasha. No puedo acostarme con ella noche tras noche en la misma cama, muerta de miedo. Por favor.
Llegaron a la parada del tranvía. Alexandr se detuvo delante de ella.
—Tania, mírame.
—No —contestó ella. Volvió la cabeza en otra dirección.
—Mírame —insistió el teniente, que la cogió de las manos.
Ella le miró. El contacto de sus manos tan grandes era todo un consuelo. Necesitaba que él le devolviera el aliento.
—Tania, mírame y dime: «Alexandr, no quiero que vengas a buscarme nunca más».
—Alexandr —susurró Tatiana—, no quiero que vengas a buscarme nunca más.
Él no le soltó las manos, y Tatiana no hizo nada por apartarlas.
—Después de lo de ayer, ¿no quieres que venga nunca más? —le preguntó Alexandr, con la voz quebrada.
Tatiana fue incapaz de mirarlo mientras le respondía:
—Sobre todo, después de lo de ayer.
—¡Tania, vamos a decírselo! —le propuso él bruscamente.
—¿Qué? —Le pareció que no había oído bien.
—¡Sí! ¡Vamos a decírselo!
—¿Decirle qué? —preguntó Tatiana, con la sensación de tener la lengua helada por el miedo. Se estremeció—. No hay nada que decirle.
—¡Tatiana, por favor! —Los ojos de Alexandr la miraron centelleantes—. Digamos la verdad y vivamos con las consecuencias. Obremos como personas sinceras. Ella se lo merece. Acabaré mi relación con ella y entonces…
—¡No! —Tatiana intentó apartar las manos—. Por favor, no. Por favor. Sería una infamia. —Hizo una pausa—. Tenemos que pensar en las otras personas.
—¿Qué me dices de nosotros? —Él le apretó las manos—. Tania —susurró—, ¿qué me dices de tú y yo?
—¡Alexandr! —Tenía los nervios al rojo vivo—. Por favor.
—¡Ya está bien de tanto «por favor»! —exclamó Alexandr—. Estoy harto de todo esto, todo porque no quieres actuar de un modo honorable.
—¿Desde cuándo es honorable herir a otras personas?
—Dasha lo superará.
—¿Lo superará Dimitri? —Al ver que Alexandr no le respondía, insistió—: ¿Lo superará Dimitri?
—Deja que yo me preocupe de Dimitri, ¿de acuerdo?
—Y te equivocas. Dasha no lo superará. Cree que eres el amor de su vida.
—Está en un error. Ni siquiera me conoce.
Tatiana no podía seguir escuchándolo. Apartó las manos.
—No, no. No digas nada más.
—Soy un soldado del Ejército Rojo. No soy un médico en Estados Unidos. No soy un científico en Gran Bretaña. Soy un soldado en la Unión Soviética. Puedo morir en cualquier minuto de mil maneras diferentes. Éste podría ser el último minuto que tendremos juntos. ¿No lo quieres pasar conmigo?
—Ahora mismo, lo único que quiero es meterme en la cama —respondió ella, como si las palabras del teniente la hubiesen hipnotizado.
—¡Sí! —exclamó él, anhelante—. ¡Métete en la cama conmigo!
Tatiana sacudió la cabeza, conmovida.
—No tenemos ningún lugar donde ir —susurró.
Alexandr se acercó y apoyó las manos sobre las mejillas de Tatiana mientras le decía con voz temblorosa pero decidida:
—Encontraremos una solución, Tatiasha, te lo prometo. Ya lo verás.
—¡No! —gritó ella.
El teniente bajó las manos.
—Creo que me has entendido mal —tartamudeó la muchacha—. Quiero decir que no hay futuro para nosotros.
Alexandr desvió la mirada. Ella lo imitó.
—Dasha es mi hermana. ¿Por qué no lo puedes entender? No le romperé el corazón a mi hermana.
—De acuerdo, ya me lo has dicho —manifestó Alexandr. Se apartó—. Habrá otros chicos, pero nunca otra hermana. —Sin decir nada más, se volvió y comenzó a caminar.
Tatiana corrió tras él.
—¡Alexandr, espera!
Él continuó caminando. Tatiana no podía mantenerse a la par.
—¡Por favor, espera! —le gritó. Se apoyó en la pared de un edificio con la fachada amarilla—. Por favor, vuelve —susurró.
Alexandr volvió junto a la muchacha.
—Vamos —dijo con una voz átona—. Tengo que regresar al cuartel.
—Escúchame —insistió Tatiana—. Si lo dejamos ahora, al menos no habrá que decirle nada a las personas cercanas a nosotros, que confían en que no los traicionemos. Dasha…
—¡Tatiana! —Alexandr se le acercó tan bruscamente que ella se apartó de la pared y a punto estuvo de caer al suelo. El teniente la sujetó por el brazo—. ¿De qué estás hablando? —le preguntó, furioso—. La traición es un hecho objetivo. ¿Crees que sencillamente porque no se lo hayamos dicho todavía no es una traición?
—Calla.
—¿Crees que cuando no me miras porque tienes miedo de que los demás vean lo mismo que yo, no es una traición? ¿Cuando se te ilumina el rostro al salir de la fábrica y corres hacia la parada? ¿Cuando te sueltas el pelo y te tiemblan los labios? ¿Nada de eso te traiciona? —Alexandr jadeaba.
—¡Cállate! —repitió ella con el rostro enrojecido, alterada, ansiosa por separarse del hombre.
—Tatiana, cada uno de los minutos que has pasado conmigo, le has mentido a tu hermana, a Dimitri, a tus padres, a Dios y a ti misma. ¿Cuándo dejarás de hacerlo?
—Alexandr, déjame —susurró Tatiana.
El teniente la soltó.
—Tienes toda la razón —admitió Tatiana, con la voz ahogada por la emoción—. Pero no me he mentido a mí misma. Por eso no puedo seguir con esto. Por favor, no quiero pelear contigo, y no tengo fuerzas para herir a Dasha. No tengo fuerzas para hacer nada de esto.
—¿Fuerzas o deseo, Tania?
—Fuerzas —contestó ella, extendiendo las manos en un gesto de súplica—. Nunca me he mentido de esta manera en toda mi vida. —Al darse cuenta de lo que acababa de admitir, se ruborizó, pero ¿qué podía hacer? Tenía que continuar—. No tienes idea de lo que me cuesta cada día, cada minuto, cada noche ocultárselo a Dasha. La mirada en blanco, los labios apretados, mi aparente despreocupación. ¿Tienes alguna idea de lo que me cuesta?
—La tengo —afirmó él, el más severo de los soldados—. Soy quien sabe la verdad. Por eso quiero acabar con esta farsa.
—Acabarla y después, ¿qué? —exclamó Tatiana, furiosa—. ¿Lo tienes todo pensado? —Alzó la voz—. Acabarla y después, ¿qué? ¡Yo soy quien tiene que seguir viviendo con Dasha! —Se rio con amargura—. ¿Qué te imaginas? ¿Crees que podrás venir a verme después de acabar con ella? ¿Crees que después de decírselo a él, y que yo se lo diga a ella, podrás venir a casa a cenar tan tranquilo? ¿Conversar con mi familia? Alexandr, ¿qué pasará conmigo? ¿Adónde se supone que debo ir? ¿Al cuartel contigo? ¿No comprendes que duermo en la misma cama que ella? ¡No tengo ningún otro lugar donde ir! —gritó—. ¿No lo entiendes? Puedes hacer lo que quieras, puedes acabar con Dasha, pero si lo haces, no podrás volver a verme nunca más.
—No me amenaces, Tatiana —dijo Alexandr con un tono muy alto y una mirada furiosa—. Creía que ese era el objeto de todo esto.
Tatiana gimió, a punto de echarse a llorar.
—De acuerdo, no te alteres —añadió él, más calmado.
Le acarició el brazo.
—¡Entonces deja de alterarme!
El teniente apartó la mano.
—Continúa con tu vida —manifestó Tatiana—. Eres un hombre. —Bajó la mirada—. Sigue con Dasha. Es la que más te conviene. Ella es una mujer y yo soy…
—¡Ciega! —exclamó Alexandr.
Tatiana miró a lo largo de Ulitsa Govorova, mientras fracasaba lamentablemente en la batalla que se libraba en su corazón.
—Oh, Alexandr, ¿qué quieres de mí?
—¡Todo! —susurró él con fiereza.
Tatiana meneó la cabeza. Apretó los puños contra el pecho.
—Tatia, te lo pregunto por última vez —dijo Alexandr. Le acarició el pelo.
—Y yo te lo digo por última vez —replicó ella, casi sin poder pronunciar las palabras.
Alexandr dejó de tocarla. Entonces ella dio un paso adelante y apoyó una mano suavemente sobre su brazo.
—Shura, no soy la dueña de la vida de Dasha. No puedo sacrificar la vida de mi hermana. No puedo hacerlo sólo para complacernos.
—Entendido, lo has dejado bien claro. —Alexandr apartó el brazo—. Ahora comprendo que me equivoqué contigo. Pero te lo digo, lo haré a mi manera, no a la tuya. Romperé con Dasha, y no volverás a verme nunca más.
—No, por favor.
—Vete —dijo Alexandr—. Aléjate de mí. Vete a tu casa. Ve con tu Dasha.
—Shura… —suplicó ella, angustiada.
—No me llames así. —Su voz era fría. Se cruzó de brazos—. Vete. Venga.
Tatiana parpadeó. Todas las noches, cuando se separaban, le costaba tanto respirar que sus pulmones parecían haberse quedado donde estaba Alexandr. Se sentía físicamente vacía en su ausencia. En su casa se rodeaba de los demás para sentirlo menos, para desearlo menos. Pero todas las noches, invariablemente, Tania se acostaba con su hermana en la misma cama y todas las noches se volvía hacia la pared y rezaba para tener fuerza.
«Puedo hacerlo —pensó—. He pasado diecisiete años con Dasha y sólo tres semanas con Alexandr. Puedo hacerlo. Sentir de una manera. Comportarme de una manera».
Tatiana se marchó.